Es sobradamente sabido que asistir a subastas en las que la deuda reclamada es muy grande es perder el tiempo. A los bancos les da exactamente igual cual sea el valor de la vivienda que se subasta, que ellos van a machete hasta el total de la deuda.
Ya he mencionado alguna vez el nuevo negocio que se han montado algunos ocupando viviendas que han sido subastadas y luego negociando la posesión con el adjudicatario.
Hay que ver lo penoso que es el cine español y lo cutre que es el mundillo que gira en su entorno. En los últimos años, siempre que me he salido a la mitad de una película ha sido de una españolada.
Me cayó fatal desde el minuto uno de nuestro encuentro. Si no hubiera sido el empleado de un pariente esa reunión jamás hubiera tenido lugar, pero me lo pidió como un favor personal y no supe decir que no
Lo cierto es que cuando hace unos días comentaba la situación de aquella mujer atrapada en el infierno judicial no pensé que a mí me iba a ocurrir algo parecido aunque más justificado jurídicamente y de consecuencias no tan catastróficas.
Querido listillo, entiendo que en todos las actividades humanas siempre suele haber una oveja negra acostumbrada a hacer de su capa un sayo y que sin palabra ni ley ni honestidad va tomando lo que se le antoja sin preguntarse siquiera lo que está bien o mal ni a quien perjudica con sus actos sino solo mirando por su propio interés.
¿Qué pensarían los ilustres lectores de este aburrido blog, en el que siempre escribimos sobre lo mismo -las subastas y los subasteros-, de una subasta en la que el nombre de la empresa demandada, el apellido de su administrador y el de la inquilina fueran el mismo?
Quien crea que los bancos han aprendido la lección y han cambiado sus formas está más que equivocado.
Si las notarías contaran, la de libros de anécdotas que podrían escribirse. Yo solo las visito de vez en cuando y ya tengo un buen anecdotario para cuando sea mayor y me convierta en el "abuelo Cebolleta". Concretamente, para el último piso que he vendido he necesitado ir a la notaría tres veces.
En este país dejado de la mano de Dios y donde toda gilipollez tiene su asiento y toda desvergüenza parece poca, todavía ocurren cosas que sorprenden incluso a los más curtidos. Me sucedió la semana pasada al estudiar la subasta de un pedazo de chalet en la provincia de Madrid.
Esta mañana me he quedado de una pieza cuando por dos veces seguidas me he topado con una figura jurídica nueva o, al menos, cuya existencia yo no conocía. Ha sucedido en dos juzgados diferentes del mismo pueblo de la provincia de Madrid.
Hoy la he vuelto a ver y ha sido como despertar de un sueño cayéndome de la cama. Era guapa que te rilas y ahora no es más que un engendro, un adefesio, una aberración de la naturaleza. Supongo que una degeneración tan brutal solo la puede haber causado la droga.
La cosa viene porque, como siempre que me acabo de adjudicar una subasta, he tratado de contactar con el demandado y, tras varios intentos infructuosos, finalmente he decidido dejarle una breve y cortés nota en su buzón. Por lo visto no le ha gustado el detalle. No importa, lo intentaré de nuevo más adelante
En general se puede decir que soy afortunado en las subastas judiciales. No he dado grandes pelotazos pero las grandes putadas suelen pasar de largo. Hasta esta mañana en que se me ha ocurrido participar en la última subasta del año (una más Tristán, a ver si con esta nos forramos) y resulta que he ido a parar al Lado Oscuro y ahora mi dinero está en manos de la secretaria judicial más necia
Me pasó hace unas semanas y aluciné con la casualidad. Maldita casualidad que me impidió participar en una subasta en la que tenía mucho interés, por una parte por tratarse de una propiedad muy buena (un chalet en Madrid ciudad) y por otra por tener un cliente al que la subasta le calzaba como un guante.