Si hace unos días comentaba lo poco que me gusta que los clientes intenten regatear mis honorarios hoy voy a criticar quienes pretenden retrasar el pago hasta el momento de la entrega de llaves como si este negocio fuera una simple compraventa notarial.
Los subasteros cobramos nuestros honorarios simultáneamente al pago del resto del remate o hay muchas probabilidades de no cobrar nunca. De manera que en el mismo momento en que el cliente ingresa en el banco la diferencia entre el precio de adjudicación y lo que ingresó como fianza, en ese mismo momento, debe pagar nuestros honorarios.
¿Por qué esa prontitud? ¿Por qué no esperar hasta la entrega de llaves?
Muy sencillo, en ese momento lo verdaderamente importante de la inversión, que es la compra de una propiedad con un importante descuento en el precio, ya se ha realizado. A partir de ahí, el resto de nuestros servicios son pura rutina que depende más de la disposición del juzgado que de nosotros mismos. Es cierto que para el resto del trabajo hay que tener mucha mano izquierda con algunos funcionarios malencarados y también con el expropietario, a quien hay que tratar con mucha delicadeza si queremos que se vaya pronto y bien. Pero lo más difícil e importante del trabajo del subastero es localizar la subasta que mejor se adapta a las necesidades del cliente y conseguir la adjudicación. A partir de ahí, como digo, es pecata minuta. Cualquier procurador podría hacer el trabajo rutinario por menos de trescientos euros.
¿Y hay algún otro motivo para cobrar simultáneamente al remate? Sí, si queremos cobrar.
Lo que no saben nuestros clientes es que lo más angustioso de comprar en subastas judiciales empieza precisamente a partir del momento en que pagan el resto del precio, justo cuando creían que habían acabado sus cuitas. Y esto es así porque la tramitación de la documentación y de la Posesión, que más arriba he tratado como meros formulismos administrativos, en realidad producen mucha desazón y los retrasos del juzgado son constantes.
La sensación de salir del juzgado con un mero papelucho tras haber ingresado setenta mil o doscientos mil euros en la cuenta del juzgado es fácilmente descriptible. A algunos la flojera de piernas no se les quita hasta que les dan las llaves unos meses después. Es en estos momentos, cuando el feliz cliente que acaba de conseguir el éxito de adjudicarse un bien en subasta y cuando tiene más incertidumbre frente al futuro, que él ve lleno de nubarrones judiciales, cuando hay que cobrarle.
En este momento el cliente nos ve como su único salvavidas y depende completamente de nosotros. Si fuéramos tan hijoputas como los que regatean nuestros honorarios una hora antes de la subasta aprovecharíamos su miedo para incrementar los honorarios. Pero no lo hacemos. Tienen suerte porque somos honestos y solo queremos cobrar lo pactado desde el principio, el 6% sobre el precio de adjudicación con un mínimo de seis mil euros.
¿Y que pasa si una vez ha rematado el cliente no paga y nos manda al carajo?
Uy... pobre. Esa sería la peor decisión en el peor momento porque es cuando acaba de hacer la inversión, ha ingresado todo el dinero, a cambio solo tiene los papeluchos que dan en los juzgados y acaba de escupir en la única mano que le puede guiar en el laberinto judicial o que, en cambio, puede decidir cambiar de bando y ponerse del lado del demandado y asesorarle o incluso poner a su disposición a su propio abogado.
En fin, que las instrucciones que yo le daría a mi abogado en una situación semejante no sería tratar de suspender la subasta. Eso sería demasiado benigno para el felón, a quien le devolverían el dinero y se le acabarían los sufrimientos. No, lo que yo trataría es de que las cosas derivasen en un Recurso de Apelación que llevara la decisión a la Audiencia Provincial donde el expediente dormiría una siestecita de cuatro o cinco años. Eso sería la felicidad suprema y así me aseguraría de que se acordase de mi durante muchos inviernos.
Me pasó algo así hace mucho tiempo y todavía es una delicia recordarlo.
¿Y que pasaría si no cobrásemos en ese momento y esperáramos a la entrega de las llaves?
Pues pasaría que si el cliente es tan honesto como nosotros y se siente agradecido, nos pagará y quedaremos tan amigos, pero si le diera por buscarse excusas... en realidad no las necesita. ¡Que no paga y punto! Y entonces será tarde para hacer nada, solo nos quedará tomarnos una doble ración de ajo y agua.
¿No tengo razón?