Estos días de junio siempre son muy tristes. En ellos se materializa una de las grandes paradojas de nuestro tiempo, que es que los ciudadanos más vilipendiados de nuestra sociedad, aquellos que más se lucraron (palabra maldita) y más riqueza crearon el año pasado, se ven obligados a ir a Hacienda, donde son acogotados para que entreguen hasta los hígados. Además lo tienen que hacer con una sonrisa para no ser acusados de insolidarios. Pues yo me rebelo y no me conformo con esta injusticia clamorosa. Si pago no lo hago en aras de una solidaridad mal entendida sino porque soy víctima del abuso de poder del estado.
La primera vez que un gobierno occidental legisló un impuesto sobre la renta fue en 1861, cuando Abrahan Lincoln lo implantó para financiar la Guerra Civil Americana. Tuvo muchos detractores y el impuesto fue eliminado tras la contienda. Posteriormente, tras un tormentoso debate de ideas, debate que se proyectó durante dos legislaturas, en 1913 fue legislado de nuevo un impuesto sobre la renta cuyo tipo impositivo oscilaba entre el 1 y el 7%. Para ello se tuvo que hacer una enmienda de la Constitución.
Pero algo mucho peor, la tributación progresiva -aquella en la que la escala de gravamen del impuesto aumenta a medida que lo hacen los ingresos del ciudadano- apareció después y más parece un invento del demonio, creado expresamente para paralizar las economías desarrolladas, desmotivando precisamente a los ciudadanos más productivos y eficaces, aquellos que crean más riqueza y de los que las sociedades modernas son más deudoras.
Supongamos dos ciudadanos ejemplares que pagan sus impuestos. Pedro gana quince mil euros y Juan gana cien mil. Redondeando, porque no quiero sacar la calculadora ni entrar en las tablas, Pedro pagaría de Impuesto sobre la Renta unos 1.400 euros y Juan pagaría 43.000. A esto hay que sumarle los otros impuestos (IVA) y tasas. Y no digamos lo muchísimo más que aportaría Juan a las arcas del Estado si sus ingresos fueran de un millón de euros, por ejemplo. Y yo entiendo que quien más tiene tiene que aportar más, ¿Pero tanto más?
Tienen que pagar y joderse, que para eso son ricos y nos explotan
Y en España, con la firme voluntad política de demonizar la riqueza, la cosa es mil veces peor. Al menos en los países protestantes se respeta a los que han tenido éxito en la vida, pero en este país de mierda, reserva espiritual de Occidente (según decían), como hayas tenido éxito y te hayan ido bien los negocios, ya te puedes ir preparando, porque no se va a tener en cuenta ni la riqueza que has producido ni los puestos de trabajo que has creado, para el común tu eres y serás siempre un maldito explotador. "Nadie se hace tan rico si no ha robado o ha explotado a sus conciudadanos", esta majadería está grabada a fuego en el subconsciente colectivo.
Y eso los triunfadores lo empiezan a sufrir ya desde bien pequeñitos. Si en clase sacaban buenas notas eran unos pringaos y unos empollones y los abusones de patio de colegio les llenaban de collejas, si en la universidad sacaban matrículas, eran unos frikis y no ligaban ni de coña y si ahora han triunfado en los negocios o son unos altos directivos de éxito, se les vilipendia por ladrones y explotadores. No hay más que ver a Emilio Botín, el nombre más pronunciado de España y casi nunca para bien.
Y la cosa será aún peor en la república nudista, ecologista, socialista y utópica que nos preparan estos indignados que ahora se han puesto tan de moda. Mejor que se integren de una vez en Izquierda Unida y dejen de darnos la matraca. Soy plenamente consciente de que esto no es política ni socialmente correcto, pero es que yo siempre he sido así de libre.
Para ilustrar este post, no me he podido resistir a copiarle este gráfico a Kike Vázquez, en el que se puede observar cómo el 20% de la población que más dinero gana en Estados Unidos, contribuye a las arcas públicas con el 63% de los impuestos. !!Uff, qué fuerte!! Eso sin contar con que además son los que más puestos de trabajo crean, los que más nos mejoran la vida con sus inventos (Windows, Google, Apple) los que menos gastos generan a la Administración, etcétera. Allí al menos se les respeta, pero aquí -en España- encima se les denigra y son objetos permanentes de sospecha.