BBVA está en un momento interesante dentro del sector bancario español, aunque con algunas alertas que conviene no pasar por alto. Por un lado, los resultados recientes son muy destacados: en 2024 logró un beneficio atribuido de más de 10.000 millones de euros, lo que representa un crecimiento de más del 25 % respecto al año anterior. Su rentabilidad, tanto ROE como ROTE, mejora y supera objetivos anteriores, lo que habla de una gestión eficaz en un entorno complejo. Además, la entidad destina una parte relevante de ese beneficio a remunerar al accionista vía dividendos y recompras, lo que siempre genera atractivo para quienes buscan banca como apuesta de valor.
Sin embargo, dicho esto, no todo es perfecto. BBVA se encuentra en pleno proceso de adquisición de Banco Sabadell, una operación que genera incertidumbre: la aprobación regulatoria está en el aire y los analistas están vigilando mucho las sinergias reales que se puedan obtener y el impacto que tendrá en capital, costes y foco geográfico. También la banca en general afronta un entorno de tipos de interés que ya no son tan altos como hace unos meses, competencias nuevas (tecnológicas, fintech) y costes de cumplimiento normativo que siguen pesando.
En España y México —sus dos mercados clave— la actividad comercial va bien, pero los márgenes están bajo presión y los costes de riesgo podrían subir si se deteriora el entorno económico. Es decir: el banco tiene músculo, buenas cifras, pero también exposición a varios factores externos que podrían frenar el ritmo.
En resumen: BBVA es una entidad fuerte y bien gestionada, que puede ser una buena opción para invertir si crees en el modelo bancario, la diversificación geográfica y quieres combinar dividendos con potencial de crecimiento. Pero también es un valor que exige vigilancia: los riesgos están ahí —OPA, regulaciones, márgenes— y pueden condicionar lo que de otra forma sería una inversión más “tranquila”.