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               FERNANDO ESTEVE MORA
 
A diferencia de lo que sucede en las ciencias "puras", existe una enorme rivalidad entre los practicantes  de las llamadas "ciencias" humanas, cada grupo de científico tratando de "defender" sus propios métodos  de investigación o conocimiento de ese "territorio" común a todos ellos  que es la sociedad e individuo humanos. Así, sociólogos, sociobiólogos, economistas, psicólogos, politólogos, antropólogos,  por decirlo de una vez, distan de "llevarse bien entre ellos",  cada grupo defendiendo sus propios métodos como si fuesen  empresas luchando o compitiendo entre ellas incluso de malos modos, defendiendo sus "cuotas de mercado", sus parcelas de conocimiento. Para un economista, está claro, conforme  un grupo de científicos de "lo humano" logra invadir a otro, no sólo lo aparta del mudo académico sino que lo expulsa también del mercado de subvenciones. financiación y ayudas a la investigación. No es nada extraño, por tanto, que todos esos "científicos" o estudiosos no se lleven bien entre ellos. Y es que con las cosas de dinero no se juega,

En esta rivalidad quienes desde hace una cuarentena de años se han ido llevando el odio de todos los demás han sido los economistas. A la Economía se la ha llamado "ciencia" imperialista pues desde los años setenta del siglo pasado, de una manera "desvergonzada" en opinión de sociólogos, politólogos, psicólogos y antropólogos, se ha salido de su dominio particular o propio: el comportamiento de las empresas y de la política económica, para entrometerse en los terrenos de los demás estudiosos, lugares en que para estos otros los economistas no debieran poner sus sucias manos intelectuales.

Por ejemplo, el terreno de la expresión de los sentimientos. Este era un aspecto del comportamiento humano antes de exclusivo dominio de psicólogos o, como mucho, también de sociólogos y teólogos, pero en el que los economistas nada tendrían que decir. Pues, resultaba obvio, en ese terreno, las cuestiones económicas nada jugarían.

¿Seguro? En absoluto.  Los economistas han demostrado que tenían cosas que decir acerca del amor y el afecto, el odio y la venganza, la amistad y la traición, ele engaño y el adulterio, etc., etc. Como ejemplo, dedicaré esta entrada al tratamiento de un comportamiento emocional muy típico, el que hacemos cuando estamos muy enfadados. O sea, cuando estamos cabreados.

Para los psicólogos, en esos momentos, las emociones  y sus colaterales cambios neuroquímicos inundan nuestros cerebros, mentes y almas, y arrinconan los cálculos fríos y racionales, aquellos que ponderan costes y beneficios, o sea, aquellos que caen bajo el dominio de los economistas. O sea, que para los psicólogos, el comportamiento de las gentes en los mercados podría ser asunto enteramente de los economistas, pero sus comportamientos pasionales son asunto suyo, por ejemplo, como cuando estamos muy cabreados. Ahí los economistas nada tendrían que decir. Parece lógico, ¿no?

Pues no. Se equivocan de medio a medio. Y para argumentarlo recurriré a una experiencia personal que creo que no es particular, sino general.  Recuerdo con  nitidez cómo se comportaba mi padre hace muchísimos años cuando por alguna razón yo o alguno de mis hermanos le irritábamos hasta el extremo de cabrearle. Y el de mi padre no era un  comportamiento no era nada extraño o particular de él, sino que era el mismo que también tenían los padres de mis amigos en circunstancias similares. Era -por decirlo en una palabra- la forma normal de comportarse cuando se estaba  muy enfadado, lo que había que hacer en tales casos. Y todo el mundo lo sabía, lo entendía e interpretaba esa conducta correctamente. No había engaño. . Se manifestaba  en unas recriminaciones expresadas en un tono de voz mucho más elevado de lo normal así como en unos gestos que, en el peor de los casos, se traducían  en la salida de mi padre de  casa "dando un portazo". Y ahí se acababa todo. ¡Ah! El portazo. El volumen de ruido de la puerta la cerrarse era un termómetro claro y totalmente fiable del nivel de cabreo de la gente de entonces. Tanto que amenazar con "irse dando un portazo" era y es todavía una frase hecha para expresar un cierto nivel  de mosqueo al que ha llegado uno en una situación problemática.

Por eso, fue para mí una auténtica sorpresa observar cómo en las películas norteamericanas de los años 60 en adelante, la forma de expresar un actor su mosqueo contra alguien o contra el mundo superaba en mucho el nivel del portazo característico del comportamiento mosqueado en el cine español. A lo que parecía, y frente a lo que se decía del carácter anglosajón,  los norteamericanos eran muchísimos más expresivos que franceses, italianos, portugueses,  alemanes e incluso ingleses. pues  a diferencia de todos ellos, los actores norteamericanos, cuando tenían que actuar como si estuviesen  cabreados, lo hacían de modo completamente diferente a "nosotros", tanto los españoles como los actores españoles, lo hacían der modo mucho más emocional o pasional, pues lo hacían no pegando gritos y yéndose a la calle dando portazos sino rompiendo todo tipo de cosas que tuviesen a mano. Incluso rompiéndose sus propios manos, haciéndose un cisco considerable con sus propios nudillos dando puñetazos contra las paredes. Sorprendente.

Y este comportamiento lo he  ido comprobando repetidamente desde entonces,  no ha variado a lo largo de los años, sino que ha ido "a mayores".  Los actores USA cuando les deja la novia, les engaña la mujer, les traiciona el amigo, les reprende el jefe, o les molestan los hijos lo indecible, pues se ponen a pegar puñetazos contra las paredes, tiran lamparas y muebles al suelo o por las ventanas, rompen mobiliario y vajilla,  la emprenden con  todo cristal que tengan a mano o estrellan coches.¡Dios! ¡Qué gente más pasional! Y aún se dice que nosotros, los mediterráneos, tenemos la sangre caliente. Fría como la de los lagartos, más bien en comparación!

No se si los psicólogos habrán reflexionado sobre esto. No sé qué explicación tendrán para esta asimetría o divergencia de comportamientos pasionales entre ellos y nosotros. No sé si la tendrán. Pero estoy seguro que caso de que la tengan, será  muy confusa y complicada , repleta de terminachos de psicología social o profunda. Porque si de verdad ocurriese como piensan los psicólogos que cuando estamos muy enfadados, somos irracionales y estamos muy ofuscados u obnubilidados, el comportamiento de todos los seres humanos debería ser errático, imprevisible o, por el contrario, muy similar. Lo que no tendría sentido con arreglo a ese "lógica" de comportamiento irracional propia de los cabreados es que sistemáticamente los norteamericanos cabreados se comporten de una manera y los españoles cabreados lo hagan de otra completamente diferente.

Y es aquí donde aparecen los economistas con una explicación simple y teóricamente compacta. Satisfaciendo por tanto el principio metodológico de la "navaja de Occam". El punto de partida es que no hay que dejarse engañar y que, pese a las apariencias,  el comportamiento del cabreado está sujeto a las mismas leyes económicas que el del no-cabreado, de modo que a la hora de expresar o señalizar su mosqueo o cabreo. los individuos responden a la ley de la demanda y a las leyes de los costes.

Cierto, quien por las razones que sea se cabrea, experimenta una necesidad o demanda: la de manifestarlo o señalizarlo a los demás (e incluso a sí mismo) de modo que estos se enteren de lo afectado que está, de su nivel de cabreo. A mayor afectación, mayor demanda de señal de cabreo. Ahora bien, la cuestión pasa a ser la de cómo satisfacer esa demanda.  El decirlo con voz calmada obviamente no funcionaría, no satisfacería esa demanda de comunicación de lo mosqueado que uno está por la causa o razón que sea. Es decir, que cuando uno está por dentro cabreado lo debe exteriorizarlo o comunicarlo haciendo precisamente  "cosas" que no haría si no lo estuviese. O sea, uno si quiere trasmitir o señalizar su irritación extrema ha de hacer cosas extremadas, cosas que en situación calmada no haría, cosas -pues- costosas.

Pero claro, ¿qué cosas hacer? Pues bien, un cabreado tiene que hacer algo lo suficientemente costoso para señalizar el alto nivel de su mosqueo, pero que a la vez no lo sea tanto como para acabar autoperjudicándose más todavía.

Y el irse dando voces y dando portazos  parece claramente un comportamiento aceptable y correcto como señal del profundo cabreo que a uno otro le ha provocado. Costoso, pues a nadie le gusta pegar gritos y salir con cajas destempladas, pero contenido. Pero ponerse a romper los  propios muebles o el coche yo diría que es excesivo. ¿Qué sentido tiene para expresar el cabreo por el daño sufrido que causarse aún más daño? Bien. Quizás lo pueda tener, pero como ya habrá adivinado el lector, sólo para un rico. Sólo para quien  romper el propio coche o la propia tele o la propia mesa, no supone un coste de oportunidad demasiado alto por ser rico, caben esos comportamientos como señal de mosqueo. Dicho de otra forma, sólo los ricos se pueden permitir ser tontos cuando están cabreados.

Y ello explica que a nadie en España en los años 60, 70, 80, y hasta los 90 del pasado siglo se le ocurriese o le saliese espontáneamente el romper nada para señalizar sus cabreos. Los actores españoles no rompían nada cuando debían manifestar en las pantalla que estaban profundamente cabreados, pues de hacerlo habrían sido considerados malos actores por el público. Al contrario, recuerdo cómo en las películas de los 50 o 60, actores como Tony Leblanc o algunos de la familia de los Ozores  decían cosas como "sujetadme..que me pierdo!" cuando por exigencias del guión debían hacer que estaban muy cabreados, pero que ¡claro! no eran imbéciles y no se iban a poner a romper cosas como hacían sus colegas  yanquis. Era lógico: había una gran diferencia entre USA y España en renta per capita. O sea, no es que los españoles (y sus actores) no se cabreasen o lo hiciesen menos que los norteamericanos. No es que fuesen menos pasionales. No Lo que sencillamente ocurría es que no podían manifestar o señalizar sus cabreos o mosqueos lo formas tan caras como ellos.

Y, of course, las cosas han ido cambiando y  en los últimos veinte años he empezado a observar que ya hay actores españoles que se comportan tan destructivamente  como los norteamericanos. O sea, ya rompen cosas cuando se cabrean. Y es que, gracias a las últimas décadas de crecimiento económico, ya nos podemos permitir el romper cosas para señalizar nuestro cabreo. Ya somos lo suficientemente ricos. Aunque a mí, mayor como soy y estoy, tal comportamiento me parece estúpido donde los haya porque ..¡a quién se le ocurre por muy cabreado que esté el estampar contra la pared el propio móvil con los problemas que ello trae! Se necesita ser imbécil. ¿No? Pero me cuentan que ya hay gentes jóvenes, tan pasionales, que lo hacen.

Pero se me podría objetar que hay que diferenciar entre el comportamiento de los norteamericanos y el de los actores norteamericanos. O sea, que a lo mejor esa asimetría de comportamientos que la Economía dice explicar no existe en la realidad. Quizás. Aunque no lo tengo muy claro. Tengo para mí que el dominio de la industria del espectáculo por parte de la industria norteamericana desde la década de 1920 se ha traducido en que han sido unos guionistas y directores de cine norteamericanos los que les han enseñado a las sucesivas generaciones de seres humanos en todo el mundo en el último siglo cómo comportarse. O sea, por ejemplo, a cómo besarse, a cómo meterse en la cama,. a cómo beber o a cómo fumar...Ahora, por lo que veo, van a conseguir enseñar a los más imbéciles e indignos de los varones a pedirles a sus parejas que se casen con ellos pidiéndoselo en público y poniendo rodilla en tierra. ¡Dios! ¡Qué vergüenza ajena me dan estas gentes!. Pues bien, estoy seguro que los actores norteamericanos dirigidos por sus directores, guionistas y productores enseñaron la os norteamericanos ya en los años 50 del siglo pasado a que la forma correcta de señalizar o manifestar  el cabreo era rompiendo cosas. Y desde entonces han seguido esa tarea terapéutica sin cesar con el resto del mundo, comportamiento que como ya he señalado, las distintas sociedades sólo pueden hacer efectivo o real cuando logran cierto nivel de desarrollo económico.

Pero la cuestión pasa entonces a ser la de que por qué decidieron esos guionistas y directores que romper cosas era la forma más humanamente adecuada de manifestar, señalizar o comportarse en situaciones de gran cabreo.

Me voy a permitir aquí ofrecer una explicación economicista y conspiranoica que cumple al menos el famosos dictum de que "si non e vero e ben trovatto", de que si no es cierta, por lo menos está bien hilada. Y es que el mantenimiento del empleo en una economía de producción en masa como lo llegó a ser  la norteamericana en los años 50 requería de la estimulación continua  de la demanda para que la producción no parase. Tanto los gastos en publicidad como la obsolescencia planificada sirvieron para ese fin de generar nuevos pedidos de modo continuo, dano así origen a lo que se vino en llamar  la  "sociedad de consumo". Pues bien, me atrevo a sugerir aquí que, dado que  romper cosas cuando uno se cabrea también genera demanda, pues una vez que el cabreo se pasa hay que reemplazar lo roto, la difusión  desde la industria del cine y de la televisión de que ése, el romper cosas,  era el comportamiento  adecuado en situaciones de mosqueo, puede entenderse y explicarse como un instrumento más en ese conjunto de políticas diseñadas para mantener continuamente  los pedidos de las empresas a un alto nivel. Y además, era un instrumento importante en esa tarea pues dado que la vida moderna le lleva a uno a  mosquearse mucho, mucho se ve obligado a romper y a reponer ¿no? 
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  • Análisis económico
  1. #2
    15/01/22 19:37
    Un breve comentario cinéfilo. En una escena, hacia el final de Ciudadano Kane, éste rompe todo tipo de cosas al verse abandonado por su mujer. Evidentemente Kane es multimillonario, pero, además, toda la película gira en torno a como sus carencias afectivas son sustituidas por la compra de todo tipo de objetos y personas. Ese es su fracaso final cuando el trineo, Rosebud, símbolo de la separación de su madre, arde entre la multitud de cachivaches que acumuló en su vida sin lograr satisfacerle.