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En el capítulo IV de un libro que ya es un clásico de obligada lectura, la Evolución de la Cooperación de  Robert Axelrod, se describe uno de los fenómenos sociales para mí más asombrosos. Se trata de la estrategia de “vivir y dejar vivir” que, de modo espontáneo, surgió entre los contendientes en los frentes de la Primera Guerra Mundial. En pocas palabras sucedió que, una vez pasados los ardores iniciales, una vez  los sueños de una victoria gloriosa y barata se convirtieron en la pesadilla de una cotidiana carnicería, una vez las avenidas en las que se daban los musicales y aplaudidos desfiles se trasmutaron en los mataderos de la guerra de trincheras en Bélgica y el norte de Francia;  entonces, casi mágicamente,  aconteció en muchos sectores lo inexplicable, lo imprevisible,  cual fue  la aparición de una suerte de “cooperación” entre los soldados de bandos enfrentados irreconciliablemente. Cooperación que se puede describir  como la asunción por los soldados y oficiales de baja graduación de ambas partes de una estrategia digamos que pasiva, poco combativa cuando no decididamente  pacífica,  que se manifestó en la caída radical de la efectividad militar de los combatientes medida por el número de bajas causadas y sufridas en los combates cotidianos tanto por los alemanes como por los aliados.

 

Simplemente ocurrió que las mismas  compañías y batallones  de soldados franceses e ingleses que se enfrentaban repetidamente  a las mismas compañías de soldados alemanes, que vivían a ambos lados de las alambradas  en unas mismas condiciones espantosas, llegaron sin negociaciones previas, sin acuerdos explícitos y vinculantes, a la asunción del  modus vivendi requerido para satisfacer el deseo básico y primero de los soldados de a pie:  sobrevivir , y para ello la mejor estrategia era practicar una agresividad “light”, y seguir una norma de reciprocidad: yo no te disparo a matar si tú no me disparas  a matar. Se trataba, pues, de  “vivir y dejar vivir” teniendo en cuenta que  para “sobrevivir”  uno el camino más reficaz era “dejar vivir” al otro.

 

El libro de Axelrod cuenta los variados procedimientos por los que, sin comunicación oral o escrita, sin acuerdo explícito,  alemanes y franceses e ingleses desarrollaron tácticas para disminuir su “productividad” militar, su eficacia como carniceros. Procedimientos como disparar la artillería no a dónde se encontraba el enemigo sino a tierra de nadie, ametrallar por encima de las cabezas de los enemigos caso de que estos, cumpliendo órdenes, tuviesen que  avanzar hasta que recibiesen la contraorden de retirada, avisar mediante curiosos códigos de que al día siguiente los mandos habían planeado un asalto a las trincheras enemigas, de modo que los “enemigos” actuasen en consecuencia, o sea, facilitasen el regreso a las trincheras sin excesivos  costes, etc., se convirtieron en modos de comportamiento cooperativo utilizados por los oficial y realmente enemigos declarados pero que, sin embargo, compartían un mismo interés en seguir vivos. Obsérvese que muchas de estas estrategias pasivas o poco belicosas pasaban por engañar a los propios Estados Mayores, quienes sí que estaban comprometidos con la lucha sin cuartel.

 

Por ello, quizás lo más alucinante de esta historia real fue que esta mutua estrategia cooperativa entre enemigos que los soldados de a pie seguían acabó siendo detectada por los oficiales de mayor graduación de los Estados Mayores de ambos bandos al observar la pérdida de efectividad militar del otro bando. Detectaron que algo raro estaba pasando en los frentes cuando constataron la caída en el número de bajas que estaban sufriendo, la estudiaron, descubrieron los descensos en las agresividad en ambos bandos  y actuaron en consecuencia…con éxito total, por cierto.

 

Uno de los procedimientos que siguieron para que los soldados recobraran su agresivo “espíritu” militar consistió en mover frecuentemente a las compañías a lo largo de los frentes, para  evitar que estuviesen largos periodos en los mismos sectores, enfrentándose a los mismos enemigos.  Con ello lo que consiguieron fue romper las reglas de reciprocidad implícita que se habían creado entre los combatientes tras largos periodos de cotidiano enfrentamiento en cada sector.

 

Sencillamente lo que sucedía era que, un buen día, una compañía que llevaba tiempo ocupando un determinado sector era sustituida por otra que, obviamente,  no conocía los códigos o las reglas implícitas de comportamiento que  la anterior había establecido con la compañía “enemiga” que ocupaba el mismo sector al otro lado de las alambradas, así que dado ese desconocimiento, su comportamiento no podía ser otro que tratarla como auténticamente enemiga. Y, claro está,  ante esta ruptura de las “buenas formas” por la recién llegada, la otra respondía siguiendo la regla de reciprocidad, es decir, pasaba también a la ofensiva, con lo que la guerra volvíó por sus fueros. En suma, que esta estrategia de los Estados Mayores de movilizar a los regimientos a lo largo de los frentes para eliminar o dificultar el surgimiento de la cooperación entre enemigos pronto se demostró eficaz y al poco, las bajas sufridas/infligidas por cada bando alcanzaron los niveles deseados por los Estados Mayores. La guerra volvió a ser una guerra como Dios manda, no un fraude, no una pantomima

 

Dos lecciones importantes pueden sacarse de este ejemplo histórico. La primera es que la estrategia de colaboración o cooperación puede ser deseable para unos enemigos declarados si las interacciones entre ellos no son de oposición estricta. Así, los soldados alemanes y franceses eran sin duda enemigos, probablemente se odiasen y despreciasen, pero ello no impidió que surgiese la colaboración entre ellos ya que  tenían un interés mutuo: sobrevivir.

 

La segunda lección es que para que, en un entorno de desconfianza mutua, en que ninguna de las partes conoce con precisión las intenciones de la otra, surja entre ellas una estrategia de cooperación es necesario, entre otras cosas, que la interacción entre las partes se repita muchas veces y se prevea que vaya a repetirse de igual manera otras muchas veces, sin saber con precisión cuántas. Es en esas circunstancias cuando la colaboración o la cooperación puede surgir espontáneamente incluso entre enemigos enfrentados, cooperación o colaboración que se sostiene siguiendo el principio de reciprocidad: una parte colabora en la medida que la otra lo haga, y viceversa, y si una deja de hacerlo, la otra actúa en consecuencia y deja de colaborar.

 

Los economistas y otros especialistas de la Teoría de Juegos han resaltado cómo la cooperación, la colaboración o el intercambio mutuamente ventajoso puede aparecer así incluso entre agentes que se enfrentan a otros en interacciones sociales y económicas del tipo del Dilema del Prisionero. Pongamos un ejemplo de este tipo de interacción. Llamemos a S a una de las partes que interactúa con otra, la N. Cada una de las partes tiene dos posibles estrategias de actuación: o bien la estrategia C de colaboración con la otra, o bien la estrategia E de no colaboración que busca engañarla, estafarla o explotarla. Los pagos o resultados que cada una de las partes obtiene no dependen sólo de la estrategia que ella escoja, sino también de la que elije la otra. Esos pagos en un Dilema del Prisionero serían como los que aparecen reflejados  en la siguiente matriz de pagos:

                                                                          N

                                                       C                                  E

                                 C                (1,1)                             (-2,3)

                    S

                                 E                (3,-2)                            (-1,-1)

Donde los valores numéricos concretos no importan excepto para indicar el orden de preferencias de cada una de las partes[1]. Así, si la parte S decide colaborar y la parte N también, ambas obtienen  un resultado de 1 unidad, fruto de su cooperación mutua. Por el contrario, cuando ambas buscan engañar a la otra y ambas eligen la estrategia E, el resultado es -1 para ambas: el peor resultado colectivo. Lo mejor para la parte S sucede cuando  ella “tanga” o engaña a la otra y esta otra, o sea, la  N, sin embargo, va de pardillo y colabora con ella, entonces S  obtiene 3 unidades en tanto que la parte N resulta explotada y obtiene sólo -2. Si, por el contrario, es la S la que va de “buena” y la N de “mala”, los pagos se invierten, S pierde -2 en tanto que N gana 3.

 

Lo curioso del Dilema del Prisionero es que aún cuando ambas partes son conscientes de que la mejor opción colectiva es que cada una elija la estrategia C, cada una si solo se juega una vez, tiene una estrategia dominante que es la opción E, por lo que al final al así actuar racionalmente –o sea, persiguiendo cada una  consistentemente su propio interés- acaban ambas con un pago de -1, inferior al que obtendrían si no siguiesen racionalmente su propio interés. Obsérvese que para S, elija lo que elija N, lo mejor es escoger E ya que  si N escoge colaborar a ella le interesa engañar ya que 3>1,  y si N elije engañar, a ella le interesa hacer otro tanto, dado que -1> -2; y lo mismo le pasa a  N. Dicho de otra manera, en un Dilema del Prisionero lo racional colectivamente es ser irracional individualmente, y a la inversa, la racionalidad individual está reñida con la racionalidad colectiva. En consecuencia, insertos en una relación de Dilema del Prisionero, a ambas partes les interesa racionalmente engañar al contrario, tratar de aprovecharse de él, aunque ambas partes reconozcan que lo mejor sería no comportarse racionalmente y elegir las dos la estrategia C de colaboración (Ah!¡Ojalá todos fuesémos buenos! es el comentario habitual que siemopre que se oye nos da la pista de que ese está en un Dilema del Prisionero) .

 

Pues bien, lo que encontraron los analistas de Teoría de Juegos es que esta solución tan mala desde el punto de vista colectivo a que conduce la racionalidad individual podía obviarse si el juego se repetía un número indefinido de veces entre los mismas partes. Que en tal caso, la cooperación entre las partes  es posible y racional desde un punto de vista individual, por lo que puede surgir espontáneamente aún en ausencia de comunicación directa como bien descubrieron los soldados en las trincheras de la I Guerra Mundial.         

 

Pero como consecuencia de lo anterior –y como también descubrieron esos mismos soldados-, se tiene que la movilidad es un gran obstáculo para el surgimiento, el  desarrollo y el mantenimiento a la larga de estrategias de colaboración o cooperación entre individuos o grupos de individuos cuando ni unos y otros conocen las intenciones de los demás, pues ila movilidad impide que se repitan las interacciones entre ellos que es necesaria para que surja la coopperación entre las partes con intereses o intenciones desconocidas para las otras. Y esto no es de aplicación solamente para los casos de enfrentamiento militar sino que, en mi opinión, explica bastante bien lo que hay debajo de la discriminación a grupos o colectivos como los emigrantes, los judíos o los gitanos que tan de actualidad está hoy a resultas de las políticas  de expulsión de los gitanos romaníes de Francia.

 

En efecto, el “gusto” o la “preferencia” por la discriminación de un grupo social hacia otro grupo social puede entenderse como la elección por parte de los miembros del primero de una estrategia E  de no colaboración, de engaño, de explotación o de expulsión en la interacción con los miembros del segundo cuando esa interacción puede modelizarse como un Dilema del Prisionero,  debido al desconocimiento respecto a sus intenciones, dado que la movilidad ha impedido un conocimiento acerca de éstas. Si la interacción sólo se da una o pocas veces, esta actitud de desconfianza y de discriminación es, en ese caso racional y eficiente. Así, por ejemplo, históricamente -como bien sabía Ibn Jaldún, el gran historiador musulmán-, los grupos sociales sedentarios (S)  han contemplado a los nómadas (N) con aprehensión y desconfianza, pues sus interacciones bien podían modelizarse como Dilemas del Prisionero.

 

En efecto, en tal caso para una colectividad  (S)edentaria poco o nada bueno podía esperarse de alguien que sólo estaba de paso, que  tenía que vivir del terreno y del que no podía esperarse reciprocidad alguna o pedirle cuentas pues nunca volvería por allí. A la inversa, para los miembros de un grupo (N)ómada siempre han sido evidente que la estrategia de “al ave de paso, cañazo” era la estrategia dominante para los sedentarios. El resultado es que las relaciones históricas ente sedentarios y nómadas han sido siempre tensas cuando no agresivas (Ibn Jaldún incluso  las hacía el motor de la historia universal en su Filosofía de la Historia).

 

Y si esto es así,  ¿debería acaso sorprender que para individuos racionales, ya sean sedentarios o nómadas,  la desconfianza y la discriminación frente a los que no son sus  iguales en lo que respecta a la movilidad sea  lo habitual por ser lo lógico, lo racional y lo eficiente desde la perspectiva individual? La discriminación, o sea, las trabas a la cooperación, el engaño o la explotación simple y llana a los miembros del grupo marginado, no serán  lo “bueno” ética o religiosamente, pero sí son comportamientos lógicos,  eficientes y racionales en las relaciones entre individuos de  grupos sedentarios e individuos de grupos nómadas.

 

Por supuesto el tamaño relativo de los grupos es un factor de escala a tener en cuenta. El viajero aislado no plantea problemas al amplio colectivo sedentario, por lo que normalmente será bien recibido, pero conforme el grupo nómada aumenta de tamaño, los sedentarios empezarán a percibirlo con mayor aprehensión. Y, por ello, no es nada extraño que grupos minoritarios más o menos viajeros o nómadas como los judíos, los  emigrantes o los gitanos y, en general, los recién llegados, hayan sido históricamente discriminados por el grupo mayoritario sedentario en que se insertaban conforme su peso numérico ha crecido. De nuevo,  los miembros del grupo mayoritario  sedentario seguían su mejor estrategia, la E, al relacionarse con gentes de grupos móviles con los que era posible que nunca volviesen a entrar en relación. De nuevo, no digo que sea esto lo correcto o lo bueno. Es lo racional.

 

Y ¿qué alternativas tendría en tal caso un grupo minoritario nómada para evitar ser explotado o discriminado? Una primera es atenuar su movilidad, de forma que la reciprocidad tenga posibilidades de expresarse. Así, por ejemplo, antes era lo habitual que los grupos gitanos fuesen nómadas periódicos o cíclicos, es decir, que en sus nomadeos recorriesen los mismos pueblos y ciudades apareciendo sistemáticamente en épocas determinadas. Sin duda, ello favoreció, como prescribe el modelo, la aparición de estrategias de cooperación entre los sedentarios de los pueblos y los grupos de gitanos dedicados a la venta ambulante o a algún oficio artesano como la reparación de objetos de estaño y demás. Si bien siempre quedaba un fondo de desconfianza, de modo que cualquier delito que sufriese algún miembro del grupo sedentario  era imputado de salida al grupo nómada, la repetición de los contactos permitía la aparición de sistemas para resolver los conflictos que pudieran producirse en las interacciones entre ambas comunidades (por ejemplo, la confianza en la jerarquía interna de los gitanos a la que podía recurrir la comunidad paya en caso de problemas con algún miembro de la comunidad gitana).

 

Pero los cambios sociales y económicos han hecho inviable ese recurso a un nomadismo diluido. En nuestros tiempos, en los países desarrollados, ese nomadismo es residual, por lo que los grupos nómadas no tienen otra alternativa que la  sedentarización. Por otro lado, ha aparecido el fenómeno de la emigración masiva, en la que amplios colectivos de individuos de un país o una cultura se asientan en otro.

 

Sin embargo, la desaparición del nomadismo en sentido estricto no significa que la importancia de la movilidad como factor explicativo de la discriminación haya perdido su importancia. Pues no es necesario que haya movilidad física para dudar del compromiso de un grupo minoritario inmigrante a largo plazo. Y es que a la vez que hay una movilidad física o espacial, se puede hablar de una suerte de movilidad psicológica o mental. De forma que es frecuente que se siga considerando extraño, no digno de confianza, al que, aunque no lo sea, aunque esté bien establecido aquí, tenga  un origen extranjero, por lo que es en consecuencia lógicamente discriminado y víctima de estrategias de tipo E por el grupo mayoritario, y eso incluso cuando  juegue a ser cooperador y se comporte siempre eligiendo estrategias de tipo C en sus interacciones con los miembros del grupo mayoritario. Puede decirse, incluso, que el padecer, sufrir y asumir  esa discriminación y sus consecuencias (al menos durante un cierto tiempo) suele ser visto por el grupo mayoritario precisamente como una señal por parte de los “recién” llegados de su deseo de integración, de su abandono de la movilidad ; como el coste necesario a pagar para trasmitir la señal de que la integración de ese grupo va a ser completa. Obviamente, ese “precio” o, mejor, cuota por formar parte del “club” de los ya “establecidos” a pagar por los inmigrantes será mayor conforme mayor sea su alejamiento cultural del grupo mayoritario y conforme menos valiosa para éste sea su colaboración[2].  

 

Un ejemplo viene aquí bien al caso.  Como bien descubrieron los norteamericanos de origen japonés cuando llegó la II Guerra Mundial, la desconfianza acerca de su lealtad estaba generalizada. Se les seguía considerando nómadas mentalmente hablando, y en consecuencia, llegado el conflicto, como potenciales enemigos, lo que les llevó a ser tratados muy frecuentemente como quintacolumnistas. Demostrar que no eran nómadas mentales, que su lealtad era hacia los Estados Unidos y no hacia el Japón, pasó por esa prueba así como por la participación arrojada en los frentes de combate europeos, una participación por cierto  más costosa relativamente en bajas  que la de los soldados de origen norteamericano. Me pregunto aquí, por cierto, qué lealtad tendrían hacia España los españoles de origen magrebí caso de un conflicto con Marruecos a propósito de Ceuta, Melilla o las Islas Canarias. Y tengo la impresión que el uso de prendas como el chador, el burka o similares son señales claras de “movilidad mental”, de lealtad al menos “dividida”, de modo que nada me extraña que la desconfianza y la discriminación hacia los magrebíes sea generalizada. De nuevo, no digo que sea lo correcto, digo que es el comportamiento lógico por parte de los individuos del grupo mayoritario, en este caso, de los españoles asentados desde siempre. De igual manera, el mantenimiento por parte de los gitanos de comportamientos propios de su pasado nómada cuando están en un entorno urbano, sólo puede ser señal de su adscripción a esa misma “movilidad mental” que alimenta la desconfianza y obstaculiza la superación de la preferencia por la discriminación.  Las reglas de la convivencia en un bloque de pisos exigen unos comportamientos que nada cuadran con las adecuadas y posibles en un carromato. Dicho de otra manera, el análisis realizado conduce a la conclusión de que, si se quiere su integración y la paulatina desaparición de la preferencia por la discriminación en su contra,  la renuncia de esos grupos discriminados a los rasgos de su cultura que más chocan con la cultura del grupo mayoritario parece inevitable.

 

La integración se presenta aún más difícil, como se ha señalado, para aquellos colectivos en los que la mayoría de sus miembros sufren el paso del nomadismo a la sedentarización como una descualificación de su capital humano o bien poco de valor tienen que agregar en sus relaciones con los miembros del grupo mayoritario. Las dificultades para la integración de los gitanos en las sociedades payas no sólo se ven obstaculizadas por las diferencias de comportamiento ya mentadas, sino también al escaso valor que las economías  desarrolladas  dan a sus tradicionales tareas económicas. La venta ambulante y los trabajos de artesanía tradicionales de poco valen en estos ambientes urbanos, por lo que fuera de aquellos que encuentran acomodo en actividades artísticas o se incorporan a los procesos de educación del resto de la sociedad, pocas alternativas laborales tienen delante los gitanos. No es por ello nada extraño el recurso por parte de sus miembros  a actividades económicas ilegales (tráfico de drogas), redistributivas (mendicidad) o económicamente destructivas (delincuencia), lo cual, ciertamente, no favorece la desaparición de esa preferencia por la discriminación generada históricamente.

 

Finalmente, hay que señalar que aquí, como en otras circunstancias, la intervención del Estado puede ser contraproducente. Esa intervención va normalmente dirigida a compensar la discriminación mediante medidas de acción afirmativa o “discriminación positiva”. El resultado es que en vez de pagar un “precio” o una “cuota” positiva por integrarse, reciben un entero conjunto de subvenciones explícitas o implícitas por hacerlo, subvenciones  que han de sufragar los miembros del grupo mayoritario ya establecido.

 

Medidas como la reserva de plazas en el sistema educativo, las ayudas en la concesión de viviendas o para el pago de alquileres, la tolerancia ante el fraude fiscal, la permisividad con sus costumbres tradicionales aunque choquen con las del grupo mayoritario, etc., no sólo en nada ayudan a que los miembros del grupo mayoritario modifiquen su actitud ante los recién llegados sino que exacerban su preferencia por la discriminación en la medida que han de pagar los costes de la integración. Y, en otro sentido, esa actitud paternalista por parte del Estado se olvida de la validez en este campo del hábito de juzgar la calidad por el precio, es decir, al rebajar el coste de la integración, al poner la integración demasiado fácil  se cae en el riesgo de que quienes han de integrarse cuestionen la valía de la cultura del grupo al que se integran, con el riesgo para su permanencia que ello supone. No son baladís estos considerandos si se tiene en cuenta que la estrategia E de desconfianza puede transmutarse en una estrategia de expulsión o, incluso, y hay abundancia de aterradores ejemplos históricos, en una de exterminio.       

 

[1]Obsérvese que la matriz de pagos es simétrica , es decir, que dadas las cifras que se han elegido en su construcción el valor de la colaboración o del engaño del grupo N para el grupo S es el mismo que el valor para N de la colaboración o el engaño por parte de los miembros del grupo S.

[2]En este caso, la matriz de pagos anterior ya no describiría la interrelación, pues dejaría de ser simétrica. Es decir, el valor para S de que el grupo N elija, por ejemplo, la estrategia C es mucho más pequeño que el valor para  N de que el grupo S elija C. Dicho de forma más simple, en la realidad, S tiene mucho menos que perder por la no colaboración por parte de N que lo que N tiene que perder si S no coopera.

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  1. en respuesta a Fernando esteve
    -
    #16
    25/09/10 17:29

    Si las acciones buenistas hubiesen servido Africa no estaria como esta....
    hay un documental interesante (lastima que no tengo la traduccion)

    Confio mas en el mundo de accion, el empresarial que en todas las teorias economicas, que acaban direccionadas solo a los puntos que interesa, cuando toca.

    Las teorias estan bien cuando dejan que se apliquen bien. La visión pragmatica...es la que nos sacara del laberinto.
    Este ocumental claro como se activa la economia,con comercio, con empresas, ayudando a las empresas existentes a crecer.

    http://www.umbele.org/umbele/ca/
    quizas exista una traduccion porque se paso en telemadrid..

  2. en respuesta a Contracorriente
    -
    #15
    25/09/10 17:17

    Jesus,ya me gustaria tener memoria de elefante...hubiese tenido que estudiar menos en los examenes memoristicos......

    es mas facil, almaceno en mi blog articulos y fragmentos interesantes y cuando debo buscar algo...voy muy rapido.

  3. en respuesta a Pache73
    -
    #14
    24/09/10 16:32

    Pues, como díces, sí, la teoría de juegos avala en este caso el uso de la mentira, el engaño o el fraude como mejor estrategia individual.
    Como yo también he padecido como tú las políticas basadas en el "buenismo" antropológico que comparten nuestras élites políticas y mediáticas, da igual que sean de derechas o de izquierdas, pues viven en lugares donde la emigración sólo se traduce en salarios más bajos para el servicio. O sea, como me ha tocado vivir de cerca la discriminación que se da en nuestros colegios públicos contra los hijos de los nacionales, entiendo perfectamente lo que me planteas. El problema de fondo, como te has dado cuenta, es que es perfectamente compatible la discriminación grupal del grupo A respecto al B, a la vez que exista una discriminación inversa de los individuos del grupo B sobre los del grupo A cuando se aplican las políticas antidiscriminación. Supongamos que el poder del grupo A lo podemos señalar por P y que el poder del grupo B es p, tal que P > p, por lo que A puede discriminar a B colectivamente, pero puede suceder que como el grupo A tiene N miembros y el grupo B sólo n, entonces P/N < p/n, es decir que el poder de cada miembro del grupo mayoritario aisladamente considerado puede llegar a ser más pequeño que el poder de cada miembro del grupo minoritario, y esto sin tomar en consideración la facilidad para llegar a tomar acuerdos colectivos de los grupo más reducidos versus los grupos numerosos relativamente. Me imagino que esto que planteo ya estará escrito en algún lado, pero por si acaso voy a ver si hago un modelo sencillito y lo cuelgo en el blog.

  4. en respuesta a Ramon13
    -
    #13
    24/09/10 12:58

    Je je je, Ramón, como siempre me dejas sorprendido con la cantidad de links y referencias que manejas... muchas gracias.
    Oye, el inicio del libro de Hirschmann ¿lo sabías de memoria o es que lo tenías a mano?

    Un abrazo,
    Jesús

  5. en respuesta a Fernando esteve
    -
    #12
    23/09/10 14:58

    Totalmente de acuerdo. Sólo una duda: ¿Explicaría la teoría de juegos la introducción de la "mentira" o la "trampa" para lograr plaza en colegios públicos o concertados? Si a las facilidades para los hijos de los emigrantes se le suma la "popularización" de engaños en el padrón o en los datos de la renta per cápita, ¿no es racional individualmente recurrir a la misma trampa? De otro modo parece que es sólo tu hijo el que sale perdiendo.

    Apasionante A.O.Hirschman: Recomendado por tí hace ya muchos años y aún no olvidado (no como tantas y tantas cosas que se "aprenden" en la facultad).

  6. en respuesta a Contracorriente
    -
    #11
    22/09/10 20:46

    http://www.eumed.net/ce/2006/jhpf.htm#_edn6
    Albert Otto Hirschman, aqui hay algo mas de su historia

  7. en respuesta a Fernando esteve
    -
    #10
    21/09/10 10:11

    Pues no, no tenía ni idea... Sí sabía que había sido amigo de Von Neuman, pero no tenía ni idea de que había sido brigadista. Ya me ha animado a buscar algo mas sobre su vida.
    ¡Caramba! Siempre acabo aprendiendo algo de usted.
    ¡Un saludo!

  8. Top 100
    #9
    20/09/10 22:44

    Excelentísimo artículo.
    Yo difiero un poco sobre el tema de declarar como perjudicial la "discriminación positiva" estatal. En un análisis de corte local, el inmigrante es "invasor" y de alguna manera "enemigo", pero como señalé en mi post Pobreza y riqueza: ¿Burbuja del mercado laboral?, la pobreza en cualquier parte del mundo puede terminar quitándole el trabajo a los que viven mejor.

    La inmigración no es ninguna ganga. Abandonas tu patria, tu familia, en busca de un destino incierto en una tierra extranjera en busca de empleo, lo cual demuestra que los pobres no quieren que les regalen nada, sino que buscan empleo.

    "Afortunadamente" para los que no gustan de la inmigración, en lugar de llegar inmigrantes, los empleos se están fugando a los países de los cuales podría venir la inmigración. De esta manera se equilibra la balanza. Así no hay necesidad de discriminación ni racismo, y se pone en evidencia que la pobreza de otros hace perder empleos a los que o son pobres.

    La riqueza y la pobreza pueden no ser más que una burbuja que revienta en un mundo globalizado...

  9. en respuesta a Contracorriente
    -
    #8
    20/09/10 22:35

    “Bajo cualquier sistema económico, social o político, los individuos, las empresas y los organismos en general están sujetos a fallas en su comportamiento eficiente, racional, legal, virtuoso o, en otro sentido, funcional”Albert O. Hirschmann.

    Un genial libro.

  10. en respuesta a Contracorriente
    -
    #7
    20/09/10 20:57

    De acuerdo en todo lo que me dices. Y, por uno de esos azares,me han devuelto mi ejemplar de "Salida, voz y lealtad" hace dos días tras larguísimo préstamo...y me he puesto a releerlo. ¡Dios! ¡Qué listo era ése hombre! Y qué vida tuvo. ¿La conoces? Es auténticamente apasionante. ¿Sabes que estuvo en las Brigadas Internacionales en la Guerra del 36? Y que era amigo de Einstein y de Von Neuman.

  11. en respuesta a Fernando esteve
    -
    #6
    20/09/10 20:45

    Lleva toda la razón.
    Mi pregunta debería haber sido mas bien ¿quién da el primer paso? pero referida a individuos en situación de competencia en igualdad, como puede ser el caso de las dos tiendas manchegas en los años 50, o de los soldados de su ejemplo. Es decir, cuando la matriz es simétrica.
    En el caso de los inmigrantes, la matriz no es simétrica, por lo que éstos, los recién llegados, tienen mucho mas que perder si no colaboran en su integración. Obviamente cuando la matriz no es simétrica está claro quién debe dar el primer paso. Gracias por su apreciación.

    Si que tengo hijos, no en edad escolar, pero van a la guardería. Y para entrar en la guardería pública hemos tenido que sufrir los criterios de evaluación a los que alude, en los que los inmigrantes tienen preferencia. También tiene razón sobre los comentarios en los centros de salud, así como de la congestión en ellos (con hijos en edad de ir a la guardería, me paso bastante tiempo en el pediatra de mi centro de salud). De todas formas, creo que es un poco exagerado decir que no se exige nada a los inmigrantes a cambio, ya que pagan impuestos igual que todo hijo de vecino.

    Perdón si me extiendo demasiado, no quiero terminar sin una reflexión sobre la pertenencia a un club. Seguro que habrá leído el libro "Salida, voz y lealtad", de Albert O. Hirschmann. Recuerdo que en el se planteaba que los miembros que para entrar en un club sufren una iniciación dolorosa o costosa, tienden a demostrar un mayor apego hacia el mismo (lealtad). Igual imponer unos mayores costes de entrada a los inmigrantes aumentaría el apego de ellos hacia nuestro país. Pero, claro, eso es lo que me dice la cabeza, no el corazón, porque ya debe ser duro de por sí ir a vivir a un país extraño.

    Un abrazo.

  12. Top 100
    #5
    20/09/10 20:03

    Magnífico artículo.
    Imprescindible ver "senderos de gloria" de Kubrick sobre otras maneras de exaltar la combatividad por parte del Estado Mayor en las trincheras de WWI

  13. en respuesta a Contracorriente
    -
    #4
    20/09/10 19:29

    Me parece muy bien tu crítica. En un "post" no hay espacio para explayarse con amplitud y justificar un punto de vista (y eso que mis entradas pecan de longitud y densidad como a veces me recordais). El caso que me planteas es el de quién ha de dar el primer paso en cualquier interacción entre individuos cuyas intenciones se desconocen mutuamente. Pues bie, en nuestra cultura, asumimos que ese primer paso lo ha de dar siempre el que llega después.Es quien ha de hacer el esfuerzo. Imagináte que estás en un bar y llega alguien de nuevo. ¿Quién ha de presentarse y mandar las señales(incluso pagar una ronda) si pretende ser bien recibido? El nuevo ¿no?. El refrán de "donde fueres haz lo que vieres" no es sino la manifestación en la sabiduría popular de la forma de proceder en esos casos. Y, entonces, ¿cómo esperas que van a reaccionar quienes están ya en una sociedad creando, compartiendo y pagando un capital social y ven que el Estado les exige una radical inversión de ese conocimiento tácito que regula las relaciones entre los que ya están y los que llegan de nuevas? Una sociedad es como un "club", a nadie se le obliga formar parte de él, y si quieres entrar sabes que hay unas normas y costes. Lo siento por los afectos al "buenismo", pero me parece lógico que quienes ya están en ese club, y pagan sus impuestos y cuotas para su mantenimiento, no vean con buenos ojos las políticas de integración que no exigen nada de los recién llegados, y exigen que los costes los paguen ellos. No sé si tendrás hijos en edad escolar pero te aseguro, porque me he pasado suficiente tiempo en parques cuidando a mi hijo, que la política de reservar plazas a posibles hijos de emigrantes que se traducía en que los españoles no tenían plaza no ha hecho nada por la integración de los emigrantes. Y pásate por un centro de salud y oye lo que se dice. Y no te digo nada de quienes han de convivir con pisos de acogida para gentes de grupos marginales que ven cómo sus viviendas, donde han invertido todo su capital, se desvalorizan. Para todas estas gentes, y son muchas, las políticas de integración diseñadas por quienes viven en urbanizaciones exclusivas y llevan a sus hijos a colegios privados y no han de soportar la congestión de los servicios de salud, o sea, para quienes no son ni políticos ni periodistas, no sólo les parecen un regalo que han de pagar ellos sino que, encima, reciben una descalificación moral si se oponen o las critican. Como economista, sólo puedo decir que la Teoría de Clubs (una parte de la teoría de los bienes públicos)establece lo que digo en el post: o sea, que quien quiere participar en un colectivo ha de pagar una entrada y contribuir a los costes de su mantenimiento.

  14. #3
    20/09/10 18:44

    Hola profesor,
    Enhorabuena por el post.

    Lo cierto es que me trae a la memoria otro post de usted del año pasado, “DEMASIADO MERCADO. El mercado como un recurso de propiedad común”. Comentaba usted el caso de dos tiendas de un mismo pueblo manchego en los años 50, que continuaban abiertas hasta bien entrada la tarde, cada una esperando que la otra cerrase primero. Me parece que en ese caso podríamos esperar algún tipo de acuerdo implícito entre ambas tiendas, dado que lo mas provechoso para ambas tiendas sería colaborar, acordar la hora de cierre o hacerlo de forma implícita (yo cierro antes y abro mas temprano por la mañana, mientras que tu cierras mas tarde por la noche, y abres mas tarde por la mañana). Podía haber surgido algún arreglo de este tipo, mas aún si tenemos en cuenta que en este juego los jugadores no actuarían una sola vez, sino que son tiendas que (presumo) llevarían años abiertas.
    Sin embargo, según lo que nos cuenta, esto no era lo que ocurría, sino que ambos vigilaban a la tienda de la competencia para ver quién cerraba primero. Es decir, primaba la conducta tipo E no colaboradora, sobre la tipo C colaboradora.

    Lo cual me lleva a preguntarme ¿qué lleva a que uno de los dos competidores pase de una conducta no colaboradora E a una de colaboración C? ¿Qué motivos puede tener un individuo para renunciar a ser racional desde el punto de vista individual, sabiendo que su conducta irracional le puede llevar a sufrir una pérdida mayor? Dado que esos comportamientos irracionales existen (como pone usted de manifiesto con el ejemplo de los soldados) ¿qué es lo que lleva a una de las partes a “dar el primer paso”, aunque sea un primer paso irracional? ¿Acaso “espera” cierto grado de “buena voluntad” por parte del competidor?

    Si esto es así, y llevándolo al caso de las políticas de inmigración, aventuraría en ese caso que las políticas de discriminación positiva hacia los inmigrantes no serían otra cosa que una “apuesta” por parte de los dirigentes del grupo mayoritario a que el grupo de nómadas mostrará cierta “buena voluntad”; son una especie de “primer paso” del grupo mayoritario, esperando que los inmigrantes adopten también una postura colaboradora hacia su integración.

    De acuerdo con este planteamiento, en mi opinión lo que causa rechazo entre la población del grupo mayoritario no es la política de “discriminación positiva” en sí, sino que ésta se percibe como algo no deseado e impuesto por los dirigentes o políticos del grupo mayoritario, que hacen recaer el coste de una política no deseada sobre los miembros del grupo mayoritario. Así que no estoy muy de acuerdo con su planteamiento de que las políticas de discriminación positiva sean contraproducentes: todo dependerá de cuáles sean los deseos reales del grupo mayoritario.

    Saludos cordiales.

  15. #2
    20/09/10 12:52

    Uno de los padres del liberalismo político, John Locke, en su 2º tratado sobre el gobierno civil, creía en la democracia como única opción posible para el libre mercado ya que obligaba a "repetir el juego" del que hablas de forma indefinida.

    Es decir, que las normas que escribían los gobernantes serían aplicadas a ellos mismos cuando finalizara su mandato.

    un saludo!

  16. Top 25
    #1
    20/09/10 01:50

    Magnífico artículo!! Conocía ya el Dilema del Prisionero, en sus dos versiones (simple y repetición indefinida), y hasta lo de la pasividad de los soldados... pero nunca se me había ocurrido la extensión a la sociedad actual y a las minorías poco integradas, y me ha parecido un magnífico ejemplo. Y desde luego, lo de que la intervención del estado resulta contraproducente es innegable, lo primero que se critica de los inmigrantes es que se llevan todas las ayudas antes que los de aquí... producen más racismo esas ayudas que cincuenta Berlusconis!!

    s2 y enhorabuena!