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                                       FERNANDO ESTEVE MORA

Pertenezco a aquella parte de una generación que se formó en colegios de curas y de monjas en aquellos ya lejanos tiempos del franquismo. Lo que eso supuso es que los que padecimos esa "formación religiosa" además de la otra (la llamada rimbombantemente "formación del espíritu nacional") nos vimos sometidos a una especie de bombardeo intelectual masivo y continuo pero, también y sorprendentemente a pesar de su intensidad, bastante ineficaz para ellos, es decir, para quienes nos bombardeaban.

Y es que, al igual que ocurrió con los bombardeos a las poblaciones civiles de Londres o Dresde en la II Guerra Mundial, en que, en vez de conseguir de la población aterrorizada la  desmoralización, el desapego hacia sus dirigentes o las ansias de rendirse, los bombardeos por contra reforzaron su voluntad de combatir, tampoco el bombardeo mental a que nos sometieron los curas y monjas tuvo los efectos deseados por ellos. No diré que todos (pues hubo algunos más débiles que sí se "rindieron"), y ni siquiera que la mayoría, pero sí que hubo muchos de quienes asistimos a esos colegios que acabamos siendo todo lo contrario de lo que pretendían nuestros "bombardeadores": acabamos siendo agnósticos, ateos, anticlericales y -algunos incluso- hasta anticristianos.

No era así en absoluto infrecuente que fuéramos los alumnos de los colegios de curas y de monjas quienes tuviésemos a gala expresar sentimientos y opiniones anticlericales así como comportarnos de modo radicalmente opuesto a lo que nos prescribía esos curas y monjas que sistemáticamente trataban de "abollarnos el cerebro". Dicho de otra manera, tengo la impresión de que  éramos por término medio los de los colegios de curas y monjas más pecadores de palabra y de obra que los de institutos públicos, cosa que por cierto no era tan difícil en aquellos tiempos del final de la dictadura como podría pensarse pues-¡vaya paradoja!- creo que hacerlo resultaría hoy día más difícil dada la efectividad de esa suerte de "vigilantes"  de los sentimientos y opiniones anticatólicas que es suerte de policía mental que es la Asociación de Abogados Cristianos, que cual moderna Inquisición siempre está dispuesta a usar del brazo secular de la ley para perseguir a quienes se atreven a expresar sentimientos y opiniones para ellos  pecaminosas por ofensivas a sus particulares sentimientos religiosos

Con el tiempo supe que nuestra reacción, o mejor, sobrerreacción, la de aquellos que nos salimos del redil mental curil, estaba ya bien codificada y estudiada. Se la conocía desde 1953 en Psicología Social como efecto boomerang o efecto reactancia, y se refería a las consecuencias no intencionadas o no previstas que, en forma de rechazo más o menos total, se derivan para quienes difundían una información con finalidad de persuasión de las circunstancias del propio proceso de comunicación. O sea, que en presencia del efecto boomerang la gente hace o piensa lo contrario de lo que quien trata de persuadirla quiere  que haga o piense, de modo que sus persuasión es ineficaz.

Entre las varias posibles circunstancias que provoca la aparición de un efecto boomerang está  la restricción de la libertad de información de quienes se intenta persuadir y la carencia de autoridad moral o informativa del persuasor(ver nota al pie de página). Dicho de otra manera, el efecto boomerang viene a decir que los individuos tienden a descreer de la información que se les suministra monopólicamente o monolíticamente. De modo característico o típico, este efecto boomerang, también llamado  sesgo de anticonformismo en quienes  se trata de persuadir es más fuerte o intenso cuanto más agresivo es el comportamiento del persuasor.

El sesgo de anticonformismo es uno de los muchos sesgos o atajos mentales (llamados pedantemente "heurísticas") que se estudian en Economía del Comportamiento como fuente de conductas que, a veces, se alejan de lo que sería lo racional. Como otros "sesgos" (como el de
"ancla y ajuste", el "error fundamental de atribución", el "sesgo de disponibilidad", etc. Hay más de cien de estos sesgos, véase "sesgos de comportamiento" en la Wikipedia), el conocerlos, el saber que están ahí en nuestras mentes, nos hace ser más precavidos, y nos lleva en consecuencia a tomar decisiones más racionales. Estoy seguro que muchas de nuestras conductas y opiniones de por entonces, que nos llevaban a "pecar" y blasfemar por el mero hecho de hacer lo contrario de lo que se nos pedía en las aulas de los colegios, eran irracionales y fruto de ese sesgo, de ese efecto boomerang,

En Economía la asunción de la existencia y relevancia del efecto boomerang ha tenido enormes consecuencias en los sectores de la publicidad y de la comunicación. Así, por ejemplo,  respetar y aceptar  la capacidad y la libertad del comprador/consumidor es esencial en cualquier campaña publicitaria masiva es un principio esencial si no se quiere que tenga consecuencias no intencionadas (el famoso "busque, compare y si encuentra algo mejor, cómprelo" fue paradigmático a este respecto), de modo que todas las campañas de venta tratan desde hace tiempo de orientarse más hacia el "nudging" (el pequeño empujón), o sea, buscan  la persuasión suave, indirecta, que hacia el "abollamiento" y machaque cerebral por repetición y abuso como el que hacían las curas y monjas de mis tiempos.

Por lo que sé no hay coincidencia entre los psicólogos acerca de la explicación del "efecto boomerang". Al menos la Wikipedia ofrece tres teorías psicológicas diferentes que podrían explicar este fenómeno. Yo, desde la Economía, puedo ofrecer otra que no requiere de ningún presupuesto acerca de cómo funciona nuestra mente, salvo -eso sí- el presupuesto típico entre los economistas de que los seres humanos somos (o tratamos de ser) instrumentalmente racionales.

Mi "teoría" es muy simple. Y se basa en un hecho indudable: el que la información es asimétrica. Es decir, que nadie lo sabe todo de "algo". Algunos, ciertamente, siempre saben más que otros, y de ahí lo de la asimetría informacional. Pero nadie lo sabe todo, todo, de "algo", completamente. Ello implica que a la hora de conocer o saber sobre "algo", un individuo cualquiera se vea obligado a buscar más información de la que ya tiene. Todos buscamos más información cuando "algo" es de nuestro interés, con el objetivo de hacernos una idea más certera o ajustada de ese "algo" a la hora de decidir qué vamos a hacer al respecto.

Dicho de otro modo, para saber más de "algo" todo el mundo  utiliza una metodología estadística, aunque no tengamos ni la menor idea de la Ciencia de la Estadística. Sencillamente cuando no sabemos lo suficiente sobre "algo"  preguntamos (o sea, nos informamos) en diferentes fuentes, y luego contrastamos de alguna manera las diferentes informaciones que nos han sido suministradas. O lo que es lo mismo,  les asignamos consciente o inconscientemente a las distintas informaciones u opiniones que hemos recogido diferentes probabilidades de verdad,

Y de ahí, de esa evaluación  extraemos "nuestra" verdad, nuestra particular opinión acerca de ese "algo", es decir lo que para nosotros es cierto . O sea,  que nos hacemos una idea acerca de la verdad de "algo", de una información, de una opinión, de una noticia, a partir de una diversidad de opiniones o ideas cuya relevancia o valor relativo se lo asignamos en función de distintos parámetros (p.ej., la fiabilidad de esa fuente, su objetividad su autoridad moral o intelectual, su conocimiento, etc,). Dicho de otra manera: no hay ninguna verdad absoluta, todas son verdades estadísticas o esperadas.

Imaginemos que no tenemos ni reloj ni móvil. Preguntamos a dos personas. Una de ellas lleva reloj y otra no. Es decir, que la primera es más probable que nos suministre una información cierta o fidedigna  acerca de la hora que es que la segunda, pero no podemos estar seguros al 100% (puede suceder, a lo mejor, que su reloj vaya atrasado). De igual manera, cada uno sabe que dentro de su grupo de amigos o conocidos algunos son más fiables, informados,  creíbles que otros (que son más fantasiosos o mentirosos) respecto a cualquier cosa, ya sea algo que todavía no ha pasado como algo que ya sucedió en el pasado.

Y si esto es así, ¿qué ocurre cuando se nos prohíbe acceder a alguna fuente de información, cuando como pasaba en los colegios de curas y de monjas sólo se nos suministraba como información sobre el mundo la que provenía de las enseñanzas de Nuestra Santa Madre Iglesia Católica; Apostólica y Romana? Pues sencillamente, que sabíamos RACIONALMENTE que la información que nos daban curas y monjas era necesariamente incorrecta por parcial o sesgada ya que había otras opiniones distintas.

Pero, además pasaba otra cosa, y es que como no disponíamos de otras fuentes alternativas a la hora de que cada uno buscase su verdad promediando o sea dando ponderaciones tanto a la más que conocida verdad religiosa de los curas como a la desconocida por prohibida "verdad" alternativa, nos veíamos obligados a estimar esas otras opiniones o verdades que se nos ocultaban.

Y entonces pasaba algo muy semejante a lo que se conoce como "maldición del ganador", y es que tendíamos a darle más peso, más credibilidad a cualesquiera opiniones que fuesen perseguidas por el monopolio intelectual eclesiástico de entonces que a las que éste transmitía. Y de ahí el efecto boomerang origen del sesgo anticonformista anticlerical que nos caracterizaba.

Imaginemos que hay un tarro conteniendo monedas de euro. No sabemos cuántas hay, ni siquiera vemos el tarro. No sabemos su tamaño; no tenemos ni la menor idea de cuántas monedas contiene. Pero, ¡tranquilos!.  tenemos para ayudarnos a dos "expertos" entendidos en la "ciencia" de adivinar el contenido en euros de los tarros. Estos expertos han tenido el tarro en sus manos, han notado su peso, y han llegado a sus propias estimaciones. Uno de ellos, el pesimista, estima que en el tarro hay 100 euros y el otro, el  optimista, 200. Ahora bien, si no sabemos más, ¿cuál sería nuestra particular idea de la cantidad de euros en el tarro? Si no tenemos ninguna razón para darle más valor a la opinión u estimación de uno u otro experto, entonces, lógicamente, deberíamos de darles la misma probabilidad de que estuviesen equivocados o acertados en sus estimaciones. Es decir, que lo lógico es que le diésemos  un 50% de probabilidades a cada uno de acertar (o de errar), por lo que nuestra particular opinión, a partir de la información de los expertos, nuestra particular verdad sería que en el tarro hay 150 monedas de euro.

Supongamos ahora que el primero, el pesimista,  logra por razones desconocidas que se prohíba al otro, al optimista, hacer estimaciones o ponerse en contacto con nosotros. De modo que ya no tenemos acceso a sus opiniones. Se repite entonces  el experimento y se nos dice que el nuevo tarro es más grande que el de antes.  La estimación del ahora único estimador que queda, es decir, el pesimista es la de que en el tarro hay 200€. La pregunta es cuál sería nuestra particular opinión acerca de cuántas monedas hay en el nuevo tarro ahora que no se nos permite conocer la estimación que haría el estimador optimista.

En el experimento anterior, supusimos que, en ausencia de más información, el error de cada uno de los expertos estimadores  era de un 50%, o sea, que tanto el estimador optimista como el pesimista se equivocaba en un 50%. Pues bien, ¿supondría esto que en el nuevo experimento, nuestra particular estimación debiera ser de que en el nuevo tarro hay 300€, es decir, compensando en un 50% hacia arriba la estimación de 200€ del único estimador que hay ahora: el pesimista?
 
Si así lo hiciésemos seríamos irracionales: nos estaríamos olvidando del Teorema de Bayes. Y es que el mero hecho de que el estimador optimista haya sido expulsado del experimento por razones desconocidas por las presiones del estimador pesimista agrega una nueva y muy útil información. Concretamente aumenta nuestras dudas acerca del valor de sus estimaciones en la medida que ha recurrido al procedimiento de expulsar al otro, de impedir la competencia informacional.  Dicho de otra manera. Una persona racional le concedería menos peso (una menor probabilidad de que su estimación fuese correcta) a la estimación del (ahora único) estimador  por el hecho de haberse quedado como monopolista de las estimaciones prohibiendo que conozcamos las estimaciones del otro. Y éste es el origen racional del "efecto boomerang" y del sesgo al inconformismo, que puede llegar al extremo de negar ninguna validez a las estimaciones o informaciones o verdades de ese único proveedor de información. Sencillamente sucede que disminuimos el porcentaje de fiabilidad de las informaciones que se nos suministran cuando el suministrador ha acabado con las posibles fuentes de información competitivas.

Fue este mi caso cuando joven:  la monopolización ejercida por los curas en mi formación me llevó a asignar probabilidad cero a la valía de sus opiniones sobre Dios, la "otra vida", la "virginidad" de la virgen María y demás cuentos que nos contaban. Nada de lo que he aprendido desde entonces me ha llevado, por cierto, a revisar esa probabilidad al alza

Y lo anterior viene al caso de algo más importante y de posibles y terroríficos efectos, cual es la información que tenemos acerca de la actual guerra de Ucrania.

Veamos. Si algo debería ser sorprendente y, a la vez, indignante, es el absoluto monopolio en los medios de comunicación públicos y privados del mundo occidental de las posiciones pro-ucranianas en ese conflicto. ¡Ojo! Que no me refiero a las posiciones éticas o morales. No me estoy refiriendo a la asignación del apelativo de bueno o malo a uno u otro de los contendientes. Me refiero a las informaciones que nos dan esos medios de comunicación (así como nuestros dirigentes y políticos) acerca de lo que está ocurriendo y de lo que puede ocurrir tanto en los "campos de batalla" militares como políticos.

Pues bien, no creo que sea cuestionable la opinión de la que parto. Y es la de que las poblaciones del mundo occidental estamos sujetas a una auténtica dieta informativa que refleja única y exclusivamente los puntos de vista y las posiciones de Ucrania. Dieta  que, en el caso de España, adopta tintes absolutamente increíbles dado que a los ciudadanos españoles a diferencia por ejemplo de los ciudadanos norteamericanos se nos impide el acceso a las fuentes de información rusas y prorrusas con la increíble justificación de que no son confiables, es decir, que son desinformación, que son propaganda. ¡Como si no lo supiésemos!

En mi caso, lo que está sucediendo me retrotrae de modo directo a mi juventud en los distintos colegios de curas por los que pasé, en donde se me decía que el conocimiento concreto de cualquier autor ateo, anticlerical o anticristiano me estaba vedado y no sólo porque fuesen malos moralmente sino porque de salida estaban equivocados, de modo que al impedirme acceder a ellos me estaban protegiendo y velando por mi salud mental. 

Pues bien, ¿cómo puedo opinar de otra manera cuando todos los periódicos, radios y televisiones, sean del bando político que sean,  cuentan todas esas fuentes informativas exactamente lo mismo  respecto a lo que sucede, lo que puede suceder  y explican de la misma manera  este conflicto, y cuando adicionalmente se nos impide el acceso a las fuentes de información o mejor, desinformación rusas para que no nos perviertan intelectualmente? En esa malísima praxis profesional, ese mal periodismo, manipulador hasta lo indecible, ha de destacarse la increíble sesgada información de la radio y la televisión públicas , pues deberían ser estos medios de información (o de "formación de masas", más bien) los que a diferencia de los privados se distinguiesen por su neutralidad informativa pero cuyos actuales "profesionales", a lo que parece,  no sólo se han propuesto sino que lo han conseguido superar en manipulación y desinformación en esto del conflicto entre Rusia y Occidente a sus viejos "compañeros" de la radio y televisión "nacionales" en tiempos de la dictadura franquista,  y ¡mira que estos ya pusieron el listón de la mala praxis a una altura difícilmente superable".

Ahora bien, sabiendo del "efecto boomerang", he tratado esta vez conscientemente de no caer en el "sesgo del anticonformismo" en que caí de joven, o sea, he tratado de no hacerme pro-ruso al igual que me hice ateo y anticlerical de salida cuando era joven. He intentado así -y me ha sido difícil dado el clima de tensión y exasperación- de no ser prorruso como mecanismo de defensa frente a  las opiniones e informaciones de los "monopolistas" de la información occidentales, pero también he buscado  no caer en el conformismo y la obediencia y convertirme en antirruso, que es lo que ahora se nos exige a todos desde los medios de comunicación y desde todos los demás poderes, pues no puedo olvidar el hecho de que la exclusión de las informaciones procedentes del bando ruso es en sí una información relevante que lleva a descreer aún más de la valía, de la verdad, de esa homogénea información que nos suministran nuestros homogéneos y uniformados medios de información.

Pero, ¡mira que me lo ponen difícil! Vaya un ejemplo de ayer mismo. A lo largo de los ya dos años de esta guerra que, si bien empezó en 2014, experimentó un salto cualitativo cuando Rusia invadió Ucrania el 24 de febrero de 2014, los corresponsales españoles (por cierto, repito, unos muy malos profesionales todos ellos, en mi opinión, comparados por ejemplo con los periodistas norteamericanos ) nos han suministrado una abundancia de material gráfico e informativo que desmentía fehacientemente la idea Rusia estaría tratando de transmitir de que Rusia no había declarado la guerra a Ucrania, de que su invasión no es una guerra con "todas las de la ley", sino una suerte de extraña "operación militar especial" entre cuyos objetivos no estaría entonces el machacar a la población civil, de modo que sólo se producían esos daños a consecuencia no intencionada de los enfrentamientos.

Frente a esta idea defendida y transmitida por Rusia, nuestros medios de comunicación se han hecho eco repetido de las situaciones en que ha muerto población civil y han sido dañados edificios y otras infraestructuras civiles  lejos de las zonas de combate, o sea, sin ningún valor estratégico militar . Con la obvia implicación de que, entonces,  estos daños no serían  daños colaterales y no intencionados, sino todo lo contrario, previstos y buscados. Era un argumento fuerte, en principio, aunque, como economista he de decir que siempre me ha extrañado la "racionalidad" en términos de coste-beneficio para Rusia de que su ejército  utilizase unos carísimos cohetes y misiles para destrozar los pisos y acabar con las vidas de  unos cuántos y desafortunados civiles ucranianos sin el más mínimo valor militar. Usando de otras fuentes informativas no occidentales (medios de comunicación indios, árabes y argentinos) había sabido que los rusos achacaban de modo directo esas muertes y destrucciones a la actividad de la propia defensa antiaérea ucraniana: sencillamente ocurría que cuando un cohete ucraniano no lograba interceptar a un cohete ruso donde cayese iba a provocar destrucción, y si caía en zona urbana, ello implicaba muertes de civiles con seguridad. Pero, en cualquier caso, esta era una relativamente débil "defensa" y no cuestionaba de modo claro la tesis de los medios occidentales de que los rusos estaban atacando directa y voluntariamente a la  población  civil. En suma que mi ponderación entre unas y otras opiniones  acerca quién era responsable de esas pérdidas civiles estaba en el aire.

Pero, héte aquí que ayer se descuelga Zara diciendo que a partir del 1 de Abril va a proceder a reabrir las 20 o 30 tiendas que el grupo Inditex tenía en distintas ciudades ucranianas y que cerró cuando empezó la invasión rusa. Ni qué decir tiene que esa posición del grupo que dirige Amancio Ortega es una nueva y valiosísima información que respalda a las claras la posición rusa, y hace dudar aún más acerca de la fiabilidad de las informaciones de los monopolizados y monolíticos medios de comunicación occidentales, pues resulta obvio que Zara no reabriría en Ucrania sus puertas si creyese/estimase  que corre un riesgo claro y patente de sufrir ataques rusos  con los correspondientes daños patrimoniales. Más bien lo que parece es que, tras dos años largos de guerra,  considera que Kyev y las otras grandes ciudades ucranianas han estado al final y están (un poco) al margen de la guerra, de modo que  en ellas puede seguir haciendo negocio; haciendo lo que tan bien sabe hacer, que no es  vendiendo ropa y pertrechos militares, sino ropa de moda y artículos de hogar de diseño (lo cual por cierto lleva a plantearse la espinosa cuestión de que de dónde sale la renta de sus clientes ucranianos dada la contracción económica que Ucrania está experimentando por la guerra que se estima en más del 35% de su PIB. Se diría que una parte de la ayuda a Ucrania proveniente  de los contribuyentes occidentales no se dirige a la compra de armas y municiones, sino que se redirige a la compra  de vestidos, camisas y demás cosas que se venden en Zara, Springfiel, Berksha, etc.).

Cunado era joven el descubrimiento que el monopolio educacional de los curas me había sistemáticamente engañado me llevó a la habitual crisis de fe y al sesgo anticonformista del que ya he hablado. No quisiera que las evidentes mentiras del monopolio informacional de los medios de comunicación occidentales me llevara a lo mismo.  Pero me lo están poniendo, como ya he dicho, difícil, muy difícil. Se queja la prensa tradicional de la falta de confianza en ella de la gente, y sobre todo de la más joven. Se queja de que en las más variopintas y contradictorias protestas se la acuse de "manipuladora" ( hay ya incluso un ripio que es lugar común; "prensa española, manipuladora") Y achacan ese comportamiento y ese descrédito a la competencia desleal de la información en las redes sociales. Y no, no se les pasa nunca "por la cabeza" la autocrítica. Imbuídos como están en su propia virtud como buenos monopolistas se comportan exactamente igual a como lo hacía la Iglesia católica cuando yo era joven, que echaba la culpa de su pérdida de relevancia entre los más jóvenes a sus competidores de todo tipo que iban desde el rock'n roll, a la libertad,  los comunistas, etc., etc,   
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NOTA: El "efecto boomerang" que lleva a descreer de quienes nos intentan persuadir en un entorno de ausencia de informaciones competitivas se opondría, en principio, a otro sesgo u efecto, al que el famoso Stanley Milgram analizó en sus estudios sobre la obediencia y que le llevó a concluir que el respeto a las figuras de autoridad (como pueden serlo, por ejemplo, los científicos o los sacerdotes) podía llevar a los individuos a hacer cosas que violaban sus presupuestos racionales y morales si estas figuras de autoridad así se lo pedían. Recuérdense los experimentos (cuya fiabilidad hoy se pone en cierto grado en duda) de Milgram en los que había un porcentaje elevado de individuos que, siguiendo las órdenes de quien creían que era un auténtico científico (en realidad, un actor con una bata de laboratorio), eran capaces de suministrar calambrazos de alto voltaje a (falsos) sujetos en (falsos) experimentos de estímulo del aprendizaje. Milgram pretendía con ellos demostrar que teníamos la tendencia a obedecer irracionalmente a las figuras a las que investíamos de algún tipo de autoridad.

Quizás este "sesgo a la obediencia" explique el que no todos los que pasaron (metafórica y algunos -muchos- hasta realmente) por las manos de los curas y monjas acabasen siendo descreídos y herejes. Hubo muchos que siguieron siendo creyentes y que, incluso, se metieron en la Iglesia- Pero, y esto no lo puedo demostrar empíricamente. mi apreciación es que hasta en un grado pequeño, el "efecto boomerang" fue masivo, es decir, que la mayoría de los que pasamos por colegios de curas y monjas nos vimos afectados por ello en sentido opuesto al que estos curas y monjas esperaban. Es decir que, hasta los que siguieron siendo "creyentes", lo fueron de una manera más diluida, menos en el fondo, más meramente formal

Y es que, sea el que sea el valor científico u objetivo de sus experimentos, lo que no demostró Milgram es que esa obediencia a las figuras de autoridad  cambiase las creencias de quienes obedecían, es decir, que fuese persuasiva. Es decir que quienes (creían) que estaban dando los calambrazos, por lo general, lo hacían contra sus gustos, deseos o preferencias. Lo hacían sólo porque la autoridad que conferían a quienes les pedían que así se comportasen les hacía descreer del valor, relevancia o verdad  de sus propios y personales deseos íntimos o creencias. 

 
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  1. Nuevo
    #1
    17/04/24 15:11
    Hola Fernando, vaya, que cosa esta de evitar la verdad. Que es una sola. Se cae a pedazos esta insidiosa manera neofeudal de control occidental, pero claro, siempre apuntando con el dedo...