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La Economía ortodoxa se ocupa de estudiar la forma más adecuada de gestionar los siempre escasos recursos de que disponen los individuos para que logren satisfacer lo más posible sus necesidades. Para la Economía ortodoxa nada importa de dónde vienen esas necesidades, si de la propia naturaleza humana vía genes, si de la cultura vía los procesos educativos en la familia y otras instituciones o de una mezcla más o menos equilibrada de ambas matrices.
 
Pero la elaboración teórica de la Economía requiere de tres supuestos sobre la estructura de las necesidades humanas. En primer lugar, está la hipótesis de que esas necesidades, una vez "adquiridas" por los individuos no son fácilmente modificables. Si lo fueran, si las necesidades humanas fuesen fácilmente manipulables, la Economía se quedaría sin ancla o punto fijo respecto a dónde juzgar la eficiencia con que un sistema económico las satisface.Y de ahí el nulo aprecio que los economistas ortodoxos tienen por economistas heterodoxos, como John Kenneth Galbraith, que sostienen que mediante la publicidad y la propaganda las empresas crean las necesidades que luego se ufanan en satisfacer.
 
En segundo lugar, la Economía necesita del supuesto de que las necesidades humanas son ilimitadas, o sea, en términos técnicos, que no hay un nivel de saturación universal para las necesidades, que todo consumidor siempre tendrá al menos un bien del que no esté saturado, es decir, del que quiera tener más unidades. Y, en tercer lugar, y en relación con el anterior, la Economía hace uso del supuesto de que las necesidades no están jerarquizadas, de modo que las habituales clasificaciones u ordenaciones jerárquicas entre necesidades a las que tan popensos son los psicólogos carecen de sentido a la hora de explicar los comportamientos individuales. Los individuos no siguen un orden predeterminado a la hora de satisfacer las necesidades que sienten, sino que las satisfacen en mayor o menor grado, sustituyendo el grado en que satisfacen unas en relación a las otras en función de los precios relativos de los bienes que las satisfacen así como de su nivel de renta. Es por el uso de este último supuesto que los economistas miran por encima del hombro construcciones psicológicas como la pirámide de necesidades de Abraham Maslow (consultar en la Wikipedia) que clasifica y jerarquiza las necesidades estableciendo implicitamente un orden temporal en su satisfacción.


Si nos centramos aquí en el análisis del segundo de los supuestos, el de la existencia de un número ilimitado de necesidades, se tiene que su papel no sólo es fundamental para construir la Teoría de la Demanda, sino que también juega un papel esencial en la "justificación" ideológica del crecimiento económico como objetivo central de toda sociedad humana al que se han de plegar cualesquiera otras consideraciones. En efecto, si nunca es posible llegar a un Nirvana de saturación de necesidades, nunca entonces el crecimiento económico perdería su aire de obligatoriedad incontestada.

 

Pero, ¿tiene este supuesto sentido? ¿Es razonable sostener que las necesidades humanas son ilimitadas? G.K.Chesterton dijo una vez que así como no había más colores primarios que los que hay,  de cuya combinación se deriva el resto de colores, y no se pueden inventar más colores primarios, tampoco hay más necesidades básicas o esenciales que unas cuantas. En la misma línea, Aldous Huxley, refiriéndose especificamente al caso de los placeres y sus fuentes, señaló en un ensayo titulado "Se busca un placer nuevo" (recogido en su libro Música en la noche) que "vivimos en la época de los inventos pero los descubridores profesionales han sido incapaces de idear alguna forma totalmente nueva de entretenimiento placentero, capaz de estimular nuestros sentimientos y de evocar reacciones emocionalmente agradables". Cierto que hay incontables nuevos instrumentos, máquinas y aparatos inventados para el ocio y el esparcimiento, "pero precisamente por el hecho de ser las máquinas modernas, no se desprende de esa condición que el entretenimiento que reproducen y difunden también lo sea. en modo alguno. Todas esas máquinas nuevas tan sólo hacen que sea accesible para un público más numeroso el drama, la pantomima y la música que desde tiempo inmemorial han servido para entretener el ocio de la humanidad". Para Huxley, "el único placer nuevo de veras viable sería el que derivase de la invención de una nueva droga, de un sustituto más eficaz y menos nocivo tanto del alcohol como de la cocaína", siendo lo que más se aproximaba a esta droga la que llamaba la "droga de la velocidad": "la velocidad, se me antoja, aporta el único placer genuínamente moderno de que disponemos".

 

Al margen del disfrute que pueda venir del vértigo asociado a la velocidad, las fuentes de placer hoy serían entonces las mismos que hace 100 o 5000 años: el sexo, la comida y la bebida, la satisfacción derivada de la protección frente a las inclemencias naturales, el disfrute de los amigos, la familia, el arte y el paisaje...y párese de contar. Lo único que varía es la forma en que esos placeres se dan, o los bienes de los que esos placeres se derivan, pero -repito- no varía su esencia: son los mismos placeres de siempre. Y el grado de su satisfacción pues lo mismo, en la medidad que los hombres nos acomodamos o adaptamos a lo que tenemos. Decir que un hombre del medievo disfrutaba menos de la vida porque no tenía televisión o acceso a internet es absurdo. Sólo se puede echar de menos algo si somos conscientes de que existe ese algo. Nosotros, los seres humanios de estos tiempos no nos sentimos insatisfechos porque no podamos gozar de la transportación (que parece ser es una posibilidad física), simplemente porque hoy tal cosa es imposible.   

 

Las sociedades sólo se diferencian además por su distribución relativa en lo que pudiéramos denominar "Cesta del Placer o de la Felicidad". Nuestra civilización parece que considera como más importante relativamente el satisfacer las necesidades "materiales" que las "espirituales", es decir, que da más relevancia al acopio de bienes y servicios de que se dispone individual o colectivamente que a otras fuentes de satisfacción. El resultado ha sido el crecimiento económico, el dominio de la Naturaleza y, paralelamente, su paulatina destrucción en la medida que sólo se la considera útil como suministradora de materias primas y como lugar de deshechos. Pero otras sociedades o civilizaciones han tenido o pueden tener una distinta  valoración relativa de las diferentes fentes de placer. Por ejemplo, Marshall Sahlins a partir de estudios antropológicos de sociedades tribales que aún vivían en la edad de piedra, concluía que ésa había sido una época de abundancia, la  primera podríamos decir, caracterizada por la abundancia de ocio y de vida social y espiritual (que les llevaba a sentir la Naturaleza animisticamente, como dotada de alma, poblada de espíritus)  así como por una forma y un nivel de  satisfacción de las necesidades materiales básicas que nosotros -hoy- consideraríamos misérrimo, pero que sin embargo no lo era para ese tipo de sociedades en la medida que permitía mantener biológicamente a una población demográficamente controlada. Y sin remontarse tan atrás en la historia, podemos hablar de la sociedad griega clásica, por ejemplo la ateniense en su momento de esplendor (en el siglo de Pericles), en la que la satisfacción de una necesidad política: la vida democrática, era considerada como básica y de mayor importancia que la búsqueda de nuevas formas de satisfacción material. En ella, participar plena y cotidianamente en la vida pública se consideraba una fuente de sastisfacción no cambiable por otras. 

 

La nuestra, la sociedad de abundancia material y penuria espiritual, es la única que ha considerado las necesidades materiales como ilimitadas. Y sobre esta noción ha construido todo siu andamiaje institucional. Para sobrevivir económicamente los individuos necesitan estar empleados y sólo lo pueden estar en un entorno de crecimiento de la productividad si sus necesidades de bienes y servicios crecen incesantemente. Sin necesidades ilimitadas todo el aparato se desmontaría. No es por ello nada extraño que la industria más importante o central de una economía moderna sea la industria de la persuasión, aquella que día a día nos hace creer que tenemos unas necesidades que se pueden resolver comprando tal o cual producto. A la larga, todos sabemos que tal estrategia es contraproducente, que esa industria lo que crea es infelicidad, insatisfaccón con lo que se tiene; pero a corto plazo la alternativa es o parece ser peor: el desempleo. Entre el Scilla de la infelicidad y la catástrfe ecológica a largo plazo y el Caribdis del desempleo y la miseria en el corto plazo parece pues que se desenvuelve la vida de nuestras sociedades.

 

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