Solaria sigue siendo una de las renovables más atractivas en España, sobre todo si apuestas por la energía fotovoltaica. Tiene una cartera cada vez más robusta de proyectos solares, y su modelo integrado —desarrolla, construye y opera— le da una ventaja importante para capturar valor a medida que crece la demanda de energía limpia. Además, con los precios de la electricidad todavía algo volátiles, contar con generación verde puede ofrecer protección interesante a largo plazo.
Por otro lado, sus inversiones no son baratas ni inmediatas. Para mantener su ritmo de crecimiento necesita seguir metiendo dinero en desarrollo, lo que implica que una parte de sus beneficios se reinviertan constantemente en nuevos parques o en mejorar los existentes. Eso puede tensionar su caja si los plazos se alargan o si hay sobrecostes por permisos, materiales o financiación.
También existe un riesgo regulatorio que no se puede obviar: las renovables dependen mucho de los marcos de retribución, de las subastas y de los subsidios puntuales o mecanismos como los incentivos para autoconsumo. Si las reglas cambian (por ejemplo, recortes en primas o impuestos más duros sobre renovables), Solaria podría verte afectada de forma significativa.
Otro punto que me preocupa es la competencia. No solo de otras compañías fotovoltaicas españolas, sino de grandes proyectos internacionales y fondos que están entrando en renovables con músculo financiero muy potente. Solaria tiene que demostrar que puede escalar sin perder márgenes.
En definitiva, Solaria me parece una apuesta bastante sólida para el medio-largo plazo si crees en la transición energética, pero no es una acción tranquilamente defensiva: hay riesgo operativo, regulatorio y financiero, así que conviene estar preparado para volatilidad y exigir que sus desarrollos se ejecuten bien.