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El juego de los brokers: Una historia de venganza y trampa en el mundo del trading

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El juego de los brokers: Capítulo 72: La habitación sin ventanas

 
Ginebra. Hotel Beau-Rivage. Suite 602. 19:45. 

El mayordomo les abrió sin decir palabra.
Pasaron a una estancia silenciosa, con luces tenues y una sola mesa de reunión.
Había un sofá, pero nadie estaba sentado en él. 

Rudolf Meinhardt no era lo que esperaban. 

Ni un anciano ni un titán.
Un hombre de unos sesenta. Delgado.
Elegante sin ostentación.
Un gesto suave. Casi afable. 

Les ofreció la mano sin entusiasmo. 

—Señores.
Gracias por venir. Es preferible que hablemos... antes de que alguien pierda el control de la historia. 

Luis se mantuvo de pie.
Gabriel aceptó la mano.
Marcos no la tocó. 

—¿Historia? —preguntó Gabriel. 

—La historia que ustedes están reescribiendo a base de fragmentos —dijo Meinhardt, tomando asiento—. Las piezas pueden ser ciertas. Pero el encuadre… lo es todo. 

Silencio. 

—¿Quiere decirnos que no es usted el Preceptor? 

Meinhardt sonrió. 

—Quiero decirles que “el Preceptor” es un rol. No un delito.
Ideas. Estructuras. Asesoría.
Ustedes tienen nombres, fechas y documentos.
Pero no tienen contexto. 

Marcos lo miró con incredulidad. 

—El contexto no lava dinero. 

Meinhardt lo ignoró.
Se dirigió a Gabriel. 

—Dígame una cosa: ¿cree que una fortuna así se construye sola?
¿Que las redes de inversión, influencia y blindaje se montan desde la ideología? 

Gabriel no respondió. 

Meinhardt prosiguió: 

—¿O cree que es más realista pensar que algunas estructuras, para sobrevivir, deben operar fuera del foco?
¿Cree que Europa se mantiene por la transparencia… o por la opacidad bien gestionada? 

Luis se adelantó. 

—¿Qué quiere? 

El rostro de Meinhardt se endureció un instante. 

—Quiero saber cuán lejos están dispuestos a llegar.
Y cuán solos están. 

Gabriel lo miró fijo. 

—Estamos más preparados de lo que cree.
Y no estamos solos. 

—¿Una amenaza? 

—Un dato. 

Meinhardt asintió. Se levantó.
Caminó hasta la ventana. Afuera, solo luces sobre el lago. 

—Yo no amenazo. Ni chantajeo.
Ofrezco salidas. Y ventajas. 

Volvió a mirarlos. 

—Si quieren destruirme, intenten hacerlo bien.
Si quieren entenderme, tendrán más valor del que pienso.
Y si quieren pactar…
—¿Qué nos daría? 

Meinhardt esbozó una leve sonrisa. 

—Les mostraría cómo funciona el verdadero mapa.
Y quiénes están realmente en el centro. 

Silencio.
Nadie se movió. 

—Tienen cinco días —dijo—. Luego, la partida cambia. 

Y salió. 

Nadie dijo nada durante minutos.
Hasta que Marcos rompió el silencio: 

—Es peor de lo que pensaba.
—Y más inteligente —añadió Gabriel. 

Luis ya escribía algo en su móvil. 

—Estamos blindando todo. Si vamos a por él… no hay marcha atrás. 

Continuará...