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                                                 FERNANDO ESTEVE MORA

Anteayer me pasó lo que le ha pasado y le pasa diariamente a mucha gente: se me cayó el móvil por la calle y se quebró la pantalla táctil. Lo lamenté porque estaba satisfecho con la estética de mi móvil. Lamentablemente, sin embargo, y aunque podía funcionar perfectamente como teléfono, su utilidad como teléfono inteligente  Apple me la había ido reduciendo progresivamente, por supuesto pensando en mi seguridad y demás "justificaciones" imaginadas por los del marketing.

El caso es que, al igual que les pasa a las "personas humanas" cuando nos hacemos viejas, que perdemos capacidad intelectual, mi móvil también padecía de deterioro cognitivo, si bien no por causas  naturales sino artificiales. Había ido dejando de ser, en pocas palabras,  un smart-phone para convertirse  ya en un dumb-phone, o sea, en un teléfono-tonto, o sea sólo en un vulgar teléfono. Mi móvil era un iphone 4 de segunda mano que ya no tenía capacidad para darme  acceso a  wasap o telegram o para permitirme la famosa "validación móvil" sin la cual ya no puedes operar telemáticamente con ningún banco  ni realizar por tanto ningún tipo de compras on-line, con lo que tal cosa hoy día supone: sencillamente que, aunque tengas dinero,  sin la "validación móvil" eres efectivamente, en la práctica, pobre pues no puedes moverlo. Así que no me ha quedado más remedio que comprarme otro. Ya, pues, por fin vuelvo a ser  una persona normal que puede vivir y desenvolverse en esta sociedad de la comunicación.

En uno de las entradas de este blog,
https://www.rankia.com/blog/oikonomia/428854-lujo-economico-autentico, de hace ya muchos años trataba yo, a partir de una idea del gran Theodor W. Adorno, de pensar en qué era eso del lujo desde una perspectiva no filosófica sino económica. Y defendía allí que el lujo económico realmente auténtico no era disponer de productos caros, lo que se conoce  corrientemente como bienes de lujo, como por ejemplo un iphone de última generación, sino que lo que era un auténtico lujo era tener la capacidad de acceder a bienes no obligadamente caros sino con algo más, algo cualitativo diferencial no reducible o comparable con los demás bienes.

Desde esta perspectiva, un iphone de nueva generación o el móvil más caro del mercado NO es un bien de lujo auténtico pues NO es algo diferente cualitativamente a un móvil cualquiera. Cierto, sí tendrá mejores prestaciones que "justifiquen" en cierto modo que su precio sea tres, cinco, diez o cincuenta veces el precio de un smartphone "normalito" de gama media o baja, pero el hecho de que tenga un móvil caro tenga  precio lo pone sin embargo cualitativamente al  mismo nivel que tiene el móvil de precio bajo. Sí, será mejor, y sólo los más ricos podrán permitírselo, pero no por ser caro es un bien de lujo auténtico.

...Y lo sabemos. En el fondo lo sabemos. E, incluso, lo decimos, lo expresamos. Todos sabemos que "hemos" convertido  (¿quién o quiénes, por cierto?) a los móviles en bienes necesarios, pues hemos impuesto su uso para movernos en la sociedad moderna. Y, claro está, un bien que es necesario no puede ser un bien de lujo, cueste  lo que cueste, o sea por mucho que cueste

¿Qué sería, en el mundo de hoy, un bien de lujo auténtico en este campo de la comunicación? Pues, paradójicamente, el poder "pasárselas" sin tener un móvil. Aquellos que pueden vivir sin ellos, ésos sí que tienen acceso a un bien de lujo auténtico, ésos sí que son "gente de calidad" como antes se decía. Son pocos, como era de esperar, y cada vez menos. Yo no he podido permitírmelo y no conozco a nadie de mi entorno que haya podido hacerlo, aunque tenga mucho dinero. Recordaré aquí a uno de ellos, el ya fallecido novelista Javier Marías que llevaba a gala (¡no es para menos!) el no tener móvil. No sé cómo lo hacía, pero me gustaría saberlo

Y, por supuesto, ese curioso "bien" que es no tener móvil, como pasa con cualquier otro bien, produce o genera utilidad o bienestar a quien lo usa, en este caso, a quien NO lo usa. Concretamente, aquellos que pueden permitirse NO tener móvil tienen acceso a algo, a un bien,  cada vez más escaso en nuestro mundo: la comunicación interpersonal cara a cara.

Que, a qué me refiero con todo esto. Muy sencillo, y utilizaré aquí a  Julio Camba, el periodista, que en su libro Un año en el otro mundo, escrito en los años veinte del siglo pasado,  contaba de sus experiencias en los EE.UU., y ya veía allí y entonces lo que hoy y aquí,  "en este mundo" es lo normal:

 "Estamos en el país del teléfono. El teléfono aquí no es un medio, es un fin. No es que aquí se hable por teléfono cuando es imposible hablar de otro modo; es que nunca se habla mientras se pueda telefonear. La cuestión está en hacer las cosas con mucha mecánica. Un americano cree que una frase dicha por teléfono tiene más importancia que si se dice directamente, y que un hombre que telefonea es superior a un hombre que habla.
...Yo me he vuelto loco en Nueva York buscando una habitación que no tuviera teléfono. Imposible. El teléfono es, como si dijéramos, la laringe del americano. En una habitación sin teléfono un americano tendría la sensación de haberse vuelto mudo"

No hay que ser muy observador para darse cuenta de que lo que caracteriza a quienes usan de los móviles (o sea casi todo el mundo) es precisamente que no se hablan entre ellos cuando están juntos. ¡Qué paradoja! Lo veo en restaurantes, estaciones de metro, parques, trenes y estaciones...Veo a gente junta físicamente pero que raramente cruzan una palabra, que están juntos pero sin comunicarse entre ellos, cada uno -incluso los que son pareja- volcado sobre su particular móvil, tecleando o navegando en la red o viendo estupideces en tic-toc o...cualquier otra de las muchas cosas que los smartphones permiten hacer,  muchas muchas salvo hablar con quien está al lado. 

...Y lo sabemos. Sabemos que para comunicarnos, para hablar con alguien hay que apagar el móvil. Pues no sólo los móviles no sólo ofrecen OTRA manera de comunicarnos ADICIONAL a las que había antes y que podemos elegir si queremos, sino que su uso DISMINUYE, o sea afecta NEGATIVAMENTE o expulsa a otras formas de comunicación, como la comunicación interpersonal directa o cara a cara.




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