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Es increíble el cada vez más penoso espectáculo de la vida política española. Para aquellos que -por viejos- vivimos la famosa «transición» política lo que acontece ante nuestros ojos resulta, además, un poco incomprensible, pues, ¿cómo es posible que tantos años después de la muerte del dictador y cuando ya la mayor parte de las gentes que tuvieron que sufrir en sus carnes y mentes sus execrables actos y los de sus fieles, así como también la mayor parte de aquellos -la mayoría, hay que decirlo- que las aplaudieron hasta que las manos les ardían, han o bien pasado a mejor vida o bien pasan su no-vida en asilos y residencias ,se observa sin embargo ese encono desproporcionado entre los miembros de una clase política que se dice a sí misma que es la más cultivada y educada de la historia de nuestro país? Y es que el nivel de encrespamiento de hoy supera al de los ya lejanos tiempos del comienzo de la democracia, cuando las heridas todavía sangraban. 

 

Puestos a buscar una explicación de tan desagradable realidad como siempre aparece una, que no obstante su verosimilitud, deja un poco «fríos», en el sentido de que es una solución de ese tipo tan común conformado por las soluciones que lo son en la medida que trasladan el problema a otros ámbitos o campos. Veamos.

 

Lo que caracteriza a nuestros políticos es que, pese a ser tan inteligentes y formados como pregonan sus curriculums, caen una vez y otra, incansablemente en lo que los psicólogos y economistas del comportamiento conocen como el ERROR FUNDAMENTAL DE ATRIBUCIÓN (EFA), que en el caso de la psicología personal se define por la propensión a explicar el propio comportamiento como resultado de las circunstancias objetivas ("Me ví obligado a hacerlo. Las cosas son como son.¡Qué se le va a hacer!"), en tanto que el comportamiento ajeno se explica por características subjetivas (" si se ha comportado así, no es por otra cosa sino porque ÉL es así"). Una mínima sinceridad introspectiva lleva a darse cuenta de cuán frecuente es que caigamos en el EFA a la hora de evaluar la propia conducta y la ajena.

 

El EFA también opera en la vida pública, si bien de una forma muy «sui generis» o especial, que se caracteriza porque los políticos de un bando (y sus partidarios) creen total y sinceramente que las políticas «buenas» que puedan hacer sus rivales se deben sola y exclusivamente a las CIRCUNSTANCIAS, en tanto que lo que estiman son malas o nefastas políticas se deben siempre y exclusivamente a sus particulares CARACTERÍSTICAS, o sea, a sus escasas o mínimas capacidades o a su maldad congénita y de sus objetivos. O sea, que los políticos de cada signo consideran que siempre que  hay algo bueno que se sigue de lo que hacen sus rivales, ello no es porque de ello ellos sean responsables, sino que sería fruto de las circunstancias externas. En tanto, que de todo lo malo que hay en lo que hacen o se sigue de lo que hacen sus rivales, son ellos -sus rivales- los enteramente responsables, ya sea, por ser en sí perversos o por ser unos inútiles.

 

Curiosamente -es un decir-, este Error Fundamental de Atribución opera en sentido inverso cuando se trata de evaluar las políticas seguidas por los políticos del propio partido o facción. Ahora, de lo bueno que haya en ellas, la responsabilidad se atribuye a la bondad esencial de los que son del mismo bando o a sus capacidades intrínsecas y extraordinarias. En tanto que si, lamentablemente, algo malo o no deseado se sigue de las políticas instrumentadas por los políticos del bando de uno, la responsabilidad por ello se diluye en un mar de circunstancias adversas, de mala suerte frente a la que nada se pudo hacer.

 

Señalar que TODOS los participantes en la vida política española están aquejados de este error de percepción es una obviedad. Si considerásemos esa distorsión como efecto de la difusión de un virus maligno que afectase a las neuronas de los que resultasen por él infectados, podríamos decir también que, sin duda, uno de los vectores más eficientes en la diseminación de ese virus que machaca y se come los cerebros son la mayor parte de los periodistas. Finalmente, también es una obviedad resultar que su esfuerzo conjunto ha tenido éxito, y puede decirse sin miedo a error que toda la población española está contagiada.   

 

Y la cuestión, entonces, pasa a ser de qué factores depende el que una población sea más o menos susceptible a esta versión fuerte del Error Fundamental de Atribución. Pues bien, aquí los estudios empíricos parecen haber llegado a algunas respuestas empíricamente contrastadas.

 

A lo que se sigue del estudio de Nancy Qin, Natahn Nuum y Jaya Wen ( https://scholar.harvard.edu/files/nunn/files/nunn_qian_wen_dec_2017.pd) se tiene que la medida en que ese delirio del Error Fundamental de Atribución está diseminado en una población está en relación directa con la confianza interpersonal en esa sociedad, de modo que se comprueba que conforme un país ocupa un puesto más bajo en la escala de la confianza interpersonal en las encuestas del World Values Surveys (WVS), ese auténtico trastorno cognitivo y moral está más difundido y más graves son sus negativas consecuencias en la estabilidad política de las sociedades ( con los deletéreos efectos que ello supone sobre la estabilidad económica).

 

Pues bien, quizás la explicación del crecientemente maloliente espectáculo de la vida política española se halle en los bajos niveles de confianza interpersonal de la sociedad española. Niveles que, por cierto, siendo ya bajos han experimentado una caída brutal en los últimos años. Por poner unas cifras, diré que en los años 90, sólo un 30% de la población estaba de acuerdo con la idea de que «se puede confiar en la mayor parte de la gente». Hacia 2005, esa cifra llegó hasta el 35%, pero desde entonces no ha hecho más que bajar llegando a ser de sólo un 19% desde 2014. Por poner un ejemplo de comparación, diré que las correspondientes cifras de los países nórdicas están por encima del 70% .

 

Pero, como ya he dicho, esta «respuesta» al angustioso problema que amenaza de muerte a la  la vida política española, y quien sabe a la propia sociedad española es insatisfactoria pues, aun dándola por válida, plantea el problema del porqué los nivles de confianza interpersonal son tan increíblemente bajos en nuestro país. El problema se agudiza por la presencia de otro trastorno psicológico cognitivo general, y es el de una disonancia cognitiva generalizada que lleva a no reconocer la existencia de ese problema. Así, lo habitual es que, públicamente, los ciudadanos de este país se autodefinan como confiados los unos con los otros -ya se sabe, eso de ser del cálido Sur y demás estereotipos estúpidos-, si bien, en privado, en las encuestas del WVS, sus respuestas vayan en la dirección de los datos apuntados. 

 

Y, entonces, ¿a qué se debe esa escasa confianza interpersonal? Se sabe poco de ello, aunque fuera de razones religiosas, étnicas y culturales, parece que la economía tiene mucho que decir. La pobreza, la desigualdad, la ausencia de movilidad social y la corrupción están muy ligadas a la desconfianza interpersonal. No es nada extraño que estemos donde estemos, ¿no?

                                                                                       FERNANDO ESTEVE MORA

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  1. #1
    Madoz
    24/10/18 17:48

    Además de cantante, estudio Psicología:

    Rozalén - Girasoles

    Un saludo