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Una de las cuestiones que con regularidad saltan al debate político es la de los sueldos de los políticos, ya sean presidentes del gobierno central, de comunidades autónomas, alcaldes, diputados, concejales, etc., etc. Lo habitual es que periodistas y tertulianos se decanten por la tesis de que, hablando en términos generales, son demasiado bajos dadas las responsabilidades y tareas que van asociados a los diferentes cargos que ocupan. 
 
Pues bien, lo que aquí defiendo es que esa respuesta es demasiado genérica, y que una contestación más matizada a esta cuestión ha de tener en cuenta no sólo los cargos y tareas sino también la adscripción ideológica de los políticos. Y que, si así se hace, se puede concluir que los sueldos de los políticos son demasiado bajos para los de derechas, en tanto que para los de izquierdas son demasiado altos.
 
Que la remuneración de los políticos de derechas sea demasiado baja se sigue del hecho de que, normalmente y debido a sus contactos sociales con el establishment del mundo económico, esos políticos vienen de (o pueden fácilmente alcanzar) puestos altos en el sector privado lo que les permitirían obtener unas remuneraciones mucho más elevadas que las que obtienen en el mundo de la política. La implicación de este hecho es inmediata: estar en el mundo de la política tiene para los políticos conservadores un elevado coste de oportunidad en términos del dinero que podrían percibir y dejan de hacerlo por meterse en política, y por ello –y como se ha demostrado fehacientemente - tienden a ser más propensos a la corrupción, o sea, a intentar percibir de forma irregular “suplementos” a sus relativamente -para ellos- bajas remuneraciones oficiales que les “compensen” por lo que dejan de percibir por dedicarse a lo público.
 
Dicho de otra manera, los políticos de derechas de forma "natural" y previsible son, por lo general, corruptos, o al menos, muy fácilmente corruptibles. Y la teoría predice que lo son más conforme sus posibilidades de ganar dinero en el sector privado sean mayores y más sustanciosos los ingresos que en él recibirían. Cierto que esa propensión se ve obstaculizada por su "ética" o su "moral" -caso de que la tengan- que actúa restringiendo esa tendencia, así como por los "costes" asociados a ser descubiertos (cárcel y multas, y, a veces, castigo en las urnas, aunque sólo a veces, al menos en España) pero ello no evita que esta tendencia exista y se manifieste regularmente en muchos de ellos. Es mera consecuencia de la racionalidad económica
 
Otra implicación es que los “mejores” de entre ellos, o sea, los que llegan a ocupar los puestos más elevados en el mundo de la política tienden a abandonarla rápidamente y regresar al sector privado tan pronto sucede que pierden esas posiciones de poder, o sea, dejan de disfrutar de esa peculiar remuneración no pecuniaria el tener poder - que previamente les compensaba por lo que dejaban de ganar en el sector privado. Ejemplos de tan ejemplar comportamiento abundan hasta la saciedad, siendo los dos últimos casos conocidos los de Soraya Sáez de Santamaría y Rafael Catalá. En suma, puede decirse que si lo que se quiere es disminuir los incentivos entre los políticos de derechas a la corrupción y al abandono de la actividad pública, habría que subirles el sueldo.

 
Diferente es la situación para el caso de los políticos de izquierdas. Para ellos lo habitual es que sus remuneraciones en el sector privado sean inferiores a lo que pueden conseguir en la vida política si se convierten en políticos profesionales. Es decir, que para los políticos de izquierdas el dedicarse a la política o les es económicamente rentable o bien tiene un coste de oportunidad muy bajo. En consecuencia, los incentivos para corromperse o para abandonar la actividad política y regresar a sus empleos son mucho más pequeños que los que tienen los políticos de derechas y una subida de su sueldo los debilitaría aun más.
 

 

Pero los sueldos elevados tienen un efecto perverso para los políticos de izquierda que impide que los puedan disfrutar sin más. Y es consecuencia del hecho de que existe en los seres humanos un “sesgo” que los economistas del comportamiento denominan “aversión a la traición”, que puede definirse como la emoción que afecta a quien pone su confianza en otro y que le lleva a juzgar de modo más duro (como traición personal) comportamientos de este que consideraría inocentes o no reprochables caso de que fuese otro, quien los hiciese. La “aversión a la traición” es vivida por quien se siente traicionado como el desprecio hacia su identidad por parte de quien le traiciona y le llevar a tratar de castigarle.
 

 

Pues bien, poca duda cabe de que para sus votantes su relación con los políticos que han elegido, aunque no sea una relación de confianza interpersonal, se encuadra de alguna manera en ese marco mental. Y la consecuencia de ello es que comportamientos que serían perfectamente aceptables por las gentes de izquierdas  en los políticos de derechas pueden verlos sin embargo como traiciones a su confianza caso de que sean “sus” políticos, los de izquierdas, los que incurran en ellos.
 
 
Es normal que cuando alguien de izquierdas se convierte en político profesional con cargo remunerado, ello le suela suponer un aumento bastante considerable en sus ingresos. Y en tal caso es previsible que tal subida en sus rentas se traduzca - como sería lo esperable en cualquier persona- en un cambio en su su estilo de vida. Pero en tanto esta mejora en el nivel de vida individual no suele tener consecuencias destacables en su relación con los demás cuando les sucede a personas particulares o “privadas” (salvo quizás la envidia entre sus cercanos), puede sin embargo, en el caso de los políticos de izquierda, dado el sesgo de “aversión a la traición” entre sus votantes, ser vista como traición a la relación de confianza depositada en ellos y desencadenar el consecuente comportamiento punitivo en forma de pérdida de apoyo electoral.

 

 

Tengo para mí que el declive de Podemos, su pérdida de gancho popular, empezó con el abandono de los señores de Iglesias-Montero del estilo de vida de sus votantes y su compra del “casoplón” de Galapagar, y se ha acentuado conforme han ido sabiendo más del ascenso social de otros miembros de Podemos. Y también, tengo para mí que los buenos resultados del alcalde de Cádiz, Kichi, no sólo se deben a su buen hacer como gestor sino también a su fidelidad a la relación de confianza con sus electores que le ha llevado a criticar a los señores de Iglesias-Montero y a mantener el estilo y el nivel de vida previos a su nombramiento como regidor.
 

 

Dicho de otra manera, si los políticos de izquierdas quieren seguir en sus puestos y llevar adelante sus políticas no pueden permitirse disfrutar de los relativamente elevados -para ellos- sueldos que el mundo de la política les ofrece. En consecuencia, si el análisis anterior es adecuado, se tiene que, la subida de los sueldos de los políticos tiene un efecto asimétrico según sean de derechas o de izquierdas, pues beneficia a los primeros en la medida que disminuye el riesgo de que caigan en la tentación de la corrupción en tanto que perjudica a los segundos en la medida que eleva el riesgo que corren de que la “aversión a la traición” de sus votantes les lleve a castigarlos en las urnas.
 
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