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En toda la manipulación que nos estamos encontrando, los niveles de absurdo alcanzan proporciones bíblicas con la noticia de que la unión europea está preparando un “new deal para Europa”, basado en la inyección de 60.000 millones, que pedirá el banco europeo de inversiones para dárselos a las empresas (es decir, en la contratación de personas en prácticas y similares).

Nos cuentan también que esta medida está inspirada en el New Deal con el que Roosevelt comenzó a dar la vuelta a la situación generada en la gran depresión. Esto es en definitiva la consumación de la imbecilidad, la mediocridad y sobre todo la mentira más descarada en la unión europea, (y en los países que la componen), lo cual por cierto es otro gran lastre para cualquier economía.

¿Qué significa “New Deal”?. Soy consciente de que los políticos españoles andan justitos de inglés, pero creía que los europeos iban mejor; parece ser que no. “New Deal” se traduce por “Nuevo Trato”, y el new deal fue un conjunto de medidas tomadas para acabar con la depresión tratando de consolidar y crear una clase media. Es cierto que hubo algunas medidas de apoyo a las empresas, (algunas que hoy se han desarrollado hasta el límite como por ejemplo las tendentes a evitar las competencias insanas, que hoy se han pasado de frenada hasta el punto de que se evita toda competencia), y que hubo programas de gasto público para expandir la economía, (aunque no al nivel del Plan Marshall de recuperación, que parece que es lo que se pretende ahora).

Pero el New Deal fue en conjunto una serie de medidas que trataba de recuperar a la sociedad, ofreciendo un nuevo marco en el que se desarrollaban las relaciones. Ayudas sociales, las relaciones laborales, la legalización de los sindicatos y el otorgarles poder, el establecimiento del salario mínimo, los programas de sanidad, la ley de la seguridad social introduciendo un sistema en el que las empresas y los trabajadores financiasen con cuotas un sistema de pensiones para evitar la caída de los ingresos, los programas sociales, los contratos directamente por el estado para vigilar los bosques y montes, subvenciones directas a los agricultores, la aparición de reguladores en los mercados financieros, la aparición del concepto consumidor, (con sus derechos), la ley Glass- Steagall, (que separaba la banca minorista de la de inversión y establecía los limites a la especulación), la SEC, el fondo de seguro de los depósitos bancarios… Todo esto fueron los ejes de un programa que básicamente se trataba de ofrecer a la población toda una serie de normas para evitar su hundimiento, cambiando el enfoque previo que había llevado a toda una serie de medidas deflacionistas y supuestamente liberales, que se basaban en el ejercicio del poder de oferta.

También se cambiaron de forma radical los  dogmas sobre política monetaria, previamente basado en el patrón oro, que evolucionó en medio de grandes problemas, (por supuesto), hacía un sistema en el que la política monetaria se basaba en los tipos de cambio y en la flexibilidad.

Todo esto se olvidó unos años más tarde gracias a Keynes, que encajaba perfectamente con una parte de este esquema, (si los consumidores no pueden demandar, alguien tendrá que hacer de demanda por ellos), pero pasaba completamente de los otros aspectos que todo este conjunto de medidas buscaban. No era un programa keynesiano porque en su mayor parte no buscaba que el sector público demandase los bienes que el sector privado no podía demandar, sino que buscaba que las personas pudiesen demandar. La diferencia es fundamental porque de una forma se busca dar oportunidades a los inversores, ante una caída de todo, mientras que en el New Deal se buscaba que la economía no cayese.

El New Deal nacía con la vocación de un cambio revolucionario en las relaciones entre los agentes de la sociedad, que en aquel momento tenía un problema de endeudamiento elevado, derivado de una muy desigual distribución de la renta y la riqueza. O dicho de otra forma, era un programa para intervenir para equilibrar las rentas y ofrecer determinadas garantías mínimas a las personas.

Cualquiera puede hacer un repaso a esta época y descubrir maravillado, como el New Deal fue el germen de lo que posteriormente se conoció como el estado del bienestar, que en realidad no era más que la introducción de un buen número de estabilizadores automáticos y de elementos que equilibraban las relaciones de poder entre los distintos agentes económicos.

Entre sus críticas está la crisis de 1937, (la primera recesión desde la gran depresión), pero pocos reconocen que sus grandes éxitos es que a partir de entonces existían una serie de instrumentos y de organismos que equilibraban la economía, de tal forma que aunque existen recesiones y etapas de crecimiento, los efectos nunca volvieron a ser los de antes. El New Deal generó un nuevo tipo en las relaciones, una nueva sociedad, una clase media y desde luego acabó contribuyendo y mucho, a una democracia que acababa incluyendo a todo el mundo.

¿De verdad se cree alguien con un mínimo de formación que dejar 60.000 millones a las empresas para contratar becarios en unas condiciones cada vez peores tiene algo que ver con todo lo que significó el New Deal?. De hecho es justo lo contrario, porque de todas las medidas ya he comentado en su día que la primera fue precisamente el nombre. Para recuperar una sociedad destrozada y sobre todo para recuperar la confianza, (la de los ciudadanos, y no la de los inversores que es la única que importa ahora), era importante un buen nombre (“nuevo trato”) y sobre todo que las medidas fuesen en este sentido. Sin esa combinación se acabarían convirtiendo en “El nuevo engaño”.

Por supuesto que necesitamos un “new deal”, que cambie radicalmente toda la concepción de sistemas financieros, políticas monetarias, papeles de bancos centrales, obras  públicas, seguridad social, normas laborales y de defensa de consumidor, papeles de bancos privados, la competencia y sobre todo de los ciudadanos y los poderes; pero lo que es claramente contraproducente es que desde Bruselas se engañe usando este nombre para hacer lo de siempre, que es seguir gastando para beneficiar a unos cuantos.

Y ya de paso, debemos entender algunas cosas: el new deal significó la aparición del concepto defender la clase media, lo cual acabó generando una de las mejores épocas de desarrollo económico, social y político de la historia, (una guerra mundial provocada por estas situaciones dramáticas ayudó también a acabar con las manipulaciones al enfrentarse a una dura realidad); de tal forma que hay tres lecciones que nos deben entrar inmediatamente en la cabeza; La primera es que el estado del bienestar no es un lujo que nos podamos permitir, como nos cuentan día sí, día también. El estado del bienestar o las medidas que en ese concepto se engloban fueron todas creadas en un entorno en el que todo estaba destrozado precisamente para salir de la situación. De la misma forma, es fácil ver como el desmantelamiento en pro de determinados intereses nos está llevando exactamente al punto de partida.

La segunda es que tampoco es cierta la visión dogmática que nos vienen de los sindicatos y determinados personajes del otro lado; el estado de bienestar no son unas medidas que vienen de luchas heroicas en el pasado, (que por supuesto las hubo). Las medidas del estado del bienestar han venido desde los gobiernos para salir de una situación, y estaría bien que se abandonasen ya ciertos discursos rancios, sobre todo porque entre unos y otros estamos convencidos de que estamos en una lucha por unos lujos, lo cual es absolutamente falso.

Y la tercera es la razón para el optimismo, aún a pesar de los impresentables estos que proponen esta medida ahora; el pasado nos enseña lo que se creó a partir de la nada y como se llegó a una situación en la que cuando ya no existía otra posibilidad se cambió radicalmente porque era lo que se necesitaba. Es fácil imaginar que un ciudadano en 1930 no podría ver ningún cambio a la vista, ni jamás podría imaginar la mejoría que iba a tener la sociedad en el futuro. Eso es lo que está pasando a mucha gente ahora, y es importante entender que el cambio no sólo es  posible, sino que es lo más probable; pero nos hace falta mirar con amplitud de miras y romper todos los dogmas, para ver si podemos evitar la guerra mundial.

Sólo hace falta recordar cuál fue el mayor éxito del “New Deal”. Aunque algunos no lo recuerden, casi todo el mundo está de acuerdo en que el New Deal, cambió la revolución por la evolución y salvó el capitalismo.

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  1. en respuesta a Pocholo r.
    -
    #22
    02/08/13 21:33

    A pesar de tener una licenciatura en filosofía y coordinar con algunos colegas una plataforma on-line dedicada a la crítica social, al análisis político e ideológico desde una perspectiva de izquierdas, no soy un teórico. Soy un escritor y un producto del Este Comunista y Poscomunista (he vivido en la URSS, Moldavia y Rumanía), observo con mucha inquietud lo que sucede en esta zona y me implico con entusiasmo. A continuación, intentaré contarles una historia, tejer algunas ideas sobre un país del que soy ciudadano: Rumanía. Espero que las siguientes líneas nos ayuden a comprender mejor lo que sucede en la “periferia del capital”, en Europa del Este, al tomar como punto de partida el caso concreto de Rumanía. Y he aquí el comienzo de la historia…
    Si desean entender algo sobre Rumanía, les voy a proporcionar un par de consejos. Para empezar, les recomiendo no leer la prensa generalista, no ver las noticias de la televisión y sobre todo no informarse a partir de los intelectuales del establishment. No obtendrá ninguna respuesta interesante de su parte, como mucho les ofrecerán una serie de tópicos que pertenecen al discurso del poder dominante. En cuanto a los políticos, ya no hace falta mencionarlos, porque ellos son un problema universal. Si quieren comprender algo sobre lo que ocurre en Rumanía, mejor hablen con el taxista, el portero, el mendigo del rincón de la calle, la gente que compra en el mercado, pero sobre todo, estaría bien que visiten las tabernas de las pequeñas ciudades y de los pueblos. La gente sencilla les explicará de una manera sintética y con riqueza estilística, aunque a veces un pelín vulgar, sus graves problemas y la dura realidad del país. Son los únicos que pueden realizar un radiograma muy preciso de la realidad rumana, mientras que la élite política, intelectual y mediática se encuentra completamente desconectada de la realidad.
    Primero a tomar el pulso. Hace poco se realizó un censo que finalizó de forma catastrófica: ni siquiera a fecha de hoy sabemos los resultados. Y los números que tenemos a disposición resultan inciertos. Un Estado que no sabe y no es capaz de contar a sus ciudadanos ya no puede existir, o tal vez ni siquiera se merece existir. Cuando el Estado ya no se ve capaz de tomarse su pulso, es decir, como mínimo censar a sus propios ciudadanos, alguien de fuera debe hacerlo. Dentro del actual contexto global en que vivimos, siempre se encontrará un entusiasta que se ofrezca a llevarlo a cabo, porque, aunque el cuerpo de Rumanía huele a cadáver en descomposición, cualquier persona o institución civilizada sabe que, a fecha de hoy, incluso el cadáver se puede volver una rentable mercancía.
    Las informaciones más importantes, seguras y exactas sobre nosotros, sobre la mayoría de los ciudadanos de este país no las poseen las instituciones moribundas del Estado rumano, sino que están en poder de las multinacionales. Una institución económica multinacional sabe sobre los ciudadanos de este país más de lo que debería saber una institución del estado rumano habilitada para esta función. Por ejemplo, en Rumanía (detalle válido últimamente para todos los países, con la diferencia de que en la periferia del capital esta situación se percibe de forma más clara), el banco que otorga un préstamo o una compañía de seguros sabe todo sobre nosotros y un pelín más. Conocen a la perfección qué pasa en este momento con nosotros e incluso poseen estimaciones bastante exactas sobre el futuro próximo de cada uno de nosotros. No se trata de Matrix o de una metáfora, sino de la cruda realidad. La situación delicada no reside sólo en el hecho de que saben más sobre nosotros que el Estado pagado con nuestro dinero para que cumpla con esta función, sino que, últimamente, ostentan “manos más largas que el Estado”, y, muchas veces, las instituciones del Estado se les subordinan (a seguir con atención los encuentros de los mandatarios del FMI con los jefes de Estados o la manera en que los lobbies de las grandes corporaciones imponen las leyes).

    Elijamos un ejemplo: la legislación laboral. La ley que existía en Rumanía era bastante correcta y protegía al asalariado. Se inició un proceso de propaganda en el cual se comentaba todo el día cómo el propietario se encontraba machacado por el trabajador porque la ley no daba barra libre al propietario. Y, a su vez, el trabajador no podía circular de forma libre en el mercado laboral. Se necesitaba con urgencia la flexibilización. Y llegó el gobierno con un nuevo proyecto de ley. Los sindicalistas manifestaron su oposición defendiendo que esta ley no los representaba y que ponía en desventaja a los trabajadores. La Patronal se opuso también alegando que no se siente reflejada por esta nueva legislación laboral. Entonces, si la nueva ley no representa ni a los trabajadores, ni a los patrones locales, ¿a quién representa? Y nos enteramos de que esta nueva ley laboral resultó haber sido propuesta por el Consejo de los Inversores Extranjeros. La ley se hizo en contra de los trabajadores, de la patronal local y a beneficio de las grandes corporaciones. Las leyes se redactan ahora a solicitud y defienden el interés de una diminuta élite política y financiera.

    En el último periodo, en Rumanía se lleva a cabo una acérrima propaganda de denigración y estigmatización del propio pueblo iniciada por el Presidente y apoyada por el establishment mediático y cultural. Parece ser que el pueblo no es capaz de elevarse al nivel de la clase dominante porque es perezoso y alcohólico.
    Se trata de una tradición antigua, muy antigua y no exclusivamente rumana. El poder quiere presentarse siempre como una instancia racional, organizada y responsable en relación con la población sobre la cual reina. El poder cumple con su deber, es decir es organizado y actúa de forma racional, mientras que la población es ociosa, borrachina e irracional. La prensa nos informa y el Presidente y el primer-ministro defienden la tesis: mientras que el Presidente Băsescu y las instituciones del Estado luchaban contra la oleada de inundaciones, ”los campesinos se encontraban en la taberna del pueblo y le daban a la botella”, y mientras todas las instituciones del Estado hacían todo lo posible para frenar la tempestad de nieve, “los campesinos sólo atravesaban la nieve camino a la taberna”. Más aún, algunos muestran hasta la poca vergüenza de morirse por culpa del alcohol con este frío: es que el vodka resultó demasiado frío.

    La táctica es muy sencilla: el hombre borracho es un mierdecilla, es irracional, tiene la “mente turbia”, es irresponsable, un grosero al que uno debe controlar, no se le pueden otorgar responsabilidades y derechos. El alcohólico es culpable, indiferente de lo que le pase: es decir, en una relación de poder, “el bebedor” se encuentra en desventaja ante el “lúcido”.

    ¿Cuándo fallece un Estado o por qué se necesita un trasplante? ¿Quién lo hace y a quién le sirve?

    A esta pregunta no le buscaría una contestación en los tratados de politología o filosofía, sino en otras fuentes. Para encontrar una respuesta, me dirigiría más bien hacía el campo médico[1]. Recuerdan como en los años 60, los pensadores más importantes de la época posindustrial anunciaban la muerte de todos. En el mismo periodo que se declaraba la muerte al ser humano, en el campo médico ocurrían transformaciones radicales. En aquellos años de la “generación sputnik”, algunos investigadores desarrollaban un nuevo campo de la medicina, como ATI (anestesia y terapia intensiva, en otras lenguas bautizada “reanimatología”), algunos buscaban analizar los distintos estadios de la muerte y otros trabajaban sin apuro en las técnicas de trasplante de los órganos vitales del cuerpo. Sobre estos asuntos, los políticos y politólogos de la época no sabían gran cosa. ¿Por qué deberían ellos opinar algo sobre estos problemas y soluciones propuestas por los médicos?

    Los cirujanos de aquel entonces que se ocupaban de todo el mecanismo de trasplante de los órganos de un cuerpo humano sabían que un órgano no se puede tomar de un cuerpo muerto. La pregunta fundamental era: ¿cómo podemos hacernos con estos órganos fundamentales de un cuerpo “fresco”, todavía vivo? Por supuesto que la medicina hace tiempo que conocía algo del asunto: no se puede tomar un órgano para un trasplante de un cuerpo muerto, sino de uno que se encuentra en una coma de passé. Se sabe que una persona en un tal estado puede vivir sólo conectado a los aparatos que mantienen una respiración artificial y el circuito sanguíneo (la técnica necesaria para estos procedimientos aparece en el mismo periodo). Las personas que llegan a esta fase poseen un cerebro muerto, pero las pulsaciones del corazón y la respiración se mantienen de forma artificial. La muerte del cerebro resulta del cese completo del flujo sanguíneo cerebral y la muerte de sus funciones es irreversible. De forma tradicional, como bien sabemos, se considera que el ser humano ha fallecido cuando deja de respirar, su corazón cesa de latir, hace rato que no tiene pulso y sus órganos vitales ya han entrado en un proceso de alteración, es decir ha comenzado el proceso de necrosis de los tejidos. No obstante, con el desarrollo de las técnicas de reanimación, se constata que la muerte es un proceso que no se relaciona sólo con el cese de los latidos del corazón (por falta de pulso). En este contexto, además del antiguo concepto de muerte biológica, aparece el concepto de muerte cerebral. La muerte cerebral se ha definido como “un coma irreversible con la abolición de los reflejos. Es un proceso irreversible debido a la necrosis de los neuronas, seguido por la disminución de la cantidad de sangre que circula”.

    ¿Pero qué tiene que ver esta historia médica con nosotros y con la muerte del Estado? Si miramos la historia política de los países poscomunistas (pero es válido también para los estados-colonias), observamos una clara semejanza entre las técnicas medicas y las ingenierías económicas, políticas y sociales aplicadas a todo el cuerpo político de los países poscomunistas. Cuando en 1989 se constató que todo el cuerpo político entró en convulsión anticipando su fallecimiento, la muerte anunciada no era una muerte biológica, sino cerebral, una especie de muerte del cerebro. Cuando el cuerpo político comunista dejó de ser capaz de tomarse el pulso, llegó un poder externo que puso el diagnóstico: transición, es decir muerte cerebral. ¿Qué hace el médico en este caso? Ya lo he mencionado arriba: mantiene la respiración y la circulación de la sangre, y realiza una transferencia de órganos hacia otros cuerpos políticos.

    FMI y el Banco Mundial & co cumplieron y todavía cumplen esta función de médico trasplantólogo: por un lado bombean dinero para mantener la circulación sanguínea y la respiración del Estado en muerte cerebral y, de forma paralela, tiene lugar un amplio proceso de trasplante de todos los órganos vitales del cuerpo-Estado (desde el control del circuito sanguíneo-banco a los riñones, tejidos, etc. – fábricas, talleres, sistemas energéticos, redes ferroviales, etc.) hacía cuerpos-políticos que detienen el poder económico y político de control sobre estos muertos cerebrales políticos.

    La mala noticia es que, con la última crisis, este proceso de trasplante político y económico se extiende también sobre algunos Estados que se encontraban en una fase de salud en apariencia mejor, es decir al límite de la muerte clínica.

    El gran problema de los interventores-estatales-trasplantólogos, si miramos sobre todo el caso de Grecia y el trato que recibió por parte de las grandes instituciones financieras, residen en encontrar la manera de legitimar, de construir el marco jurídico para no caer en la categoría antigua del “robo” o del “asesinato político” (dejemos de hacer guerras para conquistar Estados y los llevemos mediante la ingeniería financiera a la fase de muerte cerebral). En otras palabras, ahora, el gran problema y provocación de los que poseen el poder real y se encargan de la trasplantología económica es cómo legalizar esta transferencia de las fortunas, este trasplante de órganos económicos (y de recursos naturales), para que todo parezca “natural” y las “huellas del crimen” desaparezcan. La última provocación es de qué modo conseguirá el gran capital construir un cementerio para los Estados que, tras ser “liberados” de todos sus órganos vitales, sean declarados en “muerte biológica” y los cadáveres deban desaparecer. El cementerio de Estados es el nuevo proyecto que está por llegar.
    Pero ¿cómo hemos llegado hasta aquí?

    En los últimos 20 años, en Rumanía, hemos asistido al desmantelamiento de las instituciones del Estado y a una lucha sin precedentes contra el Estado. Nuestros padres que vivieron en las décadas 50-70 construyeron las infraestructuras de este país, de las vías a las fábricas y talleres, de los ambulatorios a las escuelas, cines y estadios de fútbol. Aquella generación (y todo lo que ellos construyeron) se volvió una generación-donante para la vida social, política y económica del periodo poscomunista. Más allá de la ideología, nos encontramos ante una realidad cínica y trágica. Lo que aquella generación había construido en un año, nosotros no hemos conseguido realizar en 20 años. De aquellos recursos humanos, económicos y realidades sociales hemos vivido y consumido (tras los años 1990) hasta acabar con ellas, sin poner nada en su lugar. Lo que se construyó en aquel momento lo hemos vendido o regalado a otros tras los ‘90, a otros que no contribuyeron en nada a estas fortunas y lo hemos hecho con un fervor sin precedentes. En lugar de los talleres y de las fábricas de producción, aparecieron los grandes comercios, los buques se convirtieron en yates y las vías de tren se vendieron como chatarra. Las escuelas y los hospitales se cierran porque no aportan beneficio. La única verdad que ha permanecido como válida es el beneficio. Ésta es la convicción y la práctica diaria de todo ciudadano salido del comunismo. La única cosa real que hemos realizado ha sido desmantelar la cohesión social y destrozar el último vestigio de sensibilidad social, hecho que conllevó a la desaparición del significado de lo político. Y así hemos convertido todo en guetos: guetos inmensos y pequeños guetos de lujo, así como la población de este país se dividió en dos grupos: uno grande formado por los “malos parásitos, brutos e ineficientes” y uno pequeño de los “buenos ciudadanos civilizados y eficientes”.

    Y el sueño de los niños de la década de los ‘70 de ser médicos, profesores, ingenieros y cosmonautas se mira hoy día como un sueño ridículo y caído en desuso. La gran mayoría renunciaron hace tiempo a su sueño, a las profesiones por las cuales estudiaron con esfuerzo para realizar en cambio todo tipo de trabajos fantasmagóricos (publicidad, PR, marketing, etc.) El único sueño de la generación que se encuentra a fecha de hoy en plena madurez es tener acceso a préstamos para adquirir cosas que nunca necesitará.

    Hemos luchado por el capitalismo hasta que sólo nos quedó poner en venta nuestras propias almas. Incluso peor, hemos ido más lejos: hemos pedido préstamos para las generaciones que todavía no han nacido. Cuando nazcan, nacerán sojuzgados a las cadenas de las deudas realizadas por sus padres. Y así, poco a poco nos hemos convertido en los esclavos que damos a luz otros esclavos sin culpa alguna.

    Cuando los muertos y los vivos cumplen la misma función política

    Durante las últimas elecciones se descubrió una inmensa lista de ciudadanos fallecidos que figuraban como votantes activos. Cuando los muertos de un Estado cumplen la misma función social que los vivos, entonces entramos en un espacio no-político. Para comprender mejor esta convivencia en común de los muertos y vivos en el espacio del Este, no se deben leer tratados de política y filosofía. Basta con leer, para el contexto de Europa del Este en general, la novela-poema de Gogol, Almas muertas. Nos guste o no, nosotros formamos parte del mismo paradigma social y político gogoliano. Y para entender mejor la historia dentro del paisaje rumano, es suficiente con leer la novela de Bram Stoker, Dracula. De Gogol nos enteramos de un detalle muy interesante: “las almas muertas“ cumplen con una función económica muy importante, igual que las almas vivas. Los muertos te pueden hacer hombre hecho y derecho en el sentido más actual de la palabra. ¿Quién es un “verdadero” hombre? Uno que ostenta propiedades, herencias, una fortuna mediante la cual consigue o compra el poder, que, a su vez, lleva a la multiplicación de la fortuna. “Las almas muertas“, las que han dejado de encontrarse entre nosotros despliegan este poder. Toda la aventura de la novela describe las maniobras de Pavel Ivanovichi Chichikov para conseguir “las almas muertas“ de los campesinos siervos fallecidos que siguen inscritos en los registros fiscales. En la versión rumana actual: “las almas muertas“ votan para decidir la suerte de Rumanía. Desde más allá de la tumba, los muertos ejercen una función social y política que los vivos hace tiempo que no quieren cumplir. El colmo de los colmos: “las almas muertas” son más vivas que los elegidos del pueblo o incluso que el presidente elegido y suspendido (que no se presentó al último referéndum).

    http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=6128

  2. #21
    18/06/13 20:41

    17/06/2013 Tregua de maras, la "revolución lumpen" en El Salvador.

    El pacto con los grupos criminales no debe ser la estrategia de seguridad pública (Aunque sea la más barata)

    Las maras son grupos de delincuentes de características tribales que surgieron de la fusión de la cultura estadounidense de "pandillas" con la cultura salvadoreña de violencia. El fenómeno creció a consecuencia de migraciones masivas que han destrozado el tejido social, acabando con familia, escuela y comunidad, pilares del control social y de la formación en los valores que permiten la convivencia.

    Carlos Marx usó la palabra “putrefacción” para referirse al lumpen como el nivel más bajo de la escala social y lo señaló como no confiable. A diferencia de los trabajadores, que poseen valores como la solidaridad y la laboriosidad, el lumpen es esencialmente egoísta y vividor (El lumpen es la delincuencia surgida de la degeneración de la clase trabajadora cuando es empujada a la pobreza y la marginalidad sin escapatoria y sin esperanza)

    El Estado salvadoreño pactó una tregua con las maras para mejorar la seguridad en el Salvador. El autor critica ese pacto entre Estado y delincuencia organizada.

    La tregua de las maras en El Salvador es el experimento más avanzado de administración del delito en el continente. El drástico descenso de los homicidios en un 52% dio crédito intelectual a la tregua.

    Problema: el control de la violencia ya no depende de las capacidades del Estado, sino de la voluntad de los pandilleros.

    Cuando se reconoce socialmente al marero, se premia el delito y se desprecia la honestidad. La promoción de la tregua está trastocando valores fundamentales y borrando la línea que separa el bien del mal. Ahora, en los barrios pobres los ciudadanos ejemplares no son los buenos estudiantes, ni los emprendedores exitosos, ni los abnegados líderes comunales, ni los trabajadores laboriosos: son los mareros criminales.

    El descenso de homicidios es la principal defensa de la tregua; sin embargo, los muertos también se reducen cuando alguien va ganando un conflicto. Los homicidios de las maras responden a dos razones: a la guerra entre pandillas para controlar territorios y a la necesidad que tienen las maras de mantener atemorizados a quienes viven en esos territorios. Luchan por territorios para aumentar la capacidad de extorsionar y matan gente en esos territorios para asegurarse el pago de las extorsiones. Por tanto, el homicidio está subordinado a la extorsión, y este último es el delito principal. La esencia de la extorsión es el miedo al criminal y la desconfianza hacia la capacidad del Estado de proteger.

    La tregua de maras logró bajar los homicidios porque las pandillas se dividieron los territorios bajo intermediación de terceros con anuencia del Estado, con ello ya no necesitaron matarse. En segundo orden, porque cuando el Gobierno les reconoce públicamente y sin ambages su poder, los ciudadanos quedan sometidos a ese poder criminal. Es decir, la tregua ha institucionalizado el miedo en los ciudadanos, profundizado la desconfianza en el Estado y legitimado la extorsión como un impuesto criminal. Las pandillas han preservado organización, comando y control; reclutamiento, control territorial, capacidad de financiarse, y se están transformando en crimen organizado. Toda tregua, cuando no está resolviendo un conflicto lo está acrecentando, porque permite acumular fuerzas. En este caso, dado que el Estado inició la tregua sin un plan para fortalecerse, serían las pandillas las están acumulando fuerzas.

    La baja de homicidios ha favorecido la imagen externa del Gobierno, pero la tregua es altamente impopular en el país, porque el problema principal de los ciudadanos no es que los pandilleros se maten entre ellos, sino el terror que sufren por los asaltos, las violaciones sistemáticas de sus hijas, el reclutamiento de niños, las desapariciones y las extorsiones a que las maras los someten. Las encuestas señalan claramente que los salvadoreños consideran que la situación de seguridad ha empeorado, a pesar de la enorme disminución de los homicidios. ¿Cómo algo supuestamente tan positivo puede ser tan impopular? En realidad, aunque los homicidios han bajado, el poder criminal ha crecido y esto lo entienden perfectamente quienes viven en barrios pobres y usan el transporte público.

    Se trata de una minoría con gran poder de intimidación debido a la enorme debilidad del Estado. La solución entonces es fortalecer al Estado para que la seguridad de los ciudadanos no dependa de la voluntad de los mareros. La tregua pudo haber sido un instrumento táctico, discreto y secundario de la rehabilitación, pero nunca debió ser la estrategia de seguridad pública.

    Los mareros se han multiplicado porque las élites económicas son insensibles al desastre social que deja su modelo de exportación de personas y recepción de remesas. La gente pobre y trabajadora no tiene por qué pagar las consecuencias de esa injusticia y aguantar a las maras: protegerlos es una obligación. El principal obstáculo para solucionar la cuestión es el mito de Estado débil, pequeño y barato que dejaron los ajustes estructurales. Este problema no lo resolverá ni la mano invisible del mercado, ni la caridad internacional, ni la reconversión milagrosa de los pandilleros. Si no se fortalecen las capacidades policiales y sociales del Estado, podría triunfar la revolución de las maras y El Salvador acabar convertido en un Estado lumpen.

    http://elpais.com/elpais/2013/06/13/opinion/1371120944_177354.html


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