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Nací en una ciudad del Sur de España que se encuentra a sólo dos horas de donde comienza África. Es decir, el abismo.

Porque los que quieren entrar hoy en Europa, no buscan algo diferente, sino que huyen del abismo.

Por ello, frecuentemente recuerdo la suerte que tengo de que mi lotería genética haya hecho situar mi nacimiento al otro lado del Estrecho de Gibraltar. No es que Andalucía sea precisamente una tierra de abundancia de oportunidades, pero es Europa.

Los europeos no tenemos problemas, sino tareas. Gilipolleces comparadas con los problemas reales, problemas de verdad, del africano medio.

Europa es hoy un parque temático. Ahí es donde vivimos la inmensa mayoría de los europeos. Una zona del mundo que a base de silenciar orgullos, enterrar las armas e intentar comprender al otro ha alcanzado tal nivel de paz, prosperidad y estabilidad que la vida nos parece un diario transitar por Eurodisney. ¿Recuerdan esa sensación tan desagradable que supone volver al centro urbano tras disfrutar un día en el parque temático? Tras vivir ese día en un mundo ideal de cartón-piedra en compañía de los críos, al volver a la vida real todo nos parece sucio y roto en comparación.

Y yo estoy encantado de que sea así.

En la película Elysium una reducida élite de humanos habita en un gigantesco satélite que orbita una superpoblada y empobrecida Tierra. El paralelismo con Europa es evidente. También es evidente que se trata de la típica desigualdad entre países ricos y países pobres. Pero el estrecho de Gibraltar no es la frontera entre España y Marruecos, sino entre el próspero Norte de Europa y el África subsahariana. Es sin duda la frontera más desigual del mundo, mucho más que la que existe entre EE.UU. Y México.

 

 

Hoy se puede ver claramente que Europa ha conseguido lo que se proponía. Por más que los agoreros pronosticaran la ruptura de la Unión, del euro y del mutuo acuerdo, Europa está hoy más fuerte que nunca y sus prioridades son claras.

Por supuesto que el camino no está exento de dificultades, nunca lo está. En 1945 la empresa era simplemente gigantesca: acabar con las guerras, empezar a respetarnos mutuamente, comprender el uno al otro y todo ello con las herramientas de la libre circulación de bienes, servicios, personas, capitales… e ideas. Ha funcionado de una forma tal que hoy nadie en sus cabales querría salir de Europa. Y aquel que se arriesga a hacerlo empieza a ver que tiene mucho, pero mucho que perder.

Admito que, en cierta forma, pertenecer a Europa se ha convertido en residir en una cárcel dorada. Tienes grandes contrapartidas  a cambio de renunciar a una cuota importante de tu "libertad". Entiendo a los británicos que ansían su soberanía, después de todo el setenta por ciento de la normativa española tiene sello comunitario gracias a las Directivas europeas. En algunas áreas como la energética o la medioambiental el porcentaje es sensiblemente mayor (por cierto, ¡gracias Europa!). Pero cuando se vayan los ingleses, si es que se van, que lo pongo muy en duda, comprobarán que esa cárcel dorada era más bien un inmenso parque nacional exquisitamente cuidado donde era imposible aburrirse.

Por supuesto, soy profundamente europeísta. Ni en lo peor de la crisis financiera de 2012 dejé de defender la pertenencia a este club, mi amor a esa idea que es Europa.

Me he recorrido casi todos los países de la Unión comprobando como existe ese espíritu común, esa idea poderosa que ya no se llama CEE ni UE-27 ni Comunidad Europea. No, los europeístas la llamamos simplemente por su nombre:

Europa.

La mitad de mis amigos han formado familias mixtas con parejas de otros países europeos o de su órbita. El intercambio comercial, los proyectos europeos cofinanciados… ¡la propia beca Erasmus!, han funcionado terriblemente bien. Europa ya no es una vulgar suma de países, pues se ha creado un espacio virtual común nuevo donde cada vez más millones de personas entran y no quieren salir, donde las fronteras empiezan a diluirse cuando se habla en tres o cuatro idiomas sobre proyectos supranacionales. Especialmente los jóvenes muestran de forma arrolladora su adhesión a esta idea, ¿recuerdan como los veinteañeros ingleses son los que más se lamentan sobre el resultado del referéndum sobre el Brexit?

He tenido también la oportunidad de comprobar cómo en países que algún día podrían ser candidatos a entrar en Europa existe el deseo, de nuevo especialmente entre los jóvenes, de agradar al europeo, de mostrarse como un candidato válido. Los jóvenes, que no han tenido oportunidad ni de oler una guerra europea, son los que, con una mochila de ideas que no carga con el resentimiento del pasado, abrazan mejor la Europa del futuro.

Bosnia-Herzegovina y Ucrania ansían ingresar en el club. La misma Armenia, geográficamente asiática pero de cultura similar a la europea, realiza un seguimiento tremendo del festival de Eurovisión. Primero es la cultura en general, los bienes exportados y los programas de televisión. Luego viene lo demás. Nosotros no somos muy conscientes porque llevamos treinta años dentro, pero fuera del club la gente desea pertenecer a él. Turquía incluso, que solía menospreciar de forma mayoritaria el pertenecer a Europa, vive hoy día en sus carnes las consecuencias de no haber podido hacerlo a tiempo y empieza a lamentar no estar integrada.

Porque fuera, ahora mismo, está el abismo.

Europa no es ni mucho menos perfecta, tiene muchos fallos, muchos. Es lenta, burocrática y le cuesta tomar decisiones. ¿Qué esperaban de 27 países intentando ponerse de acuerdo, una orgía quizás? Por eso no esperaba en absoluto que el desafío que supone el primer país que desea salir voluntariamente fuera a unirnos tanto. Realmente es digno de ver como los 27 han cerrado filas en torno a la unidad europea y han proporcionado respuestas rápidas y contundentes. Quizás es que es más fácil una vez se identifica “el enemigo”, pero más bien creo que se trata de que somos ya plenamente conscientes de lo que podríamos perder si no defendemos la idea de Europa: vemos claramente que Reino Unido no va a transitar un camino de rosas precisamente y no queremos que su destino sea el nuestro. Europa tiene muchos fallos, sí. Pero tremendas virtudes también.

Por ejemplo, Europa nunca renuncia a un objetivo una vez se plantea alcanzarlo. Nunca, ni una sola vez. La persistencia europea, lenta pero segura, es casi digna de la cultura china. Europa tiene paciencia porque sabe que tiene la sartén por el mango.

Por supuesto que sí, claro que soy europeísta, ¿qué otra cosa podría ser? Y no sólo porque fuera esté el abismo, sino porque Europa ha demostrado que con trabajo, esfuerzo y sabiendo escuchar al otro, es posible.

Europa, esa idea que ya es realidad.

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  1. en respuesta a Solrac
    -
    #143
    19/01/18 09:48

    Estás en todo tu derecho.

    Saludos.

  2. en respuesta a Beticus
    -
    Top 25
    #142
    19/01/18 09:38

    Quillo, con ese nick como te voy a tomar en serio 😜

    Bueno, hay gustos pa to, compare. Yo con este post ya decidí dejar de intervenir en los foros como antes, paso de discutir, la verdad.

    Saludos

  3. en respuesta a Solrac
    -
    #141
    19/01/18 09:29

    No estoy muy de acuerdo con ese relato de la historia que cuentas y la contradicción en el mismo se encuentra en los dos párrafos finales: al final se hubieran impuesto los extremistas religiosos y ya sabes a lo que lleva eso, a Marruecos...