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Versos sueltos

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Versos sueltos
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606 / 638
#4841

Re: Versos sueltos

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 ODA XIX
  EL ESPEJO

Toma el luciente espejo,
Y en su veraz esfera
Ve, Dorila, el encanto
De tu sin par belleza:

La alba frente en contraste
Con las hermosas cejas,
Que en arco prolongadas
Dos iris asemejan:

La gracia de tus ojos,
En cuya ardiente hoguera
Flechando sus arpones
Amor su trono asienta:

Su majestad afable,
Y esa languidez tierna
De su mirar, o cuando
Rientes centellean:

Tu boca y tus mejillas,
Do esparce primavera
Sus rosas y claveles,
Derrama sus esencias:

Ese tu enhiesto cuello,
El seno, las dos pellas
Que en él de firme nieve
Elásticas se elevan:

Y ondulando suaves
Cuando plácida alientas,
Animarse parecen,
Y su cárcel desdeñan.

Ve el aire de tu talle,
La gracia y gentileza
Con que flexible torna,
Derecho se sustenta:

Tus perfecciones goza,
Y cariñosa al verlas
Mis lágrimas disculpa,
Mis esperanzas premia,

¡Ay! tú al espejo puedes
Pararte, y en su escuela
De las Gracias guiada
Formarte muy más bella.

De cien vistosas flores
Ornar tus blondas trenzas,
Relevar con sus rizos
La frente de azucena:

Gobernar de tus ojos
Las miradas arteras,
Y fijar de sus niñas
La inocente licencia:

Adiestrar en su juego
La boca pequeñuela:
La sonrisa en sus labios
Hacer más halagüeña,

Mas donosos los quiebros
De tu linda cabeza,
Tu andar aun más picante,
Tu talla más esbelta.

Yo ¡triste! contemplarlo
No puedo, sin que sienta
Doblarse mis pesares,
Más grave mi tristeza.

Ayer en él buscaba
Tu imagen, y en vez de ella
Vi abatido mi rostro,
Mis ojos sin viveza,

Áridas las mejillas,
Mi boca sin aquella
De risas y donaires
Festiva competencia:

Do quier en fin marcadas
Mil dolorosas huellas
De tu rigor injusto,
De mi infeliz terneza.

Asi tú en el espejo
Consultándolo encuentras
A Venus y sus Gracias,
Yo un retrato de penas.

autógrafo

Juan Meléndez Valdés

 

 

 

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#4842

Re: Versos sueltos

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   SONETO XLVI

Robome, oh Julio, una cobarde fiera
(fiera y cobarde, Julio, cruel sería),
la mitad me robó del alma mía,
y ¿tú aun vives, mitad? ¡quién lo creyera!

Ira al fin mujeril, que no cupiera
en varón semejante villanía
necia; los que el amor y el cielo unía,
¿quién sino tú apartarlos pretendiera?

¿Qué se puede? Vivamos divididos,
dulce Amarilis mía, en esperanza
de vencer con paciencia y vida el hado.

Julio, ¿quién desordena mis sentidos?
Iba a hablarte, y me han arrebatado,
ya el amor, ya el dolor, ya la venganza.



Francisco de Medrano

 

 

 

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#4843

Re: Versos sueltos

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    SONETO IV
  EN LA PLAYA DE BARCELONA, VOLVIENDO DE ROMA

Pláceme ver el mar cuando se enoja,
y a montes de agua montes acumula,
y al experto patrón (que disimula,
prudente, su temor) puesto en congoja.

También me place verle cuando moja
la orilla malavés, y en leche adula
a quien sus culpas llevan, o su gula,
a cortejar cualque birreta roja.

Turbio me place, y pláceme sereno;
verle seguro, digo, desde afuera,
y éste medroso ver, y éste engañado:

no porque me dé gusto el mal ajeno,
mas por hallarme libre en la ribera,
y del mar falso asaz desengañado.



Francisco de Medrano

 

 

 

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#4844

Re: Versos sueltos

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 MI DOMINGO

El domingo era el día de los pájaros libres
que paseaban la casa silenciosa y abierta
pues ventanas y puertas daban fácil entrada
al sol, que circulaba por todos los rincones
encontrado las cosas hasta entonces perdidas:
un dedal, una aguja y una hebilla ya rota.
Era el sol como el dueño de la casa, que vuelve
y halla que hasta la llave gira más fácilmente
denunciando unurgente deseo hospitalario.
El sol, como un obrero, pintaba las paredes
de blanco, y proyectaba sobre la superficie
los ramajes del patio, que trazaban dibujos
sujetos a la varia dinámica del viento.
Despertaba, después, a, los Reyes, dormidos
en los tapices, presos de largo encantamiento,
y que se desquitaba de la escoba casera
sonriendo a las Ninfas, cautivas en festones
de flores, entre fuentes y corceles alados.
Mas su mejor encuentro era con los espejos:
el sol no sabía de dónde procedía, entonces
y entre el azul ilímite y el azul enmarcado
prefería tener su origen en el muro.
Después iba sacando de la sombra los vasos
pequeños y los grandes jarrones de cerámica,
y con dedos de oro los modelaba, haciendo
que la luz, como un torno, les diese nueva forma.
Qué juego en las brillantes cerraduras. Un rayo
luminoso, al entrar por el estrecho hueco,
era un estoque en busca de las sombras perdidas
que el sueño, al despedirse, dejaba en las alcobas.
Dueño el sol de la casa, ese domingo ocioso,
conmigo, solamente, compartía su dominio,
con esta diferencia: que mi dichosa infancia
no caminaba, entonces, hacia ningún ocaso.
El jardín respiraba con virtud tan violenta
que las flores morían de su propio perfume,
entre un temblor de abejas, que caían embriagadas,
y el girar incesante de los pájaros locos.
Las rosas daban gracias a Dios porque no había
tijeras oprobiosas que, de las verdes eras,
las llevaran al árido destierro de los vasos
que poblaban la ingrata soledad de las salas.
Con qué suave descanso caían las cortinas
sobre el balcón abierto, frente a la estrecha calle,
lo mismo que, banderas libertadas del palo,
y abiertas, sin escrúpulos, al sol de una baranda.
Una pila de piedra, cercada de violetas,
se alzaba en la mitad del patio, pero nadie
escuchaba el rumor de los caños simétricos.
Sin embargo, el domingo la música sonaba
como cuando a la iglesia penetra el organista.
¡Cuántos sones inéditos había en esos caños!
¡Qué música inefable la de esa vieja piedra!
Yo escuchaba el rumor de aquellas cuerdas líquidas
y una emoción seráfica llenaba mi existencia.
Me parecía habitar un palacio de arpas
o soñar en el fondo de un caracol sonoro.
Y luego las campanas, campanas del domingo
que escuchaba ese día, remirando hacia el techo
pues pensaba, sin duda, que los sones bajaban
como aves de metal, saltando por las tejas.
¡Sones inolvidables! Repicábais en mi alma
y todavía os escucho, desde el fondo del tiempo,
subir a recordarme mis domingos azules,
con el perro sin soga y una torre en el fondo.
Luego, en el comedor, llegaban las palomas
a devorar las migas de pan. Era una fiesta
de ternura eucarística, que sobre los manteles
celebraban las cándidas aves del Evangelio.
Y, cuando declinaba la tarde, lampos de oro
manchaban las paredes. Viajeros invisibles
agitaban las manos, en el aire extenuado.
Era como si un barco de velas amarillas
dijese adiós a todas las riberas del mundo.
Yo comenzaba a tener miedo. Sombras
que se alargaban, mudas, parecían perseguirme.
Un grillo preludiaba la canción de la noche.
Sonaba, en ese punto, el portón de la calle
y el oscuro zaguán resonaba de voces.
¡Señor! Había cesado la paz de mi domingo.

autógrafo

Rafael Maya

 

 

 

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#4845

Re: Versos sueltos

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ALLÁ LEJOS

Hiéreme, ¡oh muerte!
Coge la flor abierta
de mis años. No dejes
que envejezca. Ven pronto.
Rompe la hélice roja
de mi ambicioso corazón en pleno
volar sobre los curvos hiorizontes.
Paraliza mis brazos
que hunden el remo en las doradas aguas
del tiempo. Ata mis plantas
manchadas con la sangre del racimo
carnal. Apaga el ritmo
de mis arterias cuyo golpe hiere,
en la noche de insomnio, mis oídos
con un rumor de agua subterránea.
Fájame con tu venda
como a un niño, y entrégame a los brazos
de la oscura nodriza que alimenta
las ávidas raíces de los árboles.
No ver la luz, no ver la luz creadora
que saca de su abismo inagotable
las infinitas formas de la vida,
No atisbar el espacio
que se puede beber con la mirada
como una copa azul llena de espumas.
No ver un rostro humano
ni oír una palabra.
Hiéreme, ¡oh muerte!

Ni el dulce mar en que naufragan tantas
riquezas, y que guarda entre sus aguas
fabulosas ciudades,
hundidas como fúnebres navíos
con sus copas de oro
y sus lechos cargados de mujeres.
Ni el mismo cielo eterno que sustenta
la arqultectura móvil de las nubes,
y traza la remota geometría
de las constelaciones misteriosas.
Ni el cuerpo adolescente
de una doncella, apenas sombreado
en sus pliegues recónditos por una
vegetación de suave terciopelo.
Nada podrá ligarme a la ribera
terrestre.

        Ven ¡oh muerte!

Quiero bajar los húmedos peldaños,
afelpados de musgo, de la estrecha
galería que lleva hasta tu cripta
donde espera la esfinge somnolienta
coronada de rosas inmortales.
Allí, al fulgor de las marchitas lámparas
que filtran una aurora penumbrosa
a traves de los grises alabastros,
repasaré la escena multiforme
de mi vida, los rostros conocidos,
y la imagen dorada de unos campos
que florecen aún, bajo otros cielos,
perdidos en el tiempo y la memoria.

autógrafo

Rafael Maya

 

 

 

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#4846

Re: Versos sueltos

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  A DON MIGUEL DE UNAMUNO

Por su libro Vida de Don Quijote y Sancho.

Este donquijotesco 
don Miguel de Unamuno, fuerte vasco, 
lleva el arnés grotesco 
y el irrisorio casco 
del buen manchego. Don Miguel camina, 
jinete de quimérica montura, 
metiendo espuela de oro a su locura, 
sin miedo de la lengua que malsina.

A un pueblo de arrieros, 
lechuzos y tahúres y logreros 
dicta lecciones de Caballería. 
Y el alma desalmada de su raza, 
que bajo el golpe de su férrea maza 
aún durme, puede que despierte un día.

Quiere enseñar el ceño de la duda, 
antes de que cabalgue, el caballero; 
cual nuevo Hamlet, a mirar desnuda 
cerca del corazón la hoja de acero.

Tiene el aliento de una estirpe fuerte 
que soñó más allá de sus hogares, 
y que el oro buscó tras de los mares. 
Él señala la gloria tras la muerte. 
Quiere ser fundador, y dice: Creo; 
Dios y adelante el ánima española... 
Y es tan bueno y mejor que fue Loyola: 
sabe a Jesús y escupe al fariseo.

autógrafo

Antonio Machado

 

 

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#4847

Re: Versos sueltos

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 LA TIMIDEZ

A las márgenes alegres
Que el Guadalquivir fecunda,
donde ostenta pomposo
El orgullo de su cuna,

Vino Rosalba, sirena
De los mares que tributan
A España, entre perlas y oro,
Peregrinas hermosuras.

Más festiva que las auras,
Más ligera que la espuma,
Hermosa como los cielos,
Gallarda como ninguna,

Con el hechicero adorno
De tantas bellezas juntas,
No hay corazón que no robe,
Ni quietud que no destruya.

Así Rosalba se goza,
Mas la que tanto procura
Avasallar libertades,
Al cabo empeña la suya.

Lisardo, joven amable,
Sobresale entre la turba
De esclavos que por Rosalba
Sufren de amor la coyunda.

Tal vez sus floridos años
No bien de la edad adulta
Acaban de ver cumplida
La primavera segunda.

Aventajado en ingenio,
Rico en bienes de fortuna,
Dichoso, en fin, si supiera
Que audacias amor indulta,

Idólatra más que amante,
Con adoración profunda,
A Rosalba reverencia,
Y deidad se la figura.

Un día alcanza a otro día
Sin que su amor le descubra;
El respeto le encadena
Y ella su respeto culpa.

Bien a Lisardo sus ojos
Dijeran que más presuma;
Pero él, comedido amante,
O los huye o no los busca.

Perdido y desconsolado,
Una noche en que natura
A meditación convida
Con su pompa taciturna,

Mientras el disco mudable,
En que ceñirse acostumbra,
Entre celajes de nácar
Esconde tímida luna;

Al margen del sacro río
La inocente suerte acusa,
Y así fatiga los aires
Con endechas importunas:

          «Baja tu velo
          Amor altivo,
          Mira que al cielo
          Osado va;
          Buscas en vano
          Correspondencia;
          Amor insano,
          Déjame ya.

          »Déjame el alma
          Que otra vez libre
          Plácida calma
          Vuelva a tener:
         ¡Qué digo, necio!
          El cielo sabe
          Si más aprecio
          Mi padecer.

          »Gima y padezca,
          Una esperanza
          Sin que merezca
          A mi deidad;
          Sin que le pida
          Jamás el premio
          De mi perdida
          Felicidad.

          »Tímida boca,
          Nunca le digas
          La pasión loca
          Del corazón,
          Adonde oculto
          Está su templo,
          Y ofrenda y culto
          Lágrimas son».

Más dijera, pero el llanto,
En que sus ojos abundan,
Le interrumpe, y las palabras
En la garganta se anudan.

Cuando junto a la ribera,
En un valle donde muchas
Del árbol grato a Minerva
Opimas ramas se cruzan,

Süave cuanto sonora,
Lisardo otra voz escucha,
Que, enamorando los ecos
Tales acentos modula:

          «Prepara el ensayo
          De más atractivos
          La rosa en los vivos
          Albores de Mayo:

          »Si al férvido rayo
          Su cáliz expone,
          Que el sol la corone
          En premio ha logrado,
          Y es reina del prado
          Y amor de Dïone.

          »¡Oh fuente! En eterno
          Olvido quedaras
          Si no te lanzaras
          Del seno materno;

          »Tal vez el invierno
          Tu curso demora,
          Mas tú, vencedora,
          Burlando las nieves,
          A tu ímpetu debes
          Los besos de Flora.

          »Y tú, que en dolores
          Consumes los años,
          Autor de tus daños
          Por vanos temores,

          »En pago de amores
          No temas enojos,
          Enjuga los ojos;
          Que el dios que te hiere
          Más culto no quiere
          Que audacias y arrojos».

Rayo son estas palabras
Que al ciego joven alumbran,
Quien su engallo reconoce
Y la voz que las pronuncia.

Y al valle se arroja, adonde
Testigos de su ventura
Fueron las amigas sombras
De la noche y selva muda;

Mas muda la selva en vano
Y en vano la sombra oscura:
No sufre orgullosa Venus
Que sus victorias se encubran.

Lo que celaron los ramos
Las cortezas lo divulgan,
Que en ellas dulces memorias
Con emblemas perpetúan.

Las Náyades en los troncos
La fe y amor que se juran
Leyeron, y ruborosas
Se volvieron a sus urnas.

autógrafo

Juan María Maury

 

 

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#4848

Re: Versos sueltos

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  CAE LA BANDERA

Estoy azorado porque el ave vuela.
La muerte... el jardín,
La luz manifiesta.
No me acostumbraba.
Perdí la terneza de las cosas simples,
la raíz alterna que viene del astro.
Y la muerte acecha.
Tanto fucilazo.
La noche recuerda el desdén del mundo.
Se inmuta la senda.
Soy el peregrino de lejana aldea.
De niño pensaba la verde luciérnaga.
El jardín no puede sostener la perla del mar agitado.

Francisco Matos Paoli

 

 

 

 

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