La importancia que da Trump a los bienes del pasado es ridícula. Lo que importa es la competitividad en el futuro.
Como un perro a un hueso, Donald Trump siempre vuelve a los aranceles. Ahora propone una lista modificada de ellos a una serie de países, entre ellos aliados cercanos y varias naciones muy pobres, que se impondrán el 1 de agosto de 2025. ¿Se retractará una vez más? ¿Quién sabe? Pero las posibilidades de que consiga, o pueda conseguir, acuerdos capaces de calmar su irracional mercantilismo parecen escasas o nulas. Un hombre irracional es imprevisible. Quizá esta vez vaya en serio. De ser así, el ya elevado nivel medio de aranceles estadounidenses del 8,8% acabaría siendo mucho mayor. Entraríamos en un mundo nuevo.
Basta con echar un vistazo a algunas de las propuestas: aranceles del 50% a las importaciones de Brasil, del 40% a Laos y Myanmar, del 36% a Tailandia, del 35% a Bangladesh, del 32% a Indonesia, del 30% a Sudáfrica, Sri Lanka y la UE y del 25% a Japón y Corea del Sur. Los aranceles propuestos son bastante próximos a los presentados el 2 de abril de 2025, basados en que el factor determinante es la relación entre el déficit bilateral estadounidense y las importaciones bilaterales.
Nunca se repetirá lo suficiente que esto es una economía sin sentido. No hay absolutamente ninguna razón por la que el comercio bilateral deba equilibrarse. El hecho de que no lo haga no demuestra en absoluto que el país con superávit esté "haciendo trampas".
Además, la balanza comercial global de bienes, o de bienes y servicios, no es la suma de balanzas bilaterales determinadas independientemente. Es el producto de la interacción entre los ingresos netos de los factores, los flujos de capital y, sobre todo, los ingresos y gastos agregados. No deja de ser una locura creer que EEUU pueda tener un enorme déficit fiscal sin tener también grandes déficits comerciales y por cuenta corriente, al menos mientras el resto del mundo esté dispuesto a financiarlos. ¿Qué ocurrirá si el mundo se para? Un caos financiero.
Mientras tanto, el mosaico irracional de aranceles propuesto ahora causaría grandes asignaciones erróneas de recursos. Uno de los puntos que el régimen de Trump es incapaz de entender es que los aranceles a algunos bienes son un impuesto a la producción de otros. Los aranceles elevados a productos como el acero o el aluminio constituyen un impuesto a los productores que los utilizan. Si estos últimos fabrican productos sustitutivos de las importaciones, los aranceles podrían compensar, al menos parcialmente, dichos costes. Pero si producen bienes exportables, no podrían. Así pues, los aranceles de Trump beneficiarían a las partes menos competitivas internacionalmente de la economía a expensas de las más competitivas. ¿Tiene esto sentido? Obviamente, no.
Peor aún, centrarse en los bienes del pasado es ridículo. Lo que importa es la competitividad en el futuro. Se trata, pues, del equivalente económico de los intentos de recrear dinosaurios. Como señalan David Autor, del MIT, y Gordon Hanson, de Harvard, el reto actual para EEUU es el ascenso de China como superpotencia tecnológica y científica. Si quiere responder a esta amenaza, EEUU debe cooperar con sus aliados, dedicar muchos más recursos a la investigación científica y acoger a inmigrantes con talento, justo lo contrario de lo que está haciendo Trump. ¿"Make American Great Again"? Difícilmente. Los mercados están ignorando estos peligros a largo plazo para EEUU. Puede que tengan razón. Pero puede que no.
Estos aranceles no son sólo insensatos. También son perversos. Permítanme poner dos ejemplos. El primero es el arancel del 50% propuesto por Trump a Brasil. Como él mismo ha dejado claro en una carta al presidente Luiz Inácio Lula da Silva, esto es en respuesta al juicio contra el "mini-yo" de Trump, Jair Bolsonaro, por intentar anular los resultados de las últimas elecciones presidenciales. ¿Le suena familiar? Como señala Paul Krugman, esto es parte del "Programa de Protección de Dictadores" de Trump. Aparte de todo lo demás, Trump no tiene autoridad legal para utilizar aranceles con este fin.
Luego están los brutales aranceles a Laos. Según el FMI, Laos es un país muy pobre, con un PIB real per cápita de apenas el 11% del estadounidense. Además, su superávit bilateral con EEUU fue de sólo 800 millones de dólares en 2024. La idea de que una superpotencia pueda siquiera pensar en imponer aranceles punitivos a un país así es más que insensata. Es atroz. Lo que lo hace irremediablemente perverso es que, según la CNN, "de 1964 a 1973 EEUU lanzó más de 2 millones de toneladas de bombas sobre Laos. Se lanzaron más bombas sobre Laos durante la Guerra de Vietnam que sobre Alemania y Japón juntos durante la Segunda Guerra Mundial. Esto convirtió a Laos en el país más bombardeado de la historia per cápita". ¿Es que esta gente no tiene vergüenza?
Según la Casa Blanca, esta Administración está dirigida por "el mejor negociador comercial de la historia cuya estrategia se basa en solucionar los desequilibrios sistémicos en nuestros tipos arancelarios que han inclinado la balanza a favor de nuestros socios comerciales durante décadas". De hecho, no había la más mínima posibilidad de que se alcanzaran acuerdos con casi 200 países, ni siquiera con 100, en unos pocos meses. Además, muchas de las exigencias estadounidenses son ridículas, como la de que la UE renuncie al IVA. El IVA no es una distorsión del comercio: se aplica a todos los bienes o servicios que se venden en los mercados de la UE, como debe ser de acuerdo con el principio de destino. Y esta medida no eliminaría de todos modos los déficits comerciales estadounidenses.
Entonces, ¿qué hacer ante esta locura? En primer lugar, deberíamos esperar que Trump se retracte una y otra y otra vez, aunque la incertidumbre creada seguirá siendo costosa. En segundo lugar, deberían tomarse represalias, idealmente coordinadas, contra EEUU. En tercer lugar, todos los miembros de la Organización Mundial del Comercio deberían declarar que cualquier concesión comercial hecha a EEUU se extenderá a otros miembros, de acuerdo con el principio de "nación más favorecida". Por último, los demás miembros también deberían cumplir sus acuerdos entre sí. EEUU está fuera de control. El resto del mundo no tiene por qué seguirle.