Enel está en un punto muy delicado pero también con oportunidades bastante jugosas. Por un lado, su resultado del primer trimestre de 2025 ha sido sólido: más de 2.000 millones de euros de beneficio neto, lo que refleja que su actividad sigue generando caja incluso con los precios de la energía más bajos y una presión regulatoria fuerte. Eso da algo de margen para seguir ejecutando su estrategia.
Hablan mucho de su plan estratégico 2025-27, en el que va a invertir 43.000 millones de euros: una parte muy grande irá a redes (26.000), especialmente en Italia y España, y otros 12.000 a renovables. Esa apuesta es clara y ambiciosa, pero también arriesgada porque necesita mantener una disciplina financiera muy alta para que esas inversiones se traduzcan luego en EBITDA real, no solo en capacidad instalada teórica.
En Latinoamérica, Enel también está activa: en Colombia ha desplegado muchísima inversión para fortalecer las redes eléctricas y proyectos solares, lo que le permite diversificar riesgos y reforzar su posición en un mercado prometedor. Eso puede ser un brazo muy potente de crecimiento si todo va bien, pero no es algo que se materialice de la noche a la mañana.
Por otro lado, hay riesgos claros: su deuda neta sigue siendo muy alta, y si las sinergias con la parte regulada no son lo eficientes que esperan, podría tener problemas para cuadrar la ecuación. Además, aunque la transición a renovables empuja mucho, parte del crecimiento depende de que los nuevos activos realmente funcionen y no tengan sobrecostes o retrasos.
En definitiva, Enel ofrece una oportunidad para quienes creen en la transición energética y en el valor de los “activos regulados”: puede dar rentabilidad a medio-largo plazo, pero no es un valor sin riesgo. Hay que entrar sabiendo que la ejecución será clave y que el camino no va a ser sencillo.