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La deuda pública en niveles récord: 122% del PIB, más que doblando uno de los límites de los criterios de convergencia que se establecieron en los años 90 del siglo pasado para poder entrar en el euro: 60% de deuda pública sobre el PIB como tope.

Un gasto en pensiones que supone el 39,2% del total de gastos de los Presupuestos generales del Estado para 2021 y es de largo la partida de gasto más importante.
Unas pensiones con una de las tasas de reemplazo más generosas de Europa, del 83,4%. Esta tasa mide el porcentaje que supone la pensión pública de jubilación respecto al último salario cobrado por un trabajador. En el caso de España significa que si un trabajador cobraba en su último año de trabajo 1000 euros de sueldo su pensión al jubilarse es de 834 euros (esto sólo en el caso de los trabajadores por cuenta ajena, que representan el 83% de la población activa).

A este extraordinario gasto en pensiones, que se ha más que cuatriplicado en los últimos 25 años, han contribuido: la citada generosidad de las pensiones, el envejecimiento de la población, el notable incremento de la esperanza de vida y la cultura de prejubilar con cincuenta y pico años.

¿Porqué digo que es perverso? Porque ningún partido político se atreve a cuestionar de verdad y poner sobre la mesa este asunto. ¿Porqué no lo hace nadie? Por una razón muy sencilla: porque es algo muy impopular que resta muchos votos, hay casi diez millones de jubilados y muy pocos abstencionistas en sus filas.
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