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Parábola del País Rico y del País Pobre (o el mercader de Venecia y la crisis de la deuda)

 

El mercader de Venecia y la crisis de la deuda

Uno de mis maestros, David Anisi, era muy aficionado a las parábolas y cuentos con contenido económico. Tenía una especial habilidad tanto para pergeñarlos como para contarlos. Yo carezco de ella, pero sin embargo me voy a poner a contar una parábola que oí de labios de un cuentacuentos en un caravanserai por el que pasé en un viaje reciente. No la contaré con todo el lujo literario del que hacen gala los buenos cuentacuentos, no habrá en mi versión metáforas deslumbrantes ni alegorías seductoras. Me remitiré por ello sólo a su fondo, a su contenido, que creo que es ilustrativo. La llamaré la Parábola del País Rico y del País Pobre. Pido de antemano disculpas, pues como he dicho, no soy nada ducho en esto de de contar cuentos. Pero, bueno, ahí va y si alguien la encuentra ilustrativa pues bien, y si no, pues tampoco será mucha la pérdida.

"Érase una vez que se era que había dos países en una rara región de la Tierra Media del Mundo. Uno, el situado más al Norte, se encontraba poblado por gentes industriosas y ahorrativas pues, ya fuese por su clima áspero y frío, ya fuese por la ausencia de suficiente luminosidad solar, ya fuese por su estricta religión poco dada a festejos y a perdones, ya fuese porque sus habitantes habían tenido que habérselas con una Naturaleza hostil nada pródiga,o ya fuese por una supuesta fijación escatológica en el carácter de sus gentes, o ya fuese por una combinación de todas esas circunstancias, desde siempre, y sus gentes habían desarrollado como forma de ser unos rasgos de laboriosidad y contención. Y eso no era de extrañar, pues eran los más adecuados evolutivamente -como algunos sabios decían- para aguantar y medrar en ese entorno áspero, para vivir en esa Madre Naturaleza tan descastada. Dada su extremada situación allá en el Septentrión, poco, además, excepto trabajar y pensar en cómo vencer a la Naturaleza podía imaginarse que podían hacer sus habitantes en las largas tardes otoñales e invernales antes de la aparición de la radio, la televisión e Internet. Pero, esa laboriosidad como no podía ser de otra forma, había tenido sus frutos y así, en los tiempos en que transcurre esta historia, el País del Norte gozaba de una posición económica privilegiada. Era un país rico de modo que sus habitantes producían más de lo que necesitaban, excedente que vendían a otros países a cambio de los bienes que sus recursos y laboriosidad no podían producir en las cantidades que necesitaban. Su moneda, el marquo, era por eso muy valorada pues siempre era demandada por los países con los que comerciaban, pues estos la necesitaban para pagarles a los del País del Norte hacían por los bienes que les compraban. Gracias a esta su posición económica tan desahogada sus habitantes se sabían ricos y gozaban de un amplio bienestar conseguido por sus esfuerzos ya que, como repetían incesantemente sus mullahs y ayatollas, nada es gratis.

Con el paso de los días y las décadas, convencidos de que su situación de bienestar era merecido fruto de su trabajo (o bien de una especial predilección de la Divina Majestad por su raza, olvidando al pensar así que Allah el Compasivo es también el Indiferente para todas las razas de todas las Tierras del Mundo) los habitantes del País de Septentrión tendían a verse como algo especial, como un Pueblo Merecedor de Respeto , un Pueblo Elegido o Superior al del pueblo vecino...el Meridional.

Y es que muy diferentes eran los habitantes del otro País, el del Sur. Tampoco, como es tan habitual, les faltaba la arrogancia ese tantas veces mortal pecado patriótico, y así afirmaban y se enorgullecían de tener otra disposición hacia la Vida. El clima y la luz les incitaban al ocio y la holganza. Tanto pregonaban y se envanecían falsamente de su capacidad para el ocio y la diversión que llegó un momento en que para la jequeresa del País del Norte, esa era la explicación de que con el discurrir de los días y los años el país del Sur acabase siendo, comparativamente con respecto al del Norte, un país pobre, por lo que les recomendaba más esfuerzos y trabajos si querían salir de su poco boyante situación. Pero nada de esto era cierto. Pues en el País del Sur se trabajaba tanto o más que en el País del Norte, y su pobreza relativa no era explicable por la cantidad de lo qe trabajaban sino por otras razones que sólo Allah conoce en su totalidad. Pero esa es otra historia. La moneda del País del Sur era el drakman, y siempre valía menos que el marquo como era de esperar dado que el País del Sur solía tener déficits comerciales con su vecino del Norte, lo que periódicamente le obligaba a depreciarse.

El caso es que un tiempo ha antes de esta historia, los dos países habían llegado a un acuerdo especial. Habían decidido crear una moneda común para facilitar los intercambios entre ellos eliminando las incertidumbres que los movimientos en la cotización respectiva de sus monedas suponía. Crearon así una moneda común, el dinar . A ambos países les convenía. Al País del Norte, para facilitar sus intercambios, y al del Sur, además, para dar estabilidad a su moneda siempre aquejada de volatilidad. No pasó mucho tiempo antes de que los habitantes del País del Sur se lanzasen a pedir préstamos a los del Norte que, gustosamente, se los concedían en atención a que su devolución ya no se haría en drakmanes sino en dinares, esa común moneda cuyo valor estaba garantizado.

Pero, con el tiempo, las cosas se complicaron. Los créditos que el País del Norte acumulaba respecto al País del Sur no eran sino las deudas que éste tenía respecto a aquél. Y cada vez más los días de pago de parte de esas deudas, los días de "vencimiento", eran para el País del Sur, exactamente eso: días de la derrota más profunda. Y es que para pagar esa gigantesca deuda acumulada con el País del Norte, los sabios en asuntos económicos de las madrassas más reputadas o los grupos de tertulianos y dicharacheros más conspicuos establecían que Allah, el Señor de los Mercados, había prescrito que las deudas hay que pagarlas, que ello está bien y sirve para restablecer la Confianza, de modo que la Pobreza mayor del País del Sur que como consecuencia del pago de sus deudas resultaría, era no sólo merecida, justo castigo a sus pecados, holganzas y ocios, sino que era además adecuada puesto que esa pobreza era el mejor camino para evitar que ese eterno djin o demonio del riesgo moral campara por sus respetos fomentando comportamientos imprudentes.

Pero las cosas no iban nada bien siguiendo estos consejos, pues conforme los habitantes del País del Sur se ajustaban y empobrecían, conforme se vaciaban sus mercados de compradores y los desocupados vagabundeaban por sus calles, conforme la miseria y la desesperación crecía entre ellos, sus dificultades para pagar sus deudas con los del País del Norte se multiplicaban. Era esto de sentido común, pues está escrito que conforme se es más pobre más difícil resultará el poder pagar las deudas y más arduo resultará pedir créditos para tal fin. Esto no arredraba a los miembros de la secta más numerosa entre los economistas, aquella formada por los seguidores de las perversas enseñanzas de heresiarcas como Al-Sacher-Masoch y Ibn-Sade, quienes por ello se habían convertido en unos "fanáticos del dolor" como los calificaba el sabio muftí Abú Krugman.

Pero un día, desesperados ante esa interpretación sadomasoquista de las enseñanzas del Profeta, algunas gentes del Sur le preguntaron al conocido Nusraez, el derviche sufí, también economista pero alejado de las madrassas donde se exponía la interpretación que se daba por cierta por ser la más repetida, que qué opinaba sobre el asunto y que si habría una solución del problema que no pasara por la asunción de mayores niveles de pobreza y desempleo. Su respuesta fue la siguiente:

"Lo que me contáis y preguntáis, buenos hombres y mujeres, me recuerda la hermosa y sabia historia que narró tiempo ha el más grande cuentista que haya andado por las plazas y bazares de esta Tierra Media, el bardo Guillermo Shakespeare. En uno de sus más celebrados cuentos, el conocido como El Mercader de Venecia, trataba de este asunto de las deudas y de las dificultades para pagarlas en una deliciosa historia que os resumiré lo mejor que pueda en lo que respecta a esta cuestión de las deudas y los pagos. Ocurría en ella que Antonio, el mercader veneciano protagonista de la tragedia, había pedido prestada una cantidad de dinero al usurero judío Shylock que, por venganza, rencor y odio, había establecido como prenda y garantía para el caso de que Antonio no pudiera devolver la deuda contraída su redención mediante el pago de una libra de carne de su propio pecho. ¡Curioso colateral!¿no?. Pues bien, debido a los avatares de la vida y los azares de la historia y de la Historia, llegado el día del vencimiento, Antonio no podía pagar la deuda debida. Cuando Shylock exige entonces ante la justicia la garantía que Antonio aceptó dar si no pagaba, nada parecía haber que pudiera impedir el fatal desenlace en que Antonio pague con su carne y posiblemente con su vida la deuda contraída. Shylock, incluso, se niega a recibir como pago de la deuda de Antonio el dinero que, en cuantía mayor que el valor de la deuda, le ofrece el amigo de Antonio, Bassanio, por ser su antojo el querer cobrar la deuda en los términos en que fue contratada, dureza de corazón basada en el odio y el rencor que Shylock a Antonio tiene.

Pero entonces la historia tiene un hermoso giro, pues aparecía la gentil Porcia, que tras reconocer para júbilo de Shylock que las deudas hay que pagarlas tal y como fueron suscritas contractualmente para evitar que se instale en la sociedad el demonio del riesgo moral ( "No hay poder en Venecia que pueda alterar un decreto establecido: se anotaría comop precedente , y, por ese mismo ejemplo, muchos abusos invadirian el Estado", le hace el bardo decir a Porcia textualmente ), hiela el regocijo de Shylock cuando le señala que si bien tiene derecho a resarcirse de su deuda en una libra de carne de Antonio, no tiene ningún derecho a la más pequeña gota de su sangre, por lo que si derrama una gota al cobrarse la deuda en carne será perseguido por haber cometido un delito de sangre. Pero, ¡claro!, como no es posible quitar la carne del pecho de Antonio sin que este pierda alguna sangre, al final Shylock pierde su préstamo por su desmesura y odio". ¡Oh!¡qué hermosa historia!, dijo Nusraez el derviche sonriendo y con una chispa de brillo en sus ojos al acabar su narración.

Pero, sin embargo, sus oyentes quedaron perplejos: ¿qué tenía que ver el cuento del sufí con sus problemas de deuda con el País del Norte. Y así se lo hicieron saber. Su respuesta fue muy simple:

"Como Shylock, los del País del Norte tienen todo el derecho a que sus créditos sean honrados, y por ende, vosotros, los del País del Sur estáis obligados a pagarles. Pues es de justicia que la riqueza de los del Norte no se vea minusvalorada por las vicisitudes que habéis pasado los del Sur. O sea, que al no ser los del Norte responsables de lo que vosotros los del Sur habéis hecho con el dinero que antaño os prestaron, es justo y adecuado que vosotros los del Sur al pagar vuestra deuda os empobrezcáis relativamente con respecto a los del Norte si por la causa que fuese no empleásteis bien esos préstamos que os dieron. Es decir, que nada hay que objetar al hecho de que conforme vosotros los del País del Sur paguéis vuestras deudas, el País del Norte se vaya haciendo relativamente aún más rico que vuestro país, el País del Sur, como consecuencia de todos los avatares que os han acontecido sean los que sean”.

Pero -continuó Nusraez- que esto haya de ser obligadamente así, o sea que como consecuencia de todo esto vuestro país, el País del Sur haya de empobrecerse en términos relativos con respecto al País del Norte no exige que vuestro país y con él sus gentes se empobrezca en términos absolutos. Al igual que Shylock tiene derecho a la carne de Antonio pero no a su sangre, los del Norte tienen derecho a ser más ricos relativamente que vosotros los del Sur, pero no a que para serlo vosotros los del Sur acabéis por ello siendo más pobres en términos absolutos que sería precisamente lo que estaría sucediendo al prestar los dirigentes de ambos dos países oídos a los mullahs-economistas fanáticos del dolor”.

Y, entonces, le preguntaron sus oyentes, "¿qué solución se te ocurre?, pues si le seguímos pagando como hasta ahora nos dicen los mullahs-economistas fanáticos del dolor que les paguemos, cada vez nos vamos empobreciendo real o absolutamente más". Pues una muy simple, les replicó el sabio sufí: "que el banco común les de a cada habitante tanto del País del Norte como del País del Sur la misma cantidad de dinares, una cantidad tal que cumpla el requisito de que la cantidad total que reciban los del País del Sur equivalga al valor de su deuda con los del Norte. Y, luego, hacer que esa cantidad se de al País del Norte con lo que la deuda del Sur estará cancelada. Los del Norte serán más ricos en términos relativos como debe de ser, pero vosotros los del Sur no seréis más pobres en términos absolutos".

Esta solución convenció a todos sus oyentes menos a uno que, ¡no podía ser menos!, era un sabio mullah-economista de una madrassa muy reputada. Tras las palabras de Nusraez el derviche, se levantó indignado y le tildó de estúpido e ignorante, y con arrogancia le espetó lo siguiente: "¿No sabes acaso que, con tu propuesta, no se conseguirá lo que dices pues al aumentar el número total de dinares en los bazares y mercados, los precios de todos los bienes y mercaderías subirán, por lo que los habitantes de este desafortunado País del Sur serán más pobres inevitablemente también en términos absolutos, pues con tu propuesta no teniendo más dinero habrán de hacer frente a precios más elevados. No hay otra solución que el sufrimiento y el dolor por los ajustes requeridos justa condena pues nuestras faltas y desmanes".

"Prepotente fanático del dolor", le respondió Nusraez, "¿por qué habrían de subir los precios aquí? ¿por qué habrían de subir los costes? Pues dada la desocupación de nuestros trabajadores y mercaderes, no hay escasez de ellos para trabajar y hacer frente a la mayor demanda de nuestros productos y mercaderías que venga de los habitantes del País del Norte ahora mucho más ricos relativa y absolutamente de seguir mis consejos. Además, habrás de recocer que al hacerse más abundante nuestra moneda común al hacerse menos escasa en los mercados lejanos, su valor decrecerá para los habitantes de las Tierras del Este y del Oeste que verán así como nuestros productos se habrán abaratado relativamente y nos demandarán más de ellos, con lo que nuestra pobreza irá disminuyendo más rápidamente".

Y, ¿cómo acaba este cuento? -se preguntó mi cuentacuentos- ¿Tiene acaso un final feliz como El Mercader de Venecia?. Pues no. Ya que nadie hizo caso a Nusraez el derviche. Sucedió sí que su propuesta se difundió por toda la Tierra Media y pronto llegó a oídos de la "jequeresa" del País del Norte. Tras escucharla se negó siquiera a considerarla pues, como el usurero Shylock, no era más dinero lo que ella y sus compatriotas querían de los ciudadanos del País del Sur, ya tenían suficiente. Lo que querían, como los fanáticos del dolor era su castigo, un castigo para los habitantes del País del Sur por haberse creído iguales a ellos. ¡Oh! ¿Dónde estará la Porcia que señale que la deuda es en dinero y no incluye ni un átomo de desprecio?"

Y nada más tendría que añadir a la historia que oí al cuentacuentos. Que cada quien extraiga las conclusiones que estime oportunas.

 

 

 

 

 

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  1. en respuesta a Fernando esteve
    -
    #4
    10/06/11 15:29

    Ok, ahora lo entiendo todo.

    Gracias

  2. en respuesta a Pulpo
    -
    #3
    10/06/11 11:01

    Me ha gustado mucho tu comentario. Y sí, tienes razón en una cosa elemental de la cual se deriva parte de mi argumentación, y es que en mi parábola utilizo de modo más que laxo los conceptos de renta y riqueza. Más concretamente uso el PIB que es RENTA como sinónimo de RIQUEZA. Esto es obviamente falso en términos conceptuales, si bien se suele utilizar en el discurso cotidiano, y por eso lo hice en la parábola que a fin de cuentas es un cuento. Lo que a mí me interesaba señalar es que si -siguiendo tu ejemplo- el país B( el deudor) le paga los 10 que le debe al país A mediante una política de ajuste, su nivel de PIB pasa a ser 10,su riqueza en términos reales o sea su capacidad de generar PIB cae (por incremento del desempleo de capital físico y humano) si bien su riqueza en términos financieros crece pues ya no debe nada. Por contra el nivel de PIB del acreedor pasaría a ser 110. Si usamos el cociente como indicador de esa diferencia relativa,como creo que trata de hacer el derviche, la interpretación del argumento creo que se mantiene. Si se hace la política de ajuste, la riqueza relativa entre ambos países medida (incorrectamente) por el PIB pasa de ser 100/20=5 inicialmente a 110/10 = 11, o sea que crece espectacularmente a la vez que el país B se empobrece en términos absolutos (de 20 a 10). Con la propuesta del derviche, la riqueza relativa (de nuevo medida laxamente por los PIB relativos) pasa de ser de 100/20= 5 a 120/20= 6, o sea que crece aunque no tanto como con la política de ajuste, a la vez que el pais B no es más pobre en términos absolutos.

  3. #2
    10/06/11 02:28

    Increíble cuento. Muy bueno, me ha sorprendido mucho.

    Pero de una cosa no me he enterado:

    ¿Por qué si le damos a cada habitante de ambos países la misma cantidad de dinero nuevo, y luego hacemos que los del pais deudor les den su dinero al país acreedor, el país acreedor se hace NECESARIAMENTE relativamente más rico?

    Si por ejemplo, el país deudor tiene una deuda de 10€ y un PIB de 20€. Y los del país rico tienen unos activos financieros con respecto al país pobre por valor de 10€ y un PIB de 100€. Entonces:

    - Si le damos 10€ a cada país, y luego el país deudor le da sus 10€ correspondientes al país acreedor: el país deudor cancela sus deudas, y el acreedor liquida sus activos financieros con respecto al exterior. Vale. Pero, no es verdad que el país acreedor se haga relativamente más rico. El país deudor se hace un 50% más rico, pues consigue cancelar una deuda del 50% de su PIB. Sin embargo el país rico tan solo se hace un 10% más rico, pues de los 20€ que recibe, tan solo 10€ suponen una ganancia (los otros 10 no son una ganacia porque corresponden a la liquidación de los activos frente al exterior), y esos 10€ de ganancia tan solo representan el 10% del PIB.

    Conclusión, que al hacer eso, el país pobre se hace un 50% mas rico mientras que el país rico tan solo se hace un 10% más rico, luego: No es verdad que el país rico se haga relativamente más rico, sino al contrario, se hace relativamente más pobre, aunque los dos se hayan hecho más ricos en términos absolutos.

  4. #1
    01/06/11 17:51

    Estupendo post. Me ha gustado mucho. Enhorabuena.

    Y por cierto, ya se le echaba de menos...

    Un cordial saludo.