FERNANDO ESTEVE MORA
El nivel de polarización, de enfrentamiento irracional, de la sociedad española (y no sólo de ella sino en las de muchos otros países occidentales) está llegando a extremos preocupantes, tanto, tanto, que ya no parece que la solución democrática ante las discrepancias, o sea, utilizando el voto como forma de alcanzar consensos parece que ya no funciona. Incluso se está convirtiendo en norma el cuestionar la propia democracia, el no aceptar los resultados electorales por considerar ilegítimo el que, por ejemplo, un acuerdo de partidos lleve al poder a un partido que sacó menos votos que el segundo. Ni qué decir tiene que cuando esa polarización rebasa este extremo de cuestionara la misma democracia, el conflicto violento, la guerra civil, asoma por el horizonte, y de esto la historia de España puede suministrar demasiados desgraciados ejemplos.
¿Exagero? No creo. Matrimonio gay, aceptación de las personas trans, aborto, uso de otras lenguas regionales, cambio climático, vacunas, emigración, valoración del dictador Francisco Franco, sindicalismo, intervención del estado en economía, laicismo, prostitución, pederastia, eutanasia, descentralización fiscal, tauromaquia, ..son algunos ejemplos de cuestiones sociales que se han convertido en nuestro país en problemas más que divisorios, polarizadores, generando un nivel de odio en la sociedad española preocupante, muy preocupante.
Y es que hay dos tipos de odio, el que se conoce como odio débil ("weak hate") y el que se llama odio débil ("strong hate"). El odio se define técnicamente como aquella situación en que un agente -el que odia- experimenta una mejora en su bienestar cuando al otro -el odiado- sufre o le va a peor. El odiador, sencillamente, disfruta cuando al odiado le va mal, aunque no haga nada por provocar su desgracia. Eso es el odio débil, pero el odio fuerte es algo más grave, es aquella situación en que quien odia está dispuesto, además, a a sufrir, a pasarlo mal, siempre que el otro sufra, y cuando esto ocurre el odiador está dispuesto a dar un paso adelante, que es hacer lo que sea necesario para que el odiado padezca.
Desde un punto de vista de la racionalidad económica el odio fuerte carece de sentido, es enteramente irracional. ¿Pasarlo uno mal sólo por conseguir que el otro lo pase mal? Absurdo para un economista por estúpido, o sea, ineficiente. Pero los teóricos de la economía de los conflictos han demostrado que en presencia de odio fuerte entre dos actores, el uso de la violencia, que siempre es económicamente irracional desde un punto de vista colectivo, aparece sin embargo como una solución individualmente racional. Es decir, que para solventar una disputa entre dos que se odian fuerte y mutuamente, acudir a la eliminación física del otro mediante una guerra es racional para los odiadores, aunque tal cosa suponga que los dos sufran pérdidas como pasa siempre en toda guerra.
En tal caso, cuando el nivel de malevolencia entre individuos o grupos de individuos sociales ha llegado a ese extremo a causa de una polarización fuera de control, quedaría todavía una solución. Y es la separación física entre quienes se odian. Lo sabemos. Sabemos que funciona en el caso de odiantes individuales. Pero también funciona o puede funcionar entre grupos.
Charles Tiebout, un economista y geógrafo se planteó allá por los años 50 del siglo pasado, propuso una solución distinta al problema de decidir las políticas públicas (de ingresos y gastos públicos) de una manera que no supusiese que la minoría que pierde una votación se viese obligada a tragar con las políticas preferidas por la mayoría ganadora. Se trataba de votar no con votos sino con los pies.
La idea era muy simple, si (a) los costes de transacción son bajos, y (b) si hay alguna diversidad de zonas o lugares respecto a los tipos de políticas fiscales instrumentadas, entonces los individuos podrían, yéndose físicamente o sea usando " los pies" a la zona donde las políticas que se hiciesen más se acomodasen a sus preferencias, satisfacer mejor éstas. Imaginemos que hay dos tipos de individuos, aquellos -los anarcocapitalistas- que prefieren estados mínimos,. o sea, mínimos impuestos y mínimos por consiguiente gastos públicos, y aquellos otros -socialistas- que prefieren pagara más impuestos y que la administración pública gaste más proveyendo bienes sociales. Si estos individuos están repartidos aleatoriamente, el resultado sería que democráticamente los que sean menos acabarán teniendo que soportar las políticas que los más desean y ellos detestan. Pero supongamos ahora que geográficamente se constituyen dos lugares o zonas, una neoliberal y otra socialista, y si no cuesta demasiado moverse de una a otra (costes de transacción bajos o inexistentes), al final sucedería que todos los anarcocapitalistas vivirían juntitos en su zona soñada (Argentina) en tanto que todos los socialistas vivirían en su también deseada zona (Dinamarca).
Por supuesto el argumento vale también si en vez de dos tipos de individuos "metemos" a otros tipos con preferencias intermedias entre esos extremos si aumentamos el número de zonas. Y también está claro que el mecanismo de votar con los pies se puede aplicar no sólo a las preferencias fiscales sino a otros tipos de políticas (como el aborto, la eutanasia, etc., etc.), pero la idea está clara, el zoning cuando puede llevarse a cabo es una buena y eficiente alternativa ante las disputas a las que puede conducir la democaracia.
Pues bien. Sucede, curiosamente que en nuestro país ya tenemos un sistema de zoning lo suficientemente bien establecido como para que podamos pensar en utilizar la solución de Tiebout de votar con los pies para resolver de una manera pacífica la polarización izquierda-derecha que ahora nos amenaza. Se trata del sistema autonómico.
En efecto, tras cuarenta años de régimen autonómico está claro que algunas de esas autonomías ya operan como zonas "tieboutianas" enla medida que sus ciudadanos se manifiestan inequívoca y persistentemente en la misma dirección política. Hay, es obvio, autonomías de derechas (y muy de derechas) como Murcia, Castilla y León y Galicia; y autonomías más de izquierdas o progresistas como Asturias. El resto son políticamente intermedias si bien son mayoría las que siéndolo tiran más a la derecha (Madrid, Castilla La Mancha, Valencia, Cantabria, Canarias) y las que tiran más a la izquierda (Extremadura, La Rioja Andalucía, Cataluña, Baleares, Navarra, País Vasco) atendiendo a la predominancia histórica del voto de derecha o de izquierda
Pues bien, la solución de Tiebout a los problemas de la polarización política en nuestro país pasaría por la profundización del sistema autonómico y no sólo en su aspecto fiscal, sino también en los demás, en aquellos que suscitan o provocan más polarización. Es decir, se trataría que las autonomías se distinguiesen también por las políticas que instrumentasen en torno a los asuntos que hoy polarizan a la ciudadanía.
Ya hoy se da esta situación en algunos asuntos. Por ejemplo, es conocido que hay autonomías donde las ciudadanas que lo requieren no pueden obtener el servicio de interrupción del embarazo porque por razones religiosas sus administraciones no los ofertan, de modo que han de desplazarse a otras para ejercer su derecho, y creo que lo mismo pasa con la eutanasia. Es más que sabido también que la tauromaquia, la llamada "fiesta nacional" sólo lo es el algunas "zonas", las claramente "nacionales". De igual manera la sensibilidad ecológica brilla por su ausencia en unas, que no creen en el cambio climático, aceptan sin límites las macrogranjas, estiman que el lobo hay que cargárselo como enseña el cuento de Caperucita Roja y consideran que los intereses de los agricultores, las constructoras y el asfaltado del mundo es el progreso, y otras para las que afrontar el cambio climático y la defensa del medio ambiente es prioritario.
Pues bien, se trataría de que esas discrepancias ya bien visibles se profundizasen e incrementasen de modo que los ciudadanos dándose cuenta de que en España caben distintas formas de satisfacer sus preferencias en asuntos polémicos pudiesen con el transcurrir del tiempo situarse en aquellas zonas o autonomías que mejor se adecuasen a sus puntos de vista. Por poner un ejemplo, las gentes a las que VOX, Hazte Oir y Abogados Cristianos representan podrían acabar viviendo en autonomías como Murcia o Galicia donde no habría aborto ni eutanasia y las estatuas de Franco proliferarían por poner un ejemplo, y todo el mundo o la mayoría de las gentes que allí viviesen estarían contentos pues vivirían en un entorno que se acomodaría a sus gustos, ya que no deberíamos olvidar que los individuos son bastante consistentes en sus preferencias. Los de derechas suelen ser conservadores en todo (religiosos tradicionales, antiabortistas, antieutanasia, antitrans, antiecologistas, "fachas", etc.) y los de izquierdas, lo mismo pero en sentido opuesto.
Obviamente, no todo el mundo que hoy está en minoría en una autonomía estaría dispuesto o podría cambiar de residencia, aunque no debemos olvidar que la movilidad geográfica es ahora muchísimo más abundante, factible y aceptada que antes. Para aquellos que tuviesen que quedarse como minoría, para aquellas mujeres de izquierdas en una autonomía muy de derechas que, por ejemplo, quisiesen abortar y viviesen en una autonomía muy de derechas habría que buscar soluciones ad hoc.
Creo finalmente que los cambios requeridos para acercarnos a esta solución tieboutiana son fáciles y se articulan o distribuyen en dos dimensiones. Por un lado, estarían los cambios dirigidos a favorecer la distinción o diferenciación autonómicas- Por otro lado estarían aquellos dirigidos s favorecer la movilidad intranacional e interautonómica. Entre los primeros podría citarse un mecanismo legal que posibilitase la inclusión en todas las leyes estatales polarizantes de una salvaguarda que permitiese a los parlamentos autonómicos, ya sea por mayoría o acudiendo a referéndums locales, aceptar o no su aplicación (total o parcial) en sus particulares zonas o autonomías. Volviendo al ejemplo de la eutanasia o al aborto, ello significaría que un parlamento autonómico podría modificar las condiciones en las que se aplicaría la ley estatal, y así con otras cuestiones polarizantes.
Respecto a la segunda dimensión, aquella referida a la disminución de los costes de transacción o de movilidad para facilitar la redistribución de la ciudadanía, la lógica está clara aunque la instrumentación no sería nada fácil en atención a las diferencias estructurales sociales y económicas entre las actuales comunidades autónomas. Pero, al menos una política es obvia si se quisiera avanzar en esta dimensión, y es la de no crear más diferencias de tipo lingüístico y cultural que dificulten aún más los procesos de migración interautonómica.
Cierto: no sería nada fácil. Pero si se consiguiese, si realmente pudiesen poco a poco producirse esas votaciones con los pies el resultado creo yo que más que hubiese merecido las penas de alcanzarlo: un país, una España, pacífica, tranquila, no polarizada en la que sus ciudadanos se llevarían entre ellos bien pues ninguno vería sus preferencias en asuntos vitales o potencialmente polarizantes minoría o discriminadas. Un país, en suma, en donde por fin habría desaparecido el miedo a los conflictos, a las guerras civiles.
El nivel de polarización, de enfrentamiento irracional, de la sociedad española (y no sólo de ella sino en las de muchos otros países occidentales) está llegando a extremos preocupantes, tanto, tanto, que ya no parece que la solución democrática ante las discrepancias, o sea, utilizando el voto como forma de alcanzar consensos parece que ya no funciona. Incluso se está convirtiendo en norma el cuestionar la propia democracia, el no aceptar los resultados electorales por considerar ilegítimo el que, por ejemplo, un acuerdo de partidos lleve al poder a un partido que sacó menos votos que el segundo. Ni qué decir tiene que cuando esa polarización rebasa este extremo de cuestionara la misma democracia, el conflicto violento, la guerra civil, asoma por el horizonte, y de esto la historia de España puede suministrar demasiados desgraciados ejemplos.
¿Exagero? No creo. Matrimonio gay, aceptación de las personas trans, aborto, uso de otras lenguas regionales, cambio climático, vacunas, emigración, valoración del dictador Francisco Franco, sindicalismo, intervención del estado en economía, laicismo, prostitución, pederastia, eutanasia, descentralización fiscal, tauromaquia, ..son algunos ejemplos de cuestiones sociales que se han convertido en nuestro país en problemas más que divisorios, polarizadores, generando un nivel de odio en la sociedad española preocupante, muy preocupante.
Y es que hay dos tipos de odio, el que se conoce como odio débil ("weak hate") y el que se llama odio débil ("strong hate"). El odio se define técnicamente como aquella situación en que un agente -el que odia- experimenta una mejora en su bienestar cuando al otro -el odiado- sufre o le va a peor. El odiador, sencillamente, disfruta cuando al odiado le va mal, aunque no haga nada por provocar su desgracia. Eso es el odio débil, pero el odio fuerte es algo más grave, es aquella situación en que quien odia está dispuesto, además, a a sufrir, a pasarlo mal, siempre que el otro sufra, y cuando esto ocurre el odiador está dispuesto a dar un paso adelante, que es hacer lo que sea necesario para que el odiado padezca.
Desde un punto de vista de la racionalidad económica el odio fuerte carece de sentido, es enteramente irracional. ¿Pasarlo uno mal sólo por conseguir que el otro lo pase mal? Absurdo para un economista por estúpido, o sea, ineficiente. Pero los teóricos de la economía de los conflictos han demostrado que en presencia de odio fuerte entre dos actores, el uso de la violencia, que siempre es económicamente irracional desde un punto de vista colectivo, aparece sin embargo como una solución individualmente racional. Es decir, que para solventar una disputa entre dos que se odian fuerte y mutuamente, acudir a la eliminación física del otro mediante una guerra es racional para los odiadores, aunque tal cosa suponga que los dos sufran pérdidas como pasa siempre en toda guerra.
En tal caso, cuando el nivel de malevolencia entre individuos o grupos de individuos sociales ha llegado a ese extremo a causa de una polarización fuera de control, quedaría todavía una solución. Y es la separación física entre quienes se odian. Lo sabemos. Sabemos que funciona en el caso de odiantes individuales. Pero también funciona o puede funcionar entre grupos.
Charles Tiebout, un economista y geógrafo se planteó allá por los años 50 del siglo pasado, propuso una solución distinta al problema de decidir las políticas públicas (de ingresos y gastos públicos) de una manera que no supusiese que la minoría que pierde una votación se viese obligada a tragar con las políticas preferidas por la mayoría ganadora. Se trataba de votar no con votos sino con los pies.
La idea era muy simple, si (a) los costes de transacción son bajos, y (b) si hay alguna diversidad de zonas o lugares respecto a los tipos de políticas fiscales instrumentadas, entonces los individuos podrían, yéndose físicamente o sea usando " los pies" a la zona donde las políticas que se hiciesen más se acomodasen a sus preferencias, satisfacer mejor éstas. Imaginemos que hay dos tipos de individuos, aquellos -los anarcocapitalistas- que prefieren estados mínimos,. o sea, mínimos impuestos y mínimos por consiguiente gastos públicos, y aquellos otros -socialistas- que prefieren pagara más impuestos y que la administración pública gaste más proveyendo bienes sociales. Si estos individuos están repartidos aleatoriamente, el resultado sería que democráticamente los que sean menos acabarán teniendo que soportar las políticas que los más desean y ellos detestan. Pero supongamos ahora que geográficamente se constituyen dos lugares o zonas, una neoliberal y otra socialista, y si no cuesta demasiado moverse de una a otra (costes de transacción bajos o inexistentes), al final sucedería que todos los anarcocapitalistas vivirían juntitos en su zona soñada (Argentina) en tanto que todos los socialistas vivirían en su también deseada zona (Dinamarca).
Por supuesto el argumento vale también si en vez de dos tipos de individuos "metemos" a otros tipos con preferencias intermedias entre esos extremos si aumentamos el número de zonas. Y también está claro que el mecanismo de votar con los pies se puede aplicar no sólo a las preferencias fiscales sino a otros tipos de políticas (como el aborto, la eutanasia, etc., etc.), pero la idea está clara, el zoning cuando puede llevarse a cabo es una buena y eficiente alternativa ante las disputas a las que puede conducir la democaracia.
Pues bien. Sucede, curiosamente que en nuestro país ya tenemos un sistema de zoning lo suficientemente bien establecido como para que podamos pensar en utilizar la solución de Tiebout de votar con los pies para resolver de una manera pacífica la polarización izquierda-derecha que ahora nos amenaza. Se trata del sistema autonómico.
En efecto, tras cuarenta años de régimen autonómico está claro que algunas de esas autonomías ya operan como zonas "tieboutianas" enla medida que sus ciudadanos se manifiestan inequívoca y persistentemente en la misma dirección política. Hay, es obvio, autonomías de derechas (y muy de derechas) como Murcia, Castilla y León y Galicia; y autonomías más de izquierdas o progresistas como Asturias. El resto son políticamente intermedias si bien son mayoría las que siéndolo tiran más a la derecha (Madrid, Castilla La Mancha, Valencia, Cantabria, Canarias) y las que tiran más a la izquierda (Extremadura, La Rioja Andalucía, Cataluña, Baleares, Navarra, País Vasco) atendiendo a la predominancia histórica del voto de derecha o de izquierda
Pues bien, la solución de Tiebout a los problemas de la polarización política en nuestro país pasaría por la profundización del sistema autonómico y no sólo en su aspecto fiscal, sino también en los demás, en aquellos que suscitan o provocan más polarización. Es decir, se trataría que las autonomías se distinguiesen también por las políticas que instrumentasen en torno a los asuntos que hoy polarizan a la ciudadanía.
Ya hoy se da esta situación en algunos asuntos. Por ejemplo, es conocido que hay autonomías donde las ciudadanas que lo requieren no pueden obtener el servicio de interrupción del embarazo porque por razones religiosas sus administraciones no los ofertan, de modo que han de desplazarse a otras para ejercer su derecho, y creo que lo mismo pasa con la eutanasia. Es más que sabido también que la tauromaquia, la llamada "fiesta nacional" sólo lo es el algunas "zonas", las claramente "nacionales". De igual manera la sensibilidad ecológica brilla por su ausencia en unas, que no creen en el cambio climático, aceptan sin límites las macrogranjas, estiman que el lobo hay que cargárselo como enseña el cuento de Caperucita Roja y consideran que los intereses de los agricultores, las constructoras y el asfaltado del mundo es el progreso, y otras para las que afrontar el cambio climático y la defensa del medio ambiente es prioritario.
Pues bien, se trataría de que esas discrepancias ya bien visibles se profundizasen e incrementasen de modo que los ciudadanos dándose cuenta de que en España caben distintas formas de satisfacer sus preferencias en asuntos polémicos pudiesen con el transcurrir del tiempo situarse en aquellas zonas o autonomías que mejor se adecuasen a sus puntos de vista. Por poner un ejemplo, las gentes a las que VOX, Hazte Oir y Abogados Cristianos representan podrían acabar viviendo en autonomías como Murcia o Galicia donde no habría aborto ni eutanasia y las estatuas de Franco proliferarían por poner un ejemplo, y todo el mundo o la mayoría de las gentes que allí viviesen estarían contentos pues vivirían en un entorno que se acomodaría a sus gustos, ya que no deberíamos olvidar que los individuos son bastante consistentes en sus preferencias. Los de derechas suelen ser conservadores en todo (religiosos tradicionales, antiabortistas, antieutanasia, antitrans, antiecologistas, "fachas", etc.) y los de izquierdas, lo mismo pero en sentido opuesto.
Obviamente, no todo el mundo que hoy está en minoría en una autonomía estaría dispuesto o podría cambiar de residencia, aunque no debemos olvidar que la movilidad geográfica es ahora muchísimo más abundante, factible y aceptada que antes. Para aquellos que tuviesen que quedarse como minoría, para aquellas mujeres de izquierdas en una autonomía muy de derechas que, por ejemplo, quisiesen abortar y viviesen en una autonomía muy de derechas habría que buscar soluciones ad hoc.
Creo finalmente que los cambios requeridos para acercarnos a esta solución tieboutiana son fáciles y se articulan o distribuyen en dos dimensiones. Por un lado, estarían los cambios dirigidos a favorecer la distinción o diferenciación autonómicas- Por otro lado estarían aquellos dirigidos s favorecer la movilidad intranacional e interautonómica. Entre los primeros podría citarse un mecanismo legal que posibilitase la inclusión en todas las leyes estatales polarizantes de una salvaguarda que permitiese a los parlamentos autonómicos, ya sea por mayoría o acudiendo a referéndums locales, aceptar o no su aplicación (total o parcial) en sus particulares zonas o autonomías. Volviendo al ejemplo de la eutanasia o al aborto, ello significaría que un parlamento autonómico podría modificar las condiciones en las que se aplicaría la ley estatal, y así con otras cuestiones polarizantes.
Respecto a la segunda dimensión, aquella referida a la disminución de los costes de transacción o de movilidad para facilitar la redistribución de la ciudadanía, la lógica está clara aunque la instrumentación no sería nada fácil en atención a las diferencias estructurales sociales y económicas entre las actuales comunidades autónomas. Pero, al menos una política es obvia si se quisiera avanzar en esta dimensión, y es la de no crear más diferencias de tipo lingüístico y cultural que dificulten aún más los procesos de migración interautonómica.
Cierto: no sería nada fácil. Pero si se consiguiese, si realmente pudiesen poco a poco producirse esas votaciones con los pies el resultado creo yo que más que hubiese merecido las penas de alcanzarlo: un país, una España, pacífica, tranquila, no polarizada en la que sus ciudadanos se llevarían entre ellos bien pues ninguno vería sus preferencias en asuntos vitales o potencialmente polarizantes minoría o discriminadas. Un país, en suma, en donde por fin habría desaparecido el miedo a los conflictos, a las guerras civiles.