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                                                        FERNANDO ESTEVE MORA

Una vez más, otra cansina vez, se oye la misma letanía de siempre.  Aquella que proclama la "digitalización" como medio para resolver los problemas crónicos de productividad de la economía española. A ver si ya de una vez, -otra vez se nos repite-,  esta vez gracias a los "fondos europeos", acabamos de extender la revolución de las TIC (tecnologías de la información y de la comunicación) a todos los lugares de este condenado país y damos el esperado paso adelante.

And yet, and yet...ahí está la ya vieja (la dijo en 1987) sentencia de Solow. Sí, del gran economista del crecimiento Robert M.Solow, todo un Premio Nobel, que ya entonces señaló que" la era de los ordenadores se puede ver por todas partes salvo en las estadísticas de productividad", Y es que los sonados avances tecnológicos asociados al uso de la informática todavía no han dado resultados mínimamente comparables, en términos de crecimiento de la productividad, a los avances que se dieron en las anteriores "revoluciones tecnológicas" del siglo XX, las asociadas a la electrificación, la motorización y la química.

Explicaciones de esta "paradoja de la productividad" abundan. Los "tecnolófilos" suelen todavía apuntarse a una, cuya "vejez" la ha vuelto sin embargo cada vez más inverosímil. Es aquella que dice que la extensión en el uso de cualquier innovación lleva su tiempo pues los viejos modos de hacer las cosas tienen una inercia que retrasa la adopción de las mejoras técnicas.

Pues bien, esta "justificación" de la paradoja de la productividad que quizás hubiera podido  estar "justificada" hace quince o veinte años, resulta hoy injustificable. En estos tiempos donde la conexión a internet es general, y donde hasta los analfabetos funcionales "navegan" como experimentados marinos por la red  pues los programas informáticos y aplicaciones de móvil son "user-friendly", sostener que la gente todavía no se ha acostumbrado al uso de medios electrónicos ni los ha incorporado a sus vidas es sencillamente tonto. No es por ello nada extraño que, de vez en cuando salga en los telediarios, pues es una auténtica  "noticia" por su rareza, el caso de algún nonagenario o centenario que quedaba todavía  estar al margen pero que, al fin,  ha aprendido a usar del ordenador para comunicarse con sus lejanos familiares.

No me meteré aquí hoy en explicaciones más sesudas y "erudas" que los académicos han proporcionado para esta paradoja, incluyendo aquella que nos dice que no la hay tal, que lo que hay es que no sabemos medir los crecimientos en la productividad asociadas al uso de estas nuevas tecnologías. Lo cual es un poco sorprendente dado que sí se supo medir los efectos de las otras y variadas "revoluciones" técnicas que se dieron a lo largo del siglo pasado.

Hoy, voy a ofrecer aquí una "explicación" pedestre, de "andar por casa", indigna de un académico...pero que responde a la repetición que he observado de un fenómeno real. Y es que el uso del teléfono móvil, o mejor, de los "smart-phones" (los sedicentes "teléfonos inteligentes") es, en los lugares donde antes ya había telefonía fija,   una rémora de la productividad.

Y no estoy diciendo nada que -por ejemplo-  ningún docente no sepa. Que no se vea obligado a imponer a sus alumnos desde que entra en el aula  la prohibición del uso de los móviles  so pena de tener que reconocer que todos sus esfuerzos docentes serán baldíos, que su particular "productividad" será de cero en cada hora de clase por más interés que ponga en sus explicaciones o por más  que se desgañite. Y sé muy bien que lo que les pasa a mis estudiantes les pasa a todos los trabajadores del  sector servicios, sentados a su ordenador pero teniendo siempre a mano su móvil. Y,  como todo el que ha estado en una cola, también he comprobado cómo cualquier trámite se veía interrumpido por la necesidad ineludible del trabajador de turno de hacer caso a la señal de que había recibido una "comunicación". Y ¿cuántas veces no hemos recibido un wasap, o un sms, en el que alguien que estaba trabajando nos decía algo así como "oye, que te tengo que dejar, que estoy trabajando"?  Por mi parte sé muy bien que si quiero sacar adelante cualquier tarea propia de mi particular trabajo (leer un artículo académico, corregir exámenes, preparar una intervención o unas clases, etc,) es fundamental, si quiero hacerlo rápido y bien, "desconectarme", o sea, apagar el móvil y reprimir el impulso de comprobar el correo electrónico. 

Estos últimos tiempos, enfrente de mi casa, ha habido una obra. Pues bien, he podido comprobar cómo ni los "curritos" más manuales, los que trabajan con pico y pala, nunca ninguno  están trabajando más  de cinco minutos seguidos. Y eso es ya decir mucho tiempo. Paran, tiran del móvil, y se "meten en la red" para comprobar si alguien les ha llamado, les ha puesto un wasap, ha compartido un chiste o un video o una foto, o les ha retuiteado un tweet. En cualquiera de esos casos, el alto dura unos minutos, pues la llamada, el wasap o el tweet ha de ser debidamente contestado. En consecuencia he llegado a calcular que un trabajador de la construcción interrumpe su trabajo unas diez veces por hora, y en cada interrupción se le va entre unas cosas y otras unos dos minutos, lo que se traduce en que "no trabaja" gracias al uso de las nuevas tecnologías de la información y del conocimiento unos veinte minutos de cada hora que está en el curro.. Por supuesto, sé que un trabajador "físico" ha de interrumpir su trabajo de vez en cuando por razones físicas o para echarse un cigarrillo, y sé que siempre lo han hecho, pero no creo que estas paradas les supusieran antes del móvil más allá de diez minutos por hora, lo que se traduce en que hoy, con seguridad, la productividad de estos trabajadores manuales difícilmente habrá aumentado respecto a sus antecesores aunque hoy trabajen con un mejor equipo capital (mejores máquinas).

Si esta observación particular y personal es generalizable, que en mi opinión lo es, la consecuencia es inmediata. La conectividad social instantánea que las nuevas tecnologías supone no sólo afecta a quienes por razones de su trabajo han de estar conectados, sino también a quienes no tendrían porqué estarlo (trabajadores agrícolas, industriales y de la construcción) con unos efectos negativos generalizados  sobre las horas   efectivas de trabajo que anularían o casi compensarían las ganancias de productividad que, teŕoricamente, estas nuevas tecnologías podrían traer.

Y la solución, obviamente, no es una mayor digitalización, un mayor uso de las TIC, sino -todo lo contrario- un menor uso de las mismas. Los docentes, como ya he señalado, llevamos  practicando  desde hace tiempo la "solución coercitiva", la prohibición del uso de móviles en horario lectivo,  que podría extenderse, para las actividades de trabajo, en forma de  prohibición del uso del móvil en horario laboral. La otra solución es más indirecta, y es la generalización donde sea posible del sistema de remuneración por tarea realizada, de modo que el trabajador , al contrario que en la situación anterior, se sienta libre para perder el tiempo wasapeando lo que le plazca, pero a costa -eso sí- de tener que trabajar más tiempo si quiere ganar lo mismo En cualquier caso, ¿quién les iba a decir a los utópicos soñadores de las nuevas tecnologías que la incorporación de estas a la vida laboral acabaría requiriendo la vuelta a sistemas de relaciones laborales propios del siglo XIX?   

Nota: Esta breve "entrada" complementa el análisis más preciso de los efectos de las nuevas tecnologías que ya hice en esta otra: https://www.rankia.com/blog/oikonomia/570260-maldicion-nuevas-tecnologias
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  • Móviles
  • Productividad
  1. #1
    19/06/21 09:59
    Mi mujer trabaja en un call center. Antes de la pandemia, tenía estrictamente prohibido hacer nada con el móvil, salvo en los tiempos reglados de descanso. 

    Al poco de que estallara la pandemia, empezó a tele-trabajar desde casa. Pero como la carga de trabajo es más o menos la misma, le monitorizan mil parámetros, y tiene que cumplir unos ciertos criterios para cobrar incentivos... pues no tiene más remedio que dejar de lado el móvil. Pero a veces lo tiene que usar, porque tienen grupos de chat para resolver  dudas y problemas.

    Como docente, sé que hace 15 años la capacidad de concentración de los jóvenes era mucho mucho mejor.