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No siendo nada aficionado a las películas de monstruos de ficción guardo sin embargo un recuerdo cariñoso de una que vi hace nosecuántos años y que tenía como materia prima argumental los efectos que la radioactividad les provocaban a las hormigas. No, la radiación no acababa con ellas, sino que, todo lo contrario, como consecuencia de las extraordinarias y extrañas mutaciones genéticas por ellas causadas, las hormigas crecían y crecían hasta hacerse del tamaño de autobuses. Buscando en Internet he sabido que su título era La humanidad en peligro ("Them!", 1954) y que los "erudos" en estas materias la consideran como una de las mejores de un larga tira que, se me ocurre, casi constituiría un subgénero de las películas de ciencia-ficción: aquellas en las que se repite un mismo motivo argumental, el de que a resultas de cambios genéticos consecuencia de escapes radioactivos o experimentos científicos diseñados por científicos locos (por cierto, ¿hay alguno que no lo esté para el imaginario colectivo de las gentes del común? ¿por qué será?), hombres, animales o plantas alteran su tamaño convirtiéndose en auténticas monstruosidades terroríficas(1). Ni qué decir tiene que hace treinta o cuarenta años en los cines donde se proyectaban estas películas la tensión y el miedo estaban servidos, al menos entre los niños de aquella época (aunque dudo que lo mismo sucediese entre los de hoy en día), y eso era lógico pues, a fin de cuentas, esas películas empalmaban más o menos conscientemente con los muy reales miedos que la guerra fría, con la amenaza siempre presente de una caliente guerra termonuclear, entrañaba. Con el tiempo aprendí que esas mutaciones que tenían el efecto de alterar el tamaño (pero no la forma, y esto es importante) de animales, plantas y hombres sólo podían darse en los mundos de la ciencia-ficción (me viene también ahora a la mente una vieja serie televisiva titulada Tierra de Gigantes, en que una nave espacial de humanos normales aterrizaba en una Tierra igual a la nuestra pero donde todo, incluidos los humanos, tenían tamaños asombrosos). Aprendí con el tiempo que el increíble hombre menguante era eso: increíble, y que ni Lilliput (donde la escala es de 1 a 12) ni Brobdingnag (donde la escala es de 12 a 1), esas islas maravillosas que visitara Lemuel Gulliver, pueden existir en nuestra realidad salvo en la literatura o en el cine, al menos en esta Tierra. Y la razón de ello no es, o mejor, no sólo es porque las radiaciones no tengan esos efectos (que no los tienen) sino por una causa mucho más pedestre y cotidiana: que los seres vivos tenemos muy limitado el rango de variación para nuestro tamaño por razones que tienen que ver con las leyes físicas y químicas imperantes en nuestro universo, que fuera de esse rango tan limitado los cambios en el tamaño obligan ineludiblemente a cambios en la forma.

 

 

Quizás el texto que todavía hoy mejor exprese esta idea de que el tamaño y la forma de los seres vivos guardan obligadamente una relación que ha de mantenerse para cada especie dentro de unos rangos muy limitados de variación por motivos relacionados con la física y la química en este planeta (p.ej., la fuerza de la atracción gravitatoria dado el tamaño de la Tierra o el peso de la atmósfera) sea el ensayo que J.B. S. Haldane escribiera allá por 1928 con el título de On Being the Right Size(2). Fue éste el primero de una ya larga lista de obras de distintos biólogos que han resaltado la necesidad de no dejarse llevar por la errónea suposición de que el tamaño de los especímenes en las diferentes especies de seres vivos podría ser muy distinto al que tienen realmente sin que ello afectase a otra cosa salvo a la magnitud absoluta de sus partes, es decir, sin alteración de sus proporciones o de su forma; y, por ser el primero, a la idea que expone se la suele conocer como un principio: el Principio Haldane. Entre las obras que han continuado el ensayo de Haldane merece la pena destacar la de D'Arcy Thompson, On Growth and Form, obra inclasificable en la que analizaba desde diversas perspectivas (la matemática, la evolutiva, la biológica, la de la física) la idea de que el crecimiento obligaba a cambios en la forma, y proponía por ejemplo curiosos juegos "visuales" como el de constatar cómo los cambios en las proporciones entre los distintos elementos de un pez de una determinada especie lo transformaban en peces de otras especies, es decir, que las distintas especies no "serían" sino el resultado de los cambios en las proporciones de los elementos comunes entre ellas. En suma, la conclusión vendría a ser que para todos los seres vivos existe una estrecha relación entre su tamaño y su forma (entendida como proporción entre los distintos elementos constitutivos del cuerpo), de modo que, para cualquiera de ellos, el crecimiento (o, para el caso, el decrecimiento) de su tamaño fuera de ciertos márgenes estrechos, le estaría vedado pues supondría alteraciones en su forma de tal magnitud que lo convertirían en monstruos inviables. Así, sólo en la imaginación cabe pensar en margaritas del tamaño de secuoyas y tampoco es posible que haya ratones del tamaño de elefantes o de perros. Cierto que, por ejemplo, los ratones individualmente considerados varían en su tamaño, pero sólo dentro de unos limites muy estrechos, es decir que habría algo así como una forma-ratón o proporción-ratón tipo de la que sólo puede alejarse un poco cualquier ratón concreto, y la razón como señaló Haldane es que como el peso se incrementa con el cubo del tamaño, las patas capaces de mover a un roedor del tamaño de un perro por no hablar del de un elefante tendrían un aspecto nada ratonil, no podrían por tanto respetar la proporcionalidad que tienen las patas respecto al cuerpo de un ratón de tamaño normal. Un ratón del tamaño de un elefante no podría ser un ratón, sería más bien un "elefante".

 

 

 

 

 

 

El ensayo de Haldane merece la pena leerse por una razón adicional y es que al final del mismo el autor se permitió hacer una excursión por el mundo humano (nada habitual por cierto en los ambientes de las "ciencias" naturales aunque justificable aquí por ser el ensayo de tipo divulgatorio), y no para plantearse la cuestión de que por qué no hay humanos de dos metros y medio o de treinta centímetros de altura, sino para preguntarse por la "proporción" adecuada entre las diferentes "partes" de una sociedad. Dice Haldane: "Y al igual de que hay un tamaño óptimo para cada animal, lo mismo es cierto para cada institución humana. En el tipo griego de democracia todos los ciudadanos podían oír a los oradores y votar directamente los asuntos legislativos. De ahí el que sus filósofos sostuvieran que una pequeña ciudad era el estado democrático más grande que era posible. La invención inglesa del gobierno representativo hizo posible la nación democrática, posibilidad que fue llevada a la realidad en primer lugar en los EE.UU. y más tarde en otras partes. Con el desarrollo de la radiodifusión de nuevo se ha hecho posible que cualquier ciudadano escuche las opiniones políticas de los oradores representativos, y quizás el futuro vea la vuelta de los estados nacionales a la forma griega de democracia. Incluso el referéndum sólo ha sido posible mediante la institución de la prensa diaria". Y esto lo decía Haldane mucho antes de la televisión interactiva e internet.

 

 
Al razonar en estos términos, Haldane, en primer lugar, se situaba dentro de una larga corriente del pensamiento social a la que se conoce como organicista y que consiste en contemplar y analizar la sociedad humana como si fuera un ser vivo, como un organismo con sus diferentes "partes" y aparatos cada uno con sus correspondientes funciones. Esta ha sido una una forma de proceder en el análisis social que teniendo su origen en Platón , alcanzó quizás su mayor audiencia en la Edad Media destacando un autor, John de Salisbury (1120-1180), quien en su Policratus, construía una teoría política a partir de la analogía entre las partes del cuerpo humano y los distintos grupos y funciones sociales: los campesinos eran los pies y piernas de toda sociedad pues sin su trabajo la sociedad no se sostiene, los brazos, las manos y el corazón son los nobles y guerreros que la defienden, y la cabeza la autoridad política y religiosa que controla y rige el conjunto. Obviamente, cada cual debía hacer lo que requiriese su situación en el cuerpo social, y así tan absurdo era pues que un campesino pensase o dirigiese la sociedad o que un guerrero trabajase la tierra como el andar con las manos o pensar con los pies; y, dos, que al igual que existen unas proporciones canónicas que han de guardar los brazos , las piernas , el tronco y la cabeza en los cuerpos humanos, asimismo también han de guardarse en el cuerpo social proporciones entre los distintos órdenes sociales para que la sociedad sea armoniosa. Si bien se mira, la visión organicista es una una forma muy natural de entender el mundo, es una "metáfora cognitiva" elemental o primaria pues lo más cercano que tenemos los humanos a la hora entender cualquier sistema del mundo exterior es el sistema que conforma nuestro propio cuerpo con sus partes y funciones. Pero esta visión organicista de la sociedad, al menos en su forma más elaborada, la que había alcanzado en la Edad Media entró en decadencia con la propia Edad Media. La consecución de la autonomía individual que liberaba formalmente a los individuos de las limitaciones legales asociadas a su origen social, la expansión del mercado y de las ciudades, las revoluciones políticas burguesas y el surgimiento de la Era de la Ciencia y del Maquinismo arrinconaron las perspectivas organicistas al baúl de las metáforas y las analogías, de dónde sólo se les echaba mano a efectos meramente ilustrativos. Desde finales del siglo XIX ha tenido, sin embargo, un resurgimiento siquiera parcial a resultas de la aparición del darwinismo y de lo que más adelante se llamaría la etología y la sociobiología (3). Pero estas modernas versiones organicistas se separan de la perspectiva organicista medieval y de la de Haldane tal y como aparece delimitada en la cita precedente, perspectiva que no se quedaba en la simple elaboración de la idea de que la sociedad es como un cuerpo sino que indagaba por su tamaño adecuado en atención a su forma deseable. A este tipo de reflexión organicista acerca de cuál debe ser el tamaño ideal de una sociedad a partir de las proporciones que se piensa han de guardar sus partes funcionales se la puede denominarse la puede poner el nombre de morfología social.

 

 

Como acaba de apuntarse la morfología social se separa del organicismo contemporáneo y entronca directamente con el organicismo clásico de Aristóteles y Platón y de los autores medievales, siendo sus representantes más conocidos en la actualidad autores como Leopold Kohr, E.F.Schumacher, Jacques Ellul y el pensador Ivan Illich y sus seguidores. Y si hay algo que les defina es su actitud sumamente crítica respecto al crecimiento de las sociedades modernas, a las que ven aquejadas de un gigantismo que las ha deformado, derformación que afecta al bienestar de los individuos que las viven. Se trata de una posición critica que hace algunos años encontró su mejor slogan propagandístico en el título de la obra de Schumacher "lo pequeño es hermoso".

 

 

 

 

Quizás quien ha transitado de modo más consistente por esta vía de la morfología social ha sido Leopold Kohr, un economista marginal a las corrientes centrales del pensamiento económico (5). Kohr consideraba que toda sociedad individualista y por ello mismo democrática, o sea que anteponga siempre el respeto a los individuos a las consideraciones nacionales o de grupo, había de desarrollarse a lo largo de cuatro dimensiones: a) una dimensión social, referida al cumplimiento de la finalidad de proporcionar sociabilidad a sus componentes, de modo que estos puedan satisfacer sus necesidades de pertenencia social y reconocimiento por parte de los demás, b) una dimensión económica, referida al cumplimiento de la finalidad de proporcionarles sustento y satisfacción de sus necesidades de bienes económicos, es decir, de proporcionarles ocio y bienestar material, c) una dimensión política referida a la satisfacción de la finalidad de gestionar y dirigir los asuntos comunes relacionados con la consecución para todos de justicia, seguridad y autonomía, y d) una dimensión cultural, referida a la creación de los bienes que satisfacen las necesidades espirituales de sus componentes. Para Kohr no es que "lo pequeño" fuera per se lo mejor, "lo hermoso", sino que para cada una de estas dimensiones, el rango de tamaños óptimo para una sociedad sería probablemente diferente de modo que alcanzar el óptimo social total exigiría de un compromiso entre las distintas dimensiones no privilegiando a una sobre las demás o bien, si se privilegiaba a una de ellas, ello fuese consecuencia de una definición previa o filosófica de qué es el ser humano y de qué ha de ser una sociedad humana. Para Kohr, la experiencia histórica señalaba que el tamaño ideal de la sociedad empezaba a partir de los 200.000 miembros pudiendo llegar, como máximo, a los quince millones gracias al progreso técnico, la educación y los avances organizativos. Por encima de esta cifra que actuaba como masa crítica, no es que la sociedad dejara de existir(4) sino que los problemas generados por el mero tamaño obligarían a ir abandonando una definición individualista de la sociedad para orientarla en una linea colectivista, es decir, que el afrontamiento de los problemas de todo tipo planteados por una sociedad de un tamaño tan grande exigiría ineludiblemente de los individuos la paulatina renuncia y pérdida de sus derechos y libertades. Al final, entonces, una sociedad desproporcionada ya no tendría por finalidad satisfacer las necesidades de sus componentes individuales sino su propia supervivencia como conjunto, como tal sociedad. Para Kohr la desastrosa experiencia europea a lo largo del siglo XX no hacía sino confirmar el riesgo que el tamaño de las sociedades suponía para sus ciudadanos(6). La Alemania nazi, la Unión Soviética, el control cada vez mayor de las vidas de los individuos por las burocracias estatales y de las empresas en las sociedades sedicentemente libres eran ejemplos del camino que no había que seguir. Frente a ellas, las ciudades-estado de la Grecia clásica, las ciudades renacentistas de Italia, los pequeños principados alemanes de la misma época o el caso de Suiza, San Marino, Andorra o Luxemburgo aparecían como sociedades en las que al menos era posible satisfacer la máxima de Protágoras de que el hombre fuese la medida de todas las cosas, sociedades a escala humana.

 

 

 

 

La polis griega sirve como un ejemplo paradigmático de aplicación en la práctica de la morfología social. La sociedad de la Grecia clásica estaba informada en su totalidad por la noción de proporcionalidad, el arte clásico griego se define por la consecución de la armonía a través del respeto a las proporciones canónicas que regían el tamaño de su escultura, arquitectura y pintura. Y lo mismo que en el arte, pasaba a la hoar de diseñar la sociedad. Al menos los pensadores griegos tenían absolutamente claro que había un rango apropiado para el tamaño de una sociedad. Así, Aristóteles en la Política (libro VII, 4) lo expresa de modo explícito: "Desde luego, hay también una medida para el tamaño de una ciudad como para todo lo demás, seres vivientes, plantas, cosas; tampoco ninguno de éstos puede realizar su esencia si es excesivamente grande o demasiado pequeño, sino que se volverá o completamente desproporcionado o muy inferior. Así un barco de un palmo ya no es un barco en modo alguno, como tampoco lo es uno de dos estadios de largo, y por su tamaño harán malos viajes por su pequeñez o por su gran tamaño. Semejante es también una ciudad con demasiados pocos habitantes, que no se basta a sí misma como lo debe hacer una ciudad, o una con demasiados que se basta en cuanto a las necesidades de la vida, pero como todo una nación y no como ciudad, pues es casi imposible regirla constitucionalmente ¿Pues quién habrá de conducir masa tan poderosa, y quién podrá anunciarle algo si no tiene la voz de Estentor?" Obsérvese que, con arreglo a la definición aristotélica del ser humano como zoon politikon, como animal por y para la polis, el tamaño óptimo de una ciudad para Aristóteles (o para el caso Platón(7)) viene dado por la capacidad de participación en los asuntos políticos, o sea, por la dimensión política óptima que es aquella que permitiría a una polis "realizar su esencia", no es por ello nada extraño que un índice adecuado de esa dimensión óptima fuese la simple capacidad física de que los ciudadanos pudieran dirigirse personalmente y con la propia voz entre ellos a la hora de tratar los asuntos políticos y judiciales. Que el tamaño óptimo de la polis griega también según la dimensión política era también apropiado para las dimensiones social y cultural está también fuera de duda a tenor de sus creaciones culturales que todavía aparecen como armoniosas, canónicas y hasta imitables(8).

 

 

Pero ese tamaño óptimo ¿lo era también para la dimensión económica? Aristóteles y Platón acentúan que una polis ha de ser autosuficiente, es decir, autárquica y sabemos de sobra que la autarquía es ineficiente en sí misma pues imposibilita la consecución de mayores niveles de división del trabajo. Resulta, por otro lado evidente que la forma de democracia de la polis griega choca con la actividad económica ya que la actividad política interfiere directamente con la actividad productiva dado que la actividad política consume mucho tiempo. Las ciudades democráticas de la antigua Grecia exigían de sus ciudadanos que dieran tanto de sí mismos a la política que poco tiempo les quedaba disponible para la producción de la riqueza. Como ha observado el sociólogo Giovanni Sartori las sociedades altamente politizadas se retrasan económicamente, la hipertrofia política conllevaría atrofia económica.

La historia nos ha enseñado que el cambio, como señalaba Haldane, a una forma representativa de democracia permitió superar las limitaciones que la forma griega de democracia ponía al desarrollo económico aunque, claro está, que a un coste, al coste de cambiar la definción del hombre como zoon politikon por la de homo oeconomicus. Que para Aristóteles o Platón nuestro nivel como ciudadanos no andaría muy lejos del de un ilota, o incluso del de un esclavo, es casi seguro dada el mínimo nivel de nuestra participación en los procesos políticos, que por lo general se limita a aplaudir cada cuatro años a uno u a otro líder. A cambio, eso sí, nuestro nivel de vida medido en abundancia de bienes y servicios es incomparable con el de los griegos de aquella época o los ciudadnos de las ciudades renacentistas. Desde el punto de vista de la morfología social, y si comparamos nuestras sociedades democráticas con la polis griega, habríamos sustituido eficiencia política por eficiencia económica medida por esa abundancia económica. Ahora bien, dado que la abundancia por sí misma no parece tener límite ya que a lo que parece la aspiración permanente es a un mayor crecimiento económico, ese proceso de sustitución podría continuar hasta el punto en que la sociedad dejase de ser democrática (aunque se respetasen un poco algunos elementos formales como las votaciones cuatrianuales), ¿significa esto que no hay un tamaño óptimo para la dimensión económica de las sociedades o más bien que nuestras sociedades están cada vez más deformadas, que la desproporción entre sus distintas partes las asemeja a esos monstruos que de vrez en cuando la génética trae al mundo?. Y la respuesta a esta pregunta pasa por responder previamente a otra: ¿es la abundancia un correcto indicador de la optimalidad en la dimensión económica de una sociedad?

                                                                                    Fernando Esteve Mora

 

NOTAS
(1) Otro subgénero sería aquél en que las alteraciones provocan cambios en la forma de algún animal, planta o ser humano. por ejemplo, películas donde aparecen hombres con cabeza de mosca o de araña. Este subgénero también cuenta con su larga tradición en los Bestiarios medievales como los cinocéfalos, hombres con cabeza de perro, los blemnios, acéfalos con el rostro en el pecho, monopodios con un sólo pie, esciópodos, hombres con los pies mirando hacia atrás, hombres con los ojos en los hombros ...y hasta hombres sin culo.

 

(2) En internet hay en inglés varias versiones de este ensayo. En castellano se puede encontrar en la Historia de las Matemáticas editada por J.R.Newman. En cuanto a la obra de D'Arcy Thompson, la editorial Blume publicó una selección del libro original con el título de Sobre el crecimiento y la forma, ya agotada.

 

 

(3) Para H.Spencer la sociedad era como un cuerpo y los individuos como las células que lo componen. La "salud" de ese "cuerpo social" pasaba obviamente por la de sus células, y de ahí la necesidad de que la sociedad estableciese mecanismos que privilegiasen la supervivencia de las células más fuertes y capaces. Por otro lado, el conocimiento cada vez mayor de las "sociedades animales" y básicamente de las de los insectos sociales (abejas, hormigas, etc.) que funcionan casi como un organismo colectivo se ha trasladado al estudio de las sociedades humanas afectando tanto a la psicología (la llamada psicología evolutiva) como la sociología (la sociobiología).

 

 

 

(4) Si bien autores como Tainter han señalado que, al menos históricamente, hay suficientes indicios para concluir que, para toda sociedad hay un nivel de complejidad inasumible que las lleva al colapso (véase Joseph Tainter, The Collapse of Complex Societies) debido a la existencia de rendimientos decrecientes de los mecanismos sociales e institucionales que han de ponerse en acción para enfrentar los problemas ecológicos, distributivos y de agotamiento de recursos que el crecimiento no controlado de cualquier sociedad supone. Una perspectiva similar se expone en un pequeño pero instructivo libro de Ronald Wright Breve historia del progreso (Paidos, Barcelona, 2006)

 

 

 

 

(5) Que yo sepa el único de los libros de Leopold Kohr publicado en castellano es El superdesarrollo (Ed.Miracle.Barcelona, 1965), curiosa por no decir otra cosa del original inglés: "The Overdeveloped Nations.The Economics of Size".

 

 

 

 

(6) En su primer libro, The Breakdown of Nations (El desmembramiento de los estados) de 1957 (reeditado en 2001) señalaba como una de las ventajas de los pequeños estados el que uno pudiera exilarse rápida y fácilmente, caso de ser necesario.

 

 

 

 

(7) "Platón en La República define el tamaño óptimo de la vciudad como el número de gente que puede oir simultáneamente la voz de un orador y contestarle, participando activamente en la vida política; da para ello la cifra de 5.000 ciudadanos, lo cual con familia y deudos, supone unas 50.0000 personas; Aristóteles en La Política, dice que el tamaño de la polis debe ser tal que cada ciudadno conozca el carácter de los demás, pues en caso contrario, las elecciones y pleitos no serían correctos; el territorio debe ser tal que pueda contemplarse por entero desde la cima de una montaña; para Aristóteles una polis de diez ciudadanos sería imposible porque no podría ser autosuficiente y una de 100.000 ciudadanos (o 1 millón de habitantes, el tamaño de nuestras ciudades medias) sería absurda por no poderse gobernar adecuadamnete. Hipodamo, el urbanista que trazó el plano de El Pireo, consideraba que el número ideal de ciudadanos era 10.000, equivalemnte a una población de 100.000 personas", Luis Racionero, El Mediterráneo y los bàrbaros del Norte. (Círculo de Lectores, Barcelona, 1986, p.47)

 

 

 

 

(8) Un indicador de la eficiencia alcanzada en la dimensión social se puede deducir de la lectura de la Apología de Socrates ante el multitudinario jurado que le condena a muerte. En efecto, sorprende, vista con ojos modernos, cómo Sócrates acepta el juicio y la consiguiente condena dado que los ciudadanos han interpretado (erróneamente en la opinión de Platón y de cualquier lector moderno) que con sus enseñanzas minaba la socialidad.

 

 

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