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Keynes y  la crítica a la globalización

                                                                                     Fernando Esteve Mora

El título de esta entrada es un claro anacronismo. Keynes murió en 1946. Por lo que es un despropósito y una obvia manipulación pretender hacerle "decir" algo sobre el TTIP. Sin embargo, en la medida que Keynes es un clásico y que con los clásicos está permitido el "retorcerles" de alguna manera su pensamiento para que sea aplicable a los problemas de otras épocas, he decidido ponerle este título a esta entrada, más aún cuando en este asunto del TTIP, y de la globalización por extensión, hay un texto sorprendente de Keynes cuya aplicación al mismo es inmediata y transparente, es decir, que no es fruto de una interpretación forzada o traída por los pelos.   

 

Y en qué sentido digo "sorprendente". Me explico. Entre los economistas, como entre otras profesiones, hay algunas opiniones que son auténticamente inadmisibles. No en el sentido de que no se puedan sostener o defender con argumentos, sino que no es de buen gusto hacerlo. ¡Vamos! Que son de tan mal gusto que, si alguno se atreve a decirlas en público se convierte por ello en un auténtico patán, un gañán del que se puede dudar que sea economista. Una opinión sorprendente por parte de Keynes sería entonces, una opinión de mal gusto, reveladora de muy mala educación, cosa completemante inesperada de un economista tan educado como él..

 

Una opinión esperada y nada sorprendente en Keynes sería una que postulase enfáticamente las ventajas y bondades del libre comercio. Y la razón es que defender esta opinión ha sido desde hace un siglo y medio una de las "pruebas del algodón" (quizás el test definitivo) que los economistas comme il faut han utilizado para separar y distinguir a los economistas que lo son y saben de economía de aquellos otros, vulgares charlatanes, que aunque hablen de economía,  no lo son, de modo que si algún economista no está a favor del libre comercio no merecería ser considerado como tal. Pues bien,  sorprendentemente, John Maynard Keynes, el mejor economista del siglo XX y sin duda un auténtico gentleman intelectual por sus orígenes, formación e intereses, alguien de quien nunca pudiera  esperarse semejante comportamiento barriobajero, mostró en 1933  una  vulgaridad sin parangón en los ambientes académicos de su tiempo y del nuestro pues se permitió cuestionar el cuasi-axioma del libre comercio.  

 

En efecto, sucede que para el común de los economistas, el defensor del nacionalismo económico en forma de algún tipo de proteccionismo, es decir, quien se opone la librecambio, no sólo demuestra una mala formación económica, o sea, una debilidad mental o intelectual, sino algo peor: una debilidad moral. Si hay algún economista que defiende el proteccionismo no sólo sería un estúpido sino que, obviamente, estaría al servicio de nada oscuros intereses. Es decir, que sería un vendido que, a cambio de algún pago por parte de algún más o menos sódido interés particular, estaría dispuesto a vender la verdad. Una verdad que, además, afecta al interés general, una verdad entonces no sólo cierta, sino buena, ética o moralmente hablando, pues todo economista sabe (incluso el que se vende a los intereses de la minoría privilegiadas que busca protección frente a la competencioa exterior) que el libre comercio generalizado o universal es lo mejor para el mundo entero pues promueve la especialización productiva de los países y sus gentes en función de las ventajas comparativas, aumenta la competencia y con ella la innovación y la eficiencia, y permite que los consumidores de cualquier lugar del mundo tengan acceso a los productos de cualquier otro lugar. O sea, que es uno de los motores de la generación de riqueza y bienestar. Eso lo saben los economistas desde los tiempos de David Ricardo a principios del siglo XIX, y aunque hubo algunos más que "dudosos" economistas" (para los economistas académicos) como Marx y, sobre todo, Frederick List, que en el siglo XIX cuestionaron el libre comercio, hoy ya no hay ningun economista formado en alguna academia o universidad que se atreva a hacerlo.

 

Es por ello por lo que ya puede uno recorrer esas instituciones buscando un economista que esté en contra del TTIP y acuerdos similares, y que -en general- cuestione la intensidad del actual proceso de globalización y propugne refrenarlo o revertirlo en algún grado, que su búsqueda será en vano. No hallará ninguno. Sólo encontrará a criticos de la globalización y de los instrumentos que la impulsan aún más (como el TTIP y demás) fuera de la academia, entre "dudosos" economistas sin formación técnica alguna, y, por supuesto, entre politicos, ideológos y demagogos. Al menos, ésa es la opinión que se tiene en los medios académicos. No es por ello nada extraño la absoluta incomprensión que ofrecen ante fenómenos como el creciente rechazo al TTIP en Europa, el Brexit o el ascenso del nacionalismo económico en países como los EE.UU., de la mano -por cierto- de políticos conservadores y derechistas ajenos -al menos de palabra- a las élites politicas, económicas y culturales. Ante ello, convencidos como están en la obvia verdad de sus opiniones sobre la globalización, amparadas como creen estar en la Teoría Económica, sólo pueden plantearse una forma de actuación: el hacerse misioneros entre los económicamente incultos, es decir  realizar tareas de catequesis que enseñen a la vulgar "gente del común" cómo sus intereses están más que bien servidos por la globalización, y cómo han de descreer de los "dudososos economistas"  de hoy en día.  

 

Cierto que, para ser objetivos, hay que reconocer que siempre ha habido economistas que, sin cuestionar de ningún modo las ventajas últimas del libre comercio, han señalado las dificultades o inconvenientes para su implementación inmediata y total como política económica en algunas situaciones concretas. Tal actitud, si bien criticada por los economistas neoliberales, se consideraba que podía tener fundamento en la medida que los economistas teóricos habían establecido ciertos prerequisitos para que  el libre comercio pudiese traer enteramente las bondades de que era capaz.  Entre esas condiciones, y sin pretensión de exhaustividad pues el tema es largo, podemos citar las siguientes:

1) la necesidad de compensar a los que, como resultado de la apertura de un determinado sector económico a la competencia exterior, perdiesen económicamente, y, singularmente de entre ellos, a los trabajadores que tras la desaparición o contracción de las industrias en que estaban trabajando se vieran abocados al desempleo y a la necesidad de recualificarse para conseguir empleo en otros sectores,

2) la no existencia de una situación de depresión con desempleo masivo (el llamado "teorema de las ventajas comparativas" exige pleno empleo), pues en tal caso, no hay posibilidad de que los trabajadores que pierden su trabajo lo encuentren en otras sectores,  

3) el equilibrio de las balanzas comerciales, pues si un país a consecuencia de abrazar una política de libre comercio, aumenta sus importaciones, entonces si no aumenta sus exportaciones para que puedan desarrollarse las ventajes y compensaciones requeridas (nuevos puestos de trabajo en los sectores exportadores), el país se vería obligado a endeudarse con el exterior para financiar su deficit comercial, lo que le lleva a subir los tipos de interés afectando negativamente a la inversión y al empleo,

y 4) la existencia de lo que se conoce como "industria naciente". Para aprovechar las economías de escala y de know-how, hay sectores económicos que han de alcanzar ciertos niveles mínimos de producción. Antes de que un sector haya alcanzado ese tamaño y madurez necesarias, abrir esesector a la competencia exterior puede suponer su desaparición. Por ello, en los sectores todavía jóvenes y poco desarrollados en los que la presencia de economías de escala y de know-how son importantes estaría permitida cierta protección antes de dejar que la libre competencia realizase su benéfica labor de premiar a los eficientes y castigar a los ineficientes.   

 

Pero, obsérvese, que estos condicionantes para abrazar una política que postula el libre comercio, no ponen en cuestión la bondad esencial del mismo, sino que ponen el acento en la existencia en la realidad de restricciones y malfuncionamientos en algunas otras partes (el sector financiero, el de protección a los trabajadores, el mercado de trabajo, y de divisas, etc.) de una economía que pueden afectar a la capacidad del libre comercio para generar riqueza para "todos" (entrecomillas, pues como ya se ha dicho el libre comercio crea más riqueza que la que destruye, pero en ausencia de mecanismos distribuidores de esa riqueza excedente, el libre comercio siempre genera perdedores a la vez que ganadores).   

 

Todo lo anterior es lugar común. Por ello es tan sorprendente la lectura del muy breve artículo que con el título "National Self-Sufficiency" Keynes publicó en The Yale Review , vol 22. no.4 ( June 1933), pp.755-769. Un artículo auténticamente increíble por la libertad de pensamiento que muestra Keynes así como por el rango de materias que trata en tan breves páginas, artículo que retoma en cierta medida  las consideraciones que ya había expuesto en el mucho más conocido "Las posibilidades económicas de nuestros nietos". No puedo aquí sino recomendar su lectura. Que yo sepa no está traducido al castellano, pero en inglés se puede encontrar fácilmente en la red. Sin pretender  hacerle justicia, dedicaré esta entrada del blog a hacer una sucinta exposición de lo que en él dice Keynes, que llama mucho la atención.

 

De  salida, y para que no haya confusión, Keynes hace una declaración de principios afirmando:

"Yo, como la mayoría de ingleses, fuí educado para respetar el libre comercio no sólo como una doctrina económica que ninguna persona racional e instruida puede poner en duda , sino casi como una parte de la ley moral. Consideraba las opiniones que se alejaban de ella como siendo a la vez una imbecilidad y una atrocidad.Tan tarde como 1923 seguía escribiendo que el libre comercio estaba basado en "verdades" fundamentales que, dichas con las debidas cualificaciones, nadie que sea capaz de entender el sentido de las palabras puede disputar

 

y, a continuación, Keynes dedica unos párrafos -noblesse oblige- a defender en justicia los buenos propósitos y la valía y sensatez de los economistas que defendieron el librecambio y el internacionalismo económico a lo largo del siglo XIX. Pero, tras ello, Keynes declara que él ya ha cambiado de opinión y que  

 

"simpatizo, por consiguiente, con aquellos que minimizarían más que con aquellos que maximizarían el enredo (entanglement) económico entre las naciones . Las ideas, el conocimiento, la ciencia, la hospitalidad, los viajes- son todas actividades que debieran ser por naturaleza internacionales. Pero dejemos que los bienes sean hechos localmente cuandoquiera que ello sea razonable y convenientemente posible, y, por encima de todo, que las finanzas sean prioritariamente nacionales"

 

¡Toma ya! De un plumazo, Keynes suelta la mayor de las herejías que puede un economista decir: defiende la producción local por encima de la extranjera siempre que sea "convenientemente y razonablemente" factible, es decir, que no exige para que se de esa sustitución de lo extranjero y alejado por lo nacional y cercano que esa sustitución sea monetariamente adecuada (o sea, que los productos locales sean más baratos de producir y llevar al mercado), como ha de exigir un economista de salida. Y, además y por si esa herejía le pareciese pequeña, arremete  contra la joya de la corona de la moderna econonomía globalizada: las finanzas internacionales , a las que pocos economistas se atreven a ponerle peros o frenos a su expansión.

 

Son estas unas opiniones tan radicales que justifican sin duda alguna el considerar a John Maynard Keynes, el mejor economista del siglo XX -repito-, como un antiglobalizador avant la lêttre, defensor de lo local frente a lo global, y sobre todo opuesto a la financiarización de la economía mundial. Nadie imaginaría al ver una foto del bueno de John Maynard, tan modosito y british él, haciendo migas con un ecologista barbudo en sandalias, pero está claro: Keynes habría coincidido con los movimientos antiglobalización y por supuesto que se habría opuesto con todas sus fuerzas a tratados como el TTIP y similares y a la desregulación de los flujos financieros que las sucesivas rondas del GATTT y la OMC han traído consigo en los últimos 50 años. 

 

Y, por cierto, que puede parecer que las actividades que Keynes pone como ejemplo de actividades  "internacionales", es decir, a las que no se debían poner trabas en su paso de un país a otro,  las ideas, la ciencia, la hospitalidad, los viajes, son de escasa importancia  o elementales Pero, merece la pena citarlas en sus acepciones actuales. Así, por "ideas" y "ciencia" habría obviamente que incluir todo lo que modernamente se conoce como "producción intelectual". Keynes, consiguientemente, se habría opuesto a todas las restricciones al tráfico de ideas y conocimientos, es decir, a las restricciones que bajo el paraguas de la protección de la propiedad intelectual (patentes, derechos de reproducción digital, encriptación, etc.)  forman uno de los capítulos más importantes del TTIP y otros acuerdos comerciales. Por otro lado, resulta obvio que por "hospitalidad" habría que incluir hoy la aceptación de lo que hoy llamamos "refugiados" . Y, en cuanto a los "viajes", también es obvio que en su acepción moderna serían eso que se llama hoy industria turística (que, por cierto, considero como más adelante se verá que Keynes hoy ya pensaría que se ha hecho demasiado fácil y que habría que ir ya poniéndole trabas).   

 

Pero no exageremos las cosas. Pese a ser cierto que Keynes no se sentiría en absoluto a disgusto con las opiniones de los radicales antiglobalizadores, no es menos cierto que quizás si lo estuviese en lo que respecta al timing, a la urgencia y la inmediatez con las que estos pretenden que sus recomendaciones se lleven a cabo. Decía así que

 

"No obstante, y a la vez, hay que decir que aquellos que busquen desembarazar a un país de sus enredos internacionales (entanglements) deberían hacerlo muy lenta y prudentemente. No debería ser cosa de romper raíces sino de lentamente redirigir a una planta para que crezca en una diferente dirección"

 

Y, más adelante:

"y un peligro peor que la estupidez, es la Prisa. Vale la pena citar aquí el aforismo de Paul Valery: "Los conflictos políticos distorsionan y perturban el sentido de las gentes de distinción entre los asuntos importantes y los asuntos urgentes". Cualquier transición económica en una sociedad es algo que ha de realizarse lentamente...no como una revolución repentina, sino como un camino secular en una determinada dirección...Los sacrificios y pérdidas de una transición serán vastamente superiores si el ritmo se ve forzado. No creo en la inevitabilidad de la gradualidad, pero creo en la gradualidad. Y esto es, por encima de todo, cierto de una transición  hacia una mayor auto-suficiencia nacional y a una economía doméstica planeada"      

 

Por supuesto que el cambio de opinión de Keynes del librecambismo a la autosuficiencia no era una ventolera sino que había poderosas razones que le llevababan a convertirse (ya en 1933, antes pues de que publicara la Teoría General en 1936) en un auténtico hereje económico. Estas razones se pueden agrupar en dos grandes apartados:

I) razones de tipo político, y más concretamente la defensa y la búsqueda del pacifismo a nivel nacional e internacional. Keynes consideraba que el libre comercio llevado a su extremo era un claro factor de conflicto armado. Señalaba que las peleas de las empresas por hacerse con los mercados exteriores y con los recursos naturales podía acabar implicando a los estados y acabar desbordando el terreno de la competencia económica y convertirse en guerras militares. A ello se sumaba la posible inestabilidad política, económica y social que se producía dentro de un país a consecuencia de las fluctuantes políticas que se tomasen en otro debido al control financero de este último sobre sectores clave del primero, incluyendo sus finanzas públicas. Ni qué decir tiene que esta advertencia keynesiana es de la mayor actualidad en estos tiempos para los países del sur de Europa, cuya estabilidad fionanciera y sus posibilidades de hacer políticas compensatorias frente a la crisis económica se han visto coartadas por las presiones de los sectores financieros del norte de Europa, y singularmente del alemán.  

Pero junto con estas razones de tipo político, que el propio Keynes reconocía debatibles ("cuestiones de dudoso juicio"), había también otras más "sólidas" y menos debatibles de tipo económico.

 

II) razones de tipo económico.  Para Keynes, el internacionalismo económico de la mano del libre comercio de bienes y servicios y de factores de producción (capital, trabajo y tecnología), o sea, lo que hoy llamamos globalización,   que había tenido su razón de ser en el siglo XIX, estaba empezando ya a dejar de tenerla (y recuérdese que está "hablando" en 1933). En ese siglo se habían dado en su opinión dos circunstancias que lo habían justificado claramente:

 

En primer lugar, el internacionalismo económico estuvo justificado  "en un tiempo en que migraciones masivas estaban poblando nuevos continentes, era natural que los hombres llevaran con ellos a los Nuevos Mundos los frutos materiales de las técnicas del Viejo, incorporando los ahorros de aquellos que los estaban enviando. La inversión de los ahorros británicos en ferrocarriles  y material rodante para ser instalados por ingernieros británicos para transportar emigrantes británicos a los nuevos campos y pastos, y cuyos frutos volverían en adecuada proporción a aquellos cuya frugalidad hubiera hecho esas cosas posibles no se pareció ni remotamente en su esencia a la propiedad de parte de una corporación alemana por un especulador de Chicago, o a la de las mejoras municipales de Rio de Janeiro por una solterona inglesa. Y sin embargo, fue el tipo de organización necesario para conseguir el primer objetivo el que acabó dando origen a lo segundo", o sea, a esa internacionalización no deseada de las finanzas. 

 

En segundo lugar, la internacionalización económica, la globalización, también había sido necesaria en un tiempo en que "había tan enormes diferencias de grado en la industrialización y oportunidades para el aprendizaje técnico en diferentes países  que las ventajas de un alto grado de especialización nacional eran muy considerables".

 

Pero, para Keynes, ya en su tiempo, y no digamos en el nuestro, no había ventajas comparables a las del siglo XIX en la persecución de una mayor división internacional del trabajo.Y ello por tres razones que son tres caras del mismo objetivo que Keynes definede en estas páginas: la autosuficiencia económica:

 

A) la autonomía. Ya Adam Smith había criticado las consecuencias de la especialización sobre el alma de los trabajadores. Resultaba claro que un trabajador que se pasase su larga jornada laboral realizando la misma tarea simple y repetitiva la acabaría haciendo rápida y efectivamente, pero al coste de su espíritu. Por eso, Smith estaba en favor de la educación de las clases trabajadores para compensar el obligado embrutecimiento personal a que les llevaría el sistema fabril. La crítica a la especialización y la pérdida de autonomía personales constituye también uno de los puntos centrales en la crítica de Marx al capitalismo. Forma parte de su teoría de la alienación y del fetichismo de la mercancía. Marx se permitió soñar con un futuro en que el trabajador los fuese sólo un rato por la mañana, luego pescador si quería por la tarde, artista a ratos o filósofo por las noches. Keynes, en su otro pequeño gran artículo, el de "Las posibilidades económicas de nuestros nietos" afronta el mismo problema, pero es aquí, en éste que aquí se comenta, dónde pasa de una consideración de las consecuencias de la especialización en el individuo a la de las consecuencias de la especialización sopre toda una sociedad a consecuencia de la especialización que va aparejada al comercio internacional sin freno. Igual que el moderno trabajador industrial o de oficina ha perdido toda capacidad para una vida independiente, lo mismo les pasaría a las sociedades que se especializan en unas pocos  sectores económicos. Pierden su autonomía, su capacidad para vivir independientemente. Hoy todos los paíese reconocen que hay unos sectores estratégicos de los que no pueden prescindir y que deben estar en manos de sus nacionales. Lo que Keynes plantea es que esa necesidad de autonomía ha de ser un objetivo más y un criterio adicional a los habituales (el de eficiencia y  el de una distribución de la renta más equilibrada) a la hora de evaluar la política económica y el desempeño económico de una economía. 

 

B) la libertad de actuación política. Las posibilidad de hacer una política económica propia o autónoma dentro de un país viene de la mano de la autonomía, y fundamentalemente de la autonomía financiera y del control de los movimientos de capitales. Así Keynes, de salida, afirma taxativamente que "políticas económicas aconsejables pueden ser mucho más fáciles de idear si el fenómeno conocido como "huída de capitales" puede ser eliminado". Una de esas políticas económicas aconsejables en su tiempo era para Keynes la persecución de lo que más adelante llamó "la eutanasia del rentista", o sea, del capitalista que ha dejado de serlo en el sentido de innovador productivo, quedándose en forma de intereses con parte de la renta que producen otros sin que medie sacrificio alguno por su parte o viviendo de la especulación financiera. Más concretamente, dice Keynes a este respecto que  "la transformación de la sociedad, que yo preferiblemente defendería, puede requerir una reducción del tipo de interés hacia su "vanishing point" en los próximos treinta años. Ahora bien en un sistema en que el tipo de interés tiende a un nivel uniforme en todo el mundo bajo la normal operación de las fuerzas financieras, tras tener en cuenta el riesgo y otras circunstancias,  es muy improbable que ello pueda suceder. Por ello, y por un conjunto de complejas razones que no puedo desarrollar aquí, el internacionalismo económico que supone el libre movimiento del capital y de los fondos prestables además del de los bienes comerciables puede condenar a mi propio país durante generaciones por venir a un mucho menor grado de prosperidad material del que puediera alcanzarse bajo un diferente sistema". Keynes anticipa aquí lo que han aprendido en "sus carnes" los gobiernos que han pretendido hacer políticas keynesianas de expansión de la demanda de todo tipo (ya sean fiscales, monetarias o de renta) conforme los acuerdos que han ido restableciendo el libre comercio desde los años sesenta del siglo pasado, que éste las dificulta o las imposibilita, es decir, que la globalización elimina la libertad de la política económica nacional.

 

C) la diversidad de objetivos. Esta cuestión es una de las más sugerentes del texto. Explícitamente se dice en él que "la política de una mayor autosuficiencia nacional ha de ser contemplada no como un fin en sí mismo, sino como dirigida a la creación de un entorno en que otros ideales puedan ser segura y convenientemente perseguidos". Sin autosuficiencia económica, la experimentación de otros objetivos es irrealizable: "necesitamos ser tam libres como sea posible de interferencias provenientes de cambios del exterior para poder llevar a cabo nuestros propios favoritos experimentos con vistas a la consececión de la ideal república social del futuro, y un movimiento deliberado hacia una mayor autosuficiencia nacional y un mayor aislamiento económico hará nuestra tarea más fácil".

 

Un objetivo evidente en 1933, en mitad de la Gran Depresión era el pleno empleo. Y aquí Keynes arremete contra el uso del criterio de rentabilidad contable como guía de la actuación económica que impedía el uso del gasto público para financiar la construcción pública como instrumento de política contra el desempleo:

 

"El siglo diecinueve llevó hasta extremos extravagantes el criterio que uno puede denominar como criterio de los "resultados financieros"  como test a la hora de evaluar  lo aconsejable de cualquier curso de acción ya sea del sector privado o de la acción colectiva.  El completo asunto de cómo conducir la vida se convirtió en una suerte de parodia de la pesadilla de un contable. En vez de usar sus vastamente superiores recursos materiales y técnicos para construir una ciudad maravillosa, los hombres del siglo XIX construyeron barriadas miserables, y pensaron que ello era correcto y aconsejable porque  construir chabolas "pagaba" o era rentable , usando del test de la empresa privada, en tanto que la ciudad maravillosa habría sido -o eso al menos pensaban- un acto de enloquecida extravagancia que habría "hipotecado el futuro", por usar de la estúpida jerga de moda financiera, aunque cómo la construcción hoy de grandes y gloriosos obras pueda empobrecer el futuro, nadie puede entenderlo a menos que su cerebro esté lleno de falsas analogías de  una contabilidad irrelevante...un sistema de contabilidad financiera que lanza dudas acerca de si tales operaciones "pagarán". Tenemos que seguir siendo pobres porque no es "rentable" el hacernos ricos. Tenemos que vivir en chabolas porque no podemos construir palacios porque no podemos "permitírnoslos"".  

 

Su oposición al usos exclusivo del criterio de la rentabilidad financiera es tal que Keynes no duda en decir que "en último extremo, prefiero cualquier cosa en la tierra a lo que los informes financieros acostumbran denominar "la mejor opinión de Wall Street", o sea, lo que ahora se llama la opinión de los mercados, el oráculo de Delfos de nuestras modernas sociedades.  Pero Keynes extiende su crítica al uso del criterio "financiero" a   otros terrenos, como el de la conservación ecológica o el arte:

 

"La misma regla de cálculo financiero autodestructivo se aplica a todos las áreas de la vida. Destrozamos la belleza del entorno natural porque los esplendores de la naturaleza sin dueño no tienen valor económico. Somos capaces de cegar el sol y las estrellas porque no pagan dividendos. Londres es una de las ciudades más ricas en la historia de la civilización, pero no puede "permitirse" los más altos estándares de todo aquello que sus propios ciudadanos son capaces, porque hacerlo no es "rentable"..O también, hemos concebido hasta hace bien poco que era nuestra obligación moral arruinar a los que trabajan la tierras y abandonar las largas tradiciones humanas del cuidado del suelo si como consecuencia podíamos conseguir una barra de pan una décima de penique más barata. No ha habido nada que no fuyera nuestro deber dejar de sacrificar a este Moloch y Mammon en uno sólo, porque teníamos fe en que la adoración de estos monstruos nos permitirían superar el mal de la pobreza  y traer a las siguientes generaciones  a la paz  económica segura y confortablemente , sobre la espalda del interés compuesto"

"Hoy sufrímos de desilusión no porque seamos más pobres de lo que eramos, al contrario,..sino porque otros valores parece que se han visto sacrificados y porque parece que se han sacrificado innecesariamente, en la medida que nuestro sistema económico de hecho no nos está permitiendo explotar hasta lo máximo las posibilidades de generar riqueza económica que posibilita el progreso técnico, sino que se queda lejos de ello, llevándonos a pensar que bien pudiéramos haber usado ese margen en formas más satisfactorias"   

 

Y, ciertamente, así ha ocurrido y así está pasando. A lo que parece ese "margen", ese "excedente" de posibilidades cada vez mayor que nos han permitido los progresos tecnológicos no ha sido usado para experimentar con nuevos u otros objetivos sociales: estéticos, ecológicos, culturales y organizacionales. El sueño de la sociedad de ocio de los sociólogos de los años sesenta y setenta del pasado siglo se ha quedado en eso, en sueño, y, a veces, en pesadilla. Y aquí Keynes señala un culpable: el libre comercio internacional y desregulado que homogeiniza por abajo. En el mercado internacional los productos se comparan sólo por su precio, de forma  que,  a calidad igual, el producto que se haya producido del modo más barato, sea ello por las razones que sea, vence y expulsa los demás, aunque estos se haya hecho atendiendo además a otros criterios y no sólo el del menor coste monetario. Son por ello las condiciones de trabajo y producción peores en términos de ecología humana, social y natural en las que se realice una producción en cualquier parte del mundo que, a igualdad de tecnología, el librecambio impone en todo el mundo...a menos, claro está, que siguiendo los consejos de Keynes recuperemos cierta autosuficiencia nacional, para la que no cabe otro camino que protegernos de la extensión definitiva de la lógica de la globalización. (He defendido la posibilidad y necesidad de incluir un criterio estético junto con los habituales en otra entrada de este blog: http://www.rankia.com/blog/oikonomia/428705-estetica-economia)            

 

Pero. No lo olvidemos. Keynes no era ningún zelote, ni ningún idiota. Su defensa de la autonomía económica, la capacidad pàra hacer política económica, y la diversidad de objetivos además de los de eficiencia nunca es radical porque sí o alocada. Es perfectamente consciente de que llevar adelante una política que restrinja el comercio internacional podría "empobrecer seriamente a nosotros mismos y a nuestros vecinos. Lo que hace surgir la cuestión del balance o equilibrio adecuados entre los avances económicos y las no-económicos. La pobreza es un mal sin paliativos, y el avance económico es un bien real que no puede sacrificarse ante otros bienes reales alternativos a menos que se le de claramente una ponderación inferior" .

 

Nunca en todo el artículo aparece por otro lado la palabra autarquía como objetivo sino autosuficiencia e independencia económica. Acentúa, como no podía ser de otra manera que "un considerable grado de especialización internacional es necesario en un mundo racional en todos los casos donde venga impuesto por amplias diferencias en el clima, los recursos naturales, las aptitudes nativas, los niveles de cultura y la densidad de población" , lo que deja obviamente amplio espacio para el desarrollo del comercio internacional. Es, por otro lado, enteramente consciente que el objetivo de "autosuficiencia" económica exige países de un tamaño adecuado, y señala así que países como Irlanda, que por entonces acaba de conseguir su independencia política no cumplían ese requisito, por lo que la independencia o autosuficiencia económica les estaba vedada. (Cabe preguntarse, por cierto, si una Iberia unida -o sea, integración entre España y Portugal- podría satisfacerlo).

 

Pero, señalados los condicionantes y puntos críticos de su propuesta, afirma también su cada vez más clara factibilidad económica:  

"en un cada vez mayor mayor rango de productos industriales, y quizás de productos agrarios también, tengo cada vez más dudas de si la pérdida de auto-suficiencia nacional no haya ya llegado a ser de magnitud tal que compense las posibles desventajas que vendría de gradualmente poner la producción y el consumo dentro del ámbito de la misma organización nacional, económica y financiera".

 

Y ello se debe a que, para Keynes, primero,  "la experiencia se acumula y prueba que la mayoría de procesos modernos de producción en masa pueden llevarse a cabo en la mayor parte de países y climas con casi igual eficiencia", cosa que si empezaba a ser cierta en su tiempo, muchísimo más lo es en el nuestro. Pero si esto es así, si las "ventajas comparativas" en la producción de un bienes por parte de un país determinado (p.ej., China) respecto al nuestro (p.ej., España) ya no son de tipo tecnológico sino económico, es decir, asociadas a unos salarios más bajos, entonces no hay ganancias netas en el intercambio internacional a consecuencia de la especialización productiva, sino que la apertura comercial sólo sirve para lograr una redistribución de la renta a favor de beneficios y en contra de los trabajadores. Dicho con otras palabras, con el libre comercio internacional lo que consiguen los capitalistas de un país es bajar los salarios y aumentar sus beneficios.  

 

y, segundo, "además, con niveles más altos de riqueza, tanto los productos primarios como los industriales juegan una parte relativa más pequeña en la economía nacional en comparación con las casas, los servicios personales, y las amenidades locales, que no son susceptibles en la misma medida que aquellos de ser intercambiados en los mercados internacionales. El resultado de ello es que un incremento moderado en el coste real de la producción primaria e industrial, consecuencia de un mayor grado de auto-suficiencia nacional, puede dejar de ser definitivo cuando se lo pondere contra otro tipo de ventajas asociadas a la autosuficiencia. Dicho en pocas palabras, la auto-suficiencia nacional aunque cueste algo puede acabar siendo un lujo que nos podamos permitir, si sucede que así lo queremos".   

 

La consecución en en la práctica de esa autosuficiencia económica requiere adicionalmente el uso de dosis elevadas de sabiduría política. Keynes señala que los países que en su tiempo la buscaban como objetivo (la Italia fascista, la Alemania nazi, la Rusia comunista)  sin excepción no paraban de hacer "foolish things", cosas estúpidas. Keynes  también se opone de igual manera al proteccionismo indiscriminado típico de su tiempo, o sea, no dirigido hacia esos objetivos de largo plazo que son los que él defendía:

 

"Entre tanto estos países que mantienen o están adoptando el proteccionismo indiscriminado del más viejo estilo,...están haciendo muchas cosas de imposble defensa racional. Así, si la Conferencia Económica Mundial consigue una reducción mutua de los aranceles y allanar el camino para los acuerdos regionales, será cosa del más sincero aplauso. Porque no se debe suponer que estoy soteniendo todo lo que se hace en el mundo político en la actualidad en nombre del nacionalismo económico. Lejos de ello."

 

El camino hacia la independencia económica requería todo lo contrario, racionalidad política, paciencia y racionalidad económica, o sea, la persecución de la eficiencia: "una sociedad experimental tiene necesidad de ser mucho más eficiente que una ya establecida de antiguo si pretende sobrevivir seguramente. Necesitará de todo el margen económico que pueda conseguir para llevar a cabo sus propósitos particulares, y no puede permitirse caer en la ensoñación del pensamiento débil y en la persecución doctrinaria de objetivos impracticables", consejo que no viene nada mal en nuestros tiempos a tantos movimientos radicales que quieren transformar el mundo económico y social. Para Keynes, es adicionalmente tarea del Estado el promover ese cambio cambiando sus objetivos y sus criterios de evaluación:

 

"Una vez que nos permitamos a nosotros mismos el desobedecer el criterio del beneficio contable, habremos empezado a cambiar nuestra civilización. Y necesitamos hacerlo prudentemente, cautelosamente y auto-conscientemente. Porque existe un amplio campo de acticvidades humanas donde deberemos ser sabios para mantener en ellos en operación los criterios pecuniarios habituales. Es el Estado más que el individuo quien necesita cambiar de criterio. Es la concepción del Ministro de Economía y Hacienda como una suerte de director de una especie de sociedad anónima lo que necesitamos superar. Y entonces, si las funciones y objetivos del estado se ven así ampliadas, las decisiónes en un sentido amplio respecto a lo que hay que producir dentro del país y lo que ha de ser intercambiado con el exterior deben ocupar los más elevados puestos en la política".

 

Definitivo. ¡Qué gran texto es este breve "Autosuficiencia Nacional"! En vez de abollar los cerebros del personal con un mamotreto de 1000 páginas trufado de referencias eruditas y citas literarias pedantes hasta la extenuación, le bastó un artículo de menos de 14 páginas para ofrecer una crítica potente a la economía y a la forma de gestionarla que conserva hoy toda su frescura y su validez, pues en mi opinión resulta tan válida o más hoy que cuando fue escrita.

 

Como se sigue de los párrafos anteriores, este breve texto de Keynes es sorpendente para cualquier economista. Merece la pena que se lo lean los miembros de los movimientos antiglobalización pues, por un lado, la potente mente de Keynes señala problemas y ofrece caminos que merece la pena transitar en estos tiempos que la tercera globalización amenaza con descarrilar como las anteriores con los problemas que ya sabemos que ello conlleva por experiencia histórica (y con otros nuievos, como los ecológicos), y también, por otro lado, es útil en el debate político y mediático.

 

Y es que en él es de lo más frecuente que los antiglobalizadores, que casi por definición no pueden ser economistas ni encuentran economistas que les apoyen dada la unidimensionalidad de la formación que reciben los alumnos en las Facultades de Economía, hoy convertidas en seminarios de la "religión" neoliberal, se tropiezen en los debates con tantos economistas académicos que suelen "despreciarles" intelectualmente con la condescendencia que les da su posición religiosa como sacerdotes del Dios Mercado. Estoy seguro, sin embargo, que su sedicente propotencia se vería más que incomodada si se le esgrimiesen las ideas que hay en este artículo señalándose su autor, pues sucede que aunque Keynes lleve muerto más de 90 años, y que ya no puede defenderse, su presencia,  como el Cid de la película, sigue sin embargo asustando a tanto creído y creyente con un título de economista en la pared. 

       

 

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