leedlo entero, que no tiene desperdicio:
El nuevo 'dueño' del mundo es la prueba de que algo está a punto de estallar en la IA
El miércoles, Larry Ellison amaneció con una fortuna valorada en 292.000 millones de dólares. La cifra no es nada desdeñable, pero poco tenía que ver con lo astronómica que iba a ser unas horas después. Todo cambió cuando Oracle, la compañía que cofundó, dirigió y de la que mantiene una importante participación, presentó las cuentas del trimestre que finalizó el pasado 31 de agosto.
Fueron tan positivas que las acciones llegaron a dispararse hasta un 43%. Eso tuvo un efecto dominó. Las acciones de Nvidia también subieron, el índice S&P se situó en máximos… Y el patrimonio de Ellison pasó en un abrir y cerrar de ojos a 393.000 millones de dólares.
101.000 millones extra que sirvieron para que este ‘tecnoligarca’ desplazase a Elon Musk como la persona más rica del planeta, según el ránking de Bloomberg. Aunque el orden se restableció poco después, la diferencia entre ambas fortunas es mínima y en cualquier momento podría repetirse este vuelco.
El dato que hizo las veces de hormona del crecimiento sobre la capitalización bursátil de Oracle fue la inclusión de 317.000 millones de ingresos por contratos futuros en los últimos tres meses. Aunque la dirección del gigante de la nube explicó que esta cuantía se debía a cuatro acuerdos firmados con tres compañías diferentes, fuentes revelaron al Wall Street Journal que la mayor parte de esta facturación iba a salir del mismo cliente: OpenAI.
Ambos han suscrito un pacto que entrará en vigor en 2027 y que parece la alianza perfecta. Los de Altman, socios de Oracle en el proyecto Stargate, se aseguran el músculo suficiente para sostener su insaciable demanda de cómputo. Los de Ellison, por su parte, se asegura un cliente que le ayuda a justificar inversiones masivas en infraestructuras para reforzar su papel y su importancia en el negocio y la industria que se está formando alrededor de la IA.
Pero revisando la letra pequeña, ya hay quien encuentra algunas señales peligrosas. Oracle coloca muchos de los huevos de su futuro en una sola cesta, la de OpenAI. Además, para sostener esos planes, la multinacional tendrá que invertir de forma masiva en chips de IA y en el suministro energético necesario para hacer funcionar todo. Para los creadores de ChatGPT, los problemas aparecen cuando se echa mano de la calculadora. El coste promedio de los servicios de Oracle será de 60.000 millones de dólares. Actualmente, sus ingresos anuales rondan los 10.000 millones.
A pesar de estos guarismos, la euforia es evidente, tal y como demuestra el sorpasso temporal de Ellison a Musk como la fortuna más inmensa de la Tierra. Pero este movimiento también ha reforzado la narrativa de la ‘fiebre del oro’ de la inteligencia artificial y alimenta los augurios de los que creen que se está inflando demasiado rápido una burbuja cuyo desenlace, para muchos, es imposible de adivinar.
Este es un debate que lleva meses irrumpiendo cíclicamente, especialmente cuando se dan noticias como la de los megacontratos de Oracle o una startup de la que casi nadie ha oído hablar alcanza una valoración multimillonaria de la noche a la mañana. Pero esta teoría ya no está siendo únicamente abanderada por outsiders, pesimistas y habituales detractores de las grandes tecnológicas, sino que algunas figuras clave de esta industria ya hablan de ello sin tapujos.
Sam Altman, a quien en muchas ocasiones se ha acusado de inflar las expectativas en torno a la revolución de la IA, habló abiertamente de esta situación. Lo hizo en un encuentro con medios especializados hace semanas para comentar el lanzamiento de GPT-5, el último modelo de lenguaje de la compañía.
"¿Nos encontramos en una fase en la que los inversores en general están demasiado entusiasmados con la IA? Mi opinión es que sí", aseguró el mandamás de OpenAI. "Cuando se producen burbujas, las personas inteligentes se entusiasman en exceso con lo que en realidad es tan solo una porción de la verdad", añadió. Eso sí, también deslizó que la IA "es lo más importante que ha ocurrido en mucho tiempo".
Su empresa vive atrapada entre la necesidad de ese entusiasmo desbordado por parte de los inversores y la presión por demostrar que el negocio es sostenible y cumplir promesas tanto en el plano financiero como en el plan técnico.
Precisamente, GPT-5 ha demostrado que las promesas solo valen si se cumplen. Este modelo de lenguaje llegó envuelto en expectativas gigantescas; algunos lo veían como un salto hacia la inteligencia artificial general. La realidad fue más fría: un avance lógico, pero sin la revolución que se esperaba. Altman incluso lo califica, en parte, como un fracaso, y ya apunta directamente a GPT-6.
Otro de los directivos de moda, tal y como recogen varios medios, que ha hablado abiertamente de burbuja ha sido Jensen Huang, CEO de Nvidia. El directivo matizó que estos periodos de sobreexpectativas suelen atraer talento e innovación, pero que se corre el riesgo de que las promesas no se cumplan tan rápido como parece.
La empresa de moda, que diseña y vende los chips más importantes para la revolución de la IA, ha sido utilizada en varias ocasiones como termómetro de cómo está la situación. El miedo a un pinchazo y un fin de fiesta se materializó con el fenómeno de DeepSeek, los responsables de la IA china, que demostraron que se pueden lograr resultados punteros con menos recursos y optimización de software. Nvidia pagó el pato de ese pánico bursátil, aunque se acabó recuperando cuando se conoció el alcance del proyecto.
La última vez que se citó con los inversores para presentar sus cuentas, algo que pasó a finales de agosto, se conoció que 4 de cada 10 euros que facturan salen de únicamente dos clientes. Se sospecha que uno de ellos es Microsoft, aunque no hay confirmación oficial. Sea quien sea, el peligro es similar al que Oracle está expuesto: concentración. Aunque la firma dirigida por Huang volvió a superar las quinielas más optimistas, sus acciones cayeron. ¿La razón? Porque el éxito de Nvidia no solo depende de Nvidia, depende también de sus clientes. Si las expectativas no se cumplen, puede ser que no inviertan tanto en sus productos o exploren alternativas más baratas.
Y ya hay quien alerta de que no se están cumpliendo las metas marcadas. Un reciente informe del MIT afirmó que solo 5 de cada 100 empresas están consiguiendo transformar la inversión en IA y en esta tecnología en ingresos reales. Obviamente, el estudio puede tener limitaciones, pero es bastante esclarecedor para aquellos que creen que una gran corrección ocurrirá más pronto que tarde.
Cubrir esas expectativas desbocadas es el gran reto, caballo de batalla. Hay ejemplos desde la cúspide. El más claro y comentado es OpenAI, que ya roza los 300.000 millones de dólares de valoración tras rondas lideradas por SoftBank y otros gigantes tecnológicos. Una cifra a la altura de corporaciones con décadas de historia, aunque sus ingresos todavía no justifiquen ni de lejos esa capitalización.
La fe del mercado se apoya más en la idea de que sus modelos van a transformar la economía global que en un negocio sostenible aquí y ahora. Y, mientras tanto, la factura de infraestructura —como la de su acuerdo con Oracle— convierte la escalabilidad en una incógnita.
Anthropic tampoco se queda corta en cuanto a expectativas. Ya vale más de 183.000 millones de dólares. Sus modelos prometen rivalizar con los de OpenAI, pero los resultados comerciales aún están lejos de reflejarlo. Tiene unos ingresos anuales de 5.000 millones. Es decir, 36 veces menos de lo que habría que pagar por hacerse con la compañía.
Algo similar ocurre con xAI, la aventura de Elon Musk: miles de millones levantados en cuestión de meses y una valoración que persigue los 10.000 millones sin producto estable en el mercado. Aquí lo que se financia no son métricas, sino la marca Musk.
El fenómeno también alcanza a startups creadas prácticamente de la nada con valoraciones que parecen ciencia ficción. Thinking Machines, fundada por la ex-CTO de OpenAI, debutó con una ronda de 2.000 millones y un estreno bursátil de 10.000 millones sin apenas recorrido comercial. En paralelo, compañías de infraestructura como CoreWeave han pasado de minar criptomonedas a alcanzar los 19.000 millones en tiempo récord.
El patrón se repite: capital que fluye a velocidad récord hacia promesas que aún no han demostrado si serán negocio real o solo fuegos artificiales.
Los estudios recientes pintan un panorama desigual. Si el del MIT es un toque de atención, los creyentes de la IA se aferran a otros informes como los elaborados por investigadores de Stanford, que muestran cómo la adopción ya está destruyendo empleos de entrada en sectores concretos. No es la única referencia a la que se agarran los creyentes. La consultora PWD asegura que el PIB mundial podría dispararse un 15% en la próxima década gracias a las ganancias en rendimiento de la fuerza laboral así como nuevos bienes y servicios. Un estudio de la Universidad de Wharton señala que la IA elevará la productividad entre 1.5% en 2035 y 3.7% en 2075. Al automatizar tareas repetitivas, liberará a los empleados para enfocarse en labores de mayor valor.
Es decir: los efectos empiezan a verse, pero son todavía parciales, fragmentados y muy alejados de lo que algunas proyecciones señalan y, especialmente, de las valoraciones bursátiles que se manejan.
Con esos datos sobre la mesa, parece evidente que habrá una corrección. El mercado no puede sostener indefinidamente que casi todas las empresas que dicen apostar por la IA se conviertan en gigantes rentables. La historia sugiere que la burbuja acabará explotando, y que la mayoría de startups infladas por la fiebre del oro quedará por el camino.
Quienes tienen más papeletas de sobrevivir son, precisamente, los grandes actores. Google, Amazon, Microsoft, Meta o Nvidia no solo invierten cientos de miles de millones en infraestructura: cuentan con negocios diversificados, servicios que generan beneficios anuales de decenas de miles de millones y un colchón financiero suficiente para aguantar cualquier sacudida.
Esa diferencia estructural es lo que los coloca en mejor posición frente a las pequeñas firmas dependientes de rondas de financiación. El escenario post-estallido, por tanto, no sería el fin de la IA, sino el inicio de una etapa más sobria en la que las promesas se depuren y solo los proyectos con verdadero encaje económico sobrevivan.
Tras la purga, la inteligencia artificial podría seguir el camino de revoluciones anteriores: menos ruido, más integración real en la economía, y un puñado de compañías dominando un mercado que, pese a todo, terminará creando valor. Ahora solo hay quien llega a poner un pie en esa tierra prometida. Pero habrá muchos que se queden por el camino.
Robin Liu, CEO de Baidu, el gigante chino de internet y una de las compañías más avanzadas en IA en el país asiático, pronosticó que solo el 1% de las empresas dedicadas a esta materia sobrevivirán cuando estalle la burbuja, algo que da por supuesto que pasará. Altman también está convencido. "Muchos se arruinarán".