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FERNANDO ESTEVE MORA

Fue Marshall McLuhan un pensador de las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado, atípico tanto por su radical originalidad como por los métodos y formas que usó para dar a conocer sus ideas y que, por su lejanía respecto a las "formas" académicas establecidas (pues incluía fotos, dibujosm juegos tipográficos, etc.),  le granjearon una clara animadversión general en los ambientes académicos "serios" de su época, aunque no de los medios de comunicación, los llamados por entonces "mass media", a cuyo estudio se dedicó y que le convirtieron en una suerte de gurú de la -por entonces- llamada contracultura.

Quizás la  tesis general que vertebra su pensamiento se refiere al papel que juegan los medios de comunicación en la evaluación de los cambios sociales. Y es que, frente a la idea de que los medios son neutralesy que lo que realmente importa es lo que se transmite por ellos, o sea, que el contenido (lo que se dice) prima sobre el continente (el cómo se dice), McLuhan defendió lo contrario: que el medio es más importante que el mensaje, que -realmente- el medio es el mensaje, o el masaje (como divertidamente aceptó  el error de imprenta en el título de unos de sus libros).

Así, frente a la comunicación oral característica de los tiempos prehistóricos o pre-civilizados, la escritura representó en sí misma y más que lo que se escribe, un cambio radical en la forma de organizar las sociedades. Y lo mismo pasó más adelante con la imprenta, que fomentó una cambio social radical que está debajo, por ejemplo, de transformaciones tan importantes como la reforma protestante. Y luego han venido, las transformaciones asociadas a los medios del siglo XX, la radio y la televisión, que  han vuelto a la vida la oralidad típica de las aldeas de antes sólo que, ahora, en un marco global, pues todos -ahora- en lo que el denominó la "aldea global" sabemos o podemos saber todo de todos en todo el mundo, o sea, el mismo cotilleo de siempre  de las épocas anteriores a la invención de la escritura.

Pero la tesis acerca de la importancia de los medios de comunicación era ampliable y trasladable  al resto de medios, instrumentos y herramientas que componen las tecnologías sociales. Y eso hicieron el mismo McLuhan y otros continuadores, como por ejemplo Neil Postman. Todos los medios, las técnicas, las tecnologías hay que entenderlas como extensiones del hombre, de sus sentidos, músculos, órganos y aparatos. La rueda es un extensión del pie, el libro del ojo, el teléfono del oído, internet del sistema nervioso. Y los importante es que no es que nosotros usemos los medios, sino que también, los medios que usamos, nos transforman: el uso de esas tecnologías no es neutral: nos cambian. Y lo hacen porque conforman el medio ambiente en el que vivimos, y todos, como cualesquiera otros seres vivos nos adaptamos a ese medio ambiente. Y al hacerlo, cambiamos nuestra naturaleza, nuestra forma de ser, de estar y de relacionarnos de modo radical. Dicho de otra manera, los medios, herramientas e instrumentos que usamos nos conforman, nos determinan. Somos lo que nuestros técnicas requieren que seamos para que las podamos utilizar. Y, por eso, hoy, los humanos de hoy somos tan diferentes a los humanos de hace décadas o siglos, de modo que -pese a los denodados intentos de los que se dedican a la novela histórica- lejos estamos de comprender a los hombres de las cavernas o a los contemporáneos de Julio César.

Neil Postman incidió en que por técnicas no sólo había que entender lo que usualmente entendemos, es decir los métodos y procedimientos incorporados en bienes físicos, en bienes de capital o en organizaciones como la escuela, la empresa o la familia nuclear. Así, junto a las tecnologías visibles puso el acento también en la existencia de  tecnologías invisibles, inmateriales y envolventes, que actúan u operan como "naturales" y por ello son casi imperceptibles, como lo es el agua para los peces o el aire para las aves, pero de efectos reales. Por ejemplo, el lenguaje pude ser visto como una tecnología, y también los exámenes académicos, o también la forma estadística de analizar el mundo a la que tanto nos hemos acostumbrado desde hace siglo y medio  y que ya define lo que es "normal", lo que es apropiado o adecuado como la norma, además de haber creado una nuevo tipo de humano: el hombre medio.

McLuhan escribió poco de Economía y de las tecnologías o técnicas económicas. Por ejemplo, el mercado puede verse como una gran tecnología económica. Para la mayoría de la gente, invisible, es decir que se da por supuesto, como algo "natural" y que, por cierto, al igual que otras técnicas, también ha creado su modelo de hombre, el llamado "homo oeconomicus", el hombre económico que de poblar los libros de texto de los economistas ya se puede hoy ir viendo por las calles. Que yo sepa tan sólo dedicó unas escasas pero muy interesantes páginas al  dinero como "medio" en su obra Comprender los medios de comunicación. Las extensiones del ser humano, y algunas más en La galaxia Gutemberg a analizar el impacto del uso de  la imprenta en el comercio de libros, el individualismo y el surgimiento del capitalismo.

No hizo referencia, sin embargo, a un medio, técnica, herramienta  o instrumento que, en mi opinión, ha sido y es esencial no sólo para la evolución de la economía sino para la particular forma que ha adoptado la naturaleza humana, el "hombre económico",  desde hace seis siglos Me estoy refiriendo a la contabilidad por partida doble que aparece por primera vez codificada e impresa en la obra Summa de arithmetica, geometría, proportioni et proportionalita (Venecia, 1494) de Luca Paccioli (1450-1520).

Para Werner Sombart, por ejemplo, la contabilidad por partida doble fue pieza fundamental en el desenvolvimiento e instauración de  la racionalidad económica capitalista, aquella que concibe como racional cualquier actividad que supera una análisis coste-beneficio; construcción intelectual  a la que Sombart le dió primacía frente a la tesis de Max Weber, quien acentuaba el papel de la ética calvinista como "causa" espiritual o mental en el surgimiento del capitalismo.

Y no sólo esto. Como William Davies ha recalcado en su magnífico libro Estados Nerviosos. Cómo las emociones se han adueñado de la sociedad, los procedimientos contables sirvieron para definir o representar de  modo objetivo unos hechos: los que atañían a la solvencia de los comerciantes y sus intercambios, lo que permitió el surgimiento de relaciones comerciales entre comerciantes con intereses divergentes incluso aunque formasen parte  de culturas y sociedades entre sí extrañas o hasta enemigas, pues la contabilidad por partida doble les proporcionaba un lenguaje común y una apreciación o valoración común de la realidad económica de cualquier actividad económica, de cualquier empresa. Y esa realidad objetiva común servía como base para la confianza mutua, pues la confianza requiere la existencia de lago compartido. La confianza, por tanto, tan necesaria para las transacciones económicas, gracias a la contabilidad tuvo una base sólida. al evidenciar o definir un espacio común, objetivo, no cuestionable. William Davies acentúa aquí que la contabilidad por partida doble  fue una pieza tan importante como el surgimiento de la Ciencia, que también proporcionaba un entendimiento y apreciación compartidos de la realidad independientemente de actitudes morales y prejuicios religiosos o de otro tipo,   en la superación de lo que Thomas Hobbes consideraba el origen de los conflictos y guerras entre humanos: la divergencia radical de opiniones, la inexistencia de ámbitos de común acuerdo entre diferentes. Sin lugar a dudas un musulmán era muy diferente de un católico y este un protestante o de un budista. Pero daba igual, la contabilidad así como el pensamiento científico servían para encontrar terrenos de acuerdo, y por tanto de paz.

Pero la contabilidad por partida doble no fue sólo una tecnología visible con esos portentosos efectos sociales, sino también ha sido una tecnología invisible que nos ha conformado o construido. No seríamos igual ni siquiera en lo más íntimo o personal sin la invención de Luca Paccioli.   

Porque, sin la técnica de la contabilidad por partida doble, ¿cómo seríamos, cómo serían nuestras relaciones si no tuviésemos siempre que "llevar las cuentas" con los demás, sin preguntarnos, como lo hacemos continuamente, "si nos sale a cuenta" el tener esas relaciones? Un mundo en que todo lo que cualquiera otro  hiciese no fuese explicado "por la cuenta que le trae" el hacerlo. Incluso con uno mismo , porque está claro que es diferente el hacer examen de conciencia como se hacía antes, que el "echarse las cuentas con uno mismo".

Y si dejásemos de "querer tener cuentas con alguien", ¿tendríamos otra forma, quizás más "humana", de dejarnos los unos de los otros sin la necesidad compulsiva de "saldar las cuentas" con ellos? ¿Acaso dejaríamos por fin de matarnos en repetidos "ajustes de cuentas"? Porque está claro que nos vivimos en un mundo donde nos autoimponemos el "tener en cuenta" siempre lo que nos hace cualquiera, ya sea lo bueno o lo malo. Si lo primero, se "lo tomamos en cuenta" y nos sentimos deudores; si lo segundo,  pues también, aunque en este caso como acreedores sintiendo en lo más profundo, que nos "lo debe", que nos debe una reparación o compensación para "equilibrar las cuentas". Aunque, quizás, a veces nos preguntamos, si nos saldría mejor hacer  "borrón y cuenta nueva" y  empezar "desde cero".

Y es que ya no sabemos cómo era eso de perdonar antes de que en nuestro universo mental y moral se inmiscuyese la  contabilidad por partida doble. Ésa en la que toda interacción humana se ha de ver y entender por cada parte desde dos puntos de vista simultáneamente: desde el lado del deudor y desde el lado del acreedor. Ésa para la que nunca hay relaciones unívocas o unidireccionales, sino siempre biunívocas, de ida y vuelta, de modo que "nada es gratis", y toda donación que se hace ha de verse y apuntarse también como  una suerte de inversión, de compra, y toda donación es para quien la recibe ha de sentirse y apuntarse también como una suerte de obligación y compromiso.. Ésa para la que no hay nada que sea gratuito, para la que todo coste o gasto requiere verse y apuntarse también como un ingreso o un beneficio. Ésa para la que no hay relación que no pueda ser entendida o explicada como fruto de un cálculo, de un análisis coste-beneficio.

Hasta las relaciones interhumanas más alejada de lo económico como la relación amorosa auténtica, se vio afectada por la contabilidad por partida doble. Leyendo los Sonetos de Amor (The Sonnets) de Shakespeare uno se sorprende del repetido uso que hace el poeta de la contabilidad para manifestar sus complejas relaciones con sus enamorados. Y es que, para Shakespeare, en las relaciones amorosas también hay que hacer balance, ver si lo que uno da es correspondido por lo que recibe.  Algunas de esas incursiones de lo contable son tan extrañas como la del soneto número 2, en el que parece considerar los estragos del paso del Tiempo sobre la belleza de su amado como una deuda  de la que se le pedirán cuentas y a la que le sugiere afrontar  teniendo un hermoso  hijo:
     
                          "¡Cuánto más tu hermosura mereciera gloria
                               si respondieras: 'Esta hermosa criatura
                               cancelará mi cuenta, excusará mi historia',
                             probando en ley de herencia tuya su hermosura" 
                                     (traducción de Agustín García Calvo)


Y a nadie le sorprende o extraña ya, tras Luca Paccioli, que la entera vida de un individuo se entienda, se explique o se  contemple como un libro de contabilidad en el  que se van apuntando, uno tras otro  los hechos de su vida de modo que, como un buen contable diría, sólo al final de la vida, cuando  cierra ese libro y  hace balance, sólo entonces uno sabe si ha valido la pena vivir y en qué medida. 
             
                                      "Pues el Libro Mayor (y eso es lo grave)
                                        del Debe y del Haber nunca se cierra,
                                        y acaso acierta el que con tino yerra;
                                ni es nada el mundo hasta que el mundo acabe."

(Soneto II. Introducción de Sermón de Ser y No Ser, de Agustín García Calvo)
En suma que estamos ya tan acostumbrados a esta idea contable de lo que es nuestra vida y nuestras relaciones con los demás que nos resulta casi imposible imaginar otra. Gracias a Luca Paccioli, todos ya somos contables. En consecuencia, no. No es ciertamente una técnica simplona esta de la contabilidad por partida doble. Sus efectos como tecnología invisible, como acabo de exponer,  se extienden más allá de su inmediato dominio: el económico.

Pero, volviendo a su aspecto de tecnología visible, el más evidente, está claro que  la contabilidad ha jugado y juega un papel fundamental en la gestión racional de los escasos recursos de las empresas, lo que las ha permitido crecer y expandirse.  Todos lo sabemos, cuando los recursos de todo tipo son escasos  hay que llevar una contabilidad para evitar sorpresas.

Pero...¿qué pasa con el propio dinero? Pues que el terreno más obvio en que originalmente se aplicó la contabilidad por partida doble. Porque la contabilidad por partida doble surgió para guardar claramente las trazas del escaso dinero en sus idas y venidas en las transacciones mercantiles. Y, cierto,  eso es lo requerido cuando el dinero es escaso: hay que saber cuánto hay exactamente y dónde está, y para ello la contabilidad por partida doble es imprescindible. Pero, cuando el dinero sobra, cuando no su utilidad es más dudosa o incluso cuestionable.

El dinero era escaso cuando tenía una base metálica o cuando quienes se encargaban de gestionarlo (los bancos) actuaban como meros intermediarios financieros que recibían por un lado, como depósitos, el dinero de sus clientes, y por otro, lo distribuían entre otros clientes: los que le pedían créditos. Para los bancos era fundamental el saber cuánto les debían a sus depositantes y cuánto dinero y en qué condiciones les debían a ellos los prestatarios, pues en cualquier momento, los depositantes les podrían exigir la devolución de sus depósitos y podían encontrarse en una "crisis de liquidez", cuando no contaban con dinero líquido para hacer frente a sus obligaciones. En ese mundo, la contabilidad era, pues, técnica fundamental.

Pero es que, hoy, el dinero bancario no requiere ni de base metálica ni de depósitos previos. Hoy el dinero no son sino anotaciones electrónicas contables que no cuesta nada hacer. Sencillamente un banco crea dinero para un cliente abriéndole una línea de crédito, sin necesidad de que haya habido un depósito previo de un dinero que pueda ser utilizado luego para hacerle el préstamo. Por lo tanto, un banco, cualquier banco, puede crear el dinero que le venga en gana, dar los créditos que quiera, sujeto por supuesto a las restricciones que le impone la "autoridad monetaria"  (por ejemplo las normas contables  Basilea-2) para evitar que las "cosas" se desmanden como suele ocurrir abocando al entero sistema bancario a "crisis de solvencia" cuando los bancos para ganar dinero (o sea, sacar beneficios),"vendiendo" "algo" que no les cuesta nada producir, crean dinero a tontas y a locas prestándolo a quienes nada económicamente productivo tienen que ofrecer. La contabilidad aparece aquí ya no como sistema de información y control interno de los bancos dada la escasez de dinero,  sino como un sistema de control externo de los mismos por parte de la autoridad monetaria para evitar que los bancos se aprovechen de que el coste de crear dinero es ya nulo para crearlo en demasía. 

Dónde en mejor grado se ve el cambio en el objetivo de la contabilidad por partida doble cuando el dinero ha dejado plenamente y con todas sus consecuencias de ser un recurso escaso es precisamente en la contabilidad de las propias "autoridades monetarias", o sea, de los Bancos Centrales de los países con soberanía monetaria, ya sea el Banco Central Europeo, la FED norteamericana o el Banco de Inglaterra o el de Japón o el de China.

Pues bien, para crear el dinero que necesita el sistema económico, esos bancos centrales lo hacen en forma de reservas o créditos a los bancos y otros actores del sistema financiero. Ese dinero así creado ex nihilo aparece contablemente, obligadamente,  como un pasivo, como una deuda de las autoridades monetarias, de los bancos centrales (hace ya muchos años, cuando los tiempos de las pesetas, los billetes de la entonces autoridad monetaria en España, el Banco de España, llevaban la siguiente leyenda: "El Banco de España pagará al portados (tantas) pesetas", lo que indicaba a las claras que los billetes emitidos por él eran para él un pasivo). Pero,  la contabilidad por partida doble exige que, el dinero, ese pasivo de la autoridad monetaria como cualquier otro se vea balanceado o equilibrado por un activo.

Y aquí la cosa, más o menos, estaba "controlada" hasta que sucedió lo de la crisis financiera de 2008 en adelante que se ha agravado con la gestión de la pandemia del COVID-19. Y es que para hacer frente a estas situaciones era necesario crear dinero. El famoso QE, Quantitative Easing, no fue en buena parte sino la aceptación/compra por parte de la Reserva Federal norteamericana de títulos de activos realmente devaluados o sin valor alguno por un valor contable superior al real como contrapartida a las inyecciones de liquidez que hizo en el sistema bancario para evitar que este colapsara. El famoso Target-2 del BCE fue algo similar.

Y ahora está pasando otra vez lo mismo con la creación de dinero para afrontar la COVID-19: La orgía de "Mecanismos", "Facilidades", etc., etc., para "respaldar" las inyecciones de liquidez desde las autoridades monetarias no está haciendo sino crecer sin cuento  ni medida. Todos esos "instrumentos" y demás, cuya creación  tantísimas reuniones y papel requieren,  no vienen impuestos por la realidad económica sino por la larga mano de un monje tardomedieval que diseñó un sistema perfecto para la gestión de recursos escasos, pero obviamente conceptualmente imperfecto para la gestión de recursos cuya producción no requiere esfuerzo.  Pues es el caso que no sirven sino como mera treta lingüística usada para inscribir  en el activo de la contabilidad de los Bancos Centrales que hay "algo" con nombre rimbombante que sirva para cumplir la obligación contable que impone la contabilidad por partido doble de que siempre haya en el "activo" algo para equilibrar o respaldar el "pasivo"  -para ellos- que es  la creación de la nada del dinero que las economías reales necesitan para afrontar estas situaciones de crisis.  


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