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“Los grandes problemas son multifacéticos y no pueden ser arreglados solamente por políticos y economistas. Fíjese usted en la recesión norteamericana. ¿Causada por qué? Primero, por el hábito de consumir sin fijarse en la deuda. Y un problema político: la regulación de las tasas de interés era tan baja que permitió que la gente se endeudara por encima de su posibilidad de reembolsar su deuda. El norteamericano medio debe a su tarjeta de crédito, de promedio, 10.000 dólares. Casi todo lo que ha adquirido, casa, auto, nevera, etcétera, lo ha hecho a crédito. El presidente del Banco Central (la Reserva Federal) ¿a qué recurre? Para desintoxicar, introduce más tóxico: es decir, está disminuyendo el tipo de interés para que la gente pueda pedir dinero prestado. Empeora la situación. Es completamente suicida. ¡Y ésos son los presuntamente grandes economistas! No se dan cuenta de que se trata de un problema complejo. Hay que educar a la gente desde la escuela instándola a no endeudarse innecesariamente, que no tenga tarjetas de crédito, o sólo una. El único que vio esto claro fue el presidente Carter, que dijo: “No adquieran tarjetas de crédito, bajen la calefacción, consuman menos”. Fue una de las razones por la que no lo reeligieron, porque eso va contra las costumbre norteamericanas”.
Mario Bunge, físico y filósofo. (El País, 4/4/2008)

Es terrible, pero lamentablemente es de lo más común que a grandes del pensamiento, como sin duda lo es Mario Bunge, “se les vaya la olla” cuando se ponen a hablar de Economía. Paul Dirac, uno de los mayores físicos del siglo XX y creador junto con otros de su talla intelectual de ese portento que es la mecánica cuántica, tan compleja, verdadera y, sin embargo, tan sinsentido para una mayoría en la que me incluyo, dijo una vez que había abandonado los estudios de Economía porque ésta le parecía un asunto muy complicado. Se cuidaba por ello muy mucho de meterse en los problemas económicos pues no los entendía y por ello no les encontraba una solución adecuada. Nunca le he entendido. La Economía es sin duda más simple y débil intelectivamente hablando que la Física contemporánea, aunque sólo sea por el cuestionamiento que esta última hace del "sentido común", o sea de los principios de la lógica aristotélica, por lo que siempre me he preguntado por qué Dirac pensaba que la Economía era tan difícil y tan compleja. ¿Quizás porque, comprada con la Física, la Economía no era lo suficientemente precisa y rigurosa, lo que la hacía ambigua y complicada para mentes precisas y rigurosa como la suya? Puede ser. Pero, en cualquier caso, no todo el mundo tiene la modestia de Dirac y, como Bunge, se lanzan de cabeza a las aguas arremolinadas de lo económico sin cuidarse lo más mínimo de llevar siquiera un neumático de camión hinchado que actúe como salvavidas intelectual por pedestre que éste sea, confiando en que -por seguir la metáfora- los paracaídas que tan bien les sirven cuando se elevan a las alturas de la Filosofía, el Arte o la Física les valgan tan bien en el rio turbulento de la realidad económica. Pues no. La exquisitez intelectual válida para viajar por los espacios interestelares o de la imaginación a veces de nada sirve aquí abajo como lo muestran las palabras de Mario Bunge.

Si es verdad que el presidente Carter no fue reelegido para la presidencia de los EE.UU. por haber dicho a los norteamericanos que consumieran menos, cosa que dudo, la verdad es que sus compatriotas tuvieron un conocimiento más adecuado de la realidad económica y de su funcionamiento y un sentido común más certero del que normalmente tengo más que poderosas razones para suponerles. Cierto que los problemas del crédito están por debajo de la recesión de la economía norteamericana que hoy se da por muy probable, pero más cierto aún es que sin la expansión de los medios crediticios incluyendo las tarjetas de crédito, es posible que siempre estuviéramos en una recesión permanente o abocados a formas mucho más destructivas de generación de demanda efectiva, o al menos eso pensamos muchos keynesianos.

Veamos. En una economía de mercado imaginaria en que tanto la producción como la venta y el consumo de todos los productos tuvieran lugar instantánea y simultáneamente, o sea, en una economía en que todo lo producido fuesen servicios que, a diferencia de los bienes, no se pueden acumular pues se producen a la vez que se usan (¿cómo guardar los servicios de un peluquero, un camarero o de un médico?, el uso del crédito estaría muy limitado. Un empresario cualquiera contrataría los factores de producción que necesitase (trabajadores, materias primas, etc.) en cada momento para realizar sus actividades de producción y venta pagándoles a sus propietarios con los recursos monetarios obtenidos de las ventas que a la vez hiciese de esos “productos” producidos instantáneamente a otros trabajadores y otros empresarios que también producirían en las mismas circunstancias. En una economía así el flujo circular de la renta iría casi a la velocidad de la luz: todas las actividades económicas serían simultáneas: la producción, la venta, el consumo y la generación y reparto de las rentas se harían a la vez. Cierto que habría agentes que recurriesen al crédito. Habría empresarios que pidiesen prestados los ahorros de otros para financiar el capital circulante necesario para los procesos de producción en sus empresas, y, de igual manera, también habría consumidores que pidiesen préstamos a cuenta de sus ingresos futuros para financiar la adquisición de un volumen de servicios mayor del que podrían acceder con sus rentas en un periodo. Pero para la mayoría de agentes el uso del crédito les quedaría al margen.

Pero es evidente que ése es un mundo imaginario, en el mundo real no toda la producción es de servicios sino que producimos y consumimos una enorme diversidad de bienes, y entonces qué ocurre si hay productos no perecederos (ya sean bienes de capital físico –herramientas, máquinas, etc.-, ya bienes de consumo –coches, televisiones, lavadoras…-) cuya producción y su consumo llevan tiempo. Pues que, en ausencia de un sistema crediticio desarrollado, el flujo circular de la renta se ralentizaría y con ello el volumen de renta que se genera, se mueve y pasa por el sistema económico, es decir, en ausencia de un sistema crediticio desarrollado (o también cuando hay una crisis crediticia) la actividad económica se estanca con la conocida consecuencia del ascenso de los niveles de desempleo. Y la lógica del proceso es muy simple. Si para poderse comprar una casa o un coche cada individuo estuviese obligado a haber ahorrado previamente la cantidad necesaria de dinero para pagar de golpe, al contado, la totalidad de su precio, está claro que el consumidor medio necesitaría esperar bastante tiempo para poder meterse en esas compras. Y, de igual manera, si para producir un bien que lleva bastante tiempo un empresario tuviese que disponer de la liquidez o capital circulante como para ir pagando todas las nóminas y demás facturas correspondientes a los factores que utiliza en el largo proceso de producción antes de ingresar un euro por la venta de la primera unidad que saliese de su fábrica, obviamente sería mucho menor el número de empresarios y de productos existente. Y es en este tipo de economías donde la generalización del uso del crédito en forma de pago aplazado para financiar la compra de productos duraderos (y el pago de materias primas y otros factores de producción incluido el trabajo al que normalmente se le paga –por días, semanas o meses- independientemente del grado en que haya acabado un trabajo) se demuestra pieza imprescindible para el mantenimiento y expansión de la actividad económica. No es por ello nada extraño que su aparición pueda fecharse en la segunda década del siglo pasado cuando una ola de invenciones técnicas se tradujo en una creciente abundancia de bienes asociados al uso de los motores eléctricos en multitud de productos (lavadoras, radios, etc.) y de explosión (coches), bienes que eran lo suficientemente caros dado el nivel de salarios medio como para desanimar la demanda de múltiples potencialmente comparadores si para acceder a ellos se les exigía el pago al contado del entero precio. Y, ciertamente, el desarrollo de los mercados de consumo masivos exigió la profundización del sistema crediticio.

Ahora bien, la generalización del uso de la compra a plazos no fue fácil ni evidente pues chocaba o violentaba en cierta manera algunos principios centrales en una economía de mercado. Por un lado, estaba el principio de que alguien sólo era legalmente dueño de algo cuando lo compraba efectivamente, es decir, cuando pagaba su entero precio al vendedor. Frente a esta posición, la situación “legal” de los bienes comprados a plazo parecía ambigua pues este tipo de compra permitía sin embargo a su todavía no propietario legítimo poseerlo ya que podía disfrutar del bien “comprado”. Cierto que en la adquisición de bienes inmuebles, como la tierra o las casas, el uso del crédito hipotecario estaba ya institucionalmente desarrollado desde hacía siglos. Pero la seguridad jurídica tanto del prestamista como del prestatario parecía asegurada a tenor del hecho de que la tierra no se movía de sitio, era de alguna manera indestructible y tenía un valor garantizado en el tiempo. Pero ¿quién daba similar seguridad a los prestamistas que financiaban la compra a plazo de bienes relativamente duraderos y desgastables como los coches, las lavadoras y las aspiradoras, cuyo valor de segunda mano de poco podría servir como colateral para responder ante una deuda?
 
Pero, por otro lado, estaba una actitud que reflejaba una serie de principios de comportamiento o virtudes como la moderación, el ahorro, la actitud previsora, la renuncia a la satisfacción inmediata, etc., que constituían lo que se ha venido en llamar, desde la obra de Max Weber, la ética protestante, el conjunto de valores entrelazados que se consideraba substrato necesario para el desenvolvimiento de una economía de mercado. Frente a esos valores, la compraventa a plazos permitía y fomentaba la gratificación casi instantánea de los deseos, lo cual entraba obviamente en conflicto directo con la parsimonia que se predicaba para la mayor parte de los individuos que debían de esperar hasta que no hubiesen reunido el dinero suficiente para adquirir plenamente los bienes deseados. Tan fuerte era la importancia de esta visión que todo un innovador como Henry Ford no dudó en oponerse al uso de la financiación a plazos de sus clientes como lo hicieron los bancos que pensaban que la compra a plazos, al estimular el consumo inmediato, minaba la disposición a ahorrar base para ellos de la captación de fondos. Pero no duraron estas reticencias más de diez o quince años. Ford acabó creando una financiera y antes de la II Guerra Mundial todos los bancos competían en el crédito al consumo a plazo. El mundo del automóvil no sólo fue el responsable principal del desarrollo de las compras a plazos, una innovación como la tarjeta de crédito, tan perversa para Mario Bunge, también está directamente relacionada con él. Conforme el uso del automóvil se generalizaba, las compañías que suministraban combustible trataban de atraerse clientes ofreciendo también facilidades en el pago. Pero el crédito que podían ofertar las gasolineras debía ser tan móvil y rápido como el propio automóvil. La solución la encontraron las compañías en la emisión de unas tarjetas personales identificativas válidas para todas sus gasolineras a lo largo de los EE.UU. Así surgieron las tarjetas de crédito para gasolina que no tardaron en generalizarse como tarjetas de crédito de uso general. Las empresas que las emitían cubrían el mayor riesgo que asumían por las facilidades dadas por su concesión elevando los tipos de interés que cobraban por su uso. En suma, y como acertadamente señaló Daniel Bell, “el consumo masivo, que comenzó en el decenio de 1820, fue posible por las revoluciones en la tecnología, principalmente la aplicación de la energía eléctrica a las tareas domésticas (lavadoras, frigoríficos, aspiradores, etc.), y por tres invenciones sociales: la producción masiva de una línea de montaje, ..el desarrollo del marketing, que racionalizó el arte de identificar diferentes tipos de compradores y de estimular los apetitos del consumidor; y la difusión de la compra a plazos, la cual, más que cualquier otro mecanismo social, quebró el viejo temor protestante a la deuda”.
 
Ahora bien, al igual que es cierto que la expansión y profundización del sistema crediticio son basicas para el crecimiento de la actividad económica, también lo es que son la fuente principal de la inestabilidad de la misma, de la alternancia entre periodos de expansión y periodos contractivos, pues desde siempre ha sido en el sistema financiero donde han arrancado las crisis que han sacudido a las economías de mercado. ¿Cuál es la razón? Pues que el sistema financiero tiende a ser altamente inestable y frágil debido a la confluencia de dos factores definitorios del mismo: el primero, el sistema de reservas de los bancos, que son, el centro del entero sistema financiero; y, en segundo lugar, pero no menos importante, el que el sistema se construye a partir de las creencias que sobre el futuro tienen los distintos agentes que en él intervienen.
 
 
 
 
En cuanto al primero de los factores, el sistema fraccionado de reservas puede dar origen a las llamadas crisis de liquidez que acontecen cuando los depositantes de un banco acuden masivamente al mismo para retirar sus depósitos. Como los bancos no tienen la obligación de mantener como reserva la misma cantidad de dinero que el valor de los depósitos que en él han hecho sus clientes sino sólo un porcentaje de los mismos (coeficiente de caja),entonces si un número suficiente de depositantes acude a retirar sus depósitos a un banco cualquiera, éste no tendrá recursos líquidos suficientes para hacer frente a sus obligaciones y devolverles a los depositantes el dinero que hubieran depositado en sus cuentas por lo que, o bien habrá de solicitarlos de otros bancos (pagando por ello un interés), o bien habrá de ejecutar créditos que tuviera concedidos para tratar de recuperar liquidez. Si esta petición de retirada de recursos afecta a un solo banco, no habría un problema sistémico, pero cuando se extiende por todo el sistema financiero, cuando son los clientes de todos los bancos los que simultáneamente exigen la devolución de sus depósitos, entonces ningún banco puede encontrar ayuda de los demás que se encuentran en situación similar generándose un pánico financiero, que lleva a la bancarrota a muchos bancos y obliga a otros a suspender los créditos concedidos, lo cual afecta a la economía real que como se ha dicho depende para su funcionamiento de la concesión de créditos[*].

Pero, ¿por qué se desencadena una crisis de liquidez? Pues porque, previamente, se produce una crisis de confianza en el valor de los créditos que han realizado los bancos, o sea cuando cunden las dudas sobre si los prestatarios serán capaces de devolver los créditos concedidos así como acerca del valor de las garantías que aportaron como avales. Y esto puede ocurrir conforme se fragiliza el sistema financiero en el curso de los periodos alcistas del ciclo económico. Tal cosa sucede porque, en esos periodos, la disponibilidad de los bancos a conceder créditos aumenta por la abundancia de sus depósitos y por la creencia de que la buena marcha de la economía aumenta las posibilidades de que se les sean devueltos con facilidad a en el futuro. La competencia por beneficiarse también de este periodo alcista puede llevar a muchos bancos a comportamientos arriesgados como conceder créditos imprudentemente a agentes cuya posición financiera es a corto y medio plazo de tipo Ponzi, es decir, que para responder de sus obligaciones corrientes (el pago de los intereses y la amortización en cada periodo) no les basta con sus ingresos corrientes de modo que necesitan endeudarse todavía más, esperando que en un futuro su posición financiera sea más solvente. Si el número de agentes de este tipo pasa de cierto (y a priori indifenible) umbral, el sistema financiero se fragiliza, pues basta alguna perturbación exógena (la caída en los precios de la vivienda, la desaceleración de la economía, una subida en los precios del petróleo, etc.) para que se hagan conscientes de que sus expectativas de ingresos no estaban justificadas y se declaren en quiebra, poniendo en dificultades financieras a los bancos que les financiaron. La confianza en el conjunto del sistema bancario se desmorona en la medida que los bancos están financieramente entrelazados, de modo que las dificultades de un banco contaminan a los demás en un proceso imparable, generando a la vez una crisis de liquidez conforme los depositantes se agolpan en las ventanillas exigiendo la devolución de sus depósitos.
 

BIBLIOGRAFÍA
Daniel Bell, Las contradicciones culturales del capitalismo. (Madrid: Alianza.1977)

Daniel J. Boorstein, The Americans. The Democratic Experience.(New York: Random House.1973)
Fernando Esteve, Rafael Muñoz de Bustillo, “fragilidad financiera” en Conceptos de economía. (Madrid: Alianza. 2005)

[*] La economía real se contrae también por la caída en la demanda de bienes de consumo y de inversión por parte de los depositantes que ahora son más pobres y también de quienes tenían créditos concedidos que ahora se ven obligados a pagarlos antes de tiempo.

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  1. #2
    15/04/08 20:07

    Lo primero, disculpa el retraso en mi respuesta. Y en cuanto a lo demás, pues sólo haqy dos caminos. Uno de ellos es una política monetaria expansiva que, mediante disminuciones en los tipos de interés nominales y ascensos en los precios (o sea, mediante descensos en los tipos de interés reales) haga subir los precios de los activos cuya caída se encuentra en el origen de la crisis de confianza que degeneró en la crisis de liquidez. Ahora bien, puede que esto no sea suficiente si las dudas que los bancos y las demás instituciones financieras respecto a su solvencia mutua sean tan fuertes que los tipos interbancarios incluyan una prima de riesgo muy elevada de modo que los esfuerzos por bajar los tipos de interés no tengan éxito, entonces sólo cabe recurrir al otro camino: la nacionalización del sistema financiero de modo que el Banco Central pasa a ser no prestamista en última instancia sino en primera. Parece claro ¿no?: si el Estado avala a un banco sus depositantes pueden estar seguros, por lo que la confianza vuelve a recuperarse. Merece la pena que leas sobre este asunto este artículo de J.Bradford de Long en una página (Project Syndicate) donde escriben gentes varipintas y muy interesantes:http://www.project-syndicate.org/commentary/delong73/English. (el artículo está en inglés pero puedes consultarlo trambién en una traducción (mala) al español pulsando en la banderita)

  2. #1
    Anonimo
    13/04/08 19:03

    Si hay crisis de liquidez y no hay bancos dispuestos o que puedan prestar dinero a una entidad con problemas para hacer frente a los pagos a sus clientes ,¡Cual podria ser la solucion? segun el articulo de EL PAIS la bajada de tipos no es;dejar quebrar al banco supondría que mucha gente perderia su dinero;y, que otro banco o el estado se hagan cargo de un banco en quiebra es una inversion arriesgada. ¿Que decision seria la mas acertada o la que realmente se deberia tomar para hacer frente a esta crisis de liquidez y confianza?