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"Al que tiene un martillo, todo le parecen clavos", reza un viejo dicho que se me antoja cierto de todas todas cuando veo la tendencia compulsiva que tengo a pensarlo todo desde mi propio "martillo", o sea, desde la teoría económica. ¡Qué se le va a hacer! Deformación profesional de la que es difícil quitarse...Y aquí va otro caso de cosa que se me ha convertido en "clavo": la obligación que tienen los fieles creyentes de la iglesia católica de comulgar por "pascua florida", o al menos así decía antaño, cuando de niño yo me contaba o, mejor dicho, me contaban, como miembro de esa secta religiosa.

A lo que parece tal obligación, si bien tiene un origen incierto hacia mitad del primer milenio de la era cristiana, alcanza su rango legal definitivo en el Concilio de Letrán de 1215. La antropología religiosa, por lo poco que yo se, parece explicar tal costumbre, luego convertida en obligación, en una suerte de rito de renovación relacionado con el renovarse de la vida en la naturaleza tras el invierno. Y así, de igual manera que la vida vegetal en el occidente europeo se renueva o renace con cada primavera, el alma del creyente debería hacer lo mismo con la confesión y posterior comunión pascual. La teología suscríbiría tal explicación y le añadiría un soporte adicional, pues ¿qué mejor momento para ese renacer espiritual que llevarlo a cabo en la misa de resurrección, la eucaristía que conmemora el "acontecimiento" del antinatural prodigio la vuelta a la vida de Jesús?.

Sin lugar a dudas, tal suerte de explicaciones/justificaciones para este fenómeno son verosímiles y es posible que hasta verdaderas. Pero quizás también desde la economía se pueda aportar algo a la hora de "explicar" el por qué esa costumbre o consejo eclesiástico de la comunión y comunión pascual, tan perfectamente justificado teológica y antropólogicamente como se ha visto, tuviera que esperar hasta el siglo XIII para convertirse en norma de obligado cumplimiento para los creyentes, que en aquella época -no lo olvidemos- lo eran todos los nacidos de padres cristianos, o sea,  la inmensa mayoría de la población occidental.

Pues bien, a este respecto ha de pensarse que la comunión no es sino una señal. Una señal de "calidad" que unos  "agentes económicos", es decir, quienes comulgan, emiten en un espacio público y ante todo el público, o sea, delante de todos los miembros de una comunidad, mediante la cual los que la emiten trasmiten o comunican a los demás que, al menos durante un cierto tiempo, son moralmente buenos, están libres de pecado y han hecho un claro propósito de enmienda de no volver a realizar los pecados que antes habían cometido y que, por la confesión y absolución,  les habrían sido perdonados.

La comunión, desde el punto de vista económico, no es en suma sino el certificado que el sacerdote emite en beneficio del comulgante por el que el resto de la comunidad sabe de la bondad del mismo, al menos por un cierto tiempo.  Es decir, que el comulgante en el acto de la comunión trasmite a los demás la clara señal de que él es una "buena persona", alguien en quien se puede confiar para llevar adelante cualquier tipo de interacciones económicas o de otro tipo. En efecto, dado que comulgar en pecado mortal era un pecado capital, es decir, un pecado de alto nivel, cabe tener la seguridad de que los comulgantes, al menos durante un tiempo, iban a ser "buenos" o iban a tratar de serlo pues tenían el propósito de no engañar a nadie y se comprometían a ello, al menos -repito- durante un tiempo.

De igual manera, quien no comulgase estaba mandando al resto de la comunidad una clarísima señal de tipo negativo: no sólo la de ser un pecador -que todos lo somos, según la idea de pecado original de san Agustín-, sino la de estar en ese momento en concreto en pecado y la de no estar dispuesto a dejar de estarlo, ni siquiera por un tiempo. Es obvio, entonces, que establecer relaciones con un no comulgante, negociar con un pecador reconocido era, por tanto, arriesgarse tontamente con alguíen que, de salida, estaba indicando a los demás que no era de confiar. Un no comulgante era pues un individuo del que se podía tener la seguridad de que no tendría el menor inconveniente en engañar a otro en cualquier transacción económica. En consecuencia, más le valía a todos los demás, tanto comulgantes como no comulgantes, el abstenerse a entrar en relaciones con él.  

Ahora bien, dadas las evidentes ventajas señalizadoras que tiene el comulgar, o sea, el señalizar que uno forma parte de los "buenos", y según el primer principio de la Economía de la Señalización, que viene a decir que un agente tiene siempre el incentivo a trasmitir a los demás una señal que le beneficie, pues si no lo hace está por ello miemo trasmitiendo la señal negativa de que carece de las características deseables, surge la pregunta de que por qué se vió obligada la iglesia católica a imponer esa obligación a sus fieles, pues desde la perspectiva de la Economía de la Señalización,  el comulgar debería haber sido un comportamiento habitual, no forzado y espontáneo por parte de todos los creyentes para trasmitir a los demás la confianza y seguridad de que no trataban de engañarlos o estafarlos, para reconocerse entre sí como gente honrada. Un acto, además, que podrían repetir cuantas veces quisiesen a lo largo de todos los días del año.

El que la iglesia se viera obligada a imponer la obligación de comulgar una vez al año sugiere, sin embargo, que como tal señal, la comunión era una señal tan extremadamente costosa de emitir para la mayoría de los individuos que, sin verse obligados a ello, sólo unos pocos: curas, beatas, viejos, gentes pues relativamente al margen de la actividad económica, cabe esperar que lo hiciesen regularmente pues, para ellos, el hacerlo no era tan costoso. (Tampoco lo era, obviamente, para los ateos secretos que puesto que no creían en los "mandamientos de nuestra santa madre iglesia" , podían por tanto aprovecharse de esa capacidad que su ateísmo les proporcionaba para comulgar en pecado mortal tantas veces como quisiesen, fingiendo ser de los "buenos" pero comportándose "malamente"). Como se indicó en la entrada anterior de este blog, para ser eficiente, o sea, para ser una trasmisión eficaz de información, una señal ha de ser costosa de producir y de emitir ...pero por lo que aquí se ve es que puede ser tan costosa que a ningún agente (o sólo a unos pocos) le merezca la pena el usarla.

¿Era la confesión y la posterior comunión una señal tan costosa de producir -eso es la confesión- y emitir -eso es la comunión-?  Si parece que lo era. Jean Delomeau, en su libro La confesión y el perdón muestra la historia de cómo la iglesia católica codificó el proceso de confesión convirtiéndolo en todo  un sistema de información o de inteligencia en el que  la revelación por parte de los fieles de los propios secretos inconfesables al confesor así como la necesidad de la contricción (diferente a la atricción) suponían unos costes psicológicos muy elevados  para los creyentes, sistema éste que conformó la peculiar estructura caracteriológica del hombre occidental (el convertirse en un ser siempre en estado de culpa por cualquier cosa que hubiese hecho o pensado hasta la más banal, siempre por tanto necesitado de pedir perdón a una autoridad moral que se lo otorgase). En efecto, el examen de conciencia, la vergüenza de la confesión. la contricción por los pecados cometidos, la voluntad de no repetirlos y, finalmente, el cumplimiento del castigo o penitencia, fases ineludibles del proceso de creación de la señal que era la comunión  tenían   sin la menor duda un elevado coste psicológico y material para las gentes. No es nada extraño por eso que, salvo los grupos mencionados antes, la gente tendiera a no confesarse hasta el último momento, o sea, en el lecho de muerte.

De lo anterior se sigue, por tanto, que la iglesia católica tuviera que imponer la obligación de la confesión y comunión en Pascua Florida o "desde arriba" y, con toda probabilidad, contra la voluntad de la mayoría de sus fieles, pues a pocos les gustaría pasar por el "trago" de la confesión. Dicho en términos técnicos, o sea, en jerga económica, la comunión  era una señal cuyo elevado coste de producción llevaba de modo espontáneo a un equilibrio aunador en que "nadie" la emitía. Convertirla en una señal que condujese a un equilibrio separador en que todos los agentes la emitiesen supuso elevarla al rango de orden de obligado cumplimiento.   

Para concluir, afrontemos dos preguntas. Primera, la de que por qué aparece esa obligatoriedad en el siglo XIII y no antes o después. Aquí creo que la respuesta es inmediata: es en el siglo XIII cuando la economía y sociedad medievales empiezan a repuntar. Poco a poco, es en ese siglo cuando el aislamiento de las pequeñas comunidades locales característico de la Alta Edad Media empieza a resquebrajarse y retroceder. Las ciudades y el comercio repuntan...y con ellas las interacciones económicas entre desconocidos o poco conocidos. En las minúsculas aldeas medievales de siglos anteriores, todo el mundo conocía a todo el mundo perfectamente, con lo que no eran necesarias señales de calidad de ningún tipo para saber quién era de fiar. Por contra, el comercio y la ciudad ponen en relación a extraños. Es en ese mundo donde las señales devienen en necesarias para sortear esa situación de información asimétrica en que ninguno de quienes participan en una transacción económica sabe de la honradez o fiabilidad del otro. Saber de la confiabilidad del otro empezó entonces a convertirse en pieza necesaria para lllevar adelante negociaciones comerciales con él.

La segunda pregunta es la de que por qué se impuso la obligación de confesar y comulgar precisamente por Pascua Florida, es decir, al comienzo de la primavera. Ya he señalado antes las razones teológicas de ello...pero cabe cuestionarlas. Si de certificar el renacimiento interior se trataba, ¿por qué no poner esa obligación entono a las fiestas de Navidad, las fechas del nacimiento del año y del "nacimiento" de Jesús? Sería lo apropiado, ¿no?. El que la Iglesia eligiese la primavera quizás refleje más bien una circunstancia económica de peso más relevante que el argumento teológico. Era en primavera cuando se llevaban a cabo las ferias medievales. era entonces cuando los extraños interactuaban y comerciaban y cuando más necesaria era la emisión de señales de calidad para que los acuerdos comerciales se llevasen a cabo entre  "buenas" y desconocidas personas. También era a comienzos de la primavera cuando en una sociedad predominantemente agraria se cerraban los contratos referidos a las futuras cosechas que se ejecutarían tras el verano. En suma, que no es nada de extrañar sino que es lo más lógico que la iglesia católica, la institución básica de la epoca para regular la sociedad, impusiese la obligación de confesar y comulgar se pusisese cuando la puiso.

Y finalmente, un breve apunte sobre la pérdida de capacidad señalizadora de la confesión y comunión pascual. Un siglo después, ya a aprtir del siglo XIV,  la propia iglesia católica desvirtuó su propia señal. Con el auge de la venta de indulgencias, es decir, la compra del perdón de los pecdaos, la confesión y la comunión dejaron de tener eficacia como señal de calidad. Cualquiera con dinero podía confesar, comulgar, pecar y luego comprar el perdón en la misma mañana. Pero esto, la compraventa de indulgencias, quizás merezca una entrada en este blog para sí sola.  

                                                                                               Fernando Esteve Mora

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  1. en respuesta a cachonbrena
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    #2
    01/05/16 16:57

    Corruptio optima pessima esta.
    No soy creyente, pero nunca dejaré de recomendar la lectura de un cura (eso sí, que dejó de serlo en la medida que esto se pueda hacer) llamado Ivan Illich: "No hay nada peor que la corrupción de los mejores". Una vez que, siguiendo como dices a Nietzsche, Dios ha muerto, la moral sólo podía ser civil. Y para ello es necesario que haya quienes, aún a costa de su bienestar privado, sean un ejemplo cívico, un ejemplo de moral pública para el público. Lo de Panamá muchos lo interpretan como un ejemplo más del fin de un sistema. De la traición de las élites, de su rebelión. Y con ella, el comienzo de su final. Pues no nos engañemos, el colapso de un grupo social empieza, antes que en el terreno económico, en las mentes de los habitantes de un grupo. Cuando a los demás, y sobre todo a los que se pretenden mejores se les ve como ladrones, como enemigos, cuando los que se dicen que son los mejores, el espejo en quienes contemplarse, están corrompidos, entonces poco se está dispuesto hacer para defenderlo, o quizás mejor, no merece la pena hacerlo.

  2. #1
    08/04/16 05:13

    Interesante el concepto de señal que glosas. De la de comulgar se desprende la ventaja competitiva del descreído. El descreer te va elevando hacia la esfera de las élites. Pasado el tiempo todas las élites estarían formadas por descreídos con doble moral. Imponiendo la antigua a la masa de “creyentes dominados”. El ateísmo comunista sería la popularización del “nuevo paradigma” (Dios no existe) asumido de forma oculta por las élites en tiempos anteriores. Y, como sueles decir, si non e vero e ben trovato.
    Pero yo espero que uses ese martillo del que haces gala para ensañarte con el “encarecimiento” de la ocultación del patrimonio que ha supuesto la aparición de los papeles de Panamá. No es tanto el coste económico de la multa fiscal sino el coste en prestigio social, lo que la ha encarecido. La vulnerabilidad del sistema puesta de manifiesto me sugiere aquel cuento árabe sobre un malvado que, para poder serlo, había encerrado su corazón en un cofre escondido en la más profunda gruta de una montaña inaccesible. Vivir sin corazón le hacía invulnerable. Ni que decir tiene que el héroe del cuento, cuando descubre el secreto de su poder, sube a lomos de un águila a la cima de aquella montaña, penetra en la gruta, abre el cofre y atraviesa el corazón con una afilada daga. ¿No es algo así lo que ha ocurrido?
    Lo que es brutal es que en la gruta desvelada en Panamá se guardaran cofres con corazones (nombres y apellidos) desde tiempo inmemorial. ¿Qué nos diría tu martillo al respecto?