De vez en cuando conviene recordar que la Economía se ocupa de encontrar el mejor uso a los recursos escasos, bien sea para su transformación, su distribución o para su consumo final. Como la Economía no es una ciencia exacta, se puede discutir que ese mejor uso sea el resultado de aplicar un criterio de eficiencia o de equidad, pero no es admisible mirar hacia otro lado cuando se constata el agotamiento de un determinado recurso. Algo estamos haciendo mal cuando el mejor uso para una materia prima pase por su confinamiento en un almacén para servir como activo subyacente de un producto financiero complejo. Tampoco es normal que el mejor uso de una persona –perdón por el enfoque utilitarista- sea hacer cola en la oficina del paro. Y si el mejor uso del dinero consiste en servir de rescate a sus intermediarios… En serio, lo estamos haciendo muy mal.
Entre esos recursos escasos de los que se debe ocupar la Economía también están la energía y el medio ambiente. Algunos esbozarán una sonrisa al verme considerar la biodiversidad o el paisaje como bienes económicos. Pero creo que no hace falta pertenecer a la cúpula de Greenpeace para entender que nos conviene gestionar bien el uso de lo que nos ha dado la Naturaleza, aunque sólo sea por el bien de nuestra alimentación futura y de nuestro turismo. No me considero un ecologista convencido pero sí presumo de tener una conciencia integral del problema económico, de modo que no defiendo soluciones como la energía nuclear o la división del mapamundi por intereses estratégicos miopes.
Pues bien, no voy a entrar aquí a valorar los resultados de Kioto ni el funcionamiento de los mercados de derechos a contaminar. Pero sí me voy a permitir lanzar algunas ideas sencillas y posiblemente estúpidas, por si alguna formación política se atreve a desarrollarlas.
1.- Fiscalidad verde. Ya he hablado en otro post de la fiscalidad inteligente o, dicho de otro modo, de los impuestos que ayudan a resolver problemas. Me molan los impuestos verdes. El problema es que ya pagamos impuestos de otros colores. Y ya sabemos que el impuesto sobre las bolsas de plástico no va a resolver las turbulencias en los mercados de deuda. Igual hay que reorientar toda la maraña de desgravaciones e incentivos hacia personas físicas y jurídicas que colaboren con la causa: emprendedores del sector energético, compradores de bienes eficientes, inversores en fondos ecológicos… Que siga la lista.
2.- Más sobre el transporte colectivo. Ya he hablado de este tema en otros post de esta serie. Añado otra idea más: compra colectiva de abonos mensuales o anuales. En lugar de poner un precio fijo al metrobus o como se llame en cada pueblo, sería interesante dejar que suba o baje en función de la demanda, aunque en sentido inverso al mercado convencional: que suba cuando haya pocos pasajeros y que baje cuando haya quorum suficiente para aprovechar al máximo la infraestructura. De este modo, no obligamos al servicio a ser deficitario y ponemos un incentivo para que los usuarios se organicen. A ver si me escuchan los responsables del AVE.
3.- De la cola del paro a la industria medioambiental. Reciclaje, limpieza de playas y montes, auditorías medioambientales, gestión de proyectos, actividades de sensibilización, agricultura ecológica, rehabilitación de zonas rurales… La Madre Naturaleza necesita personal de todos los perfiles y todas las profesiones, pero el mercado no encuentra la manera de rentabilizar el negocio. Aquí sí está justificado que la Administración se implique y cambie la prestación a fondo perdido por un sueldo equivalente, asumiendo las empresas el coste de las cotizaciones sociales.
4.-Monetizar la energía. Si la energía pudiera acumularse, los vatios servirían de moneda de reserva internacional. Pero mientras alguien inventa algo, tal vez se podría montar un sistema en el que cada usuario tenga su propia tarjeta energética cargada con un saldo de puntos equivalente a su consumo potencial. Los puntos serían transferibles a otros usuarios, de modo que el ahorrador de energía pueda prestar al que gasta de más a cambio de un descuento en factura. Pequeños y grandes consumidores de energía podrían aumentar su saldo contribuyendo al ahorro mediante soluciones de autoabastecimiento. El sistema permitiría reflejar la escasez de energía (que ahora nos parece ilimitada porque pagamos lo que nos echen en factura). Y las energéticas tendrían así un mecanismo más justo para cobrarse la famosa deuda sin tener que recurrir al Ministerio de Industria.
Seguro que se pueden dar más soluciones creativas al problema energético y medioambiental, sólo hay que fijarse en la cantidad de emprendedores que surgen al calor de los yacimientos de empleo relacionados con la causa. Lo que está claro es que el problema energético y la degradación del entorno son más graves que la sostenibilidad del Estado del Bienestar, ya que este último no deja de ser un conflicto de financiación, mientras que aquél es la consecuencia de un modelo económico agotado.
La próxima semana cierro esta serie de propuestas con un bonus track sobre aspectos institucionales.
Que paséis una buena semana, un saludo.