La economía trata de producir bienes (y prestar servicios), a partir de una diversidad de recursos más o menos abundantes, con el objetivo de cubrir necesidades de variado pelaje. Hasta aquí la teoría, tal y como la explicaba en la entrada anterior. En la práctica, las personas nos dedicamos a hacer acopio de recursos, por si acaso en el futuro sirven para producir algo útil… o inútil. Entre esos recursos, no sólo el dinero es objeto de deseo. Hay quien acapara conocimiento, a base de cursos para el curriculum. Mucho más antigua es la especulación con materias primas, una práctica muy eficaz para que se cumplan todas las profecías sobre los tiempos de escasez. Y, como no, el suelo siempre ha dado mucho juego en ciertas culturas como la mediterránea o la anglosajona.
Lo cierto es que el suelo, como recurso, sirve para muchas cosas: para producir alimentos, para crear zonas de esparcimiento y, desde luego, para construir edificios destinados a diferentes usos. Vale, ya podéis dejar de reír… El caso es que lo que estamos viendo en los últimos años (caídas de precios, quiebras, rescates y, por supuesto, desahucios) deja claro que nos hemos cubierto de gloria como sociedad. Las personas necesitamos un suelo y un techo para vivir y, en el siglo XXI y en un país del primer mundo, no hemos sido capaces de resolver algo tan básico. Este fracaso social y económico es colectivo. No, que nadie mire para otro lado. Por muy vistoso que sea el papelón de administraciones, entidades financieras y empresarios del ladrillo, todos hemos participado en el resultado final. Ya veis, es lo que tiene cuando se ven las cosas con enfoque macro.
Esta incompetencia colectiva también queda en evidencia a la hora de plantear soluciones. Vamos a ver, necesitamos líderes no portavoces. Un líder se arremanga y actúa, un portavoz coge el micrófono y exige, no sabemos si en representación de sí mismo o de quién. Y ya no estamos en el tiempo de la denuncia profética, ahora toca solucionar problemas y reordenar la economía en torno a las necesidades y no en torno a los bienes o a los recursos. La dación en pago unilateral o negociada, el alquiler social, la quiebra controlada de las familias, la protección oficial, las discusiones metafísicas alquiler vs propiedad… nada de esto va a llegar muy lejos si no aprendemos la gran lección de esta crisis: que las viviendas están para ser usadas, ocupadas, habitadas, puestas en valor tangible… llamadlo como queráis. Que no es lógico, ni inteligente, ni eficiente, ni justo, que la mayor parte de un presupuesto familiar se vaya en pagar por un bien cuyo valor real tiende a cero. Que lo que vale, lo que genera riqueza, lo que realmente es digno de ser remunerado, es la actividad que realizan las personas: consumir, trabajar, emprender, socializar, educar, sanar. Y si quemamos todos los recursos para costear un envoltorio de ladrillo, lo normal es que luego no nos quede nada para cubrir el resto de las necesidades de la economía. Fácil, ¿verdad?
Pues bien, ando un poco mosca porque, en medio del gallinero que se ha montado a cuenta de las hipotecas impagables, nadie ha mentado todavía a las cooperativas de cesión de uso de viviendas. Figura ya centenaria en Canadá –ese país tan frío y aburrido-, habitual en países del norte de Europa y empezando a hacer ruido en Cataluña, en el marco de la Cooperativa Integral. A diferencia de las cooperativas convencionales de vivienda, las cooperativas de cesión de uso no se disuelven cuando se entregan las viviendas, sino que mantienen la propiedad y la responsabilidad sobre el mantenimiento y ceden el uso de las viviendas y los espacios comunes a los socios. Como es lógico, los socios no pueden revenderlas pero sus familiares y descendientes pueden heredar el derecho de uso. Se trata, por tanto, de una solución más barata que la propiedad individual y más segura que el alquiler. Y, como en cualquier solución cooperativa, la pega siempre es la misma: conseguir que los socios formen una comunidad bien avenida y que la solidaridad perdure cuando no nos ven detrás de una pancarta. Curiosamente, no parece que haya demasiados problemas jurídicos para funcionar con este modelo, más allá de lo que diga la ley de cooperativas en cada reino. En cuanto al tema financiero, sobra decir que a los bancos no les mola nada esta historia tan hippie y que hay que buscar el dinero en el bolsillo de los socios y en la banca ética. Pero, ya que a las administraciones les interesa resolver el problema del ladrillo, yo no vería con malos ojos que entraran como socias. Mejor esto que dedicarse a dar pelotazos a cuenta del presupuesto de vivienda. Por último, sería deseable que este modelo evolucionara para que no se quede en una bonita fórmula de promoción de vivienda nueva. ¿Reconvertir comunidades de propietarios en cooperativas capaces de mutualizar y renegociar deuda? ¿Cooperativas de nueva creación que adquieran lotes de viviendas vacías? ¿Alguna idea similar para los locales vacíos?
Como veis, las cooperativas de cesión de uso apuestan por una economía de utilidad frente a una economía de propiedad. Me consta que los portavoces de los desahuciados conocen este modelo pero, a la vista de las propuestas que están saliendo en los medios de comunicación, me parece que no les hace demasiada gracia. Tampoco a nuestros políticos les debe gustar la idea, dado el entusiasmo con el que se ha apostado por el banco malo y por las viviendas protegidas vacías. A mí, desde luego, no me valen las soluciones en las que una de las partes se desentiende de todo en detrimento de la otra. Sí me valen los modelos en los que todos arrimamos el hombro y ponemos tiempo y dinero. Modelos que tratan de que todo el mundo tenga un techo donde cobijarse. Porque las viviendas no se construyen para crear empleo ni para hacer rico a nadie bajo la coartada del empleo. Las viviendas están para vivir en ellas.
Que paséis un buen fin de semana, a ser posible fuera de casa. S2