Durante los próximos días, varias ciudades españolas van a celebrar la ya habitual Semana contra la Pobreza, unas jornadas de sensibilización en torno al principal reto que tiene actualmente la Economía, más relevante aún que el desempleo o las crisis financieras, por muy planetarias que sean. Se da la circunstancia de que, este año, el Premio Nobel de Economía se lo lleva un estudioso de la cuestión. Y todo ello en el año 2015, fecha señalada por la ONU para el cumplimiento de los Objetivos del Milenio. Como aportación a la Semana, os propongo algunas reflexiones rápidas en modo crítico – constructivo.
Rebélate contra la pobreza
Pues bien, este es uno de los lemas que nos vamos a encontrar en los diferentes actos programados y, en particular, en la manifestación del próximo sábado 17 de octubre. No entiendo por qué este año las Alianzas locales contra la Pobreza no han coordinado un lema único (en Cantabria han decidido emprenderla contra las multinacionales), pero lo que importa es prestar atención a los 1.000 millones de seres humanos que viven por debajo del umbral de la pobreza. Una realidad que no va abrir ningún telediario porque no es noticia (novedad), pero que necesita un poco de enfoque y un mucho de rebeldía, sea cuál sea nuestra posición ideológica.
En efecto, un despiadado neoliberal como el que suscribe no va a dar la misma explicación sobre las causas de la pobreza que un desinteresado pan-estatalista. A mí no me vais a pillar culpando a las multinacionales del hambre en el mundo, ni argumentando que la pobreza de unos equivale a la riqueza de otros, como si esto fuera un juego de suma cero. Pero sí se puede trabajar para que los que no han superado el umbral se organicen y se activen por sí mismos. La receta no consiste (principalmente) en enviar dinero desde el Norte. Igual se trata de abandonar nuestro doble discurso. Queremos que los del Sur se desarrollen pero no aceptamos sus productos en nuestras tiendas (o exigimos que su listón del bienestar sea como el de Noruega). Pedimos a los políticos buenos (los líderes de países ricos) que actúen contra los políticos malos (los mandatarios de los países pobres) pero nos aprovechamos de sus recursos naturales y de sus trabajadores. Diferenciamos entre refugiados e inmigrantes-por-causas-económicas (como si la guerra no fuera un fenómeno anti-económico más). Sí, la verdad es que necesitamos una buena rebelión, pero sobre todo una buena higiene cultural.
Consumo, pobreza y bienestar
Pues este año el Nobel de Economía se lo lleva un tal Angus Deaton, profesor de Microeconomía en Princeton, por su análisis sobre los sistemas de demanda, el consumo, la pobreza y el bienestar. No se premiaba un estudio sobre esta materia desde 1998, con el reconocido Amartja Sen. Y creo que su crítica a la industria de la ayuda viene muy a cuento en estos días: el desarrollo económico necesita instituciones locales y las políticas de cooperación basadas en la ayuda monetaria sólo sirven para retrasar la evolución política de los países pobres. Pero Angus Deaton no es un capitalista ciego que defiende el ajuste automático de las economías. Ha criticado la austeridad y es partidario de mantener un Estado eficaz (no corrupto) y, en concreto, de sistemas públicos para la Sanidad y la Educación.
El trabajo del profesor Deaton, recogido en publicaciones como The Great Escape, consiste en medir la relación entre el consumo de las familias y su nivel de pobreza o bienestar. La renta disponible de los hogares no lo explica todo, también hay que prestar atención a factores como la alimentación, las preferencias culturales o el acceso al crédito. Y puede ser que lo que conocemos como causas de la pobreza, en realidad sean consecuencias.
Los nuevos Objetivos del Milenio
En septiembre del año 2000, los países de la ONU se fijaron 8 metas con sus correspondientes indicadores y un plazo: 2015. Toca revisión y nueva Agenda para el Desarrollo. El balance sobre estos quince años me resulta un tanto triunfalista: no tranquiliza nada que “sólo” un 14% de la población de las regiones en desarrollo vive con menos de 1,25 $ al día (pobreza extrema): estamos hablando de 800 millones de personas que padecen hambre en el año 2015. Sí me parece positivo el avance en materia de educación primaria o sanidad, en esto habrá que reconocer el trabajo que muchas personas y organizaciones han realizado sobre el terreno. Sin embargo, que la ayuda oficial para el desarrollo haya aumentado un 66% en este período, alcanzando los 135.000 millones de $, no me dice nada por sí solo. Tampoco significa mucho la apabullante implantación de Internet y las tecnologías móviles, salvo para las compañías que se han beneficiado de ello (supongo que todas del Norte).
Los datos que ofrece el informe de la ONU parecen confirmar las conclusiones del profesor Deaton, especialmente la brecha entre los hogares más pobres y los más ricos. En efecto, en los hogares más pobres hay mayor probabilidad de que los niños no vayan a la escuela, la atención sanitaria y la calidad del agua sea deficiente y, en definitiva, la mortalidad sea mayor. De este modo, la pobreza extrema no es sólo el origen de unos cuantos datos estadísticos, sino su principal consecuencia. Y no hace falta irse a la India a hacer el trabajo de campo. Si observamos lo que ocurre en nuestro Cuarto Mundo, en nuestros barrios más degradados, nos daremos cuenta de lo que pasa cuando se entra en el círculo vicioso de la pobreza. Y tener acceso a alimentos no implica estar correctamente alimentado ni desarrollar los hábitos necesarios para crecer.
Para los próximos quince años, la ONU se plantea incluir nuevos objetivos en la agenda, por ejemplo, en materia de trabajo decente, asentamientos humanos y crecimiento económico. Si además se consigue abordar el problema que existe con la medición de la pobreza, es posible construir un enfoque nuevo contra el subdesarrollo, más allá de los paliativos y los protagonismos de unos cuantos.
Concluyendo
Supongo que hablar de la pobreza en un espacio como este, en el que os tengo acostumbrados a la política económica doméstica, queda un poco off-topic. Además, tendemos a pensar que la pobreza es un problema de otros y no nos va a repercutir nunca. Tal vez lo que está ocurriendo con los refugiados sirios nos ayude a despertar: en cualquier momento el problema nos puede desbordar porque el ser humano tiende a la supervivencia. Así que, bien sea por ética o por egoísmo, con nuestro tiempo, con nuestras palabras o con lo que buenamente podamos, participemos en esa llamada a la rebeldía.
Si no reaccionamos contra la pobreza, la pobreza reaccionará contra nosotros. Bueno… en realidad ya lo está haciendo.
Que paséis una feliz semana. S2.