FERNANDO ESTEVE MORA
Desde hace años me ha venido preocupando las razones de un comportamiento intrigante que he venido observando repetidamente. Se trata de la extensión de la polarización verbal entre las gentes mayores. Frente al lugar común que establece que, con el paso del tiempo y la llegada de la madurez y no decir la vejez, las pasiones se calman en la medida que la vida proporciona una cierta sabiduría que abona el desencantamiento irónico frente a las cosas del mundo, lo que observaba era que entre los más virulentos partidarios de ETA o de la independencia de Cataluña o del nacionalismo identitario españolista menudeaba la gente mayor. Dediqué, incluso, alguna entrada en este blog a tratar del fenómeno (https://www.rankia.com/blog/oikonomia/4398423-demencia-politica-senil-comportamiento-tercera-edad-como-nueva-clase-ociosa)
De nuevo me pasa lo mismo. Me sorprende que entre quienes el desacuerdo con las políticas de Pedro Sánchez, legal presidente del gobierno, ha traspasado el umbral del odio lo que les lleva al insulto rabioso, la injuria desatada y la agresión verbal se encuentra una buena proporción de gente mayor. La misma, diría yo a ojos de buen cubero que la proporción de gente muy joven.
Desde hace años me ha venido preocupando las razones de un comportamiento intrigante que he venido observando repetidamente. Se trata de la extensión de la polarización verbal entre las gentes mayores. Frente al lugar común que establece que, con el paso del tiempo y la llegada de la madurez y no decir la vejez, las pasiones se calman en la medida que la vida proporciona una cierta sabiduría que abona el desencantamiento irónico frente a las cosas del mundo, lo que observaba era que entre los más virulentos partidarios de ETA o de la independencia de Cataluña o del nacionalismo identitario españolista menudeaba la gente mayor. Dediqué, incluso, alguna entrada en este blog a tratar del fenómeno (https://www.rankia.com/blog/oikonomia/4398423-demencia-politica-senil-comportamiento-tercera-edad-como-nueva-clase-ociosa)
De nuevo me pasa lo mismo. Me sorprende que entre quienes el desacuerdo con las políticas de Pedro Sánchez, legal presidente del gobierno, ha traspasado el umbral del odio lo que les lleva al insulto rabioso, la injuria desatada y la agresión verbal se encuentra una buena proporción de gente mayor. La misma, diría yo a ojos de buen cubero que la proporción de gente muy joven.
Me atrevo hoy aquí a dar una "explicación" economicista de esta polarización asociada al mero paso del tiempo biológico parte de un supuesto filosófico: la separación o dualidad cartesiana entre cuerpo y alma que ha informado históricamente a la civilización occidental. Pues bien, a la hora de afrontar el efecto del paso del tiempo sobre cada una de esas partes que conforman la persona, se suele convenir que el tiempo nada puede contra las emociones, que éstas, que como formas del espíritu que son, mueven (de ahí lo de e-moción) a los cuerpos hacia su objetos, están por ello por ser cosa del alma al margen del tiempo, al menos -claro está- mientras los cuerpos acojan o sean habitados por el espíritu, o sea, al menos mientras el "alzheimer" u otro de esos males no haga de las suyas y eche de su casa corporal al espíritu que hasta entonces la habitaba. En suma se suele suponer que el tiempo nada puede contra el alma y sí lo puede todo contra el cuerpo.
Pero no es así. Al igual que el cuerpo envejece con el paso del tiempo, el tiempo afecta a las emociones. Y es lógico y natural. Y es que, por definición, las emociones requieren, exigen, de su realización, de su cumplimiento, de que el cuerpo se mueva y las haga realidad. La emoción del amor exige para su cumplimiento "mover" a los cuerpos de modo que estos hagan el amor. Y, es obvio, con el tiempo ese concreto "hacer"· se hace más y más costoso aún con la ayuda de la medicina y la química. Cosas, maldiciones, de la biología. No es por tanto nada extraño ni antinatural que el tiempo del amor sea el de la juventud, el tiempo en que nada le cuesta al cuerpo, sino todo lo contrario, hacer esa emoción, llevarla a cabo, hacer el amor.
Por contra, la emoción antitética del amor, el odio, no está sujeta -o al menos no en el mismo grado- a una limitación biológica similar. Dejarse llevar por el odio, "hacer" el odio, es algo que puede llevarse a cabo de viejo sin demasiado problema. Por ello no es nada extraño que sea esta, el odio, la emoción típica y característica de la vejez. Como sin emociones no se puede vivir, la dificultad creciente en hacer el amor con el paso del tiempo obliga inexorablemente a que la cuota o porcentaje de la emoción opuesta, el odio, aumente entre los viejos pues hacer el odio -al menos de forma verbal o testimonial- sigue siendo barato. No hay en ello nada premeditado o consciente: sencillamente sucede que es cada vez más fácil odiar para un cuerpo conforme está más cansado y agotado. Dicho en jerga económica, el precio del odio en relación al amor cae en el curso de la vida por lo que la cantidad de odio consumida crece.
¿Explica esta variación en el precio del amor y el odio la intolerancia típica de las personas mayores? Sólo en las películas y cuentos infantiles uno se encuentra uno con viejos cariñosos y amables. Lo que sí los vemos por ahí, por las calles, son los viejos energuménicos y gritones, aquellos que, incapaces ya de hacer el amor, siempre dispuestos a "hacer" su odio, por ejemplo, contra Pedro Sánchez al extremo de poner en riesgo sus vidas
¿Explica esta variación en el precio del amor y el odio la intolerancia típica de las personas mayores? Sólo en las películas y cuentos infantiles uno se encuentra uno con viejos cariñosos y amables. Lo que sí los vemos por ahí, por las calles, son los viejos energuménicos y gritones, aquellos que, incapaces ya de hacer el amor, siempre dispuestos a "hacer" su odio, por ejemplo, contra Pedro Sánchez al extremo de poner en riesgo sus vidas