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Guerra económica o competencia desleal: el caso de los atentados contra el gasoducto Nordstream

                                              FERNANDO ESTEVE MORA

En muchos casos, al final, y afortunadamente,  surge o aparece o se hace evidente la razón de ser de las cosas, de los fenómenos, de lo que ha ocurrido. Sí, su "razón de ser", lo que los escolásticos -siguiendo a Aristóteles- llamaban la causa final de los acontecimientos, no el por qué han sucedido sino el para qué.

A nadie que tuviera dos dedos de frente se le pudo tomar el pelo y engañarlo cuando ocurrieron aquellos  atentados que dejaron "fuera de servicio" para al menos un largo tiempo  el Nordstream 1 y el 2, el sistema de  gasoductos que permitían llevar el barato gas ruso a las industrias alemanas. Sólo los más bobos le dieron credibilidad a la absolutamente estúpida e increíble idea de que habían sido los propios rusos los que habían dinamitado una infraestructura que no sólo en buena parte propiedad suya y les había costado una ingente cantidad de dinero construir sino que además era pieza vital para sus exportaciones de gas a Occidente.

En fin, que estaba claro que tras el atentado contra los gasoductos estaban los Estados Unidos, como ya su presidente, el señor Biden, había anunciado que harían ya un año antes de la invasión rusa de Ucrania. Pero también estaba claro que no habían sido sólo ellos, que EE.UU había contado con ayuda "local" en esa operación. Las sospechas recayeron -y ello estaba bien argumentado- en Polonia, pues este país es quizás el más beligerante de los países occidentales contra Rusia. Pero esta acusación era una mera "teoría", una suposición.

Esta semana, y gracias a un auténtico "periodista de raza", de esos de los que la prensa (la estadounidense, no la española) puede enorgullecerse, Seymour Hersch, ha publicado un reportaje en que explica detalladamente quién y cómo se perpetraron aquellos atentados. Su teoría es verosímil y el propio Hersch es como investigador "de toda confianza". Es todo un periodista. Fue, entre otras cosas,  quien destapó la matanza de My Lay por parte de miembros del ejército norteamericano en la guerra del Vietnam y también fue el que  sacó a la luz las torturas que miembros del ejército norteamericano  hacían a iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib. En ambos casos, Hersch buscó y encontró la responsabilidad última de tales ignominias en lo "más alto" de la Administración norteamericana., afrontando así como era de esperar las represalias de los poderosos.  En una palabra, Seymour Hersch tiene una honrosa reputación de honradez profesional que valida sus investigaciones. (Y como síntoma de hasta qué punto se están deteriorando las cosas en el tema de la veracidad y neutralidad informativa hay que señalar que, en tanto que el New York Times o el The Guardian no tuvieron nunca reparos en publicar los resultados de sus investigaciones previas, alabándolas, en este caso y dada la beligerancia proucraniana de casi toda la prensa occidental, a Hersch no se la permitido  publicar en la prensa convencional sus tesis sino que se ha visto obligado a recurrir a una plataforma de Internet. Gracias a la red ese intento de ocultación ha fracasado y los medios de comunicación de masas anglonorteamericanos se han visto obligados a -al menos- dar cuenta de la existencia del trabajo de Hersch. En el caso español, con excepción de La Vanguardia, la prensa y especialmente la que se considera a sí misma de centroizquierda ni siquiera  se ha dado por enterada). 

Pues bien, lo que de sorprendente por novedoso tras la investigación de Seymour Hersch no es -obviamente- la responsabilidad parcial de los EE.UU., sino la identificación de su "socio" en este atentado contra las instalaciones del consorcio empresarial gasístico privado germano-ruso. Y es que de todas las alternativas pensables, Noruega no era la más probables. ¿Quién podía imaginarse que fuesen los militares de un país como  Noruega quienes -a lo que parece y según dice Hersch- hicieron al final estallar las cargas explosivas que comandos de la Marina norteamericana habían instalado TRES MESES antes en los dos gasoductos? Nadie, ¿no?

Ahora bien  es esa improbabilidad a priori la que hace de la participación noruega en este asunto  algo más que un hecho, pues la convierte en algo más, convierte además ese hecho en  una señal,  es decir, en un hecho cargado de información relevante y explicativa acerca de lo que está pasando, o sea, acerca de la misma guerra de Ucrania.

Y es que es precisamente la presencia de Noruega y no de cualquier otro país occidental en este turbio asunto lo importante, lo que lo clarifica. Y lo hace porque lo vuelve INTELIGIBLE. De pronto, tras el reportaje de Seymour Hersch, las cosas recobran sentido. Forman así parte de una narración comprensible.

Y es que con la participación de Noruega en la destrucción del Nordstream 1 y 2, esta destrucción deja  de golpe de ser una batalla en la guerra económica que se estaría dando dentro de la guerra generalizada que enfrenta a Occidente y Rusia, para pasar a ser un instrumento más en una "vulgar" competencia desleal interempresarial, o sea, una política de eliminación de la competencia por medios ilegales o inmorales dirigida a satisfacer los intereses de maximización de beneficios de un grupo de empresas: las del sector enérgético norteamericano y noruego.

La guerra, en la medida que exige del SACRIFICIO de personas y bienes requiere ser justificada ideológicamente ante los que la padecen o incluso sólo la contemplan. Siempre se hace y siempre lo hacen todos quienes participan en una guerra. Sin esa justificación cuasirreligiosa sería difícil mantener a las sociedades que padecen la guerra en el estado de febril movilización que la guerra exige. Ahora bien, en la medida que se imagina una grandilocuente CAUSA en cuyo altar  se acepta sean sacrificadas personas y recursos, a la guerra se le concede  algo de sagrado, algo de "grande" o grandioso por muy horrorosa que sea. Los atentados contra el Nordstream 1 y 2, en la medida que se contemplaban o se veían como "parte" de una guerra, como una batalla más en la guerra de Ucrania, se veían así contagiados en cierta medida por la "grandeza" que en Occidente se concede a la guerra de Ucrania como una  lucha en defensa de la Libertad y la Democracia y en contra del Autoritarismo, que es como -repito- se pretende vender  esta guerra en Ucrania en los medios occidentales.

Pero el hecho de que Noruega haya sido el ejecutor último de estos atentados tira por tierra todo este discurso y los devuelve a una posición nada grandiosa, nada heroica: un asunto de la cuenta de pérdidas y ganancias de unas determinadas empresas. E incluso, más aún, "contamina" la concepción grandiosa y sacrificial de la entera guerra de Ucrania. Y es que la presencia de Noruega devalúa mucho por no decir totalmente cualquier narración acerca de que la guerra de Ucrania tiene que ver con cosas tan grandes como la Democracia, la Libertad, el Derecho Internacional o palabros semejantes. No. Está claro que la destrucción del Nordstream 1 y 2 fue un vulgar asunto de dinero. Una forma de deshacerse de la competencia en un mercado, el del gas natural, no del modo "legal" y correcto economicamente, es decir,  produciéndolo de modo más barato, sino "a las bravas": eliminando física o directamente a las empresas rusas competidoras de las empresas norteamericanas y noruegas. Y es que tras los atentados está claro que la pacífica, ecológica, tolerante y nórdica Noruega está claro que se ha metido en "esto", en esto de la guerra de Ucrania,  porque  así ha ganado, gana y va a ganar  mucho, muchísisimo dinero pues con la desaparición de esos gasoductos desaparece la competencia más obvia a su gas: el gas ruso. Las gasistas de Noruega y de Estados Unidos están disfrutando de lo que podríamos denominar el sueño de cualquier empresa: no sólo ha subido enormemente el precio del producto que venden sino que su demanda en vez de disminuir ha crecido brutalmente. Y para alcanzar ese paraíso empresarial sólo han tenido que hacer una pequeña cosa: convencer a sus ya convencidos gobiernos para que hiciesen un "pequeño" trabajo sucio: poner un par de bombas en un gasoducto germano-ruso.
 
Y si los atentados fueron cosa de dinero, es difícil no plantearse si la entera guerra no lo es también. Que la industria energética y militar norteamericana está por la guerra es una obviedad. Está ganando con ella dinero a "espuertas". Pero para el resto de sectores de la economía norteamericana la continuación de esta guerra no parece que vaya a ser  tan beneficiosa y ya en Washington empiezan a aparecer informes que cuestionan el que la perpetuación del conflicto sea congruente con los "intereses norteamericanos" (por ejemplo, el último informe de la RAND).Era de esperar: es el viejo pragmatismo económico estadounidense. Ese del que desafortunadamente carece la muy perjudicada intelectualmente élite europea. 
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