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Cuando se desencadenó la crisis de las subprime allá por 2008, yo fuí uno más de la inmensa mayoría de economistas -por no decir de todos ellos- que respondió con el mayor de los desdenes intelectuales posible a las "explicaciones" que de esa crisis se hicieron en términos de psicología personal por políticos de alta talla como Obama,  Sarkozy o, incluso -para algunos-, Zapatero; políticos que  hacían responsables últimos del desastre a la codicia y  la ambición desmedida de los ejecutivos de Wall Street y demás miembros de las tribus financieras que corretean por los mercados bursátiles del mundo entero. Y no es que me sienta en lo más mínimo cercano de los componentes de esa pandilla descrita por Michel Lewis (en El poker del mentiroso) o por Tom Wolfe (en La hoguera de las vanidades), pero achacarles toda una crisis económica a sus pecados, a sus vicios morales, no sólo me parece fuera de lugar sino que creo que refleja un auténtico desconocimiento acerca de qué es y cómo funciona una economía, lo cual cuando afecta a los dirigentes políticos es con toda seguridad  un problema económico mucho mayor que la codicia de los financieros. A fin de cuentas, la ambición, la codicia, el egoismo es -por decirlo en inglés- the name of the game. ¿Acaso no es eso de lo que va el sistema capitalista? ¿A qué venía entonces esa actitud estrecha, ese rasgarse hipócritamente las vestiduras ante los comportamientos codiciosos y ambiciosos de esos auténticos prototipos de homo oeconomicus, de esos ejemplos paradigmáticos de adaptación a la economía de mercado que son quienes operan en los mercados financieros?

Pero, para mi sorpresa, esta actitud moralizante que los susosdichos Obama, Sarkozy y demás (y por descontado, el Papa, cuya actitud es más disculpable a tenor de su oficio y las restricciones que éste impone al razonamiento) manifestaban estaba apoyada por la mayor parte de periodistas y comentadores de los medios de formación de masas (que es como Agustín García Calvo denomina a los inocentemente conocidos como  mass media), por lo que se convirtió en la "explicación" de lo que había pasado, a la vez que señalaba el camino que debía transitarse para evitar su repetición: la moralización del sistema financiero.

Y digo para mi sorpresa porque quienes saben un poco de Economía saben bien que para que una economía de mercado funcione adecuadamente ha de haber un reparto nítido de tareas. Y en ese reparto está muy claro cuál ha de ser el comportamiento de quienes participan en los mercados. Como dijo Adam Smith, para que las cosas vayan económicamente bien en una economía de mercado  -hoy decimos que para que la asignación de recursos sea eficiente- cada uno ha de ir egoistamente a la suya, porque no es de la bondad del panadero, el cervecero o del carnicero de donde provienen el pan, la cerveza y la carne que consumimos sino de que cada uno de estos empresarios vaya a la suya, persiga egoístamente su propio interés. Y es que sucede que, al hacerlo, dentro de una economía de mercado, sus comportamientos egoístas, codiciosos y ambiciosos son "mágicamente" trasmutados o reconducidos por una suerte de "mano invisible" de modo que  en vez de resultar el caos social como moralistas, eclesiásticos y filósofos habían predicho históricamente, surge  su opuesto: el bienestar colectivo, la satisfacción del interés general. Es por ello que  la recomendación genérica smithiana es muy simple: que, dentro del mercado, cada uno persiga sus propios intereses, que cada uno se deje llevar por su ambición y codicia pues al hacerlo -dentro de un mercado, repito- resultará en el mejor resultado colectivo, en el mejor usos de los recursos escasos de que dispone una sociedad.. Así que los empresarios han de tratar sin vergüenza alguna de maximizar sus beneficios tratando de bajar sus costes y subir los precios, los trabajadores deben buscar maximizar su bienestar tratando de aumentar su ocio y sus salarios,y  los consumidores maximizar su propia utilidad buscando comprar a precios más bajos; pero sucediendo, gracias al poder del mercado como mecanismo equilibrador, que de la contraposición  de esas fuerzas contrarias resultará en el interés general.

Por supuesto que la "mano invisible" funcionará mejor conforme más competitivo sea el mercado: Por supuesto que cuando no están bien definidos los derechos de propiedad habrá externalidades, como por ejemplo, la polución ambiental. Por supuesto que hay bienes públicos que ningún agente privado considera de su interés el producir. Por supuesto que hay individuos que tratarán de satisfacer su codicia al margen del mercado mediante las actividades delictivas. Por supuesto que hay situaciones en las que el mercado no conduce al pleno empleo. Y, finalmente, por supuesto ocurre que la distribución del la renta, la riqueza y el bienestar sea "desequilibrada". Cierto que todos estos "fallos del mercado" existen, pero para su corrección, en esa distribución de tareas a la que se hacía referencia antes, está el Estado, las instituciones y las convenciones sociales.

Pues bien, lo anterior, que es de conocimiento elemental para cualquier estudiante de Economía, resulta sin embargo extremadamente difícil de entender para los empresarios y  los managers y directivos. Lo que es o debería ser más que raro. Una  explicación parcial de este  curioso  fenómeno atiende a la connotación peyorativa que suele tener la expresión "maximizar beneficios", connotación cuyo origen -en lo que no me voy a meter aquí- se sitúa en la noche de los tiempos. Suena mal eso de maximizar beneficios ¿no? Creo recordar, a este respecto, que hace unos años se hizo una encuesta entre empresarios norteamericanos preguntándoles si maximizaban beneficios, la respuesta de la mayor parte de ellos fue negativa. Pero que cuando se les preguntó si hacían todo lo posible para minimizar costes, todos dijeron que sí, que ése era uno de sus objetivos fundamentales. Un momento de reflexión debiera ser suficiente para caer en la cuenta de que maximizar beneficios y minimizar costes son las dos caras de una misma moneda. Que el camino para maximizar beneficios pasa ineludiblemente por minimizar los costes. De modo que si esos empresarios minimizaban costes estaban a la vez maximizando beneficios. Pero, claro está,  minimizar costes suena mucho mejor que maximizar beneficios. Lo primero trasmite una actitud prudente, cuidadosa, social y generosa con la gestión de lo escaso, en tanto que lo segundo está teñido de avaricia y egoísmo.

Pero, creo que el peso de lo que se estima moralmente correcto no afecta solamente a  la percepción de los agentes de su propio comportamiento, sino que creo que cada vez la "moralinización" (más que  moralización)  de la vida empresarial está crecientemente afectando al comportamiento de los dirigentes empresariales. Basta para darse cuenta de ello con abrir la sección Economía de cualquier periódico. No falla. Aparecerá algún articulo en que su autor habla y no para de lo que pomposamente se conoce como Responsabilidad Social Corporativa (RSC). No es fácil entender cuál sea esta, y a lo que parece hay libros y multitud de seminarios, encuentros y charlas donde los que sí que saben que es eso de la RSC, la predican como "buena nueva" a los empresarios y directivos. Yo, ciertamente, no sé lo que es. Y a lo que deduzco a tenor de lo que he leído en la prensa, estoy seguro de que es una tomadura de pelo, una forma relativamente nueva de ganarse la vida - y a lo que parece, ganársela bien- por esa nueva suerte de "predicadores" que quieren moralizar la vida empresarial. Para mí, la responsabilidad de las empresas es obtener beneficios. Y esa responsabilidad la tienen no sólo respecto a sus propietarios sino también respecto a la sociedad en general, pues conforme una empresa obtenga mayores beneficios -si el mercado es competitivo- ello no será sino la señal de que está haciendo mejor que las demás su cometido, o sea, satisfacer más y mejor las necesidades sociales gracias a los bienes y servicios que produce. La autética RSC de las empresas es, entonces, maximizar beneficios. De donde se sigue que en la medida que se pierda persiguiendo los objetivos que se deriven de una definición "morallinizante" de la RSC,  la implicación es obvia: estará siendo irresponsable respecto a la gestión de los escasos recursos económicos de la sociedad.

Un ejemplo especialmente delirante de este punto de vista genérico que persigue moralinizar la vida empresarial lo ha ofrecido de modo especialmente nítido don Borja Vilaseca, quien el día 4 de julio de 2010 se descolgó en la página 35 del suplemento Negocios del diario El País con un artículo intitulado "Economía consciente. A la atención del director general". El artículo no tiene desperdicio, y aquí fuera de recomendar su lectura, sólo puedo extraer algunos párrafos que no dan desgraciadamente sino un leve indicio de todo lo que en él se desarrolla cumplidamente. El artículo es una reflexión que se dirige a los directores generales de las empresas que "están replanteándose el funcionamiento de sus organizaciones como consecuencia de la crisis de valores y de conciencia que padece la sociedad". Como en su opinión bien saben, "la manera tan rentable en la que sus empresas han venido creciendo ha dejado de ser eficiente y es del todo insostenible. De hecho, cada vez más sociólogos y economistas coinciden en que 'este viejo paradigma económico' está en decadencia y que su transformación es ineludible e inevitable". El señor Vilaseca se refiere "a la visión materialista del mundo que provoca que las organizaciones tengan como Dios el capital, y como único objetivo ganar dinero...al enfoque mecanicista y utilitarista del trabajo, en que los jefes tratan a sus colaboradores como máquinas, impidiéndoles desarrollar su potencial.... a la perspectiva victimista de la vida, que nos lleva a sufrir inútilmente por no aceptar que nuestras condiciones laborales son como son".

Ante a este paradigma obsesionado "por tener (la dimensión tangible), que poco a poco nos ha ido desconectando del ser (la dimensión intangible)" por el que "tenemos más riquezas que nunca, pero somos mucho más pobres"(sic) , Vilaseca se pregunta por su sentido, y plantea que lo que los directores generales han de hacer es ayudar a un nuevo renacimiento, un nuevo paradigma económico, el basado en el "postmaterialismo" que, entre otras cosas, "alienta a las organizaciones a crear riqueza real para la sociedad, dejando de ver el dinero como un objetivo en sí mismo para concebirlo como el resultado de dicha contribución"(resic). Y, ahora, viene lo importante: "para que esta nueva perspectiva de la vida se consolide, el cambio más importante lo hemos de hacer individualmente. Y consiste en abandonar la postura existencial del victimismo para entrenar la responsabilidad personal. Para lograrlo, hemos de comprender e interiorizar que somos libres para elegir nuestra actitud frente a nuestras circunstancias, así como para tomar las decisiones más adecudas  en cada momento".

Y, con esto último llegamos a donde quería llegar. Pues está claro que lo que propone don Borja Vilaseca es que utilicemos esa "libertad" para elegir una actitud", para elegir una actitud "no victimista", una actitud francamente positiva, pues. Y es que el artículo de don Borja Vilaeca no es sino uno más de una larga serie de posiciones, hoy dominantes en el mundo empresarial, que refleja la irrupción en él de lo que se conoce como "pensamiento positivo". La idea, o mejor, la creencia central del entero enfoque del "pensamiento positivo" es muy sencilla y consiste simplemente en creer que si quieres siempre puedes, de que la actitud ante los problemas ha de ser positiva, pues si se tiene ése es el mecanismo que permite mágicamente que lo que se desea se haga real. El poder de la mente sobre la realidad material. 

Pues bien este  pensamiento positivo, que se plasma en esa infinidad de libros de autoayuda para empresarios y directivos de pocas páginas y escritos en letra grande, y que por ello se parecen en forma y contenido -diría yo- a los libros infantiles, es en opinión de algunos analistas, a quien habría que achacarle la responsabilidad última de la crisis de las subprime y no a la codicia y otros  pecados y vicios morales de las gentes del mundo de las finanzas. Concretamente, Barabara Ehrenreich, en su obra Smile or Die. How Positive Thinking Fooled America and the World (2009), estudia en profundidad esta auténtica nueva religión del "pensamiento positivo", dedicando su capítulo final a su efecto destructivo sobre la economía. Es característico de los llamados gurus o "pensadores positivos" el enfrentarse sistemáticamente a los "pensamientos negativos", la obligación de ser siempre y en todo lugar optimista..y eso en asuntos económicos no sólo es peligrosos sino absurdo de todas todas. El pensamiento positivo, señala Ehrenreich, "tal y como lo promueven  Oprah Winfrey, veintenas de pastores de megaiglesias y un flujo incesante de best-sellers de autoayuda, defiende firmemente la creencia de que uno conseguirá lo que se proponga no sólo porque  en la medida que así lo haga uno se sentirá mejor, sino porque pensar en ello, "visualizarlo" ardiente y concentradamente realmente hece que así ocurra. El razonamiento es que usted será capaz de pagar su hipoteca a tipos variables si lo desea y se lo propone o, en el otro extremo de la transacción, convertirá miles de malas hipotecas en gigabeneficios, basta con que uno lo crea verdaderamente".

El pensamiento positivo, que antes sólo había sentado sus reales en el terreno de los perjudicados mentales y los grupos de apoyo de los pacientes de enfermedades graves, se ha entrometido de modo radical en el mundo empresarial en las últimas dos décadas de la mano de esas llamadas a la moralinización y sentimentalización de la vida empresarial. Como señala Ehrenreich, "todo el mundo sabe que uno no conseguirá  un empleo que pague más de 15$ a la hora a menos que sea una 'persona positiva', o sea, libre de dudas, nada crítica y siempre sonriente; y nadie llegará a ser un directivo si va por ahí pronosticando o avisando de posibles desastres...Todos los libros de las sección de negocios en las librerías de aeropuerto se manifiestan fervorosamente contra la 'negatividad' y aconsejan a sus lectores que estén todo el tiempo 'arriba', optimistas y rebosando confianza. Un mensaje que las empresas refuerzan constantemente llevando a sus trabajadores de cuello blanco a encuentros y sesiones con maníacos comunicadores motivacionales".

Y  no ha sido precisamente el sector financiero el más remiso a dejarse llevar por estas absurdas "teorías". Como ya se señaló en otra entrada de este blog http://www.rankia.com/blog/oikonomia/428828-ne-tirez-pas-sur-bajistes-algunas-notas-esta-nueva-crisis-financiera, de siempre, antes de la irrupción del "pensamiento positivo", los "pesimistas" o "negativos", o, sea los bajistas en los mercados bursátiles han tenido que afrontar la  condena y el ostracismo social sólo porque su conducta manifestaba dudas acerca de la verosimilitud y realidad de lo que los alcistas defendían.No es por ello nada extraño que en este sector el "pensamiento positivo" haya hecho auténticos estragos. Ehrenreich muestra cómo empresas como Leheman Brothers y Merril Lynvh estaban entre los mejores clientes de los cursos que impartían los más afamados gurus del "pensamiento positivo" . Angelo Mozilo, el antiguo director de Countrywide Mortgage, cuyas aventuras con las subprime precipitaron la crisis, era conocido por su optimismo congénito, y seguía sintiéndose en la cresta de la ola aunque todo se estaba desmoronando ante sus ojos.

El problema económico del "pensamiento positivo" no está en que obligue a los agentes económicos a ser optimistas, incluso a ser absurdamente optimistas, como pasó en la crisis de las subprime. Es algo más profundo y con mayores repecusiones, y es que dado que es un elemento central del "pensamiento positivo" la creencia en la realidad de la ilusión de que que lo que se desea fuertemente se convierte en realidad, quienes se acogen a esta forma de "razonar", no pueden permitirse ningún pensamiento "negativo", ninguna duda, pues al igual que los pensamientos positivos atraen "lo positivo", los pensamientos negativos, atraen lo negativo, es decir, llevan el fracaso. En consecuencia, quienes se adscriben a esta religión laica, han de abandonar el cálculo racional. La toma de decisiones en situaciones de riesgo e incertidumbre ha de olvidarse pues obliga a tener en cuenta las probabilidades de que las cosas no salgan como se desean. Dicho en una palabra, conforme los empresarios, managers y directivos se hacen adeptos al pensamiento positivo pierden simultáneamente su capacidad para gestionar los recursos escasos de una sociedad.   

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