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(continuación de la entrada anterior)

 

Si no fuera por sus efectos reales sobre la vida de la gente, la sobrerreación de las autoridades de todo el mundo ante la epidemia del coronavirus de origen chino (pero, ¿por qué no decirlo si se sabe dónde surgió y a qué se debe?) me haría sonreir un poco. Yo nací mucho antes de la "sociedad del riesgo" analizada por el gran sociólogo Ulrich Beck, un tipo de sociedad ya desaparecido que, habiendo de siempre convivido con amenazas y riesgos reales y palpables, estaba acostumbrada a mirarlos de frente, es decir, a evaluarlos en su justa medida y actuar en consecuencia. Recuerdo que cuando uno de mis hermanos cogió el sarampión, una enfermedad hoy rara y gravísima y, por entonces y por contra, generalizada y casi banal, mis padres actuaron como se hacía entonces de modo habitual: tomárselo con tranquilidad y de alguna manera permitir -pues no se nos sometía a cuarentena alguna-  que nos contagiáramos el resto de hermanos que todavía no lo habíamos tenido para pasarlo cuanto antes mejor y todos juntos, pues las gentes tenía bien asimilado que era deseable padecer el sarampión de niño. Hoy la actitud y comportamiento de los padres de entonces sería considerada motivo de denuncia y de intervención de los servicios sociales con riesgo de acabar perdiendo la tutela sobre sus hijos.

 

Pero, ¿por qué nuestras sociedades, tan ricas y protegidas, tan aseguradas frente a todo tipo de riesgo, se han vuelto tan sensibles, o mejor, sensibleras, tan hiperreactivas cuando una amenaza pasa a convertirse en riesgo, que las llevan a tomar decisiones "irracionales" por excesivas  que sí que pueden ser un riesgo relevante para su futuro? ¿Por qué, por ejemplo, están todos los países contagiándose de una irracionalidad que supone poner en riesgo cierto a su bienestar como forma de afrontar el riesgo de contagiarse de una enfermedad que -por lo que sabemos- en más del 80% de los casos sólo producirá mocos, tos seca y algo de fiebre? Y, más aún, cuando se sabe que, a menos que surja rápidamente una vacuna, entre el 60 y el 70% de la población acabará contagiándose de ella tarde o temprano, como ha recalcado la señora Merkel, o sea, unos 25.000.000 de españoles. Sí, como se lee.

 

Pues no tengo una respuesta porque la Economía, que es de lo que va este blog, no la ofrece. Expondré a continuación dos ideas que me han venido rondando por la cabeza estos días cuando el leve dolor de garganta, el malestar muscular y el dolor suave de cabeza me han dejado tirado en el sofá. ¡Dios mío! Ahora que lo pienso... ¿habré tenido el coronavirus? ¿debería recuperar la fe religiosa?

 

Mi primera explicación tiene que ver con el aburrimiento. (he escrito ya sobre la relación entre la economía y el aburrimiento en estas páginas. Ver, por ejemplo, https://www.rankia.com/blog/oikonomia/428914-aburrimiento-analisis-economico). La llamaré, gradilocuentemente, la tesis de la huida frente al aburrimiento. Y es que, como el gran economista Tibor Scitovsky recalcó en una de las obras más lúcidas que he leído nunca, The Joyless Economy, la monotonía asociada a una vida segura, a la que proporciona de modo generalizado una economía avanzada, genera aburrimiento y este siendo como es no deseable y afectando negativamente al bienestar de los individuos les lleva a tomar decisiones arriesgadas, a comportarse de modo raro, peligroso, alternativo, de forma controlada para que ello estimule los niveles de transmisores neuronales que proporcionan bienestar. No es esta ninguna explicación absurda o baladí. Hace años, leyendo Medios y Fines de Aldous Huxley, que no era ningún tonto, me tropecé con su explicación del porqué de la Primera Guerra Mundial. Una guerra absurda que enfrentó a los países más ricos y cultivados de Europa sin tener unas causas geopolíticas y geoeconómicas claras. Y la explicación que hallaba Huxley estaba, precisamente, en el aburrimiento que el crecimiento del bienestar económico de finales del siglo XIX y principios del siglo XX provocó en sociedades históricamente acostumbradas a una vida "más peligrosa o arriesgada". Basta con leer las proclamas de los movimentos culturales de vanguardia de la epoca, dadaístas y futuristas, para notar la exigencia de nuevos riesgos, de "chutes de adrenalina" como estímulos para vivir, y ¿qué mejor estímulo que el que da  la violencia de una guerra? Lo que pasó, como pronto para su desgracia se dieron cuenta los parisinos que iban al frente en taxi a la salida de los cabarets, la guerra NO era un riesgo controlado. 

 

No sé si nuestras sociedades andan tan desesperadas y necesitadas de riesgos que compensen la monotonía de la seguridad política, económica y social. A veces, cuando he observado "movidas" como el procés independentista catalán he creído detectar claramente un comportamiento de huida frente al aburrimiento. Y basta, por otro lado, por darse una vuelta por las películas que las cadenas de televisión ponen en horario de tarde los fines de semana para darse cuenta del atractivo que en las audiencias tienen todo tipo de apocalipsis zombies. No hay sábado o domingo que no hay una (mala) película en dónde ya sean marcianos u otros extraterrestres, catástrofes naturales o epidemias no pongan en riesgo a la humanidad...hasta que gracias a algún milagro (como el que ya previó Wells en La Guerra de los Mundos, el mal es vencido, la catástrofe abortada o la epidemia vencida.  No sé. Pero me da la impresión en que, en este mundo tan "mediado", este mundo en que la realidad nunca o casi nunca es percibida y/o vivida directamente sino siempre mediante la intermediación  de un medio de cualquier tipo (internet, televisión, etc.), el consumo "virtual" o "mediado" de riesgo es un indicador de la necesidad de estímulo que tienen sus ciudadanos. Si a ello se añaden los "viajes de aventura", "los deportes de riesgo", los "escape-rooms" y demás  ofertas de riesgo controlado, parece difícil no dar cierto peso a la tesis de la huida frente al aburrimiento a la hora de explicar la sobreactuación frente al coronavirus. Frente a la monotonía que entraña la libertad de movimientos, la cuarentena bien aprovisionada de papel higiénico y Netflix puede parecer una novedad que de una chispa a nuestras aburridas vidas. Y el riesgo, para la mayoría, está más que controlado: mocos y poco más. Pues bien, si es así, lo único que se me ocurre es que por falta de estímulo no va a ser, porque frente al riesgo virtual, mediado, de teleflim de tarde de domingo, el riesgo de una crisis económica provocado por la hiperreacción ante la epidemia de coronavirus es real, demasiado real.

 

La otra explicación a esta sobreactuación ante la epidemia que se me ocurre se funda en la idea de antifragilidad de Nassim N.Taleb. Para Taleb hay que distinguir entre fortaleza y fragilidad. Un cristal es una estructura fuerte, compacta, pero como comprobamos cotidianamente, cuando se nos rompe una copa, frágil, Nada resistente a los golpes. Pues bien, la tesis de la fragilidad, como también de forma grandilocuente podemos llamar, vendría a decir que los ciudadanos de las modernas sociedades saben de algún modo que sus sociedades son frágiles como el cristal, fuertes, ricas, pero incapaces de resistir a los golpes...como una simple epidemia de coronavirus, de modo que la única manera de conjurar un riesgo como el del coronavirus es la sobreactuación, la respuesta desproporcionada. Pero ¿cómo es posible que las sociedades avanzadas de hoy se consideren más frágiles que las sociedades que padecieron la Peste Negra en 1348-1352, que como demuestra el Decamerón, se tomaron las cosas con más tranquilidad en términos relativos teniendo en cuenta que  la Peste Negra era mortal por necesidad lo que llevó a la población europea a una disminución entre un 35 y un 50%?

 

Y la respuesta aquí la he de buscar en la cultura y la ideología de las sociedades de mercado. Y es que las economías de  mercado, que son antifrágiles por definición pues el mercado es una institución antifrágil, generan sin embargo sociedades frágiles en la medida que el grado de conexión que posibilitan entre sus miembros es mecánico, no orgánico. O sea, la interconexión característica entre los individuos en las modernas sociedades de mercado se realiza en los mercados, en su papel como compradores y vendedores, y, obviamente, este tipo de interrelación es superficial y frágil, guiada y centrada en  el interés económico. Las sociedades de mercado no son comunidades, y al no serlo, no transmiten la sensación de seguridad, de antifragilidad, a sus miembros, por lo que en ellos anida siempre el miedo ante las perturbaciones, el miedo ante cualquier disrupción. Hoy, en las modernas sociedades de mercado, ya nadie puede confiar en que sus vecinos estén ahí cuando se les necesite. Sencillamente, el concepto de vecindad ha sufrido en las modernas sociedades de mercado la misma transformación que el de amistad tras Facebook. La confianza interpersonal se desvanece. Todo pasa por la mediación del Estado. Y si sucede que hay dudas acerca de la capacidad del Estado para responder ante una contingencia, la fragilidad de la sociedad se hace evidente. Y de ahí la necesidad, la obligación diría, de que el Estado sobreactúe...como lo está haciendo. 

Son dos "explicaciones" para la hiperreactividad que -me da la impresión-  observo en las sociedades ante esta epidemia de coronavirus. Pero seguro que hay otras. Habrá que esperar a que esto pase, que pasará, para que sociólogos y psicólogos sociales nos ofrezcan perspectivas más asentadas de esto que nos está pasando y -a la vez- estamos provocando.

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  • Crisis
  • Coronavirus (COVID-19)
  1. #1
    15/03/20 00:01

    "Lo que en sentido estricto se llama "felicidad" corresponde a la satisfacción más bien repentina de necesidades retenidas, con alto grado de estasis, y por su propia naturaleza sólo es posible como un fenómeno episódico" afirma Freud en "El malestar en la cultura".

    Dadas las cifras de la pandemia, asocio la reacción de la sociedad a la búsqueda de una razón de infelicidad como necesaria para una posterior sensación de felicidad. De algún modo, podría estar relacionado con la tesis del aburrimiento, en ambos casos el comportamiento humano sería cíclico y buscaría razones o comportamientos que permitiesen alternar entre felicidad e infelicidad.

    No creo que las cifras actuales soporten la fragilidad de la sociedad actual, existen problemas "objetivamente" peores en el mundo con mayor mortalidad. Y el miedo al contagio y a la muerte no se ve reflejado en otras prácticas de riesgo como fumar o deportes de riesgo.