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FERNANDO ESTEVE MORA

 Todo el mundo sabe lo que significa decir que que algo, sea este algo lo que sea, es frágil. Lo es cuando puede verse afectado en su estructura íntima “de mala manera”, irremediablemente, por una perturbación. Algo es frágil cuando puede romperse más o menos fácilmente.

Lo frágil, si embargo, puede ser robusto, duro, incluso muy duro, capaz de soportar una y otra vez golpes y agresiones sin cuento, pero pese a esa dureza  lo que le sucede es que su sólida estructura se puede desvanecer en un pispás, catastróficamente por así decirlo, ante un pequeño golpe “bien dado” o en un momento clave. ¿Quién no ha visto cuartearse la luna del duro parabrisas de un coche por el impacto de una piedrecita de nada?. Un jarrón de porcelana, un vaso de cristal o de vidrio, un plato de duralex son consistentes, duros, pero también frágiles.

....pero también, la crisis financiera de 2008 así nos lo enseñó, era frágil el imponente sistema financiero internacional que domina la vida económica del capitalismo globalizado de nuestros tiempos. Y es que un gran banco o una empresa con una estructura de capital “demasiado” apalancada son, pese a todas las apariencias de solidez, dureza, fortaleza y resistencia, frágiles.


Fragilidad no va reñido pues con esas características asociadas a la fortaleza. Todo lo contrario. ¿ Y con las de flexibilidad y resiliencia? Pues tampoco. Un levantador de pesas es alguien duro, robusto...pero no demasiado flexible. Un luchador de aikido, por el contrario, lo es. En estos tiempos que corren, frente a todo lo que muestra rigidez, dureza monolítica, pesada, musculada, hoy se defiende por contra todo lo que aparenta o es flexible. Pero ¿ay!,  lo flexible puede ser muy frágil, como lo es una caña de bambú, o como lo es una bailarina de ballet a quien un paso mal dado, un salto desacompasado puede dar con ella en el suelo, rota puede que para siempre.

La fragilidad es la cualidad de las cosas que son vulnerables a la volatilidad, el estrés, las perturbaciones aleatorias radicalmente, tan imprevistas que no es posible anticiparse y precaverse frente a ellas. Para que algo no sea frágil no basta por tanto conque este "algo" sea resistente, o aguante, o sea, no basta con que tenga la adecuada mezcla de resistencia, dureza y flexibilidad que le haga adaptarse a los golpes a que cotidianamente y previsiblemente le someta la realidad, es necesario también que sea capaz de afrontar las perturbaciones o los golpes  inesperados, imprevistos o aquellos que aunque de pequeña magnitud en términos absolutos revisten importancia máxima por afectar a los puntos críticos de su estructura. Esos a los que frecuente llamar "cisnes negros", black swans,


Lo opuesto a frágil, Nassim Taleb nos lo ha enseñado, es lo “antifrágil”. Lo antifrágil es aquello que no sólo aguanta sino que incluso medra y evoluciona con las perturbaciones, los golpes, las agresiones. Incluso, podría decirse que los necesita. Quizás el paradigma de un sistema antifrágil sea nuestro sistema inmunitario, el  sistema de defensa que nos protege activamente  frente a las invasiones biológicas que sufre día a día nuestro cuerpo. Como se ha descubierto al sistema inmune le pasa lo mismo que a todo ejército: que es necesario que se ejercite combatiendo para desarrollarse, de modo que si no sufre infecciones sobre todo en la infancia, si no ha de enfrentarse a enemigos invasores por vivir en entornos artificialmente asépticos en los que se mata químicamente a todo bicho que nos rodea, como pasa cada vez más en nuestros entornos tan civilizados, actúa como los ejércitos de tantos países subdesarrollados: se busca enemigos internos y desencadena golpes de estado contra nosotros mismos, guerras civiles, las enfermedades autoinmunes. 


Una de las características centrales de las economías de mercado es precisamente su  antifragilidad. La razón de ello es muy simple. En una economía de mercado se cumple siempre a rajatabla el refrán ése de que “no hay mal (de alguien) que por bien no le venga (a otro alguien)”. El golpe, el shock negativo que por cualesquiera razones puede afectar a una empresa, a un grupo de empresas o a un sector entero, rápidamente es aprovechado, porque es fuente de negocio (o se, de beneficios) para otras empresas. Aparecen así primero empresas -digamos que “carroñeras” - y que, como los buitres y las hienas en la naturaleza, trocean y adquieren a bajo precio los “restos” (o sea el capital y demás activos) que la muerte económica de las empresas que no han aguantado el shock dejan sin usar. Y, tras estas, vienen otras que de manera activa encuentran un nicho económico donde medrar. Tengo para mí que incluso un golpe tan brutal y sistémico como el que está suponiendo y va a suponer en el futuro inmediato el cambio climático, que sin duda va a llevarse por delante  empresas, ciudades, regiones enteras y hasta países, va a ser sin embargo una fuente de negocios espectacular. Desde la industria automotriz que ha de renovar desde cero todos el parque de vehículos del mundo, la de construcción que ha de adaptar todo lo construido  a las nuevas realidades climáticas y sus consecuencias y construir y desarrollar otros sitios hasta ahora inhóspitos como Siberia, hasta -también- la industria de concertinas y de armas para “defender” nuestros países de la previsible “invasión de los bárbaros del sur” que, al igual que sucedió desde el siglo IV con la "invasión de los bárbaros del norte" del imperio romano, se verán obligados a emigrar conforme las condiciones ecológicas vuelvan imposible la vida en India, Nigeria y otros países de zonas antes templadas y vivibles,  hay una miríada de "actividades" a explotar rentablemente y que la economía de mercado sin duda aprovechará.


Pero si esto es así, si la economía de mercado es tan antifrágil, ¿cómo puede ser que una pequeña perturbación como lo ha sido y lo es la pandemia por COVID-19 haya sido tan mal llevada económicamente con caídas brutales en los niveles de producción e intercambios, escaseces y cuellos de botella, y, ahora, inflación? Porque, no lo olvidemos, en términos económicos (como ya dije en este blog repetidamente) esta pandemia es realmente muy poca cosa. Comparada con otras, como la peste negra del siglo XIX o la “gripe española” del XX, la mortalidad por el coronavirus ha sido pequeña y centrada en personas mayores o sea en inactivos , en no-trabajadores.


La respuesta está en que, como señaló el gran historiador Fernand Braudel, hay una gran diferencia entre una economía de mercado y una economía capitalista, y en tanto la primera es antifrágil, la segunda no (léase esta entrada para saber de esta diferencia: https://www.rankia.com/blog/oikonomia/996446-triunfo-capitalismo-derrota-economia-mercado-defensa-indignados) . Que las economías capitalistas son inherentemente frágiles es algo que algunos economistas como Marx, Keynes y Hyman Minsky nos han enseñado a quienes -fuera del la omnipresente dictadura del pensamiento económico ortodoxo que manda en el mundo académico- les hemos querido escuchar. La enorme fragilidad económica y financiera de la economía capitalista, por ejemplo,  ha obligado a rodearla de regulaciones y ayudas por parte del sector público, que a modo de prótesis, de muletas o andadores le permitan seguir adelante, renqueando...hasta la siguiente caída, hasta la siguiente crisis. No hay mejor manera de entender las regulaciones del sistema financiero, la política macroeconómica de estabilización o las políticas de rentas sino como formas de contrarrestar la fragilidad financiera y macroeconómica sistémica de la economía  capitalista. Pero, como ocurre con el sistema inmune, la "protección", la regulación, sólo augura nuevos tipos de "enfermedades", de crisis.


La pandemia del coronavirus ha mostrado así una “nueva” fuente de fragilidad del capitalismo globalizado: la que surge de los procesos de concentración productiva y de la extensión geográfica de las cadenas de valor. Y es que la búsqueda de eficencia entendida como la obtención de máximos beneficios por parte de las empresas capitalistas, les ha llevado a buscar cómo y dónde rebajar los costes aunque ello suponga fragilizar a todo el sistema. Así, el sistema capitalista globalizado ha concentrado la producción industrial en unas concretas áreas del globo (recuérdese la vergüenza de ver a los médicos de todos los grandes países usando bolsas de plástico de basura como EPIs) y a confiar en una red de cadenas de valor enormemente frágiles, pues su funcionamiento suave depende de que una serie de nodos o hubs no colapsen.

Y así, un incendio en la fábrica japonesa que produce buena parte de los microchips usados hoy en todos los productos electrónicos y un accidente en el Canal de Suez de un barco que encalló y lo cortó durante dos semanas, han bastado para generar unos cuellos de botella que están sacudiendo la economía a nivel mundial. Técnicamente la razón es muy simple: todo está encadenado en ella de modo que la ruptura de alguno de los eslabones (o nodos o hubs) centrales  rompe la cadena. O sea, que la cadena de valor de la economía capitalista mundial es, como todas las cadenas, frágil. Puede describirse formalmente como lo que se conoce en la teoría matemática de redes como una “scale free network”, (red libre de escala), robusta ante pequeños shocks o frente a shocks en centros periféricos, pero frágil cuando los shocks afectan a los nodos o hubs centrales (la zona industrial china, o coreana o japonesa, el canal de Suez o de Panamá, los puertos de Los Angeles o Hamburgo, ...), lo que entonces tiene efectos catastróficos sobre todo el sistema.


(Un sistema financiero es también una red libre de escala, en la medida que todos los bancos están ligados por unas relaciones de crédito y deudas. Una crisis de liquidez o de rentabilidad de un banco pequeño, un shock negativo, tendrá normalmente un impacto localizado y asumible por el resto del sistema, pero como sucedió en 2008, cuando la crisis afecta a un banco importante, su crisis reverbera catastróficamente en todo el sistema) 


En su libro, Nassim Taleb describe, quizás  con excesiva e irritante prolijidad cómo puede hacerse para dotar de antifragilidad a un sistema. Sus "recetas" son prácticamente las mismas que las que Rafe Sagarin, un biólogo marino, extrajo de sus estudios acerca del comportamiento de los pulpos y que  plasmó en un libro en que proponía un nuevo enfoque para los estudios sobre seguridad en que se señalaba la idoneidad de tomar como ejemplo el comportamiento de algunos animales que han logrado sobrevivir miles de años en entornos cambiantes y difíciles. El título del libro es: Learning from the Octopus: How Secrets from Nature Can Help Us Fight Terrorist Attacks, Natural Disaster and Disease, a lo que yo añadiría que las enseñanzas de la Naturaleza también pueden ayudarnos a combatir las fragilidades económicas.

Pues bien,  Sagarin encontró en el estudio del comportamiento de los pulpos, unos animales ante los que los biólogos cada vez se encuentran más sorprendidos por no decir extasiados,  algunas claves para afrontar los problemas de fragilidad en las sociedades humanas ya que  los pulpos son un excelente ejemplo de animal antifrágil.

Tres son los “principios” que explican para Sagarin la extraordinaria antifragilidad de los pulpos. En primer lugar, el principio de descentralización, y es que a pesar de su excelente sistema nervioso centralizado, muchas de la reacciones de los pulpos están descentralizadas. Sus células, individualmente, pueden toman sus propias decisiones para afrontar su particular situación inmediata, como por ejemplo, cuando las de diferentes partes de su cuerpo cambian su color para mimetizarse con los variados tonos del medio que las rodea. En segundo lugar, está el principio de simbiosis, o sea, la colaboración o coordinación con los miembros de otras especies. Y, en tercer lugar, el principio de redundancia. Para los defensores de una visión estrecha de la eficiencia económica, guía de las empresas capitalistas, este último principio de la "seguridad natural", que defiende lo redundante, lo repetido, es un coste o gasto absurdo, una pérdida, una mala asignación de recursos, y sin embargo, en la naturaleza las redundancias son ubicuas. Y es que la existencia de órganos, aparatos o sistemas redundantes posibilitan la recuperación, la resiliencia, y en último término la supervivencia. Obsérvese, por cierto, cómo nuestro sistema inmunitario, el que hemos dicho es paradigma de antifragilidad,  satisface esos tres principios.


 El capitalismo globalizado de nuestros días se caracteriza sin embargo por rechazar la validez o vigencia de estos principios. El principio de maximización de beneficios, que implica la minimización de costes, que rige el comportamiento de los agente económicos en el  capitalismo se contradice con los tres principios de la antifragilidad.

Así en  vez de la descentralización productiva favorece la deslocalización y la concentración y centralización (Marx)  geográfica de capitales y actividades en zonas o centros donde las llamadas "economías de aglomeración" (las ventajas en términos de costes de agrupar los procesos productivos)  imponen su ley. No hay que ser muy inteligente para darse cuenta de que poner todos los huevos en la misma cesta es un claro incentivo a que el surgimiento de un cisne negro produzca en cascada unos efecto acumulativos catastróficos. Como ha pasado en la presente crisis.

En segundo lugar, el capitalismo globalizado a lo más que llega es a valora la “coopetición” entre empresas, es decir, los acuerdos con los que son de la misma "especie" o sector económico a la hora de afrontar innovaciones o problemas comunes. Quedan fuera del mundo capitalista la posibilidad de las sinergias entre empresas u organizaciones  de sectores diferentes.

Y, finalmente, si hay algo tabú para cualquier empresa capitalista es la aceptación de redundancias. Para ellas, cualquier redundancia (incluso el mantenimiento de stocks)  es el colmo de lo ineficiente. La inexistencia de alternativas viables al puerto de Los Angeles, hoy absolutamente saturado y pieza básica en el tapón (cuello de botella) que está asfixiando a la economía norteamericana es un claro ejemplo de cómo el capitalismo no aplica este principio básico de seguridad natural (que es como se conoce en el “mundillo” de la seguridad el enfoque de Sagarin, entre otros autores).


 El problema es que cuando la organización económica no usa de estos principios para la antifragilidad, la lucha contra la fragilidad inherente del sistema capitalistas siempre va retrasada. Se suele decir que en las academias militares se enseñan las estrategias y tácticas que fueron útiles para ganar las guerras pasadas, no las futuras, que siempre sorprenden a quienes las dirigen por su radical novedad en sus planteamientos. Pues me da la impresión que lo mismo pasa con el capitalismo globalizado y la política económica. Al igual que tras la Gran Recesión de la década pasada a consecuencia de la crisis financiera de 2208, los gobiernos  han planteado las medidas que quizás hubieran sido necesarias para que esa concreta crisis no hubiese tenido lugar, lo que por cierto no impedirá que salte otra crisis dada la consustancial fragilidad del sistema; lo mismo sucederá con esta nueva crisis asociada a la pandemia, a menos claro está que el sistema capitalista globalizado se hiciese un harakiri y se volviese a una economía de mercado, lo que es hoy por hoy es totalmente inimaginable
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