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LA SEGURIDAD AEROPORTUARIA COMO SISTEMA DE HUMILLACIÓN

                                                                  FERNANDO ESTEVE MORA

Uno, aunque sea el más inocente ser humano, una vez que entra en un aeropuerto, en cualquier aeropuerto, deja inmediatamente de ser orgulloso "ciudadano" para convertirse en atemorizado "súbdito". Y  eso en el mejor de los casos, pues inevitablemente  dentro de un aeropuerto hay situaciones y lugares en que ese status se degrada aún más hasta llegar al de no-persona, al de animal no humano. 

 

Por el hecho de entrar en un aeropuerto, y como todo el mundo sabe y siente, uno se convierte directa e inmeditamente en "sospechoso" de ser un terrorista, un traficante de drogas, un contrabandista. Y como tal suele ser displicentemente tratado, o sea,  maltratado. Un maltrato que es siempre  un poco más suave  -curiosamente- por parte de la propia policía, en tanto que es bastante peor por los (casi)siempre siniestros trabajadores de la seguridad privada  encargados del manejo directo del control de los viajeros.  

 

Si bien el ámbito de poder de los guardianes de la seguridad aeroportuaria empieza a hacerse bien visible ya en las colas de facturación, alcanza sin embargo su climax en el escenario de las puertas de acceso a la "zona internacional". Como todos lo hemos sufrido, no me extenderé demasiado. Pero sí haré algunos comentarios extraídos de las sensaciones que en ella he experimentado en ese "teatro del absurdo" por el que se nos hace pasar cuando queremos tomar un avión, y que no se nos hace pasar, o al menos no en la misma medida, cuando cogemos un tren o un autobus.

 

El primer acto de este teatro de aprendizaje de la sumisión es íntimo o privado. Antes de acercarse a donde están los arcos de detección de metales,  uno ya lleva bien interiorizados una serie de comportamientos absurdos (no sólo nada de "líquidos explosivos" ni de objetos "punzantes o cortantes", sino que nada tampoco que pueda pensar algún delirante cerebro de  "seguridad"  que pueda servir como arma, pueda ser usado como disfraz de un arma -por ejemplo, una botellita de agua, un queso-  o pueda interpretarse como "señal"  característica o típica de  un terrorista como llevar turbante o ir leyendo El Corán). Esa interiorización previa de lo que los "guardianes de nuestra seguridad" suponen son las señales y características de la gente "normal"  es típica de las dictaduras.  Es una autocensura que, insidiosamente, desde dentro, coarta la libertad.  

 

LLega, entonces, el segundo acto -este sí, público-, de este teatro de la disciplina. Es el acto de la primera humillación personal en el que uno procede servilmente a descalzarse, a quitarse el cinturón, a quitarse chaquetas y abrigos, y a desprenderse de llaves, monedas, teléfonos móviles y demás objetos con componentes metálicos. Todo, eso sí,  tratando por encima de todo de no llamar la atención. Nada de quejas o de actitudes altaneras. Nada de mirar directamente a los ojos. Siempre, siempre, con una actitud sumisa, borreguil, no sea que a uno se le considere por parte de los guardianes  "desafecto al régimen de la seguridad aeroportuaria" .

 

El efecto simbólico de este "desnudamiento" es obvio. Se hace en todas las cárceles con quienes ingresan en ellas. Se hace igualmente con quienes ingresan en un hospital. Tras este desnudamiento forzado lo que ocurre es que uno se ve y se siente inferior a las figuras de autoridad ("seguratas", carceleros, médicos..) que sí están calzados y vestidos. Por el hecho de ir descalzos y sujetándose los pantalones para que a uno no se le caigan, por el hecho de ir sin llaves (que representan sus posesiones) y sin móvil (donde hoy día está la identidad social), uno pierde de alguna manera su personalidad y su status de ciudadano. Uno pasa a ser nadie. No un "nadie" como les sucedía a los los judíos en los campos de exterminio nazis. No exageremos. No un "nadie", pero sí un "don nadie", como tan bien se dice en español. Nadie diferente en último a una oveja a quien se conduce por un cercado al redil. Y todavía las cosas pueden empeorar. Día habrá en que a los pasajeros de avión se les obligará a  desnudarse completamente y vestirse hasta que salgan del aeropuerto de llegada con un uniforme de "viajero". ¿Exagero? Ya se me dirá. Bastará con que a un grupo terrorista se le ocurra cómo disfrazar explosivos en su ropa y haga un atentado exitoso, para que algún experto en seguridad se le ocurra lo del uniforme de viajero y consiga que los estados lo acepten como excelsa política de seguridad. Tiempo al tiempo.  

 

El tercer acto del teatro del sometimiento en los aeropuertos es un reforzamiento del anterior. Uno se acerca descalzo y desnudado al arco de metales, reza internamente porque nada suene y -recordando nunca mirar de frente al "vigilante"  de turno- esperar que éste no decida someterle a la ulterior y definitiva humillación de ser cacheado públicamente, o sea, de que alguien les ponga encima las manos arbitrariamente.

 

Digo definitiva, y me cuentan que me quedo corto, que las cosas pueden ir a peor, a mucho peor. Tal cosa sucede si, por cualquier "razón", el cacheo pasa a ser en una estancia privada en donde la exploración y tocamientos alcanzan el nivel de una exploración clínica. Elias Canetti empieza su obra Masa  y poder con una reflexión acerca del temor a ser tocado por lo desconocido, que, para él, es el máximo temor de todo ser humano y explica las variadas formas que la sociabilidad exhibe. Sólo nos dejamos tocar voluntariamente  por desconocidos cuando nos vemos obligados a ello, por ejemplo, en la consulta del médico, del fisioterapeuta o del peluquero y rápidamente, casi enloquecidamente,  buscamos en esos casos crear una relación interpersonal  que atenúe ese temor. Y, por supuesto, sólo nos toca cuando no queremos que lo haga quien tiene un poder coercitivo sobre nosotros.

 

Llegamos, así, al último acto de este teatro de la humillación. Tras la recogida de nuestras pertenencias de la bandeja en que pasaron por el túnel de escaneado, cabizbajos,  nos vestimos y calzamos, y si ningún guardián nos ve algo raro (o sea, si  no llevamos "pintas" sospechosas), podemos empezar de nuevo a sentirnos un poco libres...eso sí, hasta que lleguemos al aeropuerto de llegada en que el control de aduanas, caso de que sea un viaje fuera de Schengen, nos obligará a -de nuevo- demostrar que somos "afectos al régimen de dictadura aeroportuaria" 

 

Pues bien, si he hablado continuamente de "teatro" es porque debajo de todas esas humillaciones que nos hacen pasar en los aeropuertos no hay sino ficción, un teatro del absurdo. Pues absurdas por ineficientes son esas situaciones de ejercicio de dominio sobre nosotros por parte de los miembros del entero sistema de seguridad. Aunque, eso sí, se nos "venden" como inevitables y hechas para nuestro bien, en interés de nuestro bienestar. Como en tiempos de Franco sus afectos decían que, gracias a él, gracias a su dictadura, los españoles habíamos vivido en paz 25, 30 o 35 años de paz,  como si sin Franco los españoles se hubiesen dedicado a matarse entre ellos, como si no hubiese sido él el carnicero y fautor de la gran matanza que empezó en 1936, como sí su dictadura no fuese el resultado de esa misma matanza que se mantuvo mediante el asesinato y la represión; pues así también, los encargados de la seguridad aeroportuaria nos repiten que, gracias a sus políticas de humillación, gracias a sus políticas dictatoriales,que  agreden y humillan a los ciudadanos, vivimos en paz y seguridad dentro de los aeropuertos.

 

Y es que, al igual que decía la propaganda franquista, su objetivo -nos dicen- es protegernos aunque su "protección" nos agreda y cueste  tanto que no queramos que lo hagan, aunque como en el caso de la dictadura nos sometamos a ella. Y sí, ya me sé que igual que hubo (y hay) muchísima gente, digna sucesora de esos indignos españoles que en tiempos de Fernando VII gritaban "Vivan las cadenas", hay hoy mucha gente que acepta y aplaude de corazón toda humillación que reciben en los aeropuertos porque acepta que es "por su bien", o sea, por "su seguridad".

 

Pues bien, los expertos en seguridad aeroportuaria que han elaborado todo ese teatro del terror de los controles de la seguridad en los aeropuertos mienten. No. Todo ese sistema de humillaciones a los pasajeros no es por nuestro bien, por la sencilla razón de que  sirve para bien poco, si es que sirve para algo.

 

Veamos. Lo primero que hay que distinguir en esto de la Economía de la Seguridad es entre lo que se conoce como Seguridad Activa y la llamada Seguridad Defensiva o Pasiva. La primera incluye el conjunto de actuaciones de Información y acción  destinados a perseguir a los terroristas ANTES de que comiencen con o lancen sus acciones operativas, es decir, antes de que pongan en marcha sus operativos y empiecen a llevar a cabo  realmente  un atentado. La Seguridad Defensiva o Pasiva busca, por contra,  obstaculizar, impedir y/o minimizar los atentados DESPUÉS de que estos se hayan lanzado.

 

La primera Seguridad, la Activa, suele ser siempre efectiva (o sea, suele siempre producir efectos, en el sentido que DISUADE a los terroristas disminuyendo o eliminando la amenaza o el riesgo de que  lancen un atentado), si bien su eficiencia (o sea, si es positivo un análisis coste-beneficio de la misma) nunca puede evidenciarse o medirse de modo claro y preciso. ¿Cómo saber, por ejemplo, cuántos atentados se han impedido antes siquiera que se planearan a causa de la detención  de los terroristas?

 

Por contra la Seguridad Pasiva, entre la que se incluye el entero sistema de la seguridad aeroportuaria con su rosario de humillaciones. suele ser muy inefectiva y casi siempre ineficiente. Y ello por una simple razón económica. Cual es que no hay un sistema de seguridad pasiva capaz de cubrir todas y cada una de las posibles amenazas terroristas a la seguridad en aviones y aeropuertos. 

 

Dificultar un determinado "procedimento" de atentado terrorista, o sea, una determinada forma de llevar a cabo un atentado, puede transcribirse  en términos económicos como hacer subir el "precio" de hacerlo  para los terroristas. Y ello, vía la Ley de la Demanda, tiene el consiguiente y conocido efecto de que los terroristas "demandarán" menos de ese "procedimiento" en concreto de atentar  en particular. Pero también sucederá, como predice también la Ley de la Demanda, que los terroristas "demandarán" más de otros "procedimientos" alternativos para atentar (es lo que se conoce como el efecto-sustitución de una subida en el precio de un bien o el coste de llevar adelante una determinada actividad). Al igual que si se sube el precio de la cerveza disminuyen las compras de cerveza pero aumentan las de los bienes sustitutivos de la misma (vino, whisky, coñac, ginebra, etc.), algunos con efectos más perjudiciales sobre la salud que la cerveza. Y si procedemos a la "prohibición" total del alcohol, la experiencia  norteamericana de los años 1920 ya nos dice qué es lo que podemos esperar.  

 

Y es que siempre, siempre, hay sustitutivos de un "sistema" o procedimiento de atentado. Lo que han demostrado fehacientemente los grupos terroristas es que su inventiva a la hora de encontrar nuevos métodos para llevar adelante sus atentados es sorprendente. Tanto a nivel general como particular. O sea, que puede decirse que los sistemas pasivos de seguridad aeroportuaria más que disminuir el número de atentados que los terroristas deciden llevar a cabo  sólo sirven para que estos alteran el método de hacerlos. 

 

Si fuera posible establecer un sistema defensivo perfecto de seguridad aeroportuaria, cosa que en el mundo real es imposible, pues entonces los terroristas no atentarían en los aeropuertos. Atentarían en trenes, autobuses, barcos, mercados, etc., etc. Y a nivel concreto, pues pasa lo mismo. Si, como consecuencia de que hubo hace unos años un caso  en que un terrorista trató de incluir un explosivo en un zapato se ha obligado desde entonces a  centenares de millones pasajeros de avión a descalzarse, ello habrá evitado ese método de meter bombas en aviones, pero ello no ha impedido que los terroristas hayan buscado otras formas de sortear la concreta "línea de seguridad" que exige el descalzarse. Es un ejemplo de libro de texto del "juego" de la "carrera de armamentos", que se ha traducido en costes cada vez mayores sobre los pasajeros. Y el futuro parece aterrador. Recuérdese lo ya dicho antes, ¿qué ocurrirá cuando a un terrorista se le ocurra usar su ropa interior para camuflar algún explosivo?¿Habrá desde entonces que desnudarse como política de seguridad pasiva? Como toda "carrera de armamentos" el resultado es ineficiente...y en eso estamos.

 

He de reconocer, no obstante,  que caben algunas políticas de seguridad pasiva eficientes. Como bien señala Bruce Schneider, quizás el mayor experto en seguridad, si lo que pretende la política de seguridad pasiva es impedir no que los terroristas accedan a un avión con algún tipo de instrumento utilizable para fines terroristas que los terroristas, sino que se hagan cargo o lo controlen, ha funcionado, como el enfoque de Thomas C.Schelling de la Teoría de Juegos predice, la política de aislar la cabina de los pilotos de modo que estos no puedan ser afectados por los terroristas. Pero las políticas de seguridad pasiva humillantes, que son de las que aquí se ha tratado, han sido y son inefectivas e ineficientes.

 

Y todo lo anterior viene a cuento del último egregio ejemplo de un sistema de seguridad aeroportuaria defensivo o pasivo enloquecido. El caso del español que, anteayer, en Munich, tras salir del water, se equivocó de dirección a la hora de trasbordar en su viaje hacia Madrid  y -tras apretar un botoncito, no tras romperla- se abrió una puerta "de seguridad" que cruzó desencadenando un protocolo de seguridad (sic) que llevó a un caos que afectó a cientos de aviones y a miles de personas.  Un caos que bien pudiera que haya sido semejante al caos que hubiera provocado el intento  de un atentado real. ¡Qué locura! ¡Qué estupidez! 

FERNANDO ESTEVE MORA

 

 

 

 

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