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Se la conoce como "hipótesis Whorf-Sapir" (a partir de los trabajos de Benjamin Whorf, lingüísta, y Edward Sapir, antropólogo) y ha sido objeto de considerable debate desde hace más de cincuenta años. A fuer de ser simplistas, en ella se vienen a decir dos cosas: uno, que el lenguaje en general, sus más abstractas estructuras sintácticas y semánticas, no son universales sino que varían en cierto grado en los diferentes lenguajes reales; y dos, que el lenguaje concreto en que vive inserto un hablante "determina" (versión dura de la hipótesis) o "condiciona" (versión blanda) sus percepciones del mundo y por ende sus pensamientos y comportamientos. Dicho de otra manera, la interpretación del mundo que hace una persona está condicionada/determinada por el lenguaje que utiliza. El mundo tal y como, por ejemplo, lo experimenta un occidental que usa de una lengua indoeuropea sería, de alguna manera, un mundo distinto al que experimenta el hablante de una lengua amerindia. Una lengua que no tiene palabras para números superiores al cuatro obligará a sus hablantes a tener diferentes ideas sobre el mundo físico y social que otra que tenga palabras para cualquier número. ¿Qué sentido, por ejemplo, tendría para un hablante de la primera lengua la idea de que ha de pagarse una hipoteca durante 300 meses?

Una forma reciente de esta hipótesis subyace en la obra de George Lakoff, que tanta audiencia ha alcanzado en os últimos tiempos y no sólo en los ambientes académicos sino también en otros más pedrestres como lo es el de la lucha política. Para Lakoff, el lenguaje es un sistema repleto de metáforas conceptuales, donde las metáforas no son sólo esas figuras del lenguaje de las que usa la poesía sino auténticas formas de conocimiento sin cuyo uso el proceso de pensar es imposible en ningún campo intelectual (idea, por cierto, que ya había anticipado Ortega). Todo pensamiento requiere del uso de metáforas, metáforas encadenadas que dan forma a las argumentaciones que, sin ellas, es imposible ni expresar ni comprender. Con arreglo a su teoría de la mente corporeizada, la mente no sólo está situada de un modo trivial en el cerebro sino que lo habita de modo esencial, ello quiere decir que, en sus procesos, la mente se ve limitada por el sistema sensorial y motor del cuerpo del que el cerebro es pieza esencial. Es por ello que en sus construcciones en cualquier terreno intelectual, incluso en los más abstractos como el de las matemáticas, la mente se ve forzada desde el comienzo a acudir a metáforas elaboradas a partir de la forma en que el cuerpo experimenta el mundo físico. Así, decimos que un teorema matemático alcanza una conclusión, que el futuro se extiende o está delante y que detrás queda el pasado, que uno cae en una oscura depresión, que el pensamiento se ilumina cuando se eleva a las alturas del espíritu, que aprovechamos, gastamos o perdemos o invertimos bien el tiempo, que la Bolsa se desploma, etc.,etc. Obsérvese a este respecto que la mayor dificultad de un campo intelectual tan abstruso como la mecánica cuántica estriba en que sabemos que es cierta lógica o matemáticamente hablando, que es ciertamente verdad a la vez que resulta incomprensible ya que, dados sus extraños resultados desde la perspectiva del mundo macroscópico en que vivimos, carecemos de metáforas conceptuales que nos sirvan para explicárnoslos y comprenderlos.

Ni qué decir tiene que muchas de esas metáforas conceptuales tienen, adicionalmente, un contenido valorativo, moral y político, es decir, que su uso no es neutral. Por ejemplo, las metáforas espaciales que usan de la altura están teñidas de una valoración moral frente a sus contrarias. así, su alteza real y sus amigos de las clases altas y superiores se encuentran en las antípodas de quienes viven en los bajos fondos donde la bajeza moral impera pues allí se encuentran quienes en todo están por debajo de la media. Y, entonces, lo que se tiene es que el tipo de metáforas usado en un discurso intelectual sobre una realidad concreta tiñe imperceptible pero de modo muy real la percepción y la valoración moral que sobre esa realidad tiene quien lo utiliza. Es decir, que importa y muy mucho el tipo de palabras que se usen en las argumentaciones pues, según se utilicen unas u otras, nos meten en una suerte de campo semántico de fuerzas del que es difícil salir y que nos conducen, no por la fuerza de los argumentos sino por las connotaciones valorativas de las metáforas que los articulan o expresan a unas determinadas concepciones de la realidad.

La Economía abunda en el uso de estas metáforas conceptuales manipuladoras o tergiversantes. Una de ellas, de uso más que habitual es la que aparece repetidamente siempre que se acude a explicar la inflación. Veamos un ejemplo.

Por la Microeconomía sabemos que, en las economías de mercado, las empresas han de comprar o alquilar los factores de producción (capital, trabajo y materias primas en general) que utilizan en sus procesos de producción. Y eso independientemente que las empresas sean propiedad de los trabajadores (cooperativas o sociedades anónimas laborales), empresas capitalistas (en las que los propietarios de las empresas son los propietarios del capital), empresas públicas (propiedad del estado) o cooperativas de consumo (en que los propietarios son los consumidores). Sea cual sea el tipo legal de empresa, con los ingresos fruto de las ventas ha de pagarse a los propietarios de todos los factores de producción y, si quedara un remanente (cosa que sólo puede suceder si el mercado no es lo suficientemente competitivo en términos reales o potenciales), una renta, beneficio extraordinario o excedente económico, de él se apropiará el propietario de la empresa. Pero lo importante es darse cuenta de que la remuneración que reciben los propietarios de todos los factores de producción es, desde el punto de vista de la empresa, un coste, independientemente que quien la reciba sea un trabajador, un capitalista o el proveedor de materias primas.

Pero qué pasa cuando se salta a la Macroeconomía, pues simplemente que esta simetría desaparece de modo que, ahora, ya sólo son costes los pagos asociados al pago del factor trabajo (a los que se llama costes laborales unitarios o por unidad de producto) y aquellos otros asociados al pago a las materias primas procedentes del exterior. Gracias a un juego de palabras lingüístico el pago al factor capital pierde su connotación de coste y se convierte en excedente bruto de explotación.

Veámoslo con cierto detalle para el caso más elemental suponiendo, para simplificar, que no se utilizan materias primas provenientes del exterior. Si llamamos Y al PIB (Producto Interior Bruto) en términos reales , P al nivel de precios , MS a la masa salarial (la parte de la renta nacional que se queda el colectivo de trabajadores) y EE al beneficio bruto (incluyendo las amortizaciones por el desgaste del capital) que se llevan como remuneración los capitalistas por el aporte de capital que hacen al proceso productivo, se tendría:

(1) P.Y = MS + EE

es decir, que el PIB nominal (P.Y) se reparte entre trabajadores y capitalistas
Si llamamos W al salario medio y L al número de trabajadores, se tiene:

(2) P.Y = W.L + EE

(3) P = W. (L/Y) + (EE/Y)

y si llamamos z a la productividad media del trabajo (Y/L),

(4) P = (W/z) + (EE/Y)


Pero, ahora, a la hora de explicar lingüísticamente esta expresión, (W/z) (que, dividida por P -los precios-, no es sino la participación de los ingresos de los trabajadores en la renta nacional (W.L/P.Y)= MS/P.Y) sufre una transformación metafórica y se la convierte en un COSTE, el llamado coste laboral unitario (CLU), cambio que no viene acompañada por una similar transformación metafórica de la participación de los propietarios del capital en la renta nacional en términos de un "coste capitalista unitario". No, sólo se da la primera, con lo que se tiene finalmente:

(5) P = CLU + EE/Y

¿Simple cuestión de palabras sin mayor importancia? Quizás. Pero dos cosas habría que señalar que se producen como consecuencia de esta transformación metafórica parcial. Por un lado, y dado que a la hora de explicar un proceso inflacionista lo primero que hay que mirar es ver qué ha pasado con los costes, se tiene que ya desde el principio la investigación no parece necesitar de ir muy lejos a la búsqueda de un culpable: ahí están los COSTES laborales unitarios que en su propia "cara" que es su nombre llevan ya la señal de culpabilidad: si crece P el culpable más seguro está en que hayan crecido los CLU's, pues ¿acaso no son los costes los responsables de las subidas en los precios?. La transformación metafórica de la participación de los salarios en la renta en costes laborales es tan potente que nos hace olvidar un hecho elemental cual es que son los propietarios de las empresas los que ponen los precios y no los trabajadores. Y, en segundo lugar, ni qué decir tiene que la connotación asociada a la palabra COSTE es enteramente diferente a la que acompaña a la palabra EXCEDENTE. Los costes, por definición, son malos, restrictivos, agobiantes, algo en suma que hay que minimizar, en tanto que los excedentes son buenos, expansivos, gratificantes, algo que en general siempre hay que maximizar. O sea, que cuánto mayor sean los excedentes empresariales, es decir, la participación de los beneficios en la renta, mejor y cuánto mayores sean los costes laborales unitarios, o sea, la parte que de la renta se llevan los trabajadores, peor. No parece ser este un pequeño efecto para una mera transformación lingüística.

BIBLIOGRAFÍA
George Lakoff. Metáforas de la vida cotidiana. (Madrid: Cátedra. 1982)
George Lakoff. No pienses en un elefante. (Madrid: Ed. Complutense. 2007)
J.Ortega y Gasset. "Las dos grandes metáforas" en Ensayos escogidos.(Madrid: Taurus. 1997)
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