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Aquellos ya mayores que como yo tuvimos la suerte de estudiar Economía allá por los años setenta del siglo pasado habrán comprobado conmigo que un viejo conocido (y para algunos, amigo)  parece que ha vuelto tras un largo exilio. Me refiero a Karl Marx. Tuve que leer y estudiar a Marx en los años de mi formación, realicé la tesina de licenciatura sobre un aspecto de su pensamiento, y comprobé cómo desapareció de las aulas en los años 80. En pocos años, declararse discípulo de Marx, ser marxista, no sólo pasó a estar  mal visto políticamente sino que se llegó a ver  como un claro indicio de debilidad mental (he de decir aquí que esa apreciación no era enteramente gratuita ni carecía de buenos fundamentos, pues era evidente que los que se llamaban a sí mismos marxistas eran en una buena mayoría una auténtica secta, o mejor formaban un nutrido grupo de sectas, cada una de ellas más interesada en afirmar la corrección de su particular interpretación de los escritos del "maestro" y abominar de las interpretaciones de las otras sectas, que en de criticar y hacer avanzar  la Economía marxista).

El caso es que estos días no sale uno de su asombro al comprobar que todas las interpretaciones que de la actual crisis financiera se hacen y que se resumen en las siguientes palabras de Sarkozy : "hay que refundar el capitalismo mundial, dando protagonismo a empresarios y trabajadores, y no a especuladores; de modo que las finanzas estén al servicio de las empresas, de la producción , de la innovación y del desarrollo económico, y no sólo al servicio de ellas mismas" (N.Sarkozy en EL País, 22/10/08), parecen provenir de los labios de lectores concienzudos del Tomo III de El Capital, y más concretamente de sus capítulos XXIX y XXX. Y es que la interpretación -llamemos- sarkoziana de la crisis financiera  encaja a la perfección con la interpretación económica marxista de las finanzas y de las relaciones nada pacíficas entre el sistema financiero con los demás sectores productivos, porque en la economía marxista, a diferencia de otros enfoques económicos, hay una contradicción objetiva entre los intereses de los capitalistas industriales o de la economía "real" y los capitalistas financieros que se deriva de la propia concepción de lo que es el capital y lo que son los beneficios y su fuente.

Para Marx, el capital es algo mucho más complejo que unos medios de producción ya producidos. Se trata, más bien, de un ejemplo histórico particular de una constante en la historia humana:  la existencia de  relaciones sociales de explotación que permiten a unos individuos (la "clase" explotadora) vivir a costa de otros (la "clase" explotada). Los llamados "bienes de capital" (máquinas, herramientas, productos semielaborados, etc.) no son sino la pacífica forma en que se encarna hoy  esa relación de explotación, pero obsérvese que una metralleta que encañonara a un grupo de trabajadores sería también "capital" al igual que las máquinas con las que trabajaran, pues gracias un gesto tan simple aquel que la empuñe puede hacer que los trabajadores sean más productivos, y quedarse con esas ganancias de productividad.

El caso es que, para Marx, los beneficios en una economía, o sea el excedente que se lleva el capitalista en cada proceso de producción una vez que se ha pagado a todos los factores de producción utilizados, incluyendo en esos gastos de producción el pago por el valor de los bienes de capital que se han consumido o depreciado (o sea, las amortizaciones)  y los salarios de los trabajadores, sólo puede provenir de un sitio: del trabajo de sus trabajadores, y viene de ellos porque son explotados. Y no -y esto es lo importante-  porque los salarios sean bajos, no, ya que, para Marx, los trabajadores reciben por término medio un salario -o sea un precio- justo, en el sentido que el salario tiende a ser igual  al valor de lo que venden los trabajadores a los propietarios de capital: su fuerza de trabajo, su capacidad para trabajar; por lo que ahí, en el salrio no hay explotación ya que los capitalistas compran y pagan el precio correcto por lo que compran, que es lo que venden los trabajadores. Si el salario es bajo es porque el mercado pone un precio bajo a lo que venden los trabajadores o sea a su fuerza de trabajo, pero ahí no hay explotación como no la hay si el precio de las patatas sube: no es que haya explotación por parte de los comerciantes de patatas, es que las condiciones del mercado de patatas son tales que determinan un precio más elevado.

En suma, que para Marx, los trabajadores no son explotados en los mercados de trabajo sino en los procesos de producción, dentro  de las fábricas y oficinas, allí donde la relación entre capitalistas y trabajadores es jerárquica (no como en los mercados, donde la relación entre comprador y vendedor es simétrica), y donde al trabajador se le hace trabajar más horas de aquellas que compensan el valor de su salario, o sea el valor justo de lo que ellos han recibido a cambio de vender su fuerza de trabajo. Es decir, que los beneficios surgen de la producción extra que los trabajadores hacen en las horas de trabajo que no se les pagan. A esas horas extra Marx las llamó plusvalía y son la única fuente real de beneficios para la clase capitalista en su conjunto.

Para Marx la plusvalía sólo se produce en aquellas actividades productivas y de transporte que generan bienes que se intercambian en un mercado y en las que participan trabajadores asalariados. Una fábrica totalmente automatizada no produciría plusvalía, aunque sí beneficios pues su dueño-capitalista recibiría parte de plusvalía generada por el resto de los sectores productivos donde sí que hay trabajadores que puedan ser explotados. Obsérvese, de igual manera, que un capitalista-financiero que adelanta dinero a un capitalista para que este pueda financiar la creación de una empresa industrial y recibe por ello más tarde un interés tampoco produce ninguna plusvalía en su actividad comercial de prestar  pues en esa relación comercial no aparecen implicados trabajadores que puedan ser explotados. Es por ello que Marx consideraba las actividades empresariales de comercio (que no de transporte)  como improductivas de plusvalía  por más necesarias que fuesen esas actividades para la marcha normal de la producción. Y, claro está, las actividades comerciales con el dinero, es decir las que realizan las empresas del sector financiero, son igualmente improductivas de plusvalía. Y sin embargo tanto los capitalistas comerciales como los capitalistas-financieros dueños del capital-dinero obtenían beneficios aunque no generasen plusvalía. ¿Cómo era eso posible? Pues, dado que sus actividades eran útiles y necesarias para hacer que las empresas productivas de plusvalía funcionasen, la explicación es que los capitalistas de los sectores productivos tenían que compartir la plusvalía que se generaba en sus empresas con los capitalistas comerciales y financieros. Esto significa que, para Marx,  siempre hay una tensión larvada y a veces explosiva entre un tipo y otro de capitalistas. Más o menos lo que, sin argumentarlo, dice Nicolas Sarkozy en le artículo citado. Hay que recalcar que esta concepción difiere radicalmente del resto de enfoques económicos, los cuales como no consideran que los beneficios provengan de la explotación de los trabajadores sostienen que en el sector financiero o comercial cabe generar beneficios como en el resto de los sectores.

Lo anterior, por sí solo, ya justifica la idea de que el sector financiero puede pesar como una losa sobre el sector productivo de bienes y servicios reales si sus capitalistas tienen suficiente fuerza, o sea, poder de mercado (esto ocurriría si son pocos o sea si los mercados financieros están muy monopolizados) en sus intercambios (o negociaciones) con los capitalistas del sector productivo. Esto ocurre cuando los tipos de interés por sus prestamos se disparan o cuando en el extremo no prestan a las empresas de la economía real. La consecuencia es que la plusvalía que queda en manos de los capitalistas "reales" es relativamente más pequeña, ello hace que disminuyan sus inversiones y la economía se contraiga (entra en crisis)  generando desempleo hasta que los salarios caigan y, con ellos,  se recomponga la masa de plusvalía que va a los capitalistas "reales" (no es por ello nada extraño ni incongruente que la letanía exigiendo moderación salarial acompañe siempre a los requerimientos de la patronal de las empresas  para salir de una crisis como la actual provocada en buena medida por la contracción del crédito a la economía real).

Pero es que Marx, adelantándose como casi siempre a su tiempo, predijo además la hipertrofia del sistema financiero y avisó sobre la aparición de un nuevo tipo de capital financiero al que llamó "capital ficticio" por no sólo carecer de ningún soporte real sino por ser inútil a diferencia del capital-dinero o capital financiero que sirve para financiar las actividades productivas de plusvalía (bonito ¿no?, suena a la famosa ingeniería financiera). Dice Marx: “Al desarrollarse el capital a interés y el sistema de crédito, parece duplicarse y a veces triplicarse todo el capital por el diverso modo como el mismo capital o simplemente el mismo título de deuda aparece en distintas manos bajo diversas formas. La mayor parte de este “capital-dinero” es puramente ficticio”. (Marx, El Capital, tomo III, 1968,p. 443). Marx observa que como consecuencia del desarrollo de los mercados financieros, un mismo hecho económico, p.ej., la propiedad de un activo físico, el derecho a recibir un pago, puede aparecer varias veces con  diferentes formas financieras. Por ejemplo, la propiedad del capital físico de una empresa aparece como tal propiedad jurídica, en forma de acciones, en forma de acciones de una empresa que sea propietaria de esas acciones si se trata de un holding, y en forma de garantía de una emisión de obligaciones hecha por ese holding o como aval o seguro de otra operación. En todos estos casos, el mercado da un valor  a cada una de las formas (la garantía tiene un valor, el aval también, etc., etc.) que adopta financieramente lo mismo, es decir, las máquinas que componen el capital físico o real de la empresa, luego si tienen un "valor" son un "capital", aunque ficticio. Otro ejemplo: una hipoteca (como una cualquiera de las famosas "hipotecas tóxicas") nadie sabe, una vez que ha pasado por la moderna máquina trituradora y recomponedora de la ingeniera financiera, en cuántas formas financieras distintas está y tampoco nadie sabe en cuántas contabilidades aparece como esa hipoteca enmascarada en o detrás de un activo financiero. De igual manera, una obligación o un bono emitido por una empresa puede ser usado por su comprador  como garantía colateral de bonos que a su vez él emita, y así sucesivamente. No es de extrañar que ningún banco confíe en ningún otro pues todos han jugado hasta la saciedad a crear "capital ficticio".

Pero, ¿qué valor tiene ese "capital ficticio"? Pues como no se corresponde con precisión con elementos de la economía "real" su valor dependerá del mercado, es decir, del valor que "los mercados" den a las diversos formas en las que se plasma el "capital ficticio". Y de ahí la volatilidad de esos mercados, su dejarse llevar por movimientos gregarios ("herd behaviour") al alza y a la baja sin claras razones. Pero resulta patente que, en el largo plazo, o sea, cuando se compensan los movimientos especulativos hay un valor fundamental para los "activos" que componen el "capital ficticio" que se correspondería a la tasa de ganancias que pueden ganar sus propietario, y claro está esta depende de dos cosas: a) la capacidad de generar plusvalía por parte de la economía "real", y b)  entre cuántos "activos" hay que repartirse esa plusvalía. Si, por ejemplo, la generación de plusvalía se estanca por las razones que sea y a la vez crece el volumen de capital ficticio, el tipo de beneficio que  puede obtener cada unidad de ese capital es tendencialmente más bajo simplemente por el crecimiento en el número de "productos financieros" que lo componen. Dicho de otra manera, la ingeniería financiera desde una perspectiva marxista lleva en sí las semillas de su propia destrucción pues al hacer que aumente el número de "activos ficticios" existente acaba desvalorizando a la larga a cada uno de ellos. No es así nada extraño asistir a hundimientos brutales de esos mercados y a la consiguiente desaparición  de grandes cantidades de esos "activos ficticios" como medio de recomponer la tasa de ganancia de los que queden y del  sector financiero en su conjunto. Dicho con otras palabras, el "capital ficticio" es desde la perspectiva marxista un tipo nuevo de factor inestabilizador de la vida económica de las economías capitalistas conforme se financiarizan caracterizado además por su cda vez más rápida recurrencia.

Obsérvese, finalmente,  que desde la perspectiva marxista, los planes de rescate del sistema financiero (ya sea inyectando liquidez comprando activos "ficticios", ya inyectando capital) sólo pueden tener éxito si mediante ellos se transfiere plusvalía del sector real al financiero, lo que sólo puede ocurrir si se genera más plusvalía donde se genera, es decir, si los salarios reales de los trabajadores caen  de modo que aumente la cantidad de plusvalía generada en el sistema económico (cabe también una solución alternativa e improbable  si los capitalistas del sector real aceptan compartir una parte mayor de "su" plusvalía con los del sector financiero), pues sólo de esa forma, es decir,  sólo transfiriendo nuevo valor o nuevo "plusvalor" desde la economía "real" que es dónde se genera hacia el sector financiero  pueden valorizarse unos activos financiewro ficticios sin valor. Dicho de otra manera, sea cual sea la "forma" concreta que adopte la refundación del capitalismo mundial que propone Sarkozy, quienes pagarán los platos rotos serán sólo los trabajadores.   

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