Rankia España Rankia Argentina Rankia Brasil Rankia Chile Rankia Colombia Rankia Czechia Rankia Deutschland Rankia France Rankia Indonesia Rankia Italia Rankia Magyarország Rankia México Rankia Netherlands Rankia Perú Rankia Polska Rankia Portugal Rankia Romania Rankia Türkiye Rankia United Kingdom Rankia USA
Acceder

NO ES MACHISMO: SON LAS MATEMÁTICAS.

                                                              FERNANDO ESTEVE MORA

El otro día oí hablar a una feminista acerca de los problemas de relación de las mujeres de mediana edad con sus parejas, caso de que las tengan, y de su dificultad para encontrar una que merezca la pena, aquellas que no la tengan. En su opinión el problema radicaba -¿cómo podría ser de otra manera?- en que, como corresponde a una cultura machista, o sea, "patriarcal" y autoritaria, los varones carecen de la más mínima sensibilidad o inteligencia "emocional" -como modernamente ahora se la llama-, son egoistas y tratan a las mujeres como objetos, con la consecuencia de que su comportamiento se rige por el elemental y obvio principio de preferir siempre "objetos" más "nuevos" a los más "viejos", "usados" o "deteriorados".


Y me da la impresión que no es la de esta feminista una opinión aislada sino que creo que es ampliamente compartida por la mayoría de las mujeres. Al menos, la experiencia me dice que, conforme me he ido haciendo mayor, más ha arreciado y habitual se ha hecho la queja de las mujeres de mi entorno social acerca del considerado como "típico" comportamiento masculino en lo que atañe a su carencia de lealtad y falta de sensibilidad respecto a sus parejas. No hay mujer, que yo conozca, que no comparta al ciento por ciento la tesis de que un hombre nunca se separa de su pareja si no tiene ya una de "repuesto", siempre más jóven por cierto, y también todas las mujeres que conozco estiman que a los viudos por regla general poco les suele durar el duelo en comparación con lo que les dura a las viudas. Y es el caso que sonados ejemplos de estas situaciones ciertamente que no les faltan a aquellas que así piensan. Abundan así, y mucho, los casos de conocidos políticos, artistas, empresarios o intelectuales que, conforme van entrando en la cincuentena, "cambian de vida" como desde siempre ha exigido la filosofía que hay que hacer para afrontar la vejez y la muerte, pero lo hacen usando una vía filosófica muy especial: la epicúrea o hedonista más que la estoica o senequiata, o sea, separándose de las mujeres que les apoyaron a lo largo de sus carreras (sosteniéndoles en los momentos más difíciles de las mismas tarea a la que sacrificaron en muchos casos las suyas propias) para "liarse" con alegría rejuvenecedora con mujeres mucho o muchísmo más jóvenes. Y, entonces, ¿qué mejor ejemplo se podría dar de la insensibilidad y egoísmo consustancial a los varones, de su materialismo siempre a la búsqueda de "carne joven", que el que ofrecen, no unos incultos barriobajeros, sino estos "prohombres" tan socialmente respetados?


Sucede, además, que el problema que afrontan estas mujeres de mediana edad no sólo es éste, sino que adicionalmente, -y esta también es una opinión genéricamente compartida por todas-, cuando esas mujeres tratan de rehacer su vida se encuentran con una realidad que se puede describir con absoluta precisión mediante el siguiente comentario que una de ellas me dijo hace unos años: "a partir de cierta edad los hombres son como los wáteres de los bares. Si merecen la pena, están ya ocupados, y si no, es que son una mierda".


Pues bien. Podrá ser que así sea, que los hombres sean así, de esa manera tan poco recomendable, ya sea por causas genéticas o por una educación machista y patriarcal. No voy a negar el atractivo narrativo que tiene esta suerte de explicaciones hoy día. Es lugar común y materia de prácticamente todas las comedias de situación que en el cine, el teatro o la televisión pretenden reflejar en clave humorística la realidad social el retratar a los hombres como una suerte de niños caprichosos y egoistas guiados única y exclusivamente por las necesidadades elementales de lo que les cuelga entre las piernas. Quizás sea así, pero aquí, frente a esta clase de explicaciones de corte "idealista" (en el sentido de que presuponen lo que tratan de explicar, o sea que el comportamiento de un individuo o individuos se explica por unas determinadas preferencias o inclinaciones por parte de ese o esos individuos a comportarse de esa manera), los economistas se inclinan siempre por ofrecer una explicación "materialista" alternativa, que busca respuestas a los interrogantes que plantean los fenómenos sociales en otros términos: en términos de oferta y demanda, de costes y beneficios, de premios y castigos, de restricciones y posibilidades.


En concreto, y desde un punto de vista economicista, parece razonable explicar la situación descrita que afecta a las mujeres de mediana edad, no por una preferencia de los varones a comportarse tan poco caballerosamente desde un punto de vista ético, sino como la natural y lógica consecuencia de unas determinadas circunstancias que definen lo que pudiera llamarse la "economía del emparejamiento monógamo". Y esta explicación, que no carga las tintas emocionales contra los varones, me parece más satisfactoria intelectualmente que la otra, la que presupone en los varones una determinadas preferencias simples y vulgares, lo que por cierto no quiere decir que no se pueda encontrar a hombres que así las tengan, sólo que no es necesario realizar esa presuposición para explicar el fenómeno.

Por decirlo de una vez, la explicación que aquí avanzo es que lo que las mujeres experimentan en su mediana edad es, en último extremo, consecuencia directa no de las preferencias y comportamiento autónomo de los varones sino de su reacción a la situación creada por el comportamiento de sus compañeras de género más jóvenes. Es un asunto, pues, enteramente femenino. Cosa de mujeres.


Todo se deriva de la preferencia bien establecida y aceptada fuera de duda razonable que lleva a as mujeres a mostrarse dispuestas a emparajejarse con varones que les superen relativamente (es decir, dentro de unos ciertos límites) en edad. Ahora bien, la consecuencia de esta preferencia en el caso de las mujeres más jóvenes es que sus coetáneos de género masculino no encuentran compañeras de similares edades con las que puedan emparejarse, y no porque no las haya, sino porque ellas se dirigen o sólo están disponibles para los varones más adultos o "maduros". Dicho de otra manera, las jóvenes son escasas relativamente para los jovenes, con las habituales consecuencias económicas que de tal "escasez" se derivan para las jóvenes: alta "valoración" en el "mercado" del emparejamiento sexual y capacidad incrementada de selección de pareja dada la abundancia relativa de varones que hay para ellas.

 

Ahora bien, esta escasez relativa de las jóvenes se revierte, o mejor dicho, causa una abundancia relativa de mujeres de mediana edad, pues en los segmentos medios de edades, los varones se encuentran con que la oferta de mujeres dispuestas a emparejarse con ellos se compone no sólo de aquellas mujeres de similares edades medias, sino también de las jóvenes que no le hacen ascos a emparejarse con hombres de más edad que ellas. Esa abundancia relativa de mujeres para los hombres de edades medias tiene, de igual manera que en el caso de las jóvenes, las consecuencias previstas en Economía: perdida de "valoración" en el "mercado" del emparejamiento asi como una mayor dificultad para encontrar en él pareja adecuada. Precisamente los efectos que la feminista explicaba acudiendo a una psicología particular de los hombres. En suma, que debido a la lógica del emparejamiento monógamo, a un exceso de oferta de varones jóvenes le corresponde inexorablemente un exceso de demanda de varones de edades más altas, cambio "económico" en el que poco tienen que decir los propios hombres sino que es consecuencia de los comportamientos competitivos o rivales de las propias mujeres entre sí.


Un ejemplo puede aclarar este fenómeno. Imaginemos un anfiteatro o un cine donde hay cincuenta butacas ordenadas por filas de cinco y numeradas correlativamente desde el número 20 al 70. Cada butaca "corresponde" a un varón con una edad entre los 20 y los 70 años. Ahora supongamos que entran 50 mujeres de edades entre 20 y 70 años. En principio, cada una se podría sentar en la butaca correspondiente a su edad (o sea, emparejarse con el varón de su misma edad). Ahora bien, si suponemos que las 5 más jóvenes renuncian a sentarse en la primera fila, y se dirigen a la segunda, ello inevitablemente se traduce en que será imposible que todas las demás se puedan "sentar" en sus "correspondientes" butacas, es decir, emparejarse. Cabe un número muy elevado de posibles soluciones, pero en todas ellas, hay cinco mujeres que no se sientan.

 

Una situación probable en este modelo tan simple será que las más jóvenes desplacen a las inmediatamente mayores en un proceso repetido fila por fila, de modo que, al final, las mujeres más mayores no encontrarán pareja: estarán de pie. Obsérvese que, en este ejemplo, los varones no dicen nada, se comportan como muebles insensibles emocionalmente (pues, efectivamente, son butacas, es decir, que no tienen preferencias) y, sin embargo, el efecto agregado es el que las cinco de mayor edad sean expulsadas de ese "mercado" y se quedan solas. Que las mujeres de mediana edad son extremadamente sensibles a la rivalidad adicional que supone la "competencia" de las más jóvenes se plasma en los epítetos que suelen usar ellas mismas para referirse a los efectos de esa situación. Así no es infrecuente oir que las mujeres mayores se refieran a sus competidoras más jóvenes como "pelanduscas" que "quitan o roban" maridos usando "malas artes".

 

Cierto que podría sugerirse que el papel de los varones podría ser diferente, por ejemplo, que lo adecuado por su parte sería que no se aprovechasen de adultos de su inferioridad numérica relativa, que fuesen leales a sus "parejas". Pero, obsérvese, que ello equivaldría en último extremo, a obligarles a no ser racionales, y eso claramente es pedirle mucho a unos seres humanos y pedirle más que mucho, demasiado, a unos seres sujetos como lo están todos a los procesos de selección natural. Como última línea de defensa (o, mejor, de ataque) podría exigirseles a los varones un comportamiento en términos de unas normas éticas, pero claro está, ahí entramos en un terreno enormemente resbaladizo, pues si el modelo es correcto el problema es enteramente femenino e intergeneracional, y entonces, si es así, ¿por qué privilegiar a una generación de mujeres -las más mayores- y no a otra -las más jóvenes- cuando éstas fueron en su día jóvenes?

 

Si ahora se introducen algunos factores sociales adicionales , como el que -a lo que parece- el porcentaje de homosexuales masculinos es superior al femenino, y que la tasa de mortalidad masculina es superior a la femenina conforme los individuos se hacen mayores, factores que, en la analogía del anfiteatro equivaldrían a que conforme las filas están más alejadas, más butacas en ellas están "fuera de servicio", la consecuencia es que el exceso de oferta de mujeres crece en el curso del tiempo para cada cohorte generacional, y el problema y las consecuencias detectadas en el modelo se agudizan.


 

Y hay, además, dos elementos demográficos que refuerzan esta conclusión. En primer lugar está el crecimiento demográfico que al aumentar el peso de las generaciones más jóvenes aumenta el efecto desplazamiento de las mujeres de mediana edad en la medida que hay una cantidad mayor de mujeres jóvenes. En segundo lugar, la emigración, que ha aumentado la rivalidad entre mujeres de mediana edad en la medida que parece darse una clara asimetría entre comportamientos de modo que las emigrantes encuentran más fácil emparejarse con varones nacionales que los emigrantes con mujeres nacionales.


 

Puede pensarse que la explicación "economicista" adolece del mismo problema que la -digamos- alternativa "feminista" en la medida que también parte de unas preferencias "especiales" a la hora de explicar los comportamientos. En este caso, serían las preferencias de las mujeres, y más concretamente las de las más jóvenes que no sólo no serían indiferentes sino que prefirirían emparejarse con varones algo mayores que ellas.

 

El caso, sin embargo, es que se trata éste de un hecho comprobado y que se da en multitud de sociedades y de culturas, y al que se le ha buscado distintas explicaciones. Los psicoanalistas aluden a la pervivencia de unas supuestas relaciones "edípicas" (el llamado "complejo de Electra") que haría a las mujeres más susceptibles a aceptar como compañeros a hombres más viejos. Los sociobiólogos, por su parte con esa tendencia tan suya a humanizar a los animales y deshumanizar a los seres humanos, señalan el efecto de la "erótica del poder", es decir, el atractivo de los varones más viejos vendría asociado a su mayor poder económico -consecuencia de su mayor acumulación de capital humano- y por tanto su mayor capacidad para contribuir al sostén de las crías que es el objetivo que buscaría toda hembra, aún la humana, por razones genéticas (si bien no parece que los genes sean capaces de leer el estado contable de un individuo). Finalmente, otra explicación, más pedrestre pero quizás más realista, estaría asociada al desigual momento de maduración de hombres y mujeres, que lleva a que estas últimas alcancen la madurez sexual antes que los hombres (hecho éste, por cierto, que se ha acelerado en los últimos tiempos en los países desarrollados donde la primera regla les suele venir a las mujeres hacia los 12 años), lo cual marcaría ya desde la adolescencia una diferencia de comportamientos en este terreno por razones meramente biológicas.

 

Sea cual sea la explicación final (y yo me apuntaría a la última) el efecto final es el mismo pues para que el mecanismo descrito conduzca a los resultados comentados da igual la razón última que lleva a la escasez relativa de mujeres jóvenes y dispara, como se ha visto, la inexorable lógica subsiguiente en un sistema de emparejamiento monógamo.
 

6
¿Te ha gustado mi artículo?
Si quieres saber más y estar al día de mis reflexiones, suscríbete a mi blog y sé el primero en recibir las nuevas publicaciones en tu correo electrónico
  1. #6
    Anonimo
    16/12/09 10:30

    Brillante, como de costumbre. Como dijo Diego Cano en clase, "en economía, lo importante es saber tres cosas básicas y saber aplicarlas en todo contexto"...

  2. #5
    15/12/09 22:14

    Si Diego. Junto con la poligamia y las amanetes, el uso de "giggolos" por parte de las mujeres con posibles puede ser un mecanismo corrector, pero obviamente no de la misma importancia que el efecto desplazamiento inicial ¨No crees+.

  3. #4
    Anonimo
    15/12/09 12:46

    Fernando. El consumo snob un poco en sentido Veblen de hombres jóvenes que vienen realizando las mujeres que se lo pueden permitir, caso de generalizarse (no el consumo, que lo hace y siempre ha existido cuando la renta lo permite, sino las mujeres con posibles) ¿no reequilibraría los mercados?

  4. #3
    Anonimo
    12/12/09 01:21

    Buen artículo Fernando, concuerda con mis observaciones, pero cuidado con las desavenencias.

    Paco

  5. #2
    08/12/09 14:07

    Gracias....Pero la verdad es que no sé si debería haberlo escrito, pues acaba de salir y ya me ha causado una desavenencia conyugal.

  6. #1
    Anonimo
    08/12/09 13:58

    PLAS PLAS PLAS

    IMPRESIONANTE EL TEXTO.

    No se si sera cierto, pero si cuadra con algunos comentarios de algunos amigos mios que comentan "ha sido pasar de los 30 y de no comerme una rosca he pasado a un no parar".

    Saludos.