Hay que reconocer que, en los últimos tiempos, la profesión de economista ha perdido muchos puntos, especialmente para los que se dedican a la investigación, al análisis o a la prescripción de políticas económicas. Por el contrario, campan a sus anchas los expertos con máster (eso siendo generoso), los economistas de carrera que han sido abducidos por la política y los opinadores profesionales sobre la causa, que lo mismo hablan de cirugía estética que de geopolítica merkeliana. Con esto no pretendo quitarle a nadie el derecho a hablar de economía –precisamente porque la materia de la que se ocupa tiene mucho que ver con la vida cotidiana de las personas normales y corrientes-. Pero me vais a permitir que reivindique un rato la integridad de la ciencia económica y, de paso, aclarar algunos conceptos básicos. Sin perjuicio de vuestra libertad para contestar, protestar y soltar lo que corresponda en la sección de comentarios.
Pues bien. Que no os quepa ninguna duda de que la Economía es una ciencia. Ciencia social, pero ciencia. Y lo propio de las ciencias no es precisamente la infalibilidad, sino la metodología de trabajo, lo que viene siendo el método científico: alguien propone una hipótesis para explicar un fenómeno, recopila datos e información sobre el mismo, construye un modelo –una representación a escala del fenómeno, condicionada a unos supuestos ideales “de presión y temperatura”- y, finalmente, pone a prueba el modelo para contrastar la hipótesis y validarla, si es el caso, o desecharla.
Es habitual y legítimo criticar a la Economía, y a sus profesionales, por emplear el método científico en el estudio de fenómenos sociales ya que, sin duda alguna, se pueden cometer muchos errores en el proceso. Errores en la toma de datos y en su interpretación. Errores en la selección de las condiciones ideales para que el fenómeno se produzca conforme a la hipótesis de partida –como sucede en el modelo de mercado en competencia perfecta, donde los supuestos de partida son tan ideales que, de hecho, no existen en la realidad-. Errores en la selección de las variables que permiten convertir nuestros argumentos en ecuaciones matemáticas. Y también, por qué no decirlo, errores de mala fe, como los que se dan cuando se buscan los datos y la información adecuada a la conclusión que queremos obtener, o cuando echamos mano de las teorías de la Escuela que más nos convenga. Vamos, que la ciencia económica no es precisamente infalible y, menos, teniendo en cuenta que los fenómenos sociales necesitan de varios enfoques: la Psicología, la Sociología, la Historia, etc. también tienen algo que aportar a la explicación de las cosas.
Por si fueran pocas estas limitaciones, hay que añadir que las personas evolucionamos y no siempre somos tan predecibles como a veces parece. De ahí que muchas teorías que fueron válidas en su momento han caducado con el paso del tiempo. Le ocurrió a la curva de Philips (la relación inversa entre inflación y desempleo, ya que pueden convivir perfectamente). Le sucede a la teoría de las expectativas racionales, que ya no nos sirve para explicar los vaivenes de los mercados financieros. Las teorías micro sobre el desempleo están en permanente revisión, y ahí están algunos Nobel para demostrarlo. Y prefiero no mencionar lo que ocurre cuando pretendemos trasladar recetas de política económica que fueron válidas en 1921 a nuestro contexto actual.
En fin, se puede criticar a los economistas por equivocarse, pero no por falta de método. En contraste con la alternativa de aficionados y opinadores varios que trabajan sobre la base de titulares de prensa, datos precocinados y argumentos bienintencionados de fácil encaje en la opinión pública mayoritaria. Hoy día, la ciencia económica ya tiene literatura y rodaje empírico suficiente para advertir a las autoridades políticas de lo que puede funcionar o no, para no caer de nuevo en la misma piedra. Y, a la vez, existe la capacidad de autocrítica necesaria para seguir afinando los modelos y acercándolos a la realidad, con la ayuda de otras ciencias y de las nuevas tecnologías. Lo que ocurre es que hay que seguir leyendo, estudiando, comparando, observando. Y es más fácil criticar a los economistas porque en 1º de carrera –el mismo punto en el que se quedaron algunos- te enseñaron unas teorías muy raras –todas neoclásicas, y eso que el padre de la macro fue Keynes- que no se cumplen nunca. Eso, y lo de la Estadística, que miente más que habla (ironic mode on).
La ciencia económica nunca ha pretendido ser una bola de cristal, ni tampoco tiene como objetivo construir un mapa a escala real, porque no serviría de nada. La ciencia económica sí ofrece una caja de herramientas útiles para la explicación de los fenómenos sociales y una hoja de ruta para la toma de decisiones consistentes en el tiempo. Otra cosa es que las autoridades de turno se sirvan de esa inestimable ayuda, como tampoco tienen en cuenta las aportaciones de ingenieros, educadores, médicos, juristas, etc., que son verdaderos expertos (con título y rodaje) en lo suyo.
Para terminar: ¿hay espacio para los juicios de valor, para las opiniones mejor o peor fundamentadas? Desde mi punto de vista sí. De hecho, soy consciente de que en este blog hay mucho de juicio, de argumentos pre-académicos, sobre todo en el terreno de política económica. Tanto si hemos estudiado algo de Economía como si no tenemos ni idea del tema, considero que es bueno aportar ideas al debate, y ya se encargarán los “doctores de la iglesia” de validarlas o desecharlas. Eso sí, un respeto a las canas de los que ponen el método científico por encima de la propia ideología. Que los hay.
Bien, espero que la parrafada no haya sido demasiado larga y os queden ganas de debatir.
Buen fin de semana, S2.