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               La crisis energética demoledora y la inflación fuera de control tanto por tensión de demanda como diversos problemas de oferta, especulación,  conflictos bélicos geopolíticos y geoestratégicos ya vienen originadas del año pasado, no es del año 2022.  La transición energética  tenía que haber previsto un plan B en el que carbón, nuclear, gas y petróleo no fueran estigmatizados con excesivo apresuramiento.  Los precios ya se comenzaron a descontrolar en la segunda mitad de 2021 y repuntaron con mucha fuerza: gas,  petróleo o carbón registraron variaciones interanuales extraordinarias y premonitorias: +290%, +50% y +47%, respectivamente, lo de los derechos de emisión de CO2 es ya la locura y en parte por mala gestión y previsión política desde posiciones buenistas y de ecologismo folclórico. Desde luego también durante 2020 estos precios fueron muy  bajos por la menor demanda de energía derivada del shock Covid sobre la demanda de energía, pero siguen siendo muy altos los niveles de 2021 si nos  remontamos a 2019. 

               En los comienzos del verano de 2022 todo apunta a que nos enfrentamos a una severa crisis energética y que va por la senda de ser la peor desde la década de los 70 del pasado siglo, incluso pudiendo llegar a superarla en el peor de los escenarios.  Los peores augurios se van confirmando aunque  la inflación y la necesidad de controles de precios no es todavía como la de hace medio siglo pero vamos en camino. En este contexto y con un próximo invierno amenazante con agravarse la crisis debido entre otros aspectos a  las consecuencias de la invasión de Ucrania por parte de  Rusia, dicha guerra no debe considerarse la causa y detonante,  pero qué duda cabe que es un factor tensionador y dinamizador negativamente de la crisis por sus impactos sobre precios ya anteriormente descontrolados del gas, derechos de emisión de CO2,  petróleo, carbón y otras materias primas. 

               La tan imprescindible sostenibilidad y transición energética hacia energías renovables debe hacerse con más prudencia y anticipación, de manera que el nuevo modelo energético al que queremos llegar puede perfectamente necesitar inversiones y todo tipo de ayudas fiscales y financieras en combustibles fósiles y energía nuclear, así como un mejor análisis y  regulación del mercado de derechos de emisión de CO2.  De lo contrario ya vemos los efectos de una fuerte demanda energética, especulación,  falta de inversiones en todo tipo de energías, así como  problemas de todo tipo con la oferta energética y de materias primas incluyendo interrupciones. 

               La clase política, especialmente en la Unión Europea, debe plantearse con más rigor económico, financiero y empresarial, sin presión de dogmas, prisas y ecologismos folclóricos,  la transición energética y el cambiante  mix o mezcla de energías, así como los mecanismos de formación de precios, incluyendo también buenas dosis de realismo financiero geopolítico y de relaciones comerciales.  De lo contrario, la ciudadanía no percibirá adecuadamente los peligros del cambio climático y el calentamiento global en contexto de transición energética sin sobresaltos. Conviene tener mucho mejor preparado el largo proceso gradual ya que de lo contrario la espiral inflacionista y otros aspectos como la subida de tantos de interés acabarán con las expectativas de recuperación , entraremos de pleno en  recesión y en un alarmante estado de crispación social y serios problemas de dificultad financiera por parte de particulares,  empresas, corporaciones públicas y los propios estados.

    Luis Ferruz / Escritor y economista / 
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