Nadie se dedica a la recogida de basuras si no le pagan por ello. Con el oro y la plata está ocurriendo lo mismo. Los bancos quieren que te lleves su oro y, como nadie lo quiere, no les queda más remedio que pagar para que alguien se lo quite de encima.
Aquí se puede ver que los precios del préstamo de los 4 metales preciosos están en negativo. O sea, el que tiene el metal le paga a alguien para que se lo lleve y lo quite de su vista.
¿Qué motivo puede tener alguien para asumir el riesgo de dar prestado algo y pagar encima?
Motivos legales y confesables, ninguno.
Motivos turbios y poco honestos, muchos. Vamos a repasarlos.
Hay muchas entidades que poseen metales preciosos y no pueden venderlos, por ejemplo:
- Los bancos centrales, porque para vender tendrían que pedir permiso (salvo en el caso de Solbes, que era cónsul plenipotenciario cuando vendió el oro a menos de la mitad de lo que cotiza ahora).
- Los depositarios de metales preciosos, pues en sus libros debe constar que mantienen la propiedad de todo el metal que tienen bajo su custodia.
- Los ETFs sobre metales, como el GLD y el SLV, que “deberían” poseer el metal físico que dicen los libros, y que es posible que sólo tengan en sus cámaras acorazadas promesas de que alguien les debe ese metal.
Muchas de estas entidades, sobre todo los bancos centrales, quieren que el precio de los metales se mantenga bajo. Ello es debido a que el precio de los metales actúa como el canario en la mina: avisa a los desavisados súbditos que el papel moneda pierde valor.
La única forma de lograr que algo baje o, al menos, que no suba, es vendiendo, pero ya se ha dicho arriba que no pueden vender. Eso les obliga a ejecutar el plan B: dan los metales prestados, sabiendo que el que los coge en sus manos lo primero que hace es venderlos y con ese dinero autoadjudicarse unos jugosos bonus por los resultados de su empresa. De esa sutil manera se consigue que las ventas del metal hagan bajar los precios. Mientras, en los libros de las entidades que los han prestado, esos metales constan como de su completa propiedad. Todos contentos.
Como durante una tendencia primaria alcista, como la que tienen los metales, hay pocos locos dispuestos a pedir prestado metal para venderlo, porque saben que al final lo tendrán que recomprar más caro, no hay más remedio que incentivar esa locura pagando al que se lleve el metal.
Es una forma sutil pero muy potente de falsificar oro y plata, y que no se detecta tan fácilmente como rellenar los lingotes de tungsteno.
El resultado final es que tanto el oro como la plata que están contabilizados en almacenamiento, custodia o reservas de cualquier tipo, en una gran parte no existe, sólo hay unas promesas de bancos, en su mayoría insolventes, que deberán restituir ese metal.
Pero, sabiendo que los metales están alcistas, ¿qué motivos puede tener alguien para pedir prestado metal y venderlo?
Sólo uno: alargar su quiebra un poco de tiempo más y seguir cobrando el sueldo y los bonus.
Los bancos quebrados encuentran en estos préstamos una solución a sus problemas de liquidez, tomando prestado metal y vendiéndolo en el mercado. Lógicamente, esa operación les produce pérdidas que aumentan su insolvencia, pero ¿eso a quién le preocupa? Mientras no se descubra el pastel viven como Dios, incluso se atreven a afirmar en público que hacen el trabajo de Dios.
Los que prestan el metal saben que nunca más lo volverán a ver, pero, ¿qué importa? El metal no es suyo y las pérdidas billonarias las pagarán los tontos de siempre.
Dicen los aficcionados a las conspiraciones (entre los cuales no me encuentro), que por cada onza de metal circulan entre 50 y 100 onzas en promesas de papel. El día que alguien se empeñe en querer tocar el metal que consta en los libros de contabilidad, se va a armar la gorda.