Yo, que puedo decirme liberal keynesiano, entiendo ambas posturas aunque estoy mucho más cerca de la de Corso.
He discutido en multitud de ocasiones acerca de este tema en foros de economía -en burbuja.info, por ejemplo, cuando era un foro de economía y yo escribía con otro nombre-, y la conclusión es siempre la misma: en economías modernas, y no en robinsonadas decimonónicas sólo realmente existentes en las supersticiones ancap, el capitalismo es inseparable de la democracia y esta requiere de ciertos mecanismos de ajuste social que tienen su génesis en lo social y no en lo meramente económico. Porque suponer, además, que existe una economía ajena al orden material en que se implanta -esto es, en los Estados modernos- es reducirla a una crematística sólo posible en el delirio del imposible "capitalismo de tenderos" del que hablaban Sraffa y Dobb.
No existe capitalismo moderno sin Estados, sin gobiernos, sin impuestos y sin gasto público. Porque el capitalismo en las democracias liberales occidentales se fundamenta en una abstrusa pero eficaz libertad de elección en el mercado de bienes y servicios, correlato de las urnas, de las cuales emergen las fuerzas políticas que despliegan -de uno u otro modo pero garantizando unos mínimos absolutamente infranqueables, incluso los llamados partidos comunistas- las condiciones materiales para que esa libertad de comercio se materialice en la sociedad. Es decir, no existe ni puede existir capitalismo ni comercio al margen de los Estados modernos, y no existen tales sin las cargas impositivas que los sustenten y les permitan sostener la recurrencia de los intercambios.
Los Estados -y el capitalismo que sólo en ellos se despliega; pues no lo hace en la Utopía anarcoliberal- proveen las infraestructuras donde los capitalistas producen y comercian, así como el sistema judicial que garantiza la propiedad y respalda los acuerdos y contratos; también el Estado sufraga las fuerzas del orden público que aseguran la paz social y permiten que ladrones y criminales no amenacen los intercambios comerciales libres y voluntarios; los ejércitos, y la dialéctica que mantienen, evitan las guerras internas dentro del orden del capitalismo, como evitaron la indeseada confrontación con el bloque comunista, en la que los adalides del comercio nada hubieran ganado, y llevan procurando un equilibrio mundial de casi un siglo en el que el capitalismo se ha desarrollado como nunca antes.
Puede discutirse, de hecho, el grado de involucración de los Estados en el orden económico, pero no puede decirse que ese orden capitalista sea posible sin ellos, o tratando de disgregarlo como si sólo fuera una parte de ello, y no, como se dice en filosofía, una pars totalis, sin la cual no puede existir -no que no exista, sino que no puede existir- el todo.
Ahora bien, si lo que se discute es si el nuevo impuesto de patrimonio puede desincentivar la acumulación de capital imprescindible en una economía capitalista moderna, y generar ciertos desequilibrios funcionales, mi punto de vista es que sí, y que ahondar en ese camino es ruta segura hacia el desastre. Si, en cambio, lo que se discute es si es posible un Estado capitalista sin Estado -sin impuestos, sin mecanismos de compensación social y si provisión de bienes públicos-, en la propia duda ya está la certeza de la respuesta.