Sin lugar a dudas, los fondos de inversión son una de las herramientas más útiles que existen para que cualquiera pueda realizar una planificación financiera adecuada a sus necesidades y nivel de riesgo. Por ello, considero que, antes de analizar el papel de este tipo de productos dentro de nuestra cartera de Renta Fija, y pese a que es un instrumento financiero muy conocido, conviene recordar cuales son tanto las ventajas como los inconvenientes que pueden aportar a la hora de canalizar nuestras inversiones a través de ellos.
En términos generales, los fondos de inversión aportan algunas ventajas claras y evidentes. Por un lado, son un método sencillo de diversificar los riesgos; el aumento de los importes invertidos (en comparación con la inversión individual y directa en acciones o títulos de Renta Fija) permite acceder al inversor a una mayor diversificación que, en función de los fondos elegidos, puede afectar tanto al tipo de activos, como al ámbito geográfico, los sectores, las divisas, etc. Permite, asimismo, acceder a determinados tipos de activos que, si quisiésemos afrontar de forma individual, nos podría ser sumamente complicado afrontar; así, si nuestro importe a invertir no es muy elevado, pero queremos acceder a una cartera diversificada de Renta Fija, que incluya emisiones desde 1.000€ a 1.000.000$, los fondos de inversión son la herramienta adecuada. Estas economías de escala aportan, a su vez, otra ventaja añadida, que es la reducción de costes asociados a la inversión. Si intentásemos replicar la cartera de algún fondo de inversión global, o especializado en países emergentes, los costes que asumiríamos (comisiones de compra venta, corretajes, comisiones de depósito…) podrían multiplicar varias veces los que aplican los fondos de inversión.
Otra clara ventaja es la fiscalidad de estos productos. Sin duda, el hecho de poder traspasar las inversiones entre fondos de inversión sin necesidad de tributar las plusvalías generadas, hace de este uno de los instrumentos de inversión más flexibles y útiles desde el punto de vista fiscal. Así, en caso de haber realizado una inversión correcta y haber obtenido un beneficio, no será necesario tributar hasta que hagamos líquida nuestra inversión, de manera que podríamos posponer la tributación por los beneficios generados de forma indefinida. Si, por el contrario, el resultado de nuestras inversiones no es el esperado, y contamos con rendimientos de capital mobiliario o plusvalías generadas por otros productos, siempre podremos compensar estos con la pérdida obtenida en nuestra inversión en fondos, siempre, claro esta, que vendamos y no traspasemos el fondo, y que esta inversión no “arrastre” un beneficio previo de otra inversión en fondos.
Otras consideraciones a tener en cuenta, y más en los tiempos que corren, es el grado de seguridad que aportan a nuestras inversiones, ya que, por un lado, son patrimonios separados, es decir, en caso de quiebra de una entidad financiera no entran dentro de su balance, por lo que no necesitan Fondos de Garantía. La elevadísima liquidez de estos productos es el segundo punto de seguridad a tener en cuenta, ya que, salvo casos muy excepcionales (y, por otra parte, muy sonados, y circunscritos a tipos concretos de fondos), este tipo de producto puede hacerse efectivos en cualquier momento, lo que proporciona cierta seguridad en caso de que suframos algún imprevisto.
A tener en cuenta, a su vez, es el hecho de que, a través de estos productos, podemos delegar la gestión de nuestras inversiones. Este hecho tiene su vertiente positiva y su parte negativa. La parte positiva es doble; por un lado, podremos ponernos en manos de excelentes profesionales, que cuentan con grandes medios tanto materiales como humanos, para optimizar la gestión de los patrimonios de estos productos; esto hace que, en la medida en la que confiemos en estos gestores, podamos evitar tener seguir los mercados día a día, lo que es determinante para determinados inversores que, por distintos motivos, solo pueden hacer un seguimiento de sus inversiones “de cuando en cuando”. La parte negativa de esta “delegación” es que perdemos el control directo de nuestras inversiones, lo que, para aquellas personas con un nivel medio-alto de conocimientos financieros, puede suponer un hándicap, al no trasladar esos conocimientos al día a día de sus inversiones.
Obviamente, un punto en contra de este tipo de productos es que no son la herramienta más adecuada para realizar inversiones si buscamos entradas y/o salidas de determinados niveles “técnicos”. Es decir, no son instrumentos para realizar trading, ya que la filosofía de estos productos es la de ser mantenidos a medio/largo plazo, con el fin de evitar la volatilidad que pueda darse en periodos cortos; de hecho, la única operativa a corto con este tipo de instrumentos que puede ser tenida en cuenta es la optimización de una punta de tesorería a través de fondos monetarios. Sin duda, para el resto de operativa conviene utilizar otros instrumentos, desde acciones a ETF, pasando por las distintas variantes de derivados financieros (solo recomendables para inversores con conocimientos muy muy elevados).
En definitiva, a la hora de realizar una planificación financiera a largo plazo, los fondos de inversión deben de ser tenidos en consideración, ya que las ventajas que pueden aportar al inversor medio son mucho más importantes que los inconvenientes que tienen, sobre todo si se cuenta con asesoramiento adecuado.