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El mundo biológico ama el orden. Eso es un hecho de fácil observación. Las plantas, los animales, repiten monótonamente sus comportamientos día tras día, mes tras mes, año tras año, con las previsbles variaciones que les prescriben los ciclos climáticos, como el ciclo anual de las estaciones, en algunas zonas. Mírese, si no, por ejemplo,  un rebaño de de cebras pastando en la sabana africana en un reportaje de la 2. Todo el grupo y sus componentes individuales no hacen sino repetir los mismos comportamientos que hicieron el día anterior,  y lo mismo pasaría con un cardumen de peces o una bandada de aves.

 

De vez en cuando, no obstante, el caos se apodera de las vidas de los seres vivos e irrumpe, desarticulándola, esa monotonía repetiva. Se trata de un caos "no deseado", "no querido", pues es costoso. Una leona, un depredador aparece. De repente, todo cambia, el miedo a la muerte o el instinto de supervivencia desata una serie de movimientos más o menos alocados y desordenados en todos mientras tratan de escapar de la amenaza de ser cazados...pero tras un breve periodo que puede no durar más de unos breves segundos en que el pánico y el movimiento se ha apoderado de todos, la tranquilidad y el orden vuelven. La rutina se impone, las cebras retornan a sus monótonas actividades casi instantáneamente (por eso no tienen úlceras, decía el biólogo Robert Sapolsky en un maravilloso libro con el mismo título). La leona, también, vuelve a su monotonía de animal depredador que la lleva a estar tumbada mientras nadie invada su territorio o el hambre y la sed disparen sus "instintos". Todo, pues, vuelve a su aburrido y económico devenir. Nadie en la Naturaleza desgasta energía inútilmente excepto los jóvenes en época de celo, pures ello pone en riesgo la supervivencia. La diversidad del  mundo biológico, que tanto nos asombra, no es sino la variopinta expresión de un  principio físico universal: el principio económico de conservación de la energía. Sólo las muertes y los nacimientos interrumpen brevemente el orden, la cansina repetición de pautas, en el mundo de los animales y las plantas.

 

Los hombres son animales, pero algo más. Y ese algo más creo que se puede situar en el atractivo que el desorden, el caos deseado, querido, pese a sus costes, tiene de vez en cuando sobre sus vidas. "Atractivo" que resulta de su desapego al aburrimiento, a la monotonía. Eso es su "alma". Por supuesto que ese "atractivo", ese "gusto" por el desorden, en la medida que es costoso, no todos y en todo momento se lo pueden permitir, se lo pueden financiar, aunque, como "especie", los humanos hemos sido capaces de conseguir en nuestras actividades productivas un excedente que podemos derrochar si así nos place....y nos suele "placer" con mucha frecuencia tanto a nivel individual como colectivo.  Una vida repetitiva al extremo, aburrida hasta el infinito sería -como se dice- como "estar muerto en vida". Por eso, para los hombres, la pérdida de la libertad, el encarcelamiento es un castigo. Para un animal estar en una "jaula", en una prisión,  no le reporta ningún castigo siempre que satisfaga sus necesidades biológicas, incluidas las de andar y moverse. Los zoológicos  modernos creo que son por ello espacios perfectamente vivibles para los animales, y por ello, pueden hacer todas sus funciones biológicas en ellos. No sucede lo mismo para los humanos. Una carcel, incluso tan bien dotada como se dice que lo está la de Soto del Real, aunque sea una jaula de oro, no deja de ser una odiosa cárcel. 

 

La fiesta, los carnavales, la orgía, las revoluciones, los excesos de todo tipo, los deportes, las guerras, la locura, las rupturas con la monotonía, el caos porque sí, porque es divertido, los comportamientos arriesgados, ...son lo humano por excelencia. (Véase esta antigua entrada a la hora de explicar las fiestas y sus derroches https://www.rankia.com/blog/oikonomia/428794-fiestas-derroche-economia. ) No hay nada peor, por ello, que ser aburrido y aburriente. Es ser, auténticamente, sólo un animal.

 

Pero,también,  aunque no lo seamos enteramente,  somos animales. Ello quiere decir que, como cualesquiera otro ser vivo, tampoco podemos vivir una vida sin orden ni control. Y de ahí la necesidad del poder. El poder es el mecanismo mediante el cual los humanos vuelven a instaurarse el orden en sus vidas como les prescribe la naturaleza tras un periodo orgiástico, descontrolado, divertido al extremo. Hace años ví con mis propios ojos cómo una niña de cuatro años, metida en la vorágine del juego y el descontrol tan característico de esa edad, en las que los retoños de los humanos no saben cómo parar, más que cansada estaba ya agotada, pero como no podía dejar de jugar, de divertirse, como carecía de la capacidad para controlarse,  requería entre lágrimas  a su madre para que usara de su autoridad, llegándole a echarle  en cara que no la "castigara", y la obligase o forzarse a retornar a la monotonía del lavarse los dientes e irse a la cama., 

 

 Las revoluciones  devoran a sus propios hijos. Tras toda revuelta viene luego la calma, la contrarrevolución y la restauración del orden. Todas las revoluciones acaban fracasando, pues, como decía Goethe, los hombres acaban prefiriendo el orden a la injusticia. Y acaban pidiendo que se reinstaure el orden que les permita vivir sus vidas biológicas de cebras y leones.

 

Nada más esencialmente humano, entonces, y, a la vez, tan antinatural, que aquella idea de la revolución permanente que enarbolara Leon Trotsky o también la inquietud revolucionaria que encarnaba Ernesto "Che" Guevara y le llevó  desde un despacho de La Habana a morir en una montañosa quebrada en Bolivia. 

 

En estos días está sucediendo o ha sucedido una suerte de revuelta-fiesta en Barcelona y en toda Cataluña. La "fiesta" de la independencia. Una fiesta revolucionaria que, como toda fiesta que se precie, es colectiva y  conlleva una alteración del orden público y social. Los independentistas han tenido un éxito claro en las calles arrastrando a sus  ilusiones  rupturistas con el orden político establecido no sólo a los jóvenes, que son quienes biológicamente están más capacitados para aguantar el caos pues sus máquinas corporales son eficientes, sino también a multitud de viejos que, en la medida de lo que les permite sus magras posibilidades físicas, también se han "echado a la calle" para disfrutar de los últimos retazos de vida auténticamente humana, es decir, festiva o descontrolada, que les quedan (convencidos, eso sí, de que sus pensiones están garantizadas, y de ahí su aburrimiento con su vida insulsa). Y, como era de esperar, se han sumado a ella los más ricos, aquellos que más se aburren en sus vidas cotidianas tan bien cubiertas de los riesgos y las amenazas de los "depredadores" económicos y financieros (por ello es incomprensible el que haya sedicentes izquierdistas en Podemos y agrupaciones políticas similares -la CUP, los "Comunes" y demás- que diciéndose defensoras de los que están "abajo", que poco tiempo tienen para aburrirse en un mundo competitivo,  se hayan metido en esa "fiesta" que tan sólo lo es para los más pudientes y que viven bien seguros lejos de los vientos de la competencia).

 

Sí, cierto es. Tan fuerte puede ser el atractivo del desorden, de la fiesta, de la orgía....al menos durante un tiempo. Pero, me da que,  la necesidad biológica, natural, físico-matemática, de orden se irá  imponiendo, incluso entre los más "juerguistas" de entre los independentistas. Y ya se han ido oyendo peticiones de que el poder interviniera restaurándolo, de modo que las gentes puedan volver a sus quehaceres monótonos, habituales y privados. Tengo para mí que muchos de los catalanes rebeldes, como en el caso de la hija de mi amiga, en el fondo de sus cuerpos (y, ¡quién sabe!, quizás también de sus almas) estaban ya deseando que el Estado aplicase el 155, que la fiesta acabase ya. Demasiado tiempo de descontrol, ¿no? No es que quieran que la "fiesta" de la independencia acabe para siempre, no...pero como  pasa con toda otra fiesta popular, habría llegado el momento de dejarla... hasta el año que viene. 

 

 

                                                                                                                   Fernando Esteve Mora

ADDENDA: Veo en EL PAÍS de hoy (31/9/2017) la siguiente viñeta de EL ROTO. Va como anillo al dedo al texto anterior

El Roto

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