En mis predicciones para el 2008 me aventuraba a señalar que este iba a ser un buen año para el transporte público y malo para el privado. De esto último no andaba yo muy desencaminado. Al precio de la gasolina hay que añadirle el acoso fiscal para las matriculaciones de nuevos vehículos contaminantes y otras iniciativas como la del excelentísimo ayuntamiento de Berlín, que limita el acceso rodado al centro de la ciudad. Si bien no es la primera ciudad en plantear una medida de este tipo.
Ante acciones a la europea como esta hay dos tipos de reacciones a la española. La progresista cabreada (a ver si aprendemos de los europeos) y la liberal cabreada (a mí nadie me puede coartar mi libre movimiento). Yo me decanto por la primera, aunque sin demagogias ni cabreos. Y es que no pasa nada por copiar lo que funciona en otra parte, como sucede, por cierto, con las ayudas continentales al alquiler o a la familia, que proliferan en países conservadores y socialdemócratas.
En cualquier caso, con políticas activas o sin ellas, hay que enfrentarse a dos hechos consumados: el cambio climático y el colapso de las ciudades. Y la única salida es la apuesta por el transporte público y la cultura de la movilidad sostenible. Eso que mi paisano, el alcalde, ya tiene sobre el papel en forma de metros ligeros y macrozonas peatonales. Aunque ya vamos con retraso respecto a Bilbao, no por la variedad de transportes alternativos que luce con orgullo, sino porque allí ves a ejecutivos encorbatados agarrados a la barra del metro sin ningún complejo y aquí lo vamos a tener más crudo para cambiar ciertos prejuicios.
Espero que mi predicción sobre el transporte público se cumpla en 2008. Si no, ya nos lo apuntaremos como asignatura pendiente para los siguientes. De lo que estoy seguro es de que el coche va a tener que acostumbrarse al parking, y si no es por conciencia verde será por la fuerza de los hechos.