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De la hipocresía, la envidia y la autocrítica

El ingreso de Grecia en el euro en 2001 me cogió en plena época universitaria. Por entonces, los que íbamos teniendo una opinión propia sobre el proceso de la moneda única ya veíamos que aquello de los criterios de convergencia era poco menos que un cuento chino, una suerte de que viene el coco. España había entrado con unas cifras de déficit, inflación y tipos de interés bastante potables pero con un volumen de deuda pública superior al 60% del PIB. Así que Grecia entró bajo la consigna de pelillos a la mar. Y con el tiempo hemos visto que, en cuestiones como el déficit público, algunos países se han pasado sus compromisos macroeconómicos por el Arco del Triunfo. Con esto no voy a justificar a nadie, ni a comparar unas economías con otras, pero un pelín de hipocresía con el tema griego ya hay. No en vano, la palabra hipócrita viene del ídem y significa, etimológicamente, la deficiencia (hipo-) en la habilidad de decidir (krinein) que es precisamente el problema original del proyecto europeo, más allá de las tragicomedias locales y las coyunturas desfavorables. Lo que sea que se haya decidido sobre Grecia -y yo tengo problemas para enterame- ha llegado muy tarde. Y se venía venir (sí, ya lo decía yo).
 
 

Lo de España es otro tema. El chaparrón de críticas oficiales que nos está cayendo -más que justificado, por supuesto- viene contaminado con el veneno de la envidia, que ya sabemos que es muy mala consejera. Se podría aplicar lo del anuncio: en el fondo les encantaría tener nuestra selección. Y ahora en serio: algo de manía ya nos tienen algunos. Porque por mucho que toquemos el componente estructural del déficit público y del desempleo -y en esto estoy más cerca de Adolfo Domínguez que de Rajoy, ya os contaré por qué- seguimos teniendo un problema de demandas y ofertas muy mal avenidas. En la línea de algunos artículos anteriores, vuelvo a decir que nuestras autoridades -las vigentes y las potenciales- tienen muy poco que hacer por la economía. Y lo poco que pueden hacer está condicionado por las urnas. Lo saben aquí, en Bruselas y en la City. Así que podemos seguir hablando del Gobierno y de la oposición, si os parece, pero no en términos de que lo de fuera siempre es mejor.
 

Sí es cierto que algunos diagnósticos que vienen de fuera son bastante acertados, como el enésimo de Paul Krugman, que leo traducido a través de GurusBlog. Acertado en su análisis, no en el España-está-peor-que-Grecia, que apenas da para un titular de Intereconomía. Parte del problema que hemos tenido con el ladrillo procede de las entradas de capital extranjero -los mismos buitres que critican las ayudas europeas a los PIGS venían a veranear a Marbella y alrededores, aunque por lo menos ocupaban los inmuebles por una temporada-. Así que cuando hablemos de la crisis española, no olvidemos de que las responsabilidades están muy bien repartidas.
 

Echo de menos un factor relevante en el análisis de Krugman: de cómo estando peor que nuestros vecinos seguimos tan tranquilos -y perdón por la simplificación macroeconómica-. Y es que España puede tener un 20% de su población activa en la estacada y no parece que las calles estén ardiendo. Krugman se olvida de que España cuenta con una estructura social basada en la familia que, a pesar de todo, mantiene una potencia económica fabulosa. Las familias, para bien y para mal, son las que permiten que haya hordas de jóvenes estudiando o preparando oposiciones, inhiben la necesidad de movilidad geográfica y funcional y, en definitiva, aguantan cualquier embestida que sufra la economía. Y aquí es donde creo que debemos hacer autocrítica: podemos seguir relajados encima de este cómodo colchón, o podemos incentivar a la gente para que salga, emprenda y renueve las fuerzas productivas de la economía. No estoy seguro de que un Gobierno pueda hacer esto movilizando sólo recursos públicos, creo que la solución está más en un cambio cultural y, claro: es más fácil tocar la indemnización por desempleo y la edad de jubilación que proponer ideas nuevas a las masas, para que sean ellas las que las lleven a cabo.
 

Ya hace tiempo que la pelota de la crisis se cayó del tejado de las instituciones. ¿Seremos capaces de generar una batería de soluciones personales a la crisis?
 

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