Vivimos una crisis de ideas formidable. No sé por dónde va el ministro cuando pide imaginación a los agentes económicos pero entiendo que, una vez agotada toda la gama keynesiana de recetas -vía gasto público o vía garantías- no queda otra que adentrase en el apasionante mundo de las reformas. No olvidemos que nuestro desempleo doméstico tiene un componente coyuntural -achacable al ciclo y la situación financiera- pero también hay un elemento estructural, de forma que, en el mejor de los mundos, nuestra tasa de paro no bajaría del 8% ni maquillada. Y este problema sólo se resuelve tocando ciertos resortes, hasta ahora intocables, en el sistema productivo.
Lo malo es que, llegado este punto, los gurús de turno no saben ver más allá del despido libre y la supresión del salario mínimo. Recomiendo, para no repetirme en argumentos ya conocidos, este artículo de El Blog Salmón. La realidad es que mi generación ya trabaja en condiciones de flexibilidad total de hecho y de derecho. Pero diré más: a la hora de despedir, es escandalosa la diferencia entre los trabajadores de mayor antigüedad -que no de mayor calidad, si me permitís- y los que hemos llegado al mercado en los últimos diez años. No quiero resucitar la vieja discusión sobre insiders -los fijos intocables- y outsiders -los temporales indefensos- porque no es cuestión de abrir fisuras entre camaradas. Pero, a día de hoy, el trabajador que entra no posee ningún derecho ni tiene posibilidad de adquirirlo en un sistema que vive en la eterna inestabilidad e ineficiencia por ahorrar cuatro cochinos euros. Y si para un trabajador un cambio de aires cada cierto tiempo puede ser hasta beneficioso, para el sistema productivo es perjudicial. El despido libre, tal y como lo plantean algunos como Aznar sólo sirve para premiar la mala gestión y la rotación en las plantillas.
Hace falta un cambio de cultura empresarial para que el trabajador deje de ser considerado un gasto prescindible para convertirse en la piedra angular de la empresa. Y también es necesario que el currito modifique su configuración funcionarial, para implicarse más en los objetivos corporativos. Hay que tocar temas como la movilidad geográfica, la calidad de la formación profesional, ocupacional y continua, incentivar al emprendedor con la misma pasión con que se premia al propietario de una vivienda y, por supuesto, despenalizar fiscalmente los rendimientos por trabajo, con independencia de que procedan de uno o de ocho contratos, de horas ordinarias o de horas extras.
Sólo un detalle más: lo que se haga por la vía de las reformas tardará en surtir efecto. Pero no se puede esperar a que la tasa de paro esté en el 17%. Ya vamos con retraso, señores.