Cuando ahora todo el mundo echa las culpas al mercado, yo sigo defendiendo que el espectáculo de la oferta y la demanda debe continuar. Asumo que el modelo económico que nos enseñan en las Facultades falla más que una escopeta de feria, de ahí que todos estemos de acuerdo en que el Estado medie para la provisión de servicios públicos y para garantizar el correcto funcionamiento del sector privado. Pero no se puede culpar a la teoría cuando la práctica se ha revolcado impunemente en situaciones de información, no ya incompleta o imperfecta, sino falsa. Y cada uno que se aplique el cuento: inversores que metían dinero en productos de alto riesgo vestidos de piel conservadora, compradores de vivienda que intercambiaban su alma con la promesa de que su precio nunca baja y la deuda nunca sube, incautos que se arrojaban en manos de reunificadoras despiadadas que se aprovechan del que no se lee los asteriscos, etc. Lo siento: lo advertí. Eso no era mercado.
Me vienen estupendamente dos perlas que acabo de leer en El Economista. La primera desde el Banco de España, por boca del subgobernador: "no necesitamos más, sino mejor Estado, y no menos, sino mejor mercado". Palabras que suscribo, emocionado, mientras miro con sospecha algunos puntos del nuevo Plan de Vivienda. La segunda afirmación, del señor presidente de los promotores y constructores: "estoy absolutamente convencido de que si hubiera dinero para comprar no habría que preocuparse por el precio". Vamos, que con este tipo para qué queremos más. Le remito al señor Galindo a un próximo posteo, en plan Barrio Sésamo, para explicarle conceptos básicos como burbuja crediticia, expectativas, sobreoferta y mis favoritos: desempleo coyuntural y estructural.
Pues lo dicho. Con la cosa pública no podemos jugar al laissez faire. Así que el Estado me va a tener un buen rato explicando sus correspondientes fallos, y lo malo es que estos sólo se ajustan cada cuatro años.